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LOS IMPERIOS DEL MUNDO Y EL ÚLTIMO REINO
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LOS IMPERIOS DEL MUNDO Y EL ÚLTIMO REINO

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En "Los imperios del mundo y el ultimo reino", vas a encontrar los tesoros escondidos y los secretos ocultos que operaron a lo largo de la historia antigua, en cada uno de los personajes de los grandes imperios del mundo.Este libro es un regalo de amor para tu vida en estos tiempos y en los venideros, de tal modo que desde el primer momento en que empieces la lectura, emprenderas un viaje de transformacion al mundo antiguo, y veras como el Creador ha estado vigente y presente en la vida de todos esos grandes personajes de la historia, hasta ser impulsados a la gobernabilidad; de igual manera, te sorprenderas como El va a estar presente en tu vida, para que puedas comprender el proposito especial para el que fuiste creado.Preparate a emprender el viaje a traves del tiempo, porque el pasado, el presente y el futuro estan en las manos de tu Creador, y tu puedes acceder a El, de modo que puedas comprender acerca del tiempo que estamos viviendo, y de todo lo que viene.De tal modo que este libro, sera para cada uno de ustedes un proceso de vida, por el que sus corazones llegaran a ser transformados, tal y como lo hizo con todas las personas a quienes El llamo y preparo en los tiempos antiguos, para que estuvieran capacitados de cumplir sus disenos.Esta obra es una verdadera oportunidad para tu vida y todos los que estan alrededor de ti, sin importar la condicion personal que tengas. !Recuerda que es un regalo de amor!

LanguageEnglish
Release dateOct 24, 2022
ISBN9781685704124
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    LOS IMPERIOS DEL MUNDO Y EL ÚLTIMO REINO - Alfonso J Jiménez

    LA CREACIÓN

    Dios siempre será el principio y el fin

    En el principio creó Dios los cielos y la tierra; así da inicio la Biblia en el primer libro del Génesis, por lo que entendemos que Dios es el principio de todo.

    Adán

    Al sexto día Dios crea al hombre a su imagen, del polvo y sopló aliento de vida sobre su nariz para que señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias (refiriéndose a los animales salvajes y no a las bestias que más adelante hablaremos) en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra y de esta forma darle al hombre la gobernabilidad de su creación. Y tomó Dios al hombre y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrase y lo guardare. Y dijo Dios que no era bueno que el hombre estuviera solo, y le hizo ayuda idónea para él. Varón y hembra los creo. Y adán dijo esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne, ella será llamada varona, porque del varón fue tomada. Y estaban ambos desnudos, Adán y su mujer, y no se avergonzaban (Gen. 1:26–27; 2:16, 23, 24). Porque para gobernar se tiene que estar desnudo.

    Fuimos creados por Dios para vivir en desnudez, lo que implica ser transparentes, cristalinos y puros, con un corazón limpio, para con nosotros mismos, nuestros semejantes y para con Dios, en perfecta comunión con Él (porque Dios es Luz y en Él no hay ninguna tiniebla).

    Dios creó todo animal y ser viviente sobre la tierra, y al sexto día hizo al hombre del polvo a su imagen y semejanza, como un acto especial y distinto al resto de la creación, que sopló aliento de vida en su nariz, impartiéndole vida y aliento, con lo que significa que la vida humana es superior y está en una categoría diferente al resto de las formas de vida, porque la vida divina y la humana tienen una relación sin igual. La fe, la obediencia y el amor está en medio de esta relación especial. Dios creó al hombre y la mujer, con esa desnudez o con esa pureza para que vivieran en libertad por medio de la fe y la obediencia, con un corazón transparente y cristalino, porque de allí mana la vida, y si hay algo que Dios nos pide es el corazón limpio, cristalino y transparente. Un corazón limpio que refleja el orden y la armonía de la creación de Dios, tanto en el huerto como lo que se deposita en el corazón, para señorear y gobernar en armonía como lo dispuso el Creador.

    La palabra nos demuestra que él no tenía la capacidad de entender toda la dimensión del plan de Dios, sus pensamientos y caminos, y la obediencia.

    Posteriormente el hombre, por la desobediencia fue presa de los planes de destrucción da Satanás. Porque le puso en su corazón por medio de la mujer, que podían ser iguales a Dios, y que no morirían si comían del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, porque allí empezó a operar el espíritu de Grecia o el espíritu de raciocinio y del conocimiento.

    Un conocimiento que provocó la desobediencia a Dios, ya que con eso puso en el corazón de la mujer que Dios era injusto y egoísta, y con ello entró la muerte; porque decidieron creer al espíritu de Grecia y no a Dios, dándole un derecho a las tinieblas de corromper el corazón del ser humano. Por el quebrantamiento de la fe y la obediencia, surge el pecado original en el ser humano y su derrota en el huerto, que provoca la separación de Dios y el hombre y el alejamiento de todas las bendiciones que Dios les había dado gratuitamente, provocando que ellos mismos tuviesen que esforzarse por todo aquello que antes Dios se los daba gratuitamente. Es a partir de este momento en que Satanás trabaja en el corazón del hombre para llevar a cabo sus planes y obras de destrucción en esta especial creación de Dios y poder separar al hombre de su creador. Pero sabemos que Dios reconstruye la obra que Él formó, pues el Señor dice así, el que crea los cielos, el Dios que forma la tierra, el que la hizo y la compuso; no la creó en vano, para que fuese habitada la creó: Yo soy Jehová, y no hay otro, (Is.45:18).

    A partir de este momento de la desobediencia de Adán y Eva, producto del engaño de la serpiente, es que el ser humano pierde todo atributo y derecho divino. Desde este preciso momento, fueron expulsados del edén, lo que implica la pérdida del derecho al gobierno y señorío sobre toda creación, la pérdida a la desnudez y transparencia del corazón, la pérdida de la intimidad y comunicación con su Creador, la pérdida de la vida y a partir de ese momento morir, como Dios se los advirtió (porque el conocimiento no trae inmortalidad, solo Dios trae inmortalidad).

    Sabemos que Dios expulsó del cielo a Satanás y a un tercio de las estrellas del cielo, para luego lanzarlos como rayo a la tierra; y de allí entonces, que en el corazón de este gobernador desterrado sea el ejecutar un plan maligno que va dirigido a corromper con engaños el plan de Dios, que es tener un huerto que plantó en la tierra con toda la creación llena de especies de la flora y fauna, bajo el gobierno y señorío del hombre, creado por Dios a su imagen y semejanza, contando con un aliento especial de vida que lo diferencia al resto de la creación, porque el hombre le había sustituido a Él en el lugar prominente en la escala divina.

    De allí entonces, el plan de Satanás de querer corromper la obra de Dios, sembrando en el corazón del ser humano, la rebelión. La cual es un acto abominable delante de Dios, y por ello expulsó del cielo a Satanás con una tercera parte de los ángeles, y así poder corromper el corazón del hombre.

    Es a partir de la caída y expulsión de Adán y Eva del huerto, en que Dios con su hijo y el Espíritu Santo, comienzan a ejecutar el plan de salvación o de unidad de nuevo con el hombre, para deshacer las obras del diablo que los había separado de ellos y reconciliar al ser humano con Dios, para que por medio de su hijo Jesucristo, se pueda materializar una relación paterno filial íntima y estrecha entre el ser humano y su Creador, como lo fue al principio para que ahora tuvieran una relación de Padre e hijo o hija. Ya no una relación Creación–Creador, sin ningún vínculo paternal, sino de hijo, basada en el amor, la fe y la obediencia. Una relación en la que se le obedecerá al padre, no por el temor a morir, sino porque es el Padre quien nos dice lo que debemos y no debemos hacer, y de esta forma crear un vínculo de absoluta confianza, en que lo que Él nos da y lo que Él nos dirige es bueno para nuestras vidas, esto hará que la relación sea estrecha entre ambos y unida por el amor.

    Este plan de salvación será para establecer un nuevo puente, una nueva unión, que une a su creación y a su Creador, en una revelación más profunda que la del principio, basado en el amor tan profundo de Dios al mundo reflejado en darnos a su hijo para que sea ofrecido como cordero inmolado en sacrificio y ofrenda agradable a Dios, y demostrar de esa manera que Él no tenía ningún conflicto con el hombre y que su sangre quite el pecado del mundo, que es lo que nos dividía de Él de una vez y para siempre.

    Esta nueva relación se construye sobre la base del amor de Dios mostrado en Cristo Jesús, y nos revela la palabra en acción (logos) que es el hijo o el verbo de Dios, para que entendamos no con la mente sino con el espíritu, que la obediencia, el amor y la relación, se fundamentan no basándonos en nuestro corazón corrompido por las tinieblas, sino basándonos en el Espíritu Santo. El Espíritu Santo nos ayuda a relacionarnos con Dios en el espíritu, porque Dios es espíritu. Debemos relacionarnos con Él, con la fe y el perfecto amor del Espíritu Santo que nos llena en su plenitud y gozo.

    Debemos relacionarnos con Él en el amor que nos ha mostrado en Cristo Jesús, un amor que no es emocional de nuestra alma o nuestra mente matemática en raciocinios, sino en un amor que surge del Espíritu. Sabemos que muchos buscan o pretenden relacionarse con Dios, elevando oraciones almáticas, llenas de sentimentalismo o emoción. Debemos comprender que es una relación Espíritu–Padre con el Espíritu–Hijo, y que el Espíritu Santo, inclusive se une a nuestro espíritu para enseñarnos e inclusive para clamar directamente a Dios, con una revelación divina directamente de Dios, porque nosotros no sabemos cómo piensa Dios, cómo siente Dios, y que es lo que Él quiere hacer (porque estamos en una naturaleza caída).

    Es entonces que el amor de Dios desde mi espíritu y no de desde el alma que nos impulsa y nos mueve, y que podemos gozar con la llenura del Espíritu Santo, así desarrollando un amor incondicional benigno, que no tiene envidia, no es jactancioso, no se envanece, y no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no se goza de la injusticia, más que se goza de la verdad. Un amor que todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta, como lo dicen las escrituras, (1 Cor. 13:4).

    La obediencia, la relación íntima con el padre y el amor, no tienen nada que ver con nuestras emociones ni sentimientos, tiene que ver más con las emociones y sentimientos de Dios.

    Debemos procurar ingresar en el camino de la conciencia, entendida esta como un proceso, mediante el cual se nos permita:

    Llegar a conocernos mejor a nosotros mismos, en nuestro corazón, entendiendo que el enemigo tiene derechos para operar en nosotros, con portillos abiertos y huevos de áspid desde el alma, con muchas heridas y traumas, que nos han infectado el alma de tinieblas para impedir relacionarnos y escuchar a nuestro Dios.

    Llegar a conocer a Dios, sus pensamientos, sus planes y diseños, sus estatutos, etc.

    Para conocer a nuestros semejantes, y tener empatía hacia ellos en el amor y misericordia de Dios.

    El propósito de este camino es que tengamos paz, y poder restaurar nuestra relación con Dios, y gozar su herencia en prosperidad en nuestra alma, nuestra salud y en todas las cosas; para ello, debemos entender que Dios tiene el control, pero que debemos ser conscientes de ello y de que seremos guiados por el Espíritu Santo, para así tener una relación con su creación y con otros seres humanos en la paz, la armonía y el amor de Dios.

    Si Dios busca restablecer nuevamente su relación con nosotros, debemos entender que Él busca nuestro corazón; por lo que día a día, tenemos que venir delante de Él y pedirle perdón por cualquier pecado, que a través de los pensamientos, nuestros ojos, nuestros oídos, nos haya ensuciado, para que Él nos limpie y ponga un corazón nuevo, un espíritu recto dentro de nosotros.

    En este proceso de adquirir conciencia, tenemos que entender que el corazón del hombre es engañoso. De allí que es muy importante presentarle nuestro corazón a Dios para no solo lo limpie sino para que nos revele en un proceso minucioso y así poder conocernos a nosotros mismos. La palabra de Dios nos enseña, que cuando permitimos que Él nos guíe, hay una enorme bendición, bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová. Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto. Engañoso es el corazón del hombre más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras, (Jer. 17:7

    Jesucristo, llamando a la multitud les dijo: No lo que entra en la boca contamina al hombre; más lo que sale de la boca, esto contamina al hombre, (Mat. 15:11); el hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo, porque de la abundancia del corazón habla la boca, (Luc. 6:45), sabemos también, que el corazón alegre hermosea el rostro; más por el dolor del corazón el espíritu se abate, (Prov. 15:13). Por esta causa, nuestro corazón tiene que ser transformado por el Espíritu Santo, para no contaminar y no proveer maldad, sino más bien sacar lo bueno que es la ley de Dios y hablar abundantemente de la ley de Dios. Es allí donde nuestros rostros se llenan de alegría, destruyendo el diseño de tener un corazón lleno de dolor y de abatimiento.

    Durante muchos siglos y cientos de años, Satanás ha trabajado en el corazón del ser humano, utilizando el alma en un lugar de trabajo de las tinieblas; de allí una imperiosa necesidad de permitir que la luz de Cristo venga a alumbrar nuestra alma (mente, voluntad y emociones), para que sea sanado y restaurado nuestro corazón y se le permita a nuestro espíritu volverse a posicionar, para una relación sana con nosotros mismos, para con nuestro Padre celestial, y con nuestros semejantes. Dios mantenía una buena comunicación con ambos, y ellos permanecían desnudos, sinceros y transparentes, sin nada que ocultar.

    Plan divino para la restauración

    Y conoció de nuevo Adán a su mujer, la cual dio a luz un hijo, y llamó su nombre Set: Porque Dios (dijo ella) me ha sustituido otro hijo en lugar de Abel, a quien mató Caín. Y a Set también le nació un hijo, y llamó su nombre Enós. Entonces los hombres comenzaron a invocar el nombre de Jehová, (Gen. 4:25 –26).

    Después de que Adán y Eva pecaron contra el Señor, provocaron un cisma entre Dios y ellos y sus futuras generaciones, dando lugar a la rebelión de Satanás en sus vidas, manifestándose el pecado que estaba dentro de ellos con el asesinato de Caín hacia Abel, cuando decide asesinarlo por la envidia contra su hermano, ya que Dios había aceptado la ofrenda de Abel, pero no la de Caín (Gen. 4:1–16). Este fue el primer asesinato que hubo en la historia.

    Al derramarse la sangre de un inocente como Abel, se activa la primera ley que es la ley de la Justicia, y la sangre de Abel comienza a clamar por venganza, no solo de la muerte de Abel, sino de todas las generaciones que saldrían de Abel. Es allí donde la tierra es contaminada con el odio y la envidia que nació de un corazón humano, ya que anteriormente había nacido del mismo Lucero o Lucifer (del latín lux Luz, y ferre llevar: portador de luz).

    El pecado comenzó con la desobediencia de sus progenitores, Adán y Eva, pero la maldad da sus inicios en la humanidad en Caín. Vemos que al iniciar en Caín el pecado, no había nadie que empezara a practicar el bien, sino que ya había empezado la maldad en la humanidad, sino hasta 130 años después que nació Set. Y posteriormente, otros 130 años hasta que nació Enós, que se comenzó a invocar el nombre de Dios. Antes de ello, se practicó el pecado y la maldad. El pecado es la transgresión de la ley por primera vez, y la maldad es la trasgresión continua del pecado.

    Luego de que nació Enós, se relata que el siguiente personaje que fue y anduvo correctamente delante de Dios, fue Enoc. Sétimo desde Adán y Eva. Enoc a sus 65 años engendró a Matusalén (el hombre que vivió más años en la tierra, 969 años), y después de él engendró hijos e hijas durante 300 años, y Dios decidió llevarse a su corta edad de 365 años, porque Enoc había caminado con Dios, (Gen. 5:22–24). En otras palabras, Enoch fue el hombre más recto y el más puro que había existido en la tierra.

    Después de Matusalén comienza la purificación, para formar la plataforma del pueblo que Dios iba a formar para sí mismo.

    La maldad comienza a aumentar después de que Dios se llevó a Enoc y de esa generación saca a Noé, como el más justo en su época, para después deshacerse por medio de un diluvio del resto de la humanidad que se había corrompido. Y mandó Dios a Noé construir un arca para que se salvara él y su familia, y los animales que Él mismo le iba a traer, constituyéndose en el primer juicio de Dios para los hombres. Estableciendo el arca como el primer medio de salvación, representando de esa forma el Arca de Salvación, a nuestro Señor Jesucristo, que iba a ser el único medio para ser salvos de los juicios venideros.

    Después del diluvio y que Noé pudo pisar tierra en el monte Ararat, Dios ratifica con Noé el primer pacto que hizo con Adán y Eva en el Edén, bendiciéndolos con las palabras de fructificaos, multiplicaos y llenad la tierra, dándole autoridad sobre todo animal, sobre toda ave, y sobre todos los peces que habían en el mar, (Gen. 9:1–2). Después de la bendición, Dios establece el primer castigo de ley, el que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada; porque a imagen de Dios es hecho el hombre, (Gen. 9:6). Dios se dolió de haber castigado al hombre con el diluvio y decretó para sí mismo no volver a castigarla de esa forma (Gen. 8:21–22).

    Seguidamente de Noé, Dios comienza a escoger a otro hombre para continuar estableciendo la plataforma que daría origen a su pueblo. Es importante entender que, aunque Noé fue un hombre recto delante del Señor, se corrompió en el pecado, al igual que sus hijos y los hijos de sus hijos, y así sucesivamente sus ancestros lo hicieron, y el pecado se manifestó en rebelión con la construcción de la Torre de Babel, denotando esa generación que no quería nada con Dios. Con dicha torre, el hombre quiso acercarse a Dios con sus propios criterios, empleando el ladrillo en lugar de la piedra.

    Dios mismo trae confusión y detiene esa locura, cambiándole a todos ellos la comunicación que tenían en común (antes todos eran de un mismo idioma), es allí donde se desarrollan los diferentes idiomas que hasta hoy se conocen.

    Se habla entonces del pueblo hebreo (del latín Hebraei y del griego antiguo "Ἑβραῖοι", Hebraioi, y ambos a su vez del hebreo ‘Ivrī o‘Ivrīm, ברים), solo se emplea en el relato de los hijos de Israel en Egipto (Génesis 39 y Éxodo 10), son un antiguo pueblo semita del Levante mediterráneo (Cercano Oriente) establecidos en el año 616 a. C., conocidos también como pueblo judío. El origen patronímico hebrero ‘Ivrī, utilizado para Abraham y sus descendientes, puede encontrarse en su antepasado Heber (Gen 10:21; 11:14 ss) hijo de Sem (Hebrew: שֵׁם‎ Šēm), hermano mayor de Jafet.

    La tradicional fuente de referencia para los hebreos es la Biblia, cuyo contenido también se encuentra en las escrituras hebreas de la Torá. Según estas fuentes los hebreos constituyen el grupo familiar monoteísta inicial, que es descendiente de los patriarcas posdiluvianos Abraham, Isaac y Jacob.

    De esas generaciones, Dios saca a otro hombre muy representativo para llevar a cabo sus planes, llamado Abram.

    Abram

    Abram (ab, padre y ram, alto, excelso, por lo que su significado era el Padre (Dios) es excelso, o Padre exaltado, o Padre enaltecido), se crio en UR de los Caldeos (Ur Kaśdim, Hebrew: ‎ ʾאוּר כַּשְׂדִּיםur kaśdim, commonly translated as Ur of the Chaldeans, is a city mentioned in the Hebrew Bible or Tanach), cerca del Golfo Pérsico, en una generación idolátrica. Su padre Taré (Taré, Tareh, o Teraj, hebreo תרח Terah), salió con su familia, su hijo Abram, y Lot hijo de Harán, hijo de su hijo, y Sarai su nuera, mujer de Abram, y salió con ellos de Ur de los Caldeos, para ir a la tierra de Canaán, la tierra que Dios le había prometido dársela a él y sus descendientes. Siguiendo el río Éufrates, hacia el noroeste vinieron hasta Harán, y se quedaron allí alrededor del año 2000 a. C., (Gen. 11:31–32).

    Ur y Canaán estaban separados por un desierto intransitable, que ninguna caravana podía pasar. En Harán hacían escala las caravanas que viajaban entre Mesopotamia y Egipto. Aquí en Harán murió Taré de 205 años. Abram, a la edad de 75 años, recién se fue de Harán después de fallecer su padre (Hechos 7:4), para cumplir lo que Dios le había dicho que saliera de su tierra y de su parentela.

    El mismo Dios, creador de los cielos y la tierra, el Dios de la gloria se le había aparecido y le había dicho a Abram, estando en Mesopotamia, antes de que morara en Harán con su padre Taré, y le dijo: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, y ven a la tierra que yo te mostraré, (Gen. 12:1; Hech. 7:2–3).

    Abram sale para Canaán

    Así como Dios le dijo, Abram a la edad de 75 años salió de Harán, con Sarai su mujer, y Lot su sobrino, y todos sus bienes que habían ganado y las personas que habían adquirido en Harán, salieron para ir a tierra de Canaán; y a la tierra de Canaán llegaron, (Gen. 12:4–5).

    Abram se establece con Lot su sobrino en tierra de Canaán y Dios los bendice en abundancia, a tal extremo que la tierra no alcanzaba para el ganado que ambos tenían y empezó a haber contienda entre los pastores del ganado de Abram y los pastores del ganado de Lot (Gen. 13:7), lo que ocasionó que Abram tuviera que tomar la decisión de separarse de Lot. Por eso Abram le dio la opción a Lot que escogiera donde ir, y alzó Lot sus ojos, y vio la llanura del Jordán, que toda ella era de riego, como el huerto de Jehová, como la tierra de Egipto en la dirección de Zoar, antes que destruyese Jehová a Sodoma y a Gomorra. Entonces Lot escogió para sí toda la llanura del Jordán; y se fue Lot hacia el oriente, y se apartaron el uno del otro, (Gen 13:10–11). Ello provocó que Lot se estableciera cerca de Sodoma y Gomorra, ciudades que Dios destruiría posteriormente.

    Después que Abram se separa de Lot, para completar el mandato que Dios le había dicho que se separara de su parentela, se le aparece Dios a Abram para darle esa tierra a él, como lo dice la escritura y Jehová dijo a Abram, después que Lot se apartó de él: Alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur, y al oriente y al occidente. Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre, (Gen 13:14–15).

    Lot empieza a involucrarse con Sodoma a tal punto que decide habitar con ellos. Para ese tiempo, Sodoma al igual que otras ciudades cercanas, fueron conquistadas por Quedorlaomer rey de Elam, y otros reyes (familia y servidumbre), (Gen 14:12).

    Al enterarse Abram de que su sobrino fue hecho prisionero, armó a sus criados, y en Hoba al norte de Damasco, liberó a Lot su pariente y recobró todos los bienes, a las mujeres y demás servidumbre. Allí se topa con Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo, quien sacó pan y vino; y le bendijo, diciendo: Bendito sea Abram del Dios Altísimo, creador de los cielos y de la tierra; y bendito sea el Dios Altísimo, que entregó tus enemigos en tu mano. Y le dio Abram los diezmos de todo.

    Después de haberle dado Dios palabra a Abram en visión, lo llevó fuera y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia. Y Abram creyó a Jehová, y le fue contado por justicia. Y le dijo: Yo soy Jehová, que te saqué de Ur de los caldeos, para darte a heredar esta tierra, (Gen. 15:6–7). A la caída del sol sobrecogió el sueño a Abram, y he aquí que el temor de una grande oscuridad cayó sobre él. Entonces Dios dijo a Abram: Ten por cierto que tu descendencia morará en tierra ajena, y será esclava allí, y será oprimida cuatrocientos años. Más también a la nación a la cual servirán, juzgaré yo; y después de esto saldrán con gran riqueza, (Gen. 15:12–14). Y después de esto saldrán y me servirán en este lugar, (Hechos 7:6–7). Y tú vendrás a tus padres en paz, y serás sepultado en buena vejez. Y en la cuarta generación volverán acá; porque aún no ha llegado a su colmo la maldad del amorreo hasta aquí, (Gen. 15:15–16). Y sucedió que, puesto el sol, y ya oscurecido, se veía un horno humeando, y una antorcha de fuego que pasaba por entre los animales divididos.

    En aquel día hizo Jehová un pacto con Abram, diciendo: A tu descendencia daré esta tierra, desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Éufrates; la tierra de los ceneos, los cenezeos, los cadmoneos, los heteos, los ferezeos, los refaítas, los amorreos, los cananeos, los gergeseos y los jebuseos, (Gen. 15:13–21). Y le dio el pacto de la circuncisión, y así Abraham engendró a Isaac, y le circuncidó al octavo día; e Isaac a Jacob, y Jacob a los 12 patriarcas.

    Dios establece los cimientos para el plan de salvación

    En el corazón de Dios siempre existió la idea de crear una plataforma para salvación de la humanidad, basado en un pueblo que fuera físicamente representativo, y que fuera creyente de un solo Dios, de Él (Elohim o el Gran Yo soy), y no como la mayoría de los pueblos que existieron en la antigüedad que eran politeístas.

    Esto podemos estudiarlo en el capítulo 15 del libro del Génesis, después de estas cosas vino la palabra de Jehová a Abram en visión, diciendo: No temas, Abram; yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande. Y respondió Abram: Señor Jehová, ¿qué me darás, siendo así que ando sin hijo, y el mayordomo de mi casa es ese damasceno Eliezer? Dijo también Abram: Mira que no me has dado prole, y he aquí que será mi heredero un esclavo nacido en mi casa. Luego vino a él palabra de Jehová, diciendo: No te heredará este, sino un hijo tuyo será el que te heredará. Y lo llevó fuera, y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia. Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia. Y le dijo: Yo soy Jehová, que te saqué de Ur de los caldeos, para darte a heredar esta tierra. Y él respondió: Señor Jehová, ¿en qué conoceré que la he de heredar? Y le dijo: Tráeme una becerra de tres años, y una cabra de tres años, y un carnero de tres años, una tórtola también, y un palomino. Y tomó él todo esto, y los partió por la mitad, y puso cada mitad una enfrente de la otra; más no partió las aves. Y descendían aves de rapiña sobre los cuerpos muertos, y Abram las ahuyentaba. Más a la caída del sol sobrecogió el sueño a Abram, y he aquí que el temor de una grande oscuridad cayó sobre él. Entonces Jehová dijo a Abram: Ten por cierto que tu descendencia morará en tierra ajena, y será esclava allí, y será oprimida cuatrocientos años. Más también a la nación a la cual servirán, juzgaré yo; y después de esto saldrán con gran riqueza. Y tú vendrás a tus padres en paz, y serás sepultado en buena vejez. Y en la cuarta generación volverán acá; porque aún no ha llegado a su colmo la maldad del amorreo hasta aquí. Y sucedió que puesto el sol, y ya oscurecido, se veía un horno humeando, y una antorcha de fuego que pasaba por entre los animales divididos. En aquel día hizo Jehová un pacto con Abram, diciendo: A tu descendencia daré esta tierra, desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Éufrates; la tierra de los ceneos, los cenezeos, los admoneos, los heteos, los ferezeos, los refaítas, los amorreos, los cananeos, los gergeseos y los jebuseos, (Gen. 15:1–21).

    Aquí vemos como Dios se le aparece a Abram, para afirmarle la promesa para con él y con sus descendientes, diciéndole que grande iba a ser su recompensa (Gen. 15:1–2), demostrando de esta manera que Dios siempre es fiel en cumplir su palabra. Sin embargo, esta percepción de Dios no se encontraba en el ser humano, sino que tuvo que ser formada por Dios en Abram.

    Abram se encuentra en un gran conflicto interior. Sus temores surgen conforme transcurren los años en su vida y no ve cumplir la promesa de Dios de un hijo propio, fruto del vientre de su esposa Sarai, y un sentimiento de tristeza y frustración le da a entender a Abram que eso no se va a cumplir, y que el mayordomo de su casa es el damasceno Eliezer y que su heredero será un esclavo nacido en su casa, demostrando con ello, la parte humana de frustración. Así sucede también en la vida de todo cristiano cuando no vemos cumplirse la promesa de Dios lo más pronto posible.

    El siguiente concepto es el mismo Dios manifestándose sin temor, ni inmutándose, ante esa debilidad humana. Si no que Dios llega y le ratifica a Abram, que quien le va a heredar es un hijo de sus lomos, y no un esclavo. Dios le ratifica la promesa, de que sus herederos van a ser como las estrellas del cielo, que no se pueden contar, y le profetiza sobre ese pueblo, diciéndole que tal pueblo estará esclavo por cuatrocientos años, que castigará al pueblo que les oprimió, y les despojará de sus riquezas.

    Dios pide ofrenda

    Dios le dice a Abram: Tráeme una becerra de tres años, y una cabra de tres años, y un carnero de tres años, una tórtola también, y un palomino, (Gen. 15:9).

    Cuando el Señor promete que va a cumplir algo en nuestras vidas, debemos entender que nunca se dará esa promesa si no hay una ofrenda previa.

    Estos tres animales representan: la pureza, la limpieza y la sencillez. Todos eran de temprana edad, que es el tiempo en el ser humano en que hay más pureza. Dios estaba representando a nuestro señor Jesucristo, en las etapas previas de su vida, durante los primeros treinta años antes de su ministerio (de cero a los 3 años, cuando se comienza a caminar, de los 3 años a 20 años es el tiempo del aprendizaje, y de los 20 años a los 30 que es el tiempo de la productividad). Esta es la ofrenda, que representa a nuestro Señor Jesucristo, quien fue partido en propiciación de nuestros pecados.

    Abram tiene que pelear para que esas ofrendas se mantengan delante del Señor, hasta que Él las reciba; dándonos a entender que el esfuerzo

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