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El deber y la gloria Testamento político de John F. Kennedy
El deber y la gloria Testamento político de John F. Kennedy
El deber y la gloria Testamento político de John F. Kennedy
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El deber y la gloria Testamento político de John F. Kennedy

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About this ebook

Con prefacio del presidente Lyndon B. Johnson este libro se enfoca en los documentos públicos mas resaltantes de John Fitzgerald Kennedy, 35o Presidente de Estados Unidos de América, quien fue elegido a los 43 años en octubre de 1960 y se constituyó en el mandatario más joven de ese país.
Su ejercicio gubernamental como presidente de la gran potencia, inició el 20 de enero de 1961 y concluyó de manera trágica el 22 de noviembre de 1963, día en que fue asesinado en Dallas (Texas).
Durante el breve periodo de su gobierno ocurrieron trascendentales eventos geopolíticos relacionados con la paz mundial en pleno florecimiento de la guerra fría, tales como la fallida invasión de Bahía de Cochinos en Cuba, la "crisis de los misiles", también con escenarioen la isla caribeña que acababa de c aer en las manos de los comunistas, la construcción del Muro de Berlín, el inicio de la carrera espacial entre estadounidenses y soviéticos, la consolidación del Movimiento por los Derechos Civiles en Estados Unidos, y el inicio de la escalada militar que daría lugar a la Guerra de Vietnam.

LanguageEnglish
Release dateJun 1, 2020
ISBN9780463016015
El deber y la gloria Testamento político de John F. Kennedy
Author

Allan Nevins

Joseph Allan Nevins (1890-1961) fue un historiador y periodista estadounidense, conocido por su estudio de la guerra civil norteamericana y biografías como la del presidente Grover Cleveland, y personalidades como Henry Ford, John D. Rockefeller y Hamilton Fish, así como la recopilación de los mejores discursos del presidente John Fitzgerald Kennedy.

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    El deber y la gloria Testamento político de John F. Kennedy - Allan Nevins

    El deber y la gloria

    Testamento político de John F. Kennedy

    Allan Nevins

    Ediciones LAVP

    www.luisvillamarin.com

    El deber y la gloria

    Testamento político de John F. Kennedy

    Título original The burden and the glory

    © Allan Nevins

    Primera edición 1964

    Reimpresión junio de 2020

    Ediciones LAVP

    © www.luisvillamarin.com

    ISBN: 9780463016015

    Smashwords Inc

    Sin previa autorización escrita firmada por el editor de esta obra, no se podrá reproducir en ninguna de las formas utilizadas para la comercialización de libros y obras literarias. Hecho el depósito de ley en Colombia.

    El deber y la gloria

    Prefacio

    Introducción

    I. Forma y objetivos del gobierno

    1. Segundo mensaje del Estado de la Unión

    2. Tercer mensaje del Estado de la Unión

    3.El trabajo realizado y el que aún queda por hacer

    II. Continuación de la lucha por la paz

    4. Constante disposición para llevar a cabo negociaciones justas

    5. Pruebas nucleares y desarme

    6. ¿Qué clase de paz deseamos

    7. Anuncio del tratado de prohibición de pruebas nucleares

    8. Las tareas de las Naciones Unidas

    9. Firma del tratado de prohibición de pruebas nucleares

    10. Significado del tratado de prohibición de pruebas nucleares

    III. Puntos de peligro internacional

    11. Vital importancia de Berlín occidental

    12. Matsu y Quemoy: posición básica norteamericana

    13. Vigilancia americana

    14. Cuba en cuarentena y reto a Kruschev

    15. Los bombarderos se retiran

    16. «Ich bin ein Berliner»

    IV Dependencia mutua

    17. El comercio como refuerzo de las naciones libres

    18. La doctrina de la independencia nacional

    19. Asociación con Alemania y con una Europa unida

    20. La defensa de Berlín y de Alemania occidental

    21. Lazos americanos con Irlanda

    22. Italia, la OTAN y la unidad europea

    23. Nuestra involucración en el mundo es irreversible

    24. La familia del hombre

    V América Latina y la alianza para el progreso

    25. «El esfuerzo cooperativo de nuestras grandes naciones libres»

    26. «Tarea para una década»

    27. ¿En qué medida progresa la América Latina?

    28. América Central y el desarrollo de las sociedades progresivas

    29. Duras realidades de pobreza e injusticia social

    VI Relaciones raciales y derechos civiles

    30. James Meredith y la Universidad de Mississipi

    31. Fin de la discriminación federal en las viviendas

    32. Voto, educación, empleo justo y otros derechos

    33. Choque racial en Birmingham

    34. La cuestión moral de la igualdad de derechos para los ciudadanos de cualquier color

    35. Progresos del sur en la integración escolar

    VII La economía de la nación: negocios, agricultura, impuestos y papel del gobierno

    36. El caos de los transportes norteamericanos

    37. Los precios del acero y el interés público

    38. Acero: beneficios, modernización e inversiones

    39. Actitud hacia los negocios

    40. Mitos relativos al gobierno americano

    41. Para evitar el déficit

    42 Los granjeros y la vida granjas

    43. ¿Cómo ocuparemos nuestra mano de obra en paro?

    44. Urgencia de la reducción de impuestos

    45. Hemos ayudado al capital, no lo hemos ahogado»

    VIII. Ciencia y educación

    46. Más practicantes y menos espectadores

    47. Educación y orden mundial

    48. Lo que necesitará el futuro oficial del Ejército

    49. La ciencia, el espacio y la nueva educación

    50. Urgencia de una mejor educación

    51. Las deficiencias de nuestra educación y su remedio

    52. Las vidas de un millón de jóvenes norteamericanos

    53. La ciencia como guía de la política

    IX Postdata

    54. Discurso que el presidente iba a pronunciar ante el ayuntamiento, cuerpo legislativo y centro de investigación graduada de Dallas

    Prefacio

    Hoy hace dos meses que murió... y con él una parte de América. Era tan afectuoso y tan querido por todo el mundo; tan prudente y tan valiente; tan bueno y tan grande como hombre, que nosotros, los que debemos terminar con la misión que él había iniciado, le echaremos mucho más de menos de lo que hubiésemos podido imaginar.

    «Ninguna nación —dijo el presidente Kennedy al congreso hace dos años— ha estado tan dispuesta como la nuestra a cargar con el deber y la gloria de la libertad»... Y, ciertamente, ningún otro hombre de nuestra época ha estado tan bien dotado para aceptar el deber y la gloria de la presidencia.

    A los enmarañados problemas de la política —ya fuera esta fiscal, exterior o doméstica—, él les dio nuevas perspectivas y un agudo discernimiento.

    Ante los explosivos problemas de la paz y de la guerra, él adoptó una postura de constante paciencia y un valor sin igual.

    Y ante la moral de esta nación y sus crisis constitucionales a propósito de los derechos humanos, demostró poseer un corazón que rebosaba compasión y una serenidad a toda prueba.

    Sobre todo, el presidente Kennedy era un auténtico creador de esperanzas...; nuevas esperanzas de paz y libertad para nuestros semejantes; nuevas esperanzas para nuestra nación y para el mundo entero. Estas esperanzas, unidas a las cualidades anteriormente mencionadas, están elocuentemente expresadas en las páginas siguientes.

    Ningún libro ocupará mejor lugar en mi biblioteca, ni tampoco ningún otro libro será abierto más frecuentemente que éste. Pues los discursos y declaraciones de John Fitzgerald Kennedy figuran ya entre los más ricos legados que nos dejó. Ofrecen guía muy considerada para la solución de casi todos los problemas de importancia.

    Proporcionan un buen ejemplo de sabiduría y buen criterio del pasado, que puede servir para iluminar al futuro. Y nos recuerdan a todos las tareas que han quedado sin terminar,.. las alturas a que hemos ascendido y las cumbres que aún se yerguen ante nosotros.

    «Las exigencias de la vida no siempre se prestan a elección», dijo en ese mismo pasaje de su discurso de hace dos años. Y también podría haber añadido que tampoco se eligen los azares de la muerte. Pero, tanto vivo como muerto, John Kennedy fue hombre que supo hacer latir los corazones de toda la humanidad..., y con sus palabras y obras que han de guiarnos e inspirarnos, su corta vida no habrá sido inútil.

    Presidente Lyndon B. Johnson

    La Casa Blanca

    22 de enero de 1964

    Introducción

    El día 22 de noviembre de 1963, los cielos parecieron oscurecerse súbitamente a mediodía para decenas de millones de personas. La vida norteamericana pareció desplomarse en una tremenda sensación de vacío, como si el futuro y las esperanzas de toda la nación se hubiesen esfumado de repente.

    Una gallarda personalidad había iluminado con claro resplandor a multitud de vidas desde el Atlántico al Pacífico. Parecía increíble que este resplandor se hubiese extinguido tan rápidamente; en aquella tarde, la gente andaba por las calles sumida en la mayor incredulidad y aturdimiento, sensación que no cesó a lo largo de muchos días.

    John F. Kennedy había dado al país, no solamente nuevas ideas y un respeto superior, sino también había conseguido inculcar a la nación las virtudes de la comprensión y de la humanidad.

    Siendo el hombre más joven que en cualquier tiempo juera elegido presidente, impregnó inmediatamente a toda nuestra atmósfera política con el vigor de la juventud. Con su influencia, la laxitud y él cinismo cedieron el paso a una confiada energía.

    El recuerdo de su claro juicio, de su gran corazón y fortaleza de ánimo perdurará en la memoria de nuestro tiempo y en la historia que escriban las futuras generaciones.

    Fue el primer presidente que nació en el nuevo siglo, murió cuando ocupaba la cima más alta del poder, y, según atestiguan sus recientes viajes por Alemania, Italia e Irlanda, disfrutando de una bien ganada fama internacional.

    Mostró en todo momento una madurez de discreción y una fuerza de decisión impropias de su juventud. Jamás ningún presidente demostró como él tal maestría ante las encrucijadas de su administración, aun cuando era una administración para hombres fuertes.

    Trepó a las alturas por estar dotado de extraordinaria habilidad política, pero una vez en la cima demostró gran amplitud de miras y elevación de propósitos, cosas ambas muy poco corrientes en los políticos profesionales. Aunque era un pensador de gran formación cultural, también era un hombre de acción, y a veces de acciones prácticas y evidentemente vigorosas.

    Asimismo, era hombre impaciente en dos sentidos. Repetidas veces, él mismo dijo que se impacientaba con una sociedad que apenas utilizaba la mitad de su capacidad industrial; que permitía que los niños pasaran hambre mientras los excedentes de productos alimenticios se apilaban en los almacenes; que permitía que Rusia produjera dos veces más científicos y técnicos, y que abandonaba escandalosamente sus riquezas naturales.

    También era un impaciente en el sentido del hombre que tiene prisa. Viendo que había tanto por hacer, recomendó a su primer congreso un programa tan grande y variado que se hacía imposible su total ejecución.

    Al final de sus años en la Casa Blanca, algunas de sus mejores esperanzas aún no se habían realizado, principalmente porque sus objetivos eran excesivamente numerosos y su alcance remoto. ¡Pero cuántas cosas logró en tan poco tiempo!

    Cuando Theodore Roosevelt llevaba en la Casa Blanca un poco más de tiempo que Kennedy, acotó un pasaje de una obra de Richard Hooker, el admirable obispo isabelino, pasaje que puede ser aplicado tanto a la inacabada labor de Roosevelt como a la del presidente Kennedy.

    «Aquel que va de acá para allá persuadiendo a la multitud de que no está tan bien gobernada como debiera —escribió Hooker—, no necesita lectores atentos y propicios, porque ellos conocen los múltiples defectos a que está sujeto todo tipo de régimen; la gente, normalmente, carece de juicio para considerar los impedimentos y dificultades que en los procedimientos públicos son innumerables e inevitables.»

    A los presidentes que son más valientes en sus iniciativas y más fértiles en sus empresas se les podría aplicar esta aseveración. El señor Kennedy también podría haber acotado otra de las declaraciones de Hooker:

    «Tened paciencia conmigo durante un poco de tiempo, y con la ayuda del Altísimo pagaré el total». Pero ese poco de tiempo no se le otorgó; se le eliminó cuando más denodadamente luchaba.

    El presidente Kennedy percibió con claridad que vivimos en una era revolucionaria; veía cómo varias e importantes revoluciones tocaban a su fin, y luchó constantemente para abrir los ojos al pueblo norteamericano antes de que fuese demasiado tarde.

    Una de esas revoluciones era de carácter internacional. Los Estados Unidos habían salido de la Segunda Guerra Mundial como nación rica y poderosa que se alzaba frente a una débil y destrozada Europa, frente a un continente asiático sumido en el caos, y frente a un continente africano todavía dormido.

    Los Estados Unidos montaban a horcajadas sobre el mundo como un gran coloso.

    Parcialmente, a causa de que América ayudó a otras naciones con el Plan Marshall y más tarde continuó haciéndolo con generosidad sin precedentes; parcialmente también, porque los países industrialmente maduros se recuperaron con asombrosa celeridad, y, asimismo, a causa de que la ruina originada por la guerra simplemente elimina todo lo viejo y anticuado, lo cierto fue que la reconstrucción de Europa se produjo con rapidez. Cuando Kennedy tomó posesión de su cargo, Inglaterra, Francia, Alemania occidental, Italia y el Japón eran unas naciones más productivas que nunca.

    La consecuencia fue un desequilibrio en la balanza mundial que muy pocos norteamericanos fueron capaces de comprender. ¡Adiós los maravillosos días del coloso! Norteamérica tuvo que competir con naciones robustas, independientes y económicamente de acuerdo con sus propios principios.

    El dólar perdió su poder de otros tiempos. Tanto política como industrialmente, los Estados Unidos tuvieron que abandonar su posición de amos para convertirse en una nación igual a las demás. Tomando en su totalidad a toda la Europa occidental, este país ni siquiera podía ya igualar el enorme ritmo de desarrollo de los países europeos. El presidente Kennedy sabía que los dirigentes europeos se asombraban ante nuestra lenta comprensión de la nueva situación y trató desesperadamente de hacérselo ver así a este país.

    Mientras tanto aquí, en nuestra casa y en el año 1960, se habían producido cambios auténticamente revolucionarios, y parecía que ni la opinión pública ni el gobierno norteamericano estaban adecuadamente preparados para enfrentarse con ellos.

    La mayoría de los norteamericanos aún vivían en la época prekeynesiana (1).

    (1) Alusión a las teorías económicas y programas atribuidos a John Maynard Keynes, economista británico, célebre por sus estudios sobre las consecuencias de la Primera Guerra Mundial. (N. del T.)

    Habían tardado mucho en darse cuenta del hecho de que la habilidad estadista en el campo fiscal no podía ya limitarse a equilibrar el presupuesto y a reducir las deudas; que, evidentemente, un esfuerzo precipitado y atolondrado para equilibrar el presupuesto puede conducir a la deflación y a una lógica depresión económica.

    El señor Kennedy se mostraba muy preocupado por el movimiento retardado de la economía nacional. Le suponía demasiado lento para mantener nuestra fuerza, que es el principal y único pilar del mundo libre. Se mostraba asimismo muy preocupado por el rumbo que seguía nuestra economía, con pocas reinversiones en las plantas industriales, circunstancia que podría ser catastrófica para la próxima generación.

    Era preciso hallar puestos de trabajo para los veintiséis millones de jóvenes que entrarían a formar parte del mercado laboral en la próxima década. Estaba también muy preocupado por las oportunidades de trabajo que se ofrecían a elementos minoritarios como los negros, portorriqueños y mejicano-norteamericanos, que ordinariamente eran los últimos en ser contratados y los primeros en ser despedidos.

    El presidente Kennedy estaba profundamente preocupado por el deseo de establecer programas de formación profesional que poder ofrecer a aquellos obreros que se veían obligados a abandonar sus oficios y profesiones ante el inexorable cambio tecnológico, especialmente a consecuencia de la automatización.

    Y aún se hallaba muchísimo más preocupado por la posibilidad de que se produjera una nueva depresión económica, peligrosa piedra en el camino que podría hacer tambalearse a nuestro gran vehículo cargado con ciento noventa millones de personas.

    Entre las revoluciones sociales de la época, la rebelión de los negros contra las exclusiones e injusticias que llevaban sufriendo a lo largo del siglo desde su emancipación, era una de las cosas que más dolía al presidente Kennedy.

    El peor impedimento que encontraba a la solución del problema, aparte del tradicional obstruccionismo de las comisiones congresistas, era la apatía de muchísima gente; una gran dificultad en despertar el interés y la opinión pública.

    Pero esta apatía contaba con una excepción saludable. Los negros exteriorizaban su descontento pacíficamente, pero en forma rotunda y clara. El señor Kennedy sabía cuánto había de verdad en la observación de Lloyd George: «Cuando el pueblo se rebela, siempre tiene razón-». Los Estados Unidos no podían mantener la cabeza alta entre las demás naciones libres mientras no hiciesen justicia a sus ciudadanos de color.

    «El gobierno de los Estados Unidos toma asiento en Ginebra junto a la Unión Soviética —dijo el presidente Kennedy en una conferencia de Prensa—; no puedo comprender por qué el Ayuntamiento de Albany (Georgia) no puede hacer lo mismo con los ciudadanos norteamericanos.»

    En una nación apática; en un país demasiado apegado a seguir el camino de en medio, la pasión del presidente Kennedy por la reforma y el avance —de una rapidísima reforma y aún más rápido progreso— fue francamente alentadora.

    Exteriorizaba continuas ansias por mejorar nuestros medios docentes, y nunca se cansaba de citar a Thomas Jefferson: «Si una nación espera vivir libre e ignorante en plena civilización, será algo que nunca existió ni existirá». La oposición política derrotó su gran plan de ayuda a las escuelas de primera y segunda enseñanza; pero en otras áreas hizo más por la educación que cualquier otro presidente anterior.

    De igual manera sentía grandes deseos de proporcionar a los ancianos un seguro de vejez y un adecuado seguro sanitario. Pero, de nuevo, la oposición, en la cual figuraban algunos dirigentes de la Medicina industrializada, por cierto, muy mala representación de tan noble profesión, le derrotó; pero el señor Kennedy estaba seguro de lograr en este aspecto una rotunda victoria.

    Era de los pocos que se daban perfecta cuenta de que los Estados Unidos no podían alzarse saludables y libres en un mundo encadenado y enfermo.

    «Mirad al Brasil —decía—, con una población que aumenta día a día enormemente; de cada cinco habitantes hay dos que tienen menos de veinte años de edad; hay grandes zonas corroídas por el analfabetismo; existe una incontrolada inflación; la gente vive con unos ingresos cuyo término medio llega a ser de cien dólares al año... ¿Acaso podemos ver todo esto y negar nuestra ayuda?»

    La Alianza para el Progreso, esfuerzo mucho mayor que el que supuso el Plan Marshall, pero que implicaba menos dinero, era una de las grandes ilusiones del presidente Kennedy.

    Sobre todo estaba profundamente interesado en la promoción de una verdadera paz mundial. Al principio de su Administración recomendó con ahínco se realizaran grandes gastos destinados a la defensa, incluyendo una estructura de armas tácticas que hiciese disminuir nuestra casi total dependencia de unas masivas fuerzas de represalia; durante su campaña repitió constantemente en sus discursos la frase «vacío de misiles», aun cuando no existía tal vacío, sino más bien un brazo que necesitaba ser reforzado. Pero siempre habló elocuentemente en favor de la paz, y, al final, sus grandes logros se desarrollaron en este terreno.

    Su enfrentamiento a Rusia durante la crisis cubana en el otoño de 1962 hizo mucho por aclarar la atmósfera que existía entre la Unión Soviética y los Estados Unidos, y vale la pena señalar que en esta crisis él dirigió la disputa ante las Naciones Unidas, y que en todo momento dejó abierto generosamente un camino de retirada a Nikita Kruschev. El tratado que prohibía las pruebas nucleares fue un gran paso hacia la concordia y comprensión mundiales.

    Cuando el presidente Kennedy nos fue tan trágicamente arrebatado, era el campeón de la paz más dedicado e influyente en él escenario mundial. Esto lo atestiguó así la inmensa pena que embargó a todos los pueblos de la Tierra.

    Allan Nevins

    «...El destino de esta generación —el de ustedes en el Congreso, y el mío como presidente— es vivir en medio de una lucha que nosotros no hemos iniciado, en un mundo que no hicimos nosotros. Pero las exigencias de la vida rara vez se prestan a elección. Y aunque jamás ninguna nación se haya enfrentado con semejante reto, también es cierto que ninguna nación ha estado nunca tan dispuesta como la nuestra a cargar con el deber y la gloria de la libertad.»

    Presidente John F. Kennedy

    Mensaje del Estado de la Unión al Congreso 11 de enero de 1962

    I. Forma y objetivos del gobierno

    Segundo mensaje del Estado de la Unión

    Washington, D. C. 11 de enero de 1962 (1)

    ...Esta semana comenzamos nuevamente nuestros esfuerzos conjuntos, por un lado, y separados por otro, con objeto de edificar el futuro norteamericano. Pero, triste es decirlo, lo vamos a hacer sin un hombre que unía un dilatado pasado con el presente y miraba decididamente hacia el futuro. El «señor Sam» Rayburn se ha ido (2). Ni esta cámara ni la nación serán lo mismo sin él.

    (1) La segunda sesión del octogésimo séptimo Congreso ante el que el presidente pronunció este importante discurso, era abrumadoramente demócrata en ambas cámaras, en las que figuraban 263 demócratas frente a 174 republicanos en la Cámara de Representantes, y 64 demócratas frente a 36 republicanos en el Senado. Pero tales cifras no proporcionaban más que un cuadro totalmente ilusorio de la verdadera fuerza de la administración. La alianza entre republicanos conservadores y los inquebrantables demócratas del Sur, que hacía cuatro años era característica principal del gobierno, acababa de reaparecer con toda su fuerza.

    Mirando hacia atrás, hacia el año 1961, Kennedy había dicho a la nación: «Ha sido un año duro, pero creo que todos los demás van a ser igualmente duros». Trataba de hacer presión para lograr un comercio más liberal, y que fuese aceptada la política de aranceles que había dicho al país era una necesidad urgente: intentaba conseguir una legislación que protegiese y ampliara los derechos civiles; estabilidad de precios y salarios; y caminar hacia el progreso mediante un desarme mundial.

    Afortunadamente, las condiciones económicas del país eran favorables; tanto era así que escaparía a una depresión económica que era el temor constante del señor Kennedy, y que pareció posible cuando el mercado de valores descendió peligrosamente en el mes de mayo. Continuó luego la recuperación de los negocios y del comercio, aun cuando esta recuperación fue mucho más lenta de lo que esperaba el presidente. — A. N.

    (2) Durante la administración de Eisenhower, al perder los republicanos el control de la Cámara en las elecciones para el Congreso de 1954, Sam Rayburn, veterano demócrata y miembro del congreso, fue nombrado Speaker. (Nota del Traductor.)

    Miembros del congreso, la constitución no nos convierte en rivales que luchan por el poder, sino más bien en socios que han de luchar por el progreso. Todos somos depositarios de la confianza del pueblo norteamericano y hemos de mostrarnos celosos guardianes de su herencia. Mi labor es informar sobre el estado de la Unión; pero la labor de todos nosotros es mejorarla.

    En el pasado año viajé, no solamente por nuestro país, sino por otras tierras, hacia el norte y el sur y a través de los mares. Y descubrí, como estoy seguro les habrá sucedido a ustedes, que la gente, por todas partes, y a pesar de ocasionarles decepciones, no separa sus ojos de nosotros..., no ansían nuestro poder o riqueza, sino el esplendor de nuestros ideales; nuestra más inmediata obligación durante los meses que nos esperan es hacer honor a esas esperanzas mundiales siendo fieles a nuestra fe.

    Y esta tarea debe comenzar aquí, en nuestra propia casa. Pues si no podemos cumplir con nuestros propios ideales aquí, tampoco podremos esperar que otros los acepten.

    Y cuando la criatura más pequeña que exista hoy en la nación alcance la madurez del hombre, nuestra posición en el mundo se determinará antes que nada por las previsiones que hagamos hoy... para su salud, para su educación, para sus oportunidades de disfrutar de un buen hogar, un buen trabajo y una buena vida.

    Hemos dado comienzo al año en el valle de la depresión temporal; lo hemos acabado en plena recuperación y desarrollo. Con la ayuda de nuevos estimulantes económicos aprobados por el congreso, o administrativamente incrementados, el número de zonas donde existía un excedente de trabajo ha disminuido de 101 a 60; el empleo no agrícola ha aumentado en más de un millón de puestos de trabajo; y el término medio de horas de trabajo en las factorías ascendió a unas cuarenta horas semanales.

    A fines de año, la economía, que una vez el señor Kruschev denominó «caballo tropezón», se lanzaba al galope hacia nuevos récords de poder adquisitivo del consumidor, ingresos para el obrero y producción industrial.

    Nos sentimos recompensados, pero no satisfechos. Todavía demasiada gente sin empleo busca ansiosamente las bendiciones de la prosperidad. Y al mismo tiempo que los que abandonan nuestras escuelas y granjas exigen nuevos puestos de trabajo, la automatización suprime antiguos oficios. Para hacer llegar hasta el último rincón del país nuestro desarrollo y oportunidades de trabajo, recomiendo firmemente al congreso tres medidas:

    Primera. La ley de Formación Profesional y Desarrollo para detener la valiosísima pérdida de hombres y mujeres físicamente sanos que desean trabajar, pero cuyos únicos conocimientos han sido remplazados por una máquina, o anulados mediante la puesta en marcha de una fábrica nueva.

    Segunda. La ley de Oportunidades de Trabajo para la Juventud, que sirva para situar, no solamente al millón de jóvenes norteamericanos que han abandonado la escuela y están sin trabajo, sino a los veintiséis millones de jóvenes que entrarán a formar parte del mercado laboral en esta década.

    Tercera. La concesión del ocho por ciento de crédito en impuestos para realizar inversiones en maquinaria y equipo que, en combinación con las proyectadas revisiones de asignaciones de depreciación, serán acicate para nuestra modernización, nuestro desarrollo y nuestra capacidad de competir en el extranjero.

    Además, aun cuando sea muy agradable tostarse al sol de la recuperación económica, no olvidemos que hemos sufrido tres depresiones temporales en los últimos siete años. El momento más idóneo para reparar el tejado es cuando brilla el sol, aprovechando para rellenar tres vacíos básicos en nuestra protección antidepresiva. Necesitamos:

    Primero. Autoridad presidencial permanente, sujeta al veto del congreso, para ajustar las tarifas de impuestos sobre ingresos personales hacia abajo dentro de unos límites y tiempo específicos, para aminorar el declive económico antes de que nos arrastre a todos.

    Segundo. Autoridad presidencial permanente, dado un supuesto aumento en el índice del paro obrero, para acelerar los programas de mejoras llevados a cabo con la ayuda federal tanto como los que sean exclusivamente federales.

    Tercero. Permanente refuerzo de nuestro sistema de compensación de desempleo, para mantener a aquellos ciudadanos que buscan trabajo y no lo encuentran, y para sostener su poder adquisitivo y sus niveles de vida sin tener que recurrir constantemente, como hemos visto ha ocurrido en años recientes, a suplementos temporales.

    Si llevamos a la práctica este programa de seis puntos, podremos demostrar al mundo que una economía libre no precisa ser una economía inestable; que un sistema libre no tiene por qué dejar a los hombres sin trabajo, y que una sociedad libre no es solamente la más productiva, sino la forma de organización más estable ideada por el hombre.

    Pero la depresión económica temporal no es el único enemigo de la economía libre; la inflación es otro. El pasado año de 1961, a pesar del aumento en la producción y la demanda, los precios para el consumidor se mantuvieron casi inamovibles y declinaron los precios de las ventas al por mayor. Este es el mejor historial de la estabilidad de precios si se le compara con cualquier período de recuperación habido desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

    La inflación casi siempre se mantiene a la sombra del desarrollo, mientras que la estabilidad de precios se hace fácil de conseguir mediante el bloqueo o los controles. Pero nosotros deseamos mantener la estabilidad y el desarrollo en un clima de libertad.

    Nuestra primera línea de defensa contra la inflación es el buen sentido y un alto espíritu que prive tanto en el campo del trabajo como en el de los negocios, sosteniendo sus ingresos totales en salarios y beneficios a la misma altura de la productividad.

    No existe ni un solo estudio estadístico que pueda servir de guía a una compañía o a un sindicato. Pero yo les recomiendo con ahínco, en interés propio y en el del país, que se ciñan a la reacción del interés público ante estas transacciones.

    Dentro de este esquema de desarrollo y estabilidad de precios y salarios, esta administración ayudó a mantener en un nivel competitivo a nuestra economía ampliando el acceso de los pequeños negocios a los contratos y créditos gubernamentales, mediante un incremento en las medidas contra el monopolio, contra la fijación oficial o arbitraria de precios y la socaliña por intimidación.

    Someteremos a estudio y votación un proyecto de ley de Reforma de Pagos Federales que tienda a proporcionar a nuestros empleados y obreros postales, clasificados y de otras clases, nuevas escalas de salarios comparables a los de la industria privada.

    Estamos limitando el déficit presupuestario del año 1962 en un nivel inferior al habido tras la última depresión económica del año 1958. Y, finalmente, presento para el año fiscal de 1963 un presupuesto federal equilibrado.

    Esta es una responsabilidad mixta que requiere cooperación del Congreso con respecto a las asignaciones, y particularmente sobre tres fuentes de ingresos.

    Primero. Un aumento en las tarifas postales para eliminar el déficit postal.

    Segundo. Aprobación de las reformas sobre impuestos, previamente recomendadas, para suprimir inexcusables preferencias tributarias, y aplicar a dividendos y a intereses las mismas medidas de contención que hace tiempo hemos aplicado a los salarios.

    Tercero. Extensión de los actuales índices de impuestos sobre consumos y de corporación, excepto aquellos cambios que se recomendarán en un mensaje relacionado con los transportes.

    Pero la consecución de una economía y nación más fuertes requiere disponer de algo más que de un presupuesto equilibrado. Necesita de progreso en aquellos programas que sirvan de acicate a nuestro desarrollo y aumenten nuestra fuerza.

    Una Norteamérica fuerte depende de sus ciudades, y con esto me refiero, naturalmente, a la gloria de Norteamérica y, a veces, a su deshonra o ignominia. Para sustituir la congestión por la luz del sol y la decadencia por el progreso, hemos tomado diversas medidas acerca de los existentes programas urbanos y de viviendas, promulgando leyes nuevas a tal efecto; hemos redoblado los esfuerzos contra la polución de las aguas, prestado ayuda a los aeropuertos, a los hospitales, a las carreteras de primero y segundo orden, y a nuestro decadente sistema de tránsito masivo; y asegurado la creación de nuevas armas para combatir al delito organizado, a los rackets y a la delincuencia juvenil, ayudados por los esfuerzos combinados y eficaces de nuestros servicios de investigación: el FBI, Rentas Interiores y Bureau de Narcóticos, así como muchos otros servicios más. Necesitaremos promulgar más legislación relacionada con el mundo del delito, con los transportes y asimismo disponer de nuevas armas para combatir a la polución del aire.

    Y con todos estos esfuerzos en marcha, tanto la equidad como el sentido común exigen que las zonas urbanas de la nación que contienen las tres cuartas partes de nuestra población total, se sienten como iguales ante la mesa del gabinete. Por lo tanto, recomiendo la creación de un nuevo Departamento de Vivienda y Asuntos Urbanos.

    Una Norteamérica fuerte también depende de sus granjas y de sus fuentes naturales de riqueza. Los granjeros norteamericanos cobraron alientos en el año 1961 ante la elevación de mil millones de dólares en los ingresos agrícolas y ante un esperanzador comienzo de reducción en los excedentes agrícolas.

    Pero todavía estamos operando bajo una acumulación «chapucera» de viejas leyes que nos cuestan anualmente mil millones de dólares en gastos de transportes que frenan la supresión de la pobreza rural o impiden se aumenten las ganancias de las granjas.

    Nuestra tarea es dominar y guiar hacia un fructífero final la magnífica productividad de nuestras granjas y granjeros. La revolución de nuestro campo se alza como tremendo contraste con los repetidos fracasos agrarios de las naciones comunistas y debe ser fuente de orgullo para todos nosotros.

    Desde el año 1950, ¡nuestra producción agrícola por hombre-hora se ha duplicado! Sin la adopción de medidas nuevas y realistas algún día hundirá a nuestros granjeros y a nuestros contribuyentes en un escándalo nacional o en una depresión agrícola.

    Por lo tanto, someto al congreso un nuevo programa agrario, ideado para ajustar la utilización de nuestras tierras y las producciones de cada cosecha a las necesidades de largo plazo de los años sesenta, como asimismo para impedir el caos en tales años mediante este programa que considero se basa en el más elemental sentido común.

    También necesitamos para los años sesenta, si hemos de transmitir o legar todo nuestro patrimonio nacional a nuestros herederos, un programa nuevo relacionado con la conservación y expansión de nuestros soberbios bosques y parques nacionales, con la conservación de nuestras áreas auténticamente selváticas, nuevos proyectos sobre energía eléctrica, ya que nuestra población aumenta sin cesar, y otros proyectos más de tipo hidráulico.

    Pero Norteamérica aboga tanto por el progreso en los derechos humanos como por los asuntos de tipo económico, y una Norteamérica fuerte necesita disfrutar de unos derechos de igualdad para todos sus ciudadanos sea cual fuere la raza o el color de su piel.

    Esta administración ha demostrado, como jamás se ha hecho hasta ahora, cuánto es lo que se puede hacer mediante el uso de los poderes ejecutivos, el cumplimiento de las leyes promulgadas por el congreso, la persuasión, las negociaciones y el litigio para asegurar los derechos constitucionales de todos: el derecho a votar, el derecho a viajar sin impedimentos, atravesando las fronteras estatales, y el derecho a la educación pública y libre.

    En el último mes de marzo publiqué una amplia orden para garantizar el derecho a la oportunidad de igualdad de empleo en todos los organismos y empresas federales. Así, la comisión de la vicepresidencia ha logrado muchos éxitos en este sentido, incluyendo los «Planes para el Progreso», organismo que en todas las secciones del país está logrando sorprendentes éxitos en abrir las puertas de nuevas profesiones a los componentes de

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