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The Unborn: The Unborn, #2
The Unborn: The Unborn, #2
The Unborn: The Unborn, #2
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The Unborn: The Unborn, #2

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Bombas termonucleares, entidades espectrales, cúpulas electromagnéticas, armas de energía dirigida, mundos paralelos y una orden de seres ancestrales que elucubra la caída de los humanos y que se niega a coexistir con ellos; todos son aspectos que caracterizan la segunda entrega de la saga The Unborn. Una trilogía de ciencia a ficción sin precedentes, que te atrapará desde el primer capítulo.

 

Aswraith y Daniel consiguen detener los planes del emperador. Sin embargo y producto de la explosión en la que ellos y los secuaces de este último, se ven involucrados, sus cuerpos son exiliados dimensionalmente en diferentes moradas metafísicas.

 

John Halsted, el renombrado genio del Estado Nororiental, ha conseguido retornar de una de ellas: el Infierno Ancestral, un lugar en donde el tiempo corre más lento y en donde aprendió las ciencias ocultas del éter. Sediento de venganza en contra de sus enemigos, éste desatará su furia en contra del Estado Noroccidental y todo intruso que consiga acercarse a la Ciudadela Nuclear.

 

Nero Yurpao y Reija Lee, con sus respectivos allegados, sufrirán los embates de esa furia sin saber, sino hasta el final, que el mundo ha decidido volver a sumirse en una guerra nuclear de escala extintiva y que se prepara, para la acogida y resurgimiento de una raza antigua, llamada: Los Vigilantes.

Ellos lo han planeado todo desde hace siglos. No obstante, requieren un miembro más en su orden para poder liberar al ser más peligroso de la existencia: El hijo de la Simetría. ¿Sobre quién recaerá este horrible destino? ¿Podrán deshumanizar al único sujeto que cumple con los requisitos y usarlo, para dar fin con la humanidad?

 

El Ascenso es una novela de proporciones descomunales, llena de parajes tecnológicos, armas inimaginables, entornos postapocalípticos que rebasan los límites de cualquier preconcepción estructurada. Durante la aventura, el lector se impregnará de las emociones de los personajes, a la vez que será testigo del revuelo de un conflicto global, cuyas previas fases parecen asemejar a las de nuestros tiempos.

LanguageEnglish
PublisherJ.A. CANE
Release dateNov 12, 2021
ISBN9798201118235
The Unborn: The Unborn, #2

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    The Unborn - J.A. CANE

    PRÓLOGO

    Descenso de Aswraith en el Infierno Ancestral

    Tiempo transcurrido en la transición: 7 años

    Día: 1

    Una travesía corta y un silencio agarrotado definen mi llegada. Abro mis ojos y noto que mi torso abraza un suelo arenoso lleno de miseria, me veo ocupando un espacio prohibido por la razón y la vida. El ondeante viento, cargado de polvo anaranjado, insulta mi visión, quebrando mis intenciones y resignando mi alma.

    Solo recuerdo una gran explosión que alejó mi espíritu, doblegó mi voluntad y disipó mi visión, hasta sumergirme en un verdadero y oscuro espacio.

    ¿Qué es lo que pasó? Emito al horizonte, observando el vacío arenoso del suelo, contraviniendo una voz interior que me refuta que continúo siendo materia, que continúo siendo yo. Y a pesar de sus advertencias, no me muestro seguro de ello.

    Siento que mi corazón late inintencionadamente, obedeciendo únicamente al mandato de la costumbre, obedeciendo a un pensamiento alicaído y escuálido, marcado por el paso del maléfico viento.  Cada ráfaga es un lapo en mi rostro, uno que no logra espabilarme, uno que me orilla a la humillación. Me siento como un error de la creación. Aun así no consiento la idea de que mis anteriores actos pudieran justificar esta parada: ¡sé que no fui un desgraciado! Puedo inferirlo en mi miseria y en la ropa con la cual llegué...

    Día: 50

    Esta arena corrupta me ha cambiado. He decidido envestirme de percudidos ropajes de seda de color plomo, para cubrir las harapientas vendas que envuelven todo mi cuerpo. Únicamente mis ojos resaltan de entre toda esa cobertura. Me siento momificado en el tiempo, como si mi cuerpo no hubiera podido reposar en las cenizas.

    Es éste, un uniforme tiñéndome de oscuridad, ocultándome del poder superior al cual culpo por todo lo que voy viviendo. ¿Debería no hacerlo? ¿Acaso es ésta, una parada obligatoria?, ¿o es que debería dirigirme a algún otro lugar? Quizá, sí. Pero no encuentro dirección alguna, solo esta amargura que me incita a acondicionar el entorno. ¡Soy un humano por Dios!, ¡debería tener un techo!

    Existe un nudo en mi garganta, un núcleo de palabras a punto de llegar a un cántico estruendoso, sin un receptor apto para su asimilación. Necesito hablar con alguien, aunque ese alguien sea el Diablo mismo. Necesito evitar la psicosis de mi incomprendida existencia.

    Soy un huérfano de la vida, y ese parece ser un momentáneo consuelo.

    Día: 76

    El cielo es un cúmulo de viento asentado en los más altos niveles atmosféricos, actualmente lo observo con gran resignación. En esas alturas solo se observa flamígeras y polvorientas nubes ¿A qué parte de la creación pertenece este lugar? ¿Podría comprenderlo de saberlo? No lo puedo inferir.  Solo sé que no pertenezco a este lugar.

    ¿Estaré envejeciendo? Que ojalá así sea. No existen los días ni las noches, solo un gran paraje iluminado tenuemente, por una fuente desconocida, un pequeño albor que juega con las diferentes densidades del polvoriento ambiente. La visibilidad se reduce a unos pocos pasos de distancia, y a su vez solo me permite observar a aquellos entes lo suficiente, para no entrometerme en su insana existencia.

    Todos parecen vivir atormentados por una gran aflicción interna. De sus entrañas parece emerger una orden explícita de autoflagelación. Oh, Dios, ¿por qué se odian tanto? Su cuerpo parece ser su enemigo, y al amparo de ello, su existencia, parece serlo también.

    ¿Realmente deseo morir? La respuesta parece ser sí. ¿Y por qué no simplemente, me entrego a las entidades? ¡No lo sé!

    Sin embargo, deseo fervorosamente que acaben con mi vana existencia, para siempre. A pesar de no poder explicar el porqué de la vida de estos seres, deseo que lo hagan. Empero, cada vez que los veo soy más impreciso en mis inferencias.

    Ellos simplemente me ignoran y quizá yo deba hacer lo mismo, también. A pesar de toda predisposición me mantengo observándolos con detenimiento, tratando de preguntarles cuánto tiempo más me permitirán vivir, y que, si ese momento lo tienen cerca, que por favor lo adelanten o difieran, según el dolor que quieran hacerme sentir. Y es que mi cuerpo no envejece. ¿Por qué? ¿Por qué no muero, Dios?, ¡dime por qué!

    Mi bello corporal no crece, y todos mis sentidos son tan precisos como los de un adolescente. No he sentido ninguna clase de dolor o deterioro físico que pudiera entorpecer mi mundano vivir. Asumo que todo vendrá de golpe. ¿Estaré condenado, o me convertiré en uno de ellos? Y si ese fuera mi futuro, ¿por qué no encuentro a más personas como yo, en esta fase de conversión? Simplemente, no lo entiendo...

    Día: 100

    Debo reunir el valor para explorar más allá. ¿Qué encontraré? Quizá nada, quizás solo deba hacerlo sin pensarlo mucho, quizás solo sea un grano de arena en este horrible mar de arenisca y deba tratar de encontrar un motivo para levantar vuelo.

    No moriré, lo sé. No morí antes y no moriré tan fácilmente. Pero siento que inevitablemente deberé hacerlo. Que habré de entregarme a ellos y que solo necesito descansar un momento, antes de hacerlo. Después de todo, la ventisca continúa haciéndose más fuerte y no me permitirá encontrar a las entidades tan fácilmente.

    No hace poco, vi a una de ellas, con los brazos en forma de puñal. Tendré suerte si la clava directamente en mi pecho, atravesando por el certero espacio entre las costillas y realizando un corte limpio e impecable en mi corazón. Ya puedo sentir el dolor. Figuré el momento tantas veces, que ya se hizo concreto en mi pecho.

    Sin embargo, ¿dónde están todos? A mí alrededor solían vagar las mujeres resecas, los animales peludos con patas de araña y otros tipos de seres innombrables. ¿Dónde están? quizá lo dudé mucho y mi castigo será no encontrar al verdugo apropiado.

    Día: 156

    Me encuentro recorriendo un sendero increíble. A ambos lados se observan dos filas de titánicas estatuas, con formas humanoides. Se encuentran alineadas unas con otras. Tienen cabeza de calavera y están envueltas en horrendas túnicas. Algunas, tienen las palmas plegadas en posición de rezo, y otras apuntan hacia el horizonte.

    Observo una en particular, la cual tiene el brazo extendido. Del anillo de su engarrada mano, cae una cuerda, que a su vez sostiene pendularmente una escultural araña de nueve patas invertidas. Los torsos del resto, son parcialmente visibles y a partir del cuello, resulta dificultoso observar las inmensas cabezas rocosas que, aparentemente, fijan la mirada hacia el sendero.

    Algunas tienen el pecho prominente, y sus inmensos corpachones me provocan una sensación de aplastamiento. Me siento tan pequeño en este lugar...

    Incluso, las bandadas de deformes aves en lo alto, se observan como puntos en sus gigantescas siluetas rocosas. Aquellos esperpentos volantes van rodeando la básica antorcha que llevo portando. Caen en picada, revelando ser insectos carnosos, con cabeza humanoide y esquelética, desprendiendo un zumbido intolerable. Aparentan querer devorarme.

    Que lo hagan, pero sin dolor.

    Día: 200

    Me dirijo nuevamente hacia lo desconocido. Aquellos templos de piedra tienen ventanas gigantescas que están dispuestas en forma asimétrica. No definen su umbral de entrada y se burlan de mi psicología.

    El vuelque emocional y paralizante que me circunda, nunca había estado tan cerca. A pesar de todo, intento recordar mi nombre, intento definirme a mí mismo, e intento llevar mi alma por un camino seguro, todo el tiempo. No deseo corromper mi cuerpo.

    La salida es un secreto a todas vistas, y a donde observo, existe ese polvo amarillento corrompiéndolo todo. Las siluetas de estos templos malditos forman una sombra que se proyecta a través de ese telar. El efecto horrido que desprenden, se adentra en mis pesadillas.

    Oscuras estancias llenas de sombras, fuego en cada cruce de sus tortuosos túneles, maldad pura que recorre el ambiente, y un funesto misterio alojado en cada esquina, es todo lo que veo en esos trances pasajeros.

    Dependerá de aquellas travesías furtivas, si mi humanidad se entremezcla con la dictadura universal y subjetiva, de la cual he estado siendo víctima.

    ¡Soy Aswraith! Y continúo dirigiéndome hacia lo desconocido.

    PRIMERA PARTE

    EL ÉXODO DEL

    REMORDIMIENTO

    CAPÍTULO 1

    Designios

    Primera dimensión. Agosto, año 2024.

    —¿D ónde está Toby? —preguntó Reija al misterioso hombre que los había notificado.

    —Está descansando... —respondió el susodicho, tras reposarse en el untuoso sillón. Era un hombre de mediana edad, algo alicaído y trigueño. Aparentaba ser desprendido, y les había ofrecido una melosa cordialidad desde el primer momento en que les había abierto la puerta, a pesar de haberlos atraído a ella y a su morada, bajo la excusa de concederles un espacio con Toby.

    ¿Qué otros aspectos tendría intención de abordar, aquel hombre? Fue lo que hasta entonces, continuaron preguntándose reiteradamente.

    —... Necesitará recuperarse al máximo, pues le esperan acciones muy importantes en el mediano próximo —agregó el individuo, tras absorber el aire del guantelete en su pipa—. No obstante, dudo que logren encontrar a Daniel y mucho menos, retornar vivos.  De seguro les esperarán rivales de suma polenta.

    Detrás de él, el ambiente desbordado de fineza, les impidió abstenerse de admiración. El hall de la mansión era un lugar atiborrado de adornos y menjunjes. Simulaba una hermeticidad oculta a la vista, una que en ese momento se aunaba a los constantes y melifluos ventarrones del exterior, agitando las ensañadas ramas con sus cristales. Una menuda lluvia estaba acompañando aquel desfallecimiento del ocaso.

    El hombre portaba un traje color gris y una intachable camisa blanca, adornada con una corbata color vino. Su antebrazo izquierdo estaba resguardado en el compacto espacio de un cabestrillo.

    —¿Quién eres tú? —preguntó Hod, algo camuflado en la progresiva penumbra—. ¿Y por qué deseas ayudarnos?

    —Mi nombre es Arthur King, y soy el último heredero de la Gran Logia del Alba —respondió el hombre, echando el humo posterior a la incandescencia de su artilugio—. Los ayudo porque... —resaltó, fijándoles la mirada—... Daniel salvó a Toby. Es indudablemente gracias a él, que este mundo logrará recobrar su balance. 

    —¿Este mundo? —replicó Reija posicionando la mirada en una repisa llena de retratos cuya subsecuencia estaba incompleta, debido la presencia de un pequeño vacío entre ellos.

    —Sí. Este mundo, es uno de los otros seis que existen. Y créanlo o no, la creación tiene una arquitectura bien definida.

    —¿Y tú cómo lo sabes? —preguntó Hod, luciendo su imparcial postura y desinterés, como siempre.

    —Nosotros... —respondió King con notorias ínfulas, a pesar de la indiferencia de su cuestionador—, hemos estudiado el pasado y el origen del hombre para poder resguardar su futuro. Ahora que mi organización ha sido abatida, no tengo ningún tipo de impedimento para transmitirles el conocimiento que he heredado. Al contrario, mientras más personas lo sepan, mejor. Solo así ya no será una exclusividad de los cerdos de la élite, algo que muy pronto también cambiaré.

    —¡Qué cosa tan inmodesta! —musitó Paul mientras se servía opulentas cantidades del fino wiski, reposado en una pequeña mesita entre los sillones —. Tú eres uno de ellos a los que llamas cerdos. Tú eres un maldito ricachón sin moral, al igual que ellos. Sin embargo —añadió, después de saciarse del sofisticado sabor, uno del nivel que su paladar jamás había tenido oportunidad de degustar —, admito que tienes buen material aquí.

    —¿Por qué deberíamos confiar en ti? —preguntó Reija.

    —Pues, porque soy la única opción que tienen —dijo King—, sin mi conocimiento jamás podrán viajar a la segunda dimensión. Además, lo hago por Daniel, quien siempre me pareció un encarecido pontífice en la búsqueda de la seguridad global.

    Al oír aquello, todos sintieron una palpable sensación de sinceridad. La descripción tan certera de su amigo, hizo que cedieran una gran parcela en el terreno de todos sus lineamientos de desconfianza.

    >>Lo recuerdo agrio y contrariado por los poderes que tenía, de algún modo, dispuesto a ir a la guerra en legítima defensa de la humanidad y de sus seres queridos. Espero que la vida nos regale más de esos hombres, concebidos a solo propósito de iluminar.

    —No sabía que estábamos en guerra... —aludió Hod con ironía y con intención, de disolver el risueño embotamiento del anfitrión.

    —Me refiero a una guerra surrealista. Aquella a la que toda humana existencia lleva aplicándose desde hace mucho tiempo. Una guerra que, en el imaginario colectivo, llevamos perdiendo en contra de nuestros creadores.

    —Estás loco, bribón... —evocó Paul desde la esquina en la que se había recluido, para dar fin con el vertido color ámbar—.  Sólo dinos como ir a ese lugar y nos iremos de aquí. 

    —Es curioso... —compuso King, apuntando a Paul con su pipa—, que tú te comportes tan incrédulamente, dado lo que tienes dentro y el conocimiento que aquello representa. Tú, más que nadie, sabes que la realidad no sopesa al mundo espiritual en toda su complejidad. Muy pronto lo reconocerás.

    —Me parece un anuncio extemporáneo y prematuro —agregó Hod—, ya que aún no nos has dicho qué debemos hacer para cruzar la barrera interdimensional.

    —¿Tus líderes no te lo dijeron? —preguntó King—. ¡Increíble!

    Todos cruzaron miradas cuando sintieron la innoble pedantería del anfitrión y sus extenuantes pausas.

    ―Tú... —añadió él, apuntando a Hod —, deberás traicionar a tus superiores a cambio de lograr dar con tu amigo. El portal interdimensional que el gobierno ha construido y que se encuentra en la montaña Cheyenne, parece ser la opción adecuada para ti.

    —Y a ti, bella mujer —agregó, dirigiéndose a Reija con notoria arenga y desinhibición—, destruir el templo de nuestra logia, localizado en las entrañas de los bosques apaches, te será afín. Ahí encontrarás la mitad izquierda de la piedra angular, la cual deberás reposar en el cristal bipolar.

    —¿Piedra Angular? —preguntó Paul, abriendo una segunda botella de wiski.

    —Sí —respondió King—. Es una roca que tiene propiedades físicas interdimensionales. Tú, encontrarás un yacimiento muy grande de ella en el interior de la mina Vulture, en el condado de Arizona.  El inframundo te será natural.

    —¿Y, Toby? —preguntó Reija.

    —Él... —respondió King, con evidente aspereza—... deberá cumplir su cometido en este mundo, y luego podrá ir con ustedes. Yo me encargaré de que se haga con sus acciones, una vez que honre a su familia y a todos sus seres queridos. 

    Reija asintió de modo indiferente, tratando de ocultarse de la penetrante mirada que King le propició, al parecer, involuntariamente. Por fortuna no tardó en verlo, brindándose mayores apartados para continuar predicando sus conocimientos.

    —Las brechas interdimensionales... —enunció él—, sólo se abren una vez cada ocho años. Por lo tanto, deberán atravesar su disrupción en la noche del treinta y uno de octubre de 2027, debiendo esperar unos cuantos años más. Si lo hacen antes —advirtió elevando el dedo índice—, se estancarán en el lugar más horrible que pudieran imaginar.

    Tres años más tarde...

    CAPÍTULO 2

    Reija y Toby

    Los había matado a todos.

    Y así, parcialmente sofrenada por una inmoral inhibición, Reija Lee recorría el suntuoso pero apesadumbrado sendero, delimitado por los cadáveres empalados que yacían en posiciones inhumanas y sangrantes por doquier. Sus acciones fulminantes habían congelado la escena, convirtiéndola en una estampa de cólera y desangramiento a su alrededor.

    Aquellas siluetas corporales, suspendidas, aparentaban hincarse ante ella, deslizándose en las estacas con escuetas reverencias. Y le cedían el paso hacia el altar, en donde la piedra angular yacía empotrada. Le delimitaban el sendero como si solo fueran despojos, con túnicas corporales negras, que el devenir había sentenciado a la pérdida. Tan solo consecuencias irrelevantes del presente. 

    El templo era gigantesco, y los inmensos pilares a su alrededor, parecían perderse en el oscuro de sus cumbres. Se podían ver decenas de figuras esculturales, talladas en el maleado granito. Eran figuras dantescas y góticas, de toda laya y linaje, inundando todos los rincones.

    Ciertamente era un loquero, desproveyendo de concentración, su obstinada seriedad. ¿Qué habrían querido conseguir esos ricachones con su afiebrada y delirante construcción?, ¿sería parte de todo lo sobrenatural, para lo que el templo había sido diseñado? Se preguntó, determinada a averiguarlo.

    Llegando al ostentoso altar, observó la piedra angular, anclada en aquellas enaltecedoras concavidades, rodeadas de oro y diamantes. Acercó su mano y la arrancó sin dilaciones. Era de color violeta, escabrosamente pesada, brillante, y rápidamente le transmitió un fulgor relampagueante. Debía alojarla en el espejo y así, realizar su cometido. Solo entonces aquel sentimiento, lograría dar con sus reales atormentadores.

    Encontraría a Daniel y lo haría en compañía de todos sus compañeros. Cumpliría aquel sueño alevoso que le había quitado la calma, durante muchos años. Después de todo, habiendo estado abiertamente reñida con el remordimiento todo ese tiempo, finalmente se le estaba dando la oportunidad de enmendar sus penurias.

    Volteó y retornó por el mortífero sendero, en dirección al inmenso ventanal. Una vez ahí, se sentó en una silla atronada y dispuesta a lado del cristal. En esa pose delictiva, giró la vista hacia el exterior. No pudo evitar observar con nostalgia, el rechinar ardiente de los carros que había destruido hace poco.

    La ladera de la montaña estaba toda iluminada con el infernal espectáculo, y las llamas se regodeaban en su festín apabullante, consumiendo la pradera. Casi parecía que el mismísimo fuego del infierno había asediado ahí, mofándose en su podrida demasía. Quizá ella hubo podido evitar infligir esa destrucción en aquellos lares, pero se había decidido por lo más práctico: reducir a sus enemigos lo más rápido posible y de forma impensada, cuando hubo asaltado el templo.

    Estaba claro que la purga había incurrido en el lugar con su llegada. Producto de ello, Reija había perdido el cabello equivalente a un puño en el lado izquierdo de su cabellera, y el resto de su pelo, estaba cayendo como cascada hacia ese lado, dándole una apariencia moderna. Cada hebra perdida y cada raíz derruida, se había rendido ante la gravedad cuando las estacas emergieron, con intención de apuñalar a sus enemigos.

    ¿Daniel habría pasado por el mismo esfuerzo, o tal vez, mucho más? Cuestionó Reija a la penumbra, tomando en cuenta el sendero que estaba por tomar. Sus manos se posaron en el marco del ventanal en un intento de alcanzar el infinito y subjetivo retrato de él, reflejado en el cristal.

    Una lágrima surgió de su párpado inferior cuando el temblor se acentuó, a causa del sentimiento. Se estaba determinando a enseñarles a los enemigos de Daniel, la sensación que su alma sintió cuando él se fue. Haría que sufrieran. Se lo había prometido.

    Sus ojos se languidecieron al repensarlo, se tornaron tristes y rabiosos a la vez. Sintió un oscuro y siniestro sueño lleno de ansiedad, llevando su mirada hacia los bosques, hacia la oscuridad que se retorcía entre los árboles.

    ¿Sería aquella densidad lóbrega, parte del submundo que la alojaría al morir? Se preguntó, pensando que aunque así no lo fuera, ella se ocuparía de llevar ese matiz destructivo al segundo mundo. Todo estaba predestinado a ser una dulce maldición, que le permitiría infundir muerte y dolor en los cuerpos de sus enemigos.

    El temblor fue cediendo en forma paulatina y su mente fue apaciguándose, conforme asimilaba esas intenciones. El momento propicio para el viaje lo estaba dictaminando el gigantesco espejo a sus pies. Aquél que, con sus destellos llameantes e hipnotizantes, la estaban incitando a hendirse entre sus falsas barreras.

    Era tan grande como la superficie de un auto, y estaba rodeado por un marco espurio, hecho de roble. Ella estrujó la piedra angular entre sus firmes manos, cuando aquellos destellos saltaron desde el cristal hacia su pálida tez y ojos ojerosos.

    El artilugio era un elemento interdimensional muy hermoso. Los rincones oscuros de la estancia también se salpicaron de aquel resplandor, llenándose del reflejo de las flamas, mezcladas con la electricidad chispeante de la roca. Simuladamente, la misteriosa pieza le estaba pidiendo iniciar el proceso. Reija asintió con desmedida, reposándola en el marco izquierdo del espejo tendido. Su pálida tez, el enérgico castaño de sus ojos, y el intenso brillo rojo de sus labios, se iluminaron al hacerlo.   

    De inmediato, un apabullante magnetismo trepó desde su mano derecha, para luego prolongarse hacia su vientre, sus senos, y finalmente, hacia su mente, logrando desasirla de su embotamiento. Solo entonces el recuerdo la asaltó, como un cargado chicotillo: debía estar desnuda para pasar el portal. Por lo que procedió, deshaciéndose de aquella blusa color negra, para luego seguir con sus jeans ajustados y sujetados al medio, por un cinturón café, ahora todos ensangrentados.

    Cuando por fin consiguió deslindarse de esa ajustada superficialidad, las bragas y los corpiños rosados, revelaron haber conservado su color. Se despojó de ellas lentamente, como si un amante la estuviera contemplando durante todo el proceso. En ese estado, sintió un inusitado chirrido. Un sonido estridente que invadió la oscuridad de la estancia y que había sido similar al que se escucharía de un iceberg, partiéndose.

    Las dimensiones quebrantándose...

    Se agachó en la penumbra y sintió el origen con el rozar de sus dedos. Era una línea fina la que hubo atravesado el espejo gigante, produciendo el agudo sonido.

    Comprobado aquello se incorporó, dibujando la silueta desnuda de su cuerpo delgado y tonificado, delante de la ventana iluminada por las llamas exteriores, para luego levantar su pierna y posarla delicadamente encima del espejo.

    De justo, sintió un viento helado iniciando su recorrido en su entrepierna, con cierto candor. El reflejo de sus contorneados miembros inferiores, respondió ante aquel allanamiento, contrayendo sus músculos más internos. Aparentemente, el espejo estaba manifestado su evidente intención de elevarla.

    La fuerza no tardó en magnificarse y levitarla, con la delicadeza de un imán opositor. El cortés efecto la hizo colocarse horizontalmente, como si reposara en una cama de aire en donde pataleó y bamboleó, instantáneamente. Sus pies se flexionaron y contrajeron durante aquel compás danzante, esperando no entorpecer el proceso. Se sintió como un santiamén cargado, un estado superfluo que la fue extasiando.

    Y así, imbuida de saciedad, el espejo comenzó a absorberla, iniciando por su hermosa curva trasera, para luego tomar la espalda, las piernas, y por último, el brazo izquierdo cuyo dedo índice acarició de último, el marco.

    Reija Lee sintió que una tibia piscina acogía su cuerpo, incitándola al sueño profundo.

    Aquellas gotas emprendían un abrupto descenso hacia lo inmenso de la nada.

    Delante, la lluvia dispersa ofrecía una amable posada al deslice de los recuerdos. Y lo hacían atreviéndose a rociar el rostro blancuzco de un hombre pensativo, osando cubrir su disuelto, castaño, y dócil pelo, para luego dirigirse hacia su respingada nariz, desde donde proferirían el quiebre que acabaría con sus individualidades. 

    El temple era procaz y aquellos cristalinos allanadores no se despedían de él, sin antes acariciar su piel y recorrerlo con tibios e hipnóticos serpenteos, rindiéndose hacia la incontenible furia de la gravedad. Ya se habían tornado en unos intangibles compañeros de melancolía, mermando los niveles más profundos de su corazón, y ahora estaban logrando envestirlo de áridos recuerdos.

    Toby Morgan se hacía dueño de aquellas sensaciones otorgadas por el destino. Las recibía como si fueran pequeñas muestras de afecto y auto represión, por el curso que su vida estaba por tomar. 

    ¿Qué tipo de crueldad hizo esto posible? —se murmuró, contemplando aquella lápida posicionada delante de él.

    La tibia lluvia que resbalaba en la estilizada roca, parecía responderle con su lento descenso a través de las letras grabadas. ADORADA SOBRINA, se podía leer en la loza, hipócritamente.

    Fuiste más que todo lo que pudieran haber cincelado en esta roca, fuiste la esperanza de tu padre, fuiste la esperanza de nuestros seres queridos, y, sobre todo, fuiste mi salvación.

    La rejilla del jardín exterior, a su lado derecho, simuló ser un arpa, captando y transmitiendo el subterfugio de esos pensamientos. Con ese melancólico ingrediente y muchos otros, se había formado una dinámica apacible, en la cual, el aire lluvioso, jugando y aliándose con el viento, se atrevía a travesear con su sotana negra. El emblema de la logia, con sus elementos (un martillo y un lápiz, entrelazados), reaccionaba vigorosamente ante aquel vituperio.

    Intentaré volver, Sara —le dijo al vacío espeso que envolvía su espacio, enjugando una pequeña lágrima de despedida—. Debo ir a buscarlo, debo hacerlo...

    Y dio la vuelta. Pasando de lado por el pequeño pasillo sin techo y adornado con bellas flores, fue dirigiéndose a la sala de los Cinco Maestros. Subió las opulentas gradas de color marrón, y mientras lo hacía, los inmensos pilares que rodeaban la pequeña capilla fueron revelando lo adherido a sus columnas, y lo del medio, grabado en el suelo: unos bultos humanos acordonados, y un infame pentagrama esculpido en el duro granito, respectivamente.

    Qué gran fiesta hemos armado aquí —farfulló King, posando al amparo del umbral y con el vientre de sus calzados oscuros, salpicados de lluvia, mientras veía a Toby acercarse.

    ―¿Qué acaso alguien los había tratado tan gentilmente antes? —añadió para el ambiente, de un modo particular y dirigido, hacia aquella abyecta y disuelta confraternización de gente mal entrañada, justo, cuando Toby pasó por su lado en dirección al recinto.

    Su brazo malherido, aún reposaba en el sostén de su cabestrillo, pero eso no le había impedido mostrarse sofisticado y fino, con su saco plateado aterciopelado y una corbata de sarga marrón.

    Toby sintió su timbre irónico. Su amigo estaba denotando su complacencia con la hazaña. Quizá había disfrutado mucho cuando Toby hubo interrumpido aquella ceremonia hace pocos minutos, noqueando y tapando los cuerpos de los participantes con sus propias sotanas, para luego sujetarlos con sogas a los pilares.

    Y para variar, su felicidad iba en aumento. La atroz tensión en las cuerdas, desgarrando los pellejos de aquella horrible gente, era la proporcional razón.

    Toby se paró delante de ellos en el centro del templo y observó sus movimientos vulnerables y lacónicos. Esos sujetos eran los hombres más poderosos del mundo, sometidos y reducidos a su verdadera naturaleza. Toby los recrudeció aún más con su postura irreverente, esperando que se hicieran con la palabra.

    —¿Qué piensas hacer con la piedra angular? soltó uno de ellos, conforme a lo pronosticado—. ¿La desperdiciarás para poder cumplir con tu absurda búsqueda?

    ¿Realmente deseas saberlo? —respondió Toby, asumiendo una mirada directa—. Bien... como todo ya acabó para ti, te lo diré de todas formas: es un saldo, no una expedición. Le debo mi vida a otra persona.

    El encarecido reojo de King se tornó atento a las reacciones de los caudillos y sus posibles expresiones viles, que de seguro no tardarían en emerger.

    —Pero hoy no estoy de mansa... —adicionó Toby, prosiguiendo e interrumpiendo su expectación, extrañamente fluida y cordial con sus enemigos—, para transmitirles mis pensamientos. Manifiesten sus últimas palabras antes de que ponga en marcha mi plan.

    —Así que decidiste desperdiciar tu vida —dijo Murray, rindiéndose ante la tensión de la cuerda desde el segundo pilar—, en un juego arriesgado que nunca comprenderás. No puedo decir que no estoy decepcionado. Solías exhibir una poderosa inteligencia al igual que tu padre. Pero ahora, pasarás a la historia como el máximo traidor.

    —Podrás lamentarte el tiempo que quieras en la otra vida... —respondió Toby, sin verse afectado por el oprobioso veneno que Murray solía arrojar—. No permitiré que esclavicen a la humanidad insidiosamente. 

    —¡Ingenuo! —gritó Murray—. Nuestro objetivo fue siempre el de prevenir la sobrepoblación.

    —¿Y quiénes son ustedes para decidirlo? —preguntó Toby—, ¿tienen la venia del Todopoderoso en la toma de este tipo de decisiones?, ¿o solamente se adhirieron a lo que les convenía?

    El eco de su juicio repercutió en la oscuridad de los arcos en lo alto, permitiendo que King también diera rienda suelta a sus arquetipos.

    —¿Quién decide quién muere y quién no? —dijo él. Un silencio inconforme invadió a los rehenes y King lo reconoció, sin dejar de ocultarse bajo la sombra de su predecesor—. ¡Díganmelo! y yo les diré si aquél a quien dicen seguir, ostenta la naturaleza para hacerlo. No obstante, déjenme decirles que dudo francamente que ese ser, sea el dios que ustedes creen que es.

    Toby se acercó al centro del salón, cuando el eco de todo lo evocado aún circundaba los rincones de la estancia. Estaba claro que la reserva a la que se estaban remitiendo sus caudillos fue siendo obsecuente y muy sospechosa.

    Una vez ahí, Toby sacó la roca de entre los harapos localizados a nivel de su pecho.  Era maciza y muy pesada, a pesar de caber en la palma de sus manos. Sus ojos brillaron ante el destello hipnótico de color violeta que ésta emitía, mostrándole una perspectiva sobrenatural. De modo simultáneo y sin que Toby lo notara hasta entonces, alguien entre la sometida tribuna se mostró desesperado, por querer predicar sus venenos.

    —Tobías Morgan King... —musitó ese ser, desde el pilar del medio. Su silueta enteramente cubierta, brilló al amparo de los relámpagos cuando se hubo manifestado. Era Robert Walton.

    ―... Al menos me servirá de consuelo —agregó, con su otoñal y entrecortada voz—, que serás aniquilado en el otro mundo.

    —No antes de arruinar tus intenciones —impugnó Toby—, tus planes, tus ansias de poder, tú sed de lucro incontenible. Reduciré el valor de tus millones hacia la nada.

    —¡Bastardo! —respondió Walton—, tu error es creer que se puede cambiar la naturaleza corrupta del hombre y su ambición de poder...

    —¡Y tu error fue creer... —gritó Toby—... que nadie detendría tus planes de dominio indefinido! No pensaste que la vida reformularía una solución para impedir tu enriquecimiento ilícito y permanente, ¿verdad? Pues esa solución fue ella.

    ¡BAM!

    Un sorpresivo balazo había chocado contra el mentón de Toby, en donde rebotó para luego desviarse al techo y extraviarse. Toby se dio la vuelta y vio el cuerpo de Samuel Cox, semicubierto y con el brazo protruyendo a través de las cuerdas. Estaba invadido de terror.

    —Invulnerabilidad, ¿recuerdas? —le dijo Toby, acentuando las sílabas.

    —¡No hay nada que puedan hacer! —gritó King, desde la cobertura que le había ofrecido un pilar periférico—. Toby superó la prueba y despertó sus genes ancestrales.

    —El elixir de la regeneración y la posible cura de todas las enfermedades, disuelta en las arterias de un estúpido como él... —respondió Cox.

    —No te preocupes —dijo Toby—, el mundo ya no necesitara de mi vacuna ya que lo liberaré del cáncer que lo carcomió desde sus inicios: el tumor maligno de esta podrida logia.

    —Debí suponer que una suborganización crecía en nuestra familia —osó decir Rothschild, con su característico timbre, irritantemente ronco—, ¡con intenciones destruir todo lo que habíamos creado!

    —Sí, así fue, y lo disfrutamos mucho —respondió King, con evidente sarcasmo.

    En ese momento la desesperación de los caudillos comenzó a hacerse más obvia y a convertirse, en una furia mal contenida. Algunos comenzaron a contorsionarse en repetidos intentos de conseguir la liberación, adoptando un comportamiento animalesco, cuya fiereza aparentó tornarse hacia la demencia y hacia la ansiedad, por una muerte rápida e indolora.

    —¡Dispáranos a todos, Samuel! —pidió Walton a Cox.

    —¡Púdrete Robert! —respondió Cox, elevando la pistola hacia su mentón.

    Tras unos segundos jaló del gatillo. La bala le atravesó limpiamente el cráneo, matándolo de modo instantáneo. Sin embargo, su mano continuó estrujando el mango de la pistola por alguna rara razón. 

    Todos quedaron perplejos con aquella acción. Les resultó claro que, hasta en el horrible asedio de la muerte, Cox se había comportado de modo egoísta, quitándoles el amargo pero bienvenido soplo de una defunción libre de sufrimiento.

    —Eso sí que es calor familiar, ¿no lo creen? —musitó King, al calor de los eventos.

    —¡Jódete, Arthur! —gritó Astler, desde la oscuridad de su máscara.

    Sin perder más tiempo, Toby se agachó para dejar la piedra angular en el centro del pentagrama esculpido del piso, lugar a donde ésta llegó a acoplarse perfectamente, gracias una pequeña ranura diseñada para albergarla. Entonces, el entorno inició su función.

    Toby retrocedió a la periferia, permitiendo que el proceso en aparente inicio, no lo afectara sorpresivamente. De un modo similar a como pronosticó, la  vibración del complejo se incrementó hasta que escuchó como si algo pesado y contuso, hecho de un aire muy denso, hubiera aterrizado en todo el espacio contenido del templo, invisiblemente.

    Todos sintieron su fatua presencia, alimentando la densidad de las partículas a su alrededor, estrujando los pilares y contraponiendo su volumen, al del opulento templo.

    El proceso cobró evidente dinamismo cuando una pequeña y electrizante chispa azul, comenzó a danzar en el centro. Sus pequeños tentáculos de gran luminosidad, crecieron desde su núcleo, hasta ampliarse a los pilares y paredes más lejanas, llegando a tocar los cuerpos de los infames prisioneros a quienes fue cauterizando.

    Los desgraciados gritaban agónicamente, simulando ser objeto de las torturas de una pequeña extensión del inframundo. El cadáver de Cox danzó al tenor de ese voltaje. Sus espasmos musculares, incitados por las descargas eléctricas, le hicieron elevar su miembro superior y disparar involuntariamente el arma. Los proyectiles liberados sin dirección, rebotaron incesantemente, desprendiendo fulminantes sonidos en sus desvíos.

    El panorama se había tornado tan horrífico, que todos los caudillos gritaron y se exaltaron, como si estuvieran ahogados en un cántico de incertidumbre.

    —¡Me dio! —bufó Murray en ese momento incierto—. ¡El muy desgraciado me dio!

    Las balas habían finalizado su recorrido en él y Robert Walton, atravesándoles el abdomen y el tórax, instantánea y respectivamente. Al contrario de Murray, éste último no pudo manifestarse. Toby pensó en que quizá un pulmón perforado lo estaba asfixiando lentamente y lo observó con detenimiento. Detrás de aquella sotana, el desgraciado estaba sufriendo y lanzando aullidos completamente acallados por el ahogamiento. Y lo mejor es que dirigía su sufrimiento hacia Toby, quizás porque lo estaba maldiciendo. Pasó un dramático tiempo lleno de contracciones silentes antes de que se rindiera a la agonía, al igual que todos sus músculos.

    —Dime cuantos billetes tienes ahora en tus bolsillos... —murmuró Toby, cuando él desfalleció.

    Coincidentemente al deceso del infeliz, comenzó a surgir una figura elíptica en el centro. Era simétrica por donde se la mirase, y estaba alcanzando el tamaño apropiado para el paso de una persona. Sin duda era el momento, y Toby ya estaba listo para lo que devendría. Dio una pequeña palmada de seguridad a la mochila donde tenía guardada, una bolsa repleta de ropa para Reija, y la arrojó al vórtice esperando que sea carbonizada. El empaque se perdió en la anomalía sin ningún contratiempo.

    Seguiría él...

    Toby estrujó los puños e inició su avance hacia el centro. Ni bien entró en el pentagrama, las corrientes eléctricas más distales lo envolvieron. Parecieron respetarlo. Se abrieron y perfilaron en un entramado sendero de telarañas con un alto voltaje, que lo incitó a seguir avanzando. A pesar de ello continuó aliándose de la lentitud y el recaudo, para no verse sorprendido por una descarga.

    De ese modo, con unos ojos insanos y unas pupilas abultadas, adornadas por su contraste ojeroso, él fue aviniéndose a la indebida petición. El rostro de Sara en sus pensamientos le hizo recuerdo de llevarse a sus caudillos consigo. Para lo cual, sacó una pequeña pistola de su sotana, la elevó al techo, y disparó al centro, en donde todas las cuerdas que los aprisionaban, convergían. Acción, que los liberó.

    La fuerza del incontenible vórtice engulló instantáneamente los cadáveres de Robert Walton y Samuel Cox. Seguidamente, un muy poco luchador y herido Murray, también fue atraído, liberando una horrible tira de sangre desde su tórax. Los otros dos habían echado a correr a la periferia, ni bien habían caído. Pero fueron atrapados irremediablemente por aquella negativa presión, pasando delante de Toby, emitiendo horribles gritos y maldiciones. Arrastrados, como si fueran levados por el ojo de un huracán.

    Toby cerró los ojos, elevó el mentón y dejó que su pálida tez se iluminara con el brillo de la elipse negra. El paso de esas siluetas innobles oscureció periódicamente sus párpados.

    —Al fin, todo acabó... —murmuró, cuando el eco retorcido de los infelices fue ahogándose con el timbre melancólico de sus palabras—. Después de tantas muertes y muchos sacrificios, ya todo acabó...

    Las nubes fueron relampagueando, y el inconfundible rayo de adverbio de sus truenos, se estaba mostrando risueño ante ellos. Quizá alguien los estaba observando desde el cielo.

    —Así es —dijo King, avizorando la merma del desenlace—. Estoy seguro que ella está muy feliz, en alguna parte de este mundo hermoso.

    —¿Esta es la profecía que viste desde el principio? —preguntó Toby, observando el vórtice.

    —No, esta profecía nunca existió.

    —¿De qué hablas? —cuestionó Toby, girando la mirada parcialmente hacia King.

    —Vi algo aterrador, algo frío e intenso, un mundo estéril y desolado, insensible a mis ojos. Sin embargo —agregó King, permitiendo que Toby retornara de su turbado trance y reenfocara su vista en él, esta vez totalmente—, pude aprender algo muy importante. El sacrificio humano es lo único que puede cambiar el destino. Lo entendí al ver lo que hiciste y sentiste.

    Toby lo miró con una señorial esperanza. Desde siempre, ese hombre había sido quien había tenido última palabra en todos los hechos. Alguien que en ese momento, se estaba mostrando sorprendido. Volcado de algún modo, ante las impredecibles maniobras del destino.

    —Nada está dicho —añadió él con determinación—. Tu corazón logró desprender la voluntad necesaria para salvaguardar el futuro. Sara lo sabía y por ello luchó hasta el final. No olvides lo que ella nos enseñó, a costa de su vida: cuando se despierta la voluntad pura del ser humano, es posible aleccionar el curso de los hechos.

    —No lo olvidaré..., sobre todo porque Daniel también está en esa situación. Su sacrificio está a punto de ser asfixiado por la maldad. Es por ello que debo ir por él, para sostener su voluntad.

    Toby retomó el fenómeno con su vista, tratando de repeler la tristeza que estaba atreviendo a coartarlo.

    —Eres la única familia que me queda y el único hombre capaz, de utilizar sus infinitos recursos por el bien de la humanidad —alegó King.

    Toby volvió a girarse y lo miró con unos ojos cargados de humedad y brillantez, antes de expresarse.

    —Tú lo harás... —respondió, nutrido de una corrosiva tristeza que consiguió adormecer su cuerpo—. Te dejo todo y confío plenamente en ti.  

    Seguidamente, Toby decidió soltarse en manos de la atracción y la latente oscuridad, que estaba inundada de surrealistas chispas, mostrándole el abstraído camino.

    Adiós, Sara...  

    CAPÍTULO 3

    Hod y Paul

    —¡N o, espera por favor ! —gritó en pose de suma plegaria y arrodillamiento. Y es que, a pesar de que era un soldado y que había sufrido un sinfín de torturas en su formación, no pudo resistirse a la idea de que el cañón, que estaba directamente posicionado en su sien, aullara en flamas y destrozara su cráneo. Sintió que debía vivir, que debía salir de ésa.

    —¡Donde está! —gritó el individuo delante de su miserable existencia, mostrándose asiduamente confiado de aflorar la Beretta que tenía portada en su mano derecha, mientras jugueteaba con lo que parecía, era un travieso caramelo en sus carrillos.

    —¡No lo sé! ¡Lo juro! Por Dios que lo juro...

    Desesperado y tembloroso, el soldado agachó la mirada, haciendo que el cañón ascendiera poco a poco hacia su corona, previniendo que el tiro ahí fuera más certero y mortal. Después de todo, al estar fracasando en el intento de amañar o diferir su muerte, sintió que debía perfilarse para morir, reconociendo quizá, que aquello iba a ser más conveniente que explicarles a sus superiores, cómo se habían robado el traje.

    Explicarles, cómo aquel hombre... <<—¿solo? >>... había logrado infiltrarse..., <<—sí, solo señor>>...  derrotando un par de decenas de soldados bien entrenados... <<—¡¿Cómo es posible que un solo hombre haya podido asesinarlos a todos?!>>..., para robarse el traje. 

    Sí, ya podía imaginar a sus superiores increpándolo de inútil, antes de relegarlo a categoría de predicador en las escuelas dominicales. De realizarse el hurto, y estaba casi seguro que así lo sería, iba a ser el más grande de la historia reciente, uno, que le brindaría un gran poder armamentístico a su portador. 

    Dado todo aquello, morir no sonaba tan apartadamente mal.

    El temblor se apaciguó, producto del silencio que en sus pensamientos se había manifestado inadvertidamente. La oscuridad derivada del cierre tensional en sus párpados, también dio tintes de ceder. El individuo continuó encañonándolo, mostrándose inmerso en sus propios e intensos pensamientos. Parecía piadoso y algo seco a la vez. De ser un terrorista, era muy probable que no perteneciera a la categoría de aquellos, inhumanos y animalescos. Además, llevaba un uniforme de asalto camuflado color plomo combinado con negro, muy similar al de la Fuerza de Élite Antiterrorismo.

    El soldado dudó por un instante... algo no cuadraba bien. ¿Acaso se trataba de un remoto caso de traición, de altísimo nivel? Se preguntó, sabiendo que para comprobarlo, tendría que atreverse a verlo y reconocerlo. Por lo que puso en marcha todo su valor para poder visualizar al agresor con mayor detenimiento. Era moreno, de cabello negro y liso, y se veía corpulento al amparo de la contraluz. Quizá había aparecido como un jodido espíritu, pero era un humano después de todo.

    La situación ameritaba hacerle algunas preguntas, antes de morir.

    —¿Qué piensas hacer con el traje y el portal? —se atrevió a decirle con gran desdén.

    Pero aquél no demostró afán por responderle.  Solo se había limitado a travesear con lo que sea que estuviera alojado en su mejilla derecha, y a mirarle con extrema rareza. Quizá porque era su estrategia de intimidación.

    —¿Piensas morir aun sabiendo que los encontraré de todas formas? —liberó el individuo, tras un largo trecho de inadvertencia.

    Está intentando suavizarme, pensó el soldado.

    —Estoy preparado para morir —se atrevió a decir con cortedad, evitando reflejar el miedo que sentía en sus acciones. Pero no contaría con la reacción del individuo. Aquél estrujó el mango del arma, alisó la flexura de su brazo y se dispuso a dar el disparo...

    ―!No!

    Afortunadamente aguardó en su acción, cuando él hubo gritado.

    >>¡Espere, se lo diré!, ¡pero no dispare!

    Hod Jasetunody había logrado su objetivo: quebrar al único soldado que estaba vivo. Las balas desplegadas y las explosiones generadas, habían dejado un saldo muy pobre de interrogación. Ese soldado era el único que había quedado en vida. Y por fortuna estaba ahí, sin siquiera imaginarse cuánto estaba dependiendo Hod de él. Fue una suerte que cediera y se predispusiera a escupir la sopa.

    —La compuerta se encuentra detrás del reactor... —comenzaba a decir el soldado, justo cuando él abrazaba algo de alivio—. Ahí encontrará un panel...

    De haber sido otra su actitud, en respuesta a su última pregunta: <<—Jale del gatillo si desea, ¡no se lo diré! (por ejemplo)>>, hubiera significado el fin de la misión. Necesitaba pasar el portal rápidamente.

    —... Y por ello necesitará esta clave: 2456REDDAMNED —le dijo de último.

    —Bueno... —respondió Hod, mirando al soldado con un dejo irónico pegado en el rostro—, eres un hombre muy duro de persuadir. Pero, te has ganado el derecho a vivir.

    ¡PUM!

    El soldado se desplomó tras el fuerte golpe efectuado en su pómulo derecho, con el mango de la pistola.

    Se levantará, pero no lo promoverán por esto.

    Hod dirigió la mirada hacia el contumaz vacío del fondo, pasó por encima del soldado caído y se dispuso a evadir los cuerpos de aquellos infortunados que se cruzaron en su camino, abatidos por sus balas, y caídos en desconsoladas poses a su alrededor.

    Estando sólo y sin riesgo, se dispuso a escudriñar el pequeño laboratorio, el cual era de un ancho y un largo no mayor al de un camión. Tenía todas sus paredes conformadas por cables y ordenadores empotrados en todos sus rincones, destellando y mandando chispas hacia la plataforma, donde los pasos de Hod resonaron conforme avanzó.

    El espacio era estrecho y los cadáveres de los soldados estaban apilados uno sobre otro. Hod miró hacia atrás instintivamente para observar la compuerta corrediza, convenientemente cerrada.  Comprobado aquello, volvió a voltear para poder analizar la luz que tenía en frente. Aquel brillo intenso y azulado estaba deviniendo de un reactor nuclear, azogadamente alimentado por un enmarañado de cables, adentrándose en su estructura. Su funcionalidad, absuelta de incomprensión y sometida únicamente por la naturaleza, parecía estar conservada.

    En el vientre de aquel redondo pedazo de metal, crujía incesante la energía. Y de seguro fluía, distribuyéndose en todo el complejo, saciando y alimentando todas las dependencias del laboratorio situado en los adentros de una montaña, quirúrgicamente esculpida para albergarla.

    La vasta profundidad de su localización, solamente había sido persuadida por el tren hipersónico en el que Hod se había infiltrado. Tomando en cuenta el tiempo que había transcurrido para que pudiera arribar al lugar, tras esa velocidad, Hod infirió que era muy probable que la circunscripción del terreno donde se encontraba, rayara en las entrañas del averno.

    Pronto descubriría el vínculo con los demás elementos tecnológicos que harían posible que pudiera salvar a su amigo. Con algo de incertidumbre, extendió el brazo derecho para alcanzar el panel situado en el pequeño umbral, delante el reactor. Ahí, escribió el código que le había proporcionado el soldado.

    —Acceso concedido —dijo una vocecilla, confirmando el acierto. De inmediato, dos gigantescas compuertas iniciaron su despliegue.

    La lenta brecha de apertura, fue revelando un interior inundado de luz violeta, con una consistencia acuosa. Iluminado por ella, Hod ingresó en el recinto, sin vacilaciones. Su juiciosa mirada, analizando todas las esquinas, trató de evadir lo enteramente evidente: el portal en el fondo del salón. El intenso destello que el artefacto emitía, estaba delimitado por un marco metálico circular, alimentado por un sinfín de cables provenidos del reactor. Tenía el diámetro apto para el paso de un hombre como él, y su dinamismo parecía estar acentuado.

    Hod se deshipnotizó de la inexorable presencia de la máquina, para poder centrarse en el contenido de una vitrina situada en la pared este, ocultando lo atesorado y resguardado en su espacio: los nanoreactores del traje más poderoso, jamás creado por el programa de infiltración de su país.

    Hod rompió el vidrio con un golpe agudo de su pistola y fue sacando cada uno de sus componentes, para luego desplegar su investidura. Sostuvo las sofisticadas piezas que tenían forma de discos ergonómicos y perfectamente adheribles a la superficie corporal, y las colocó en su pecho, así como en su espalda, línea media prepuberal, hombros, coderas y rodilleras.

    Todas las piezas se adhirieron electromagnéticamente, y con sutilidad, las nano partículas liberadas por ellas, fueron haciendo una conjunción automática entre los discos, llegando a cubrir todos los segmentos de su cuerpo y formando hombreras, coderas, guanteras, perneras y toda pieza par, particularmente diseñada para cada segmento corporal. Cada parcela de su tejido esculpido se robusteció debido a la seguidilla de piezas similares a unas vertebras aplanadas que emergieron y las cubrieron. Concluido el proceso, una serie de destellos luminosos se activó en cada partícula.

    El resultado: una poderosa máquina de batalla, de gran ergonomía, capaz de generar un surtido sinfín de armas, cubriéndolo desde la punta de los pies, hasta el cabello más alto de su corona. Hod amó su color enteramente negro adornado con destellos azules, pero no así, el casco. Por lo que decidió activar el modo de reconocimiento manual, tras lo cual, el casco se plegó por debajo de la nuca.

    Aquello, dotado de artefactos, cuya letalidad incorporaría a su infalible razonamiento y sutileza, sería todo lo que necesitaría para emprender el viaje. Sin embargo, algo no se mostró bien.

    —¡No puede ser! —evocó al constatar que el dispositivo circular, situado en la espaldera, se encontraba sin energía. Sin saberlo hasta ese momento, solo la celdilla de la pechera había estado alimentando todos los implementos a la mitad de la potencia.

    Pero no había tiempo que perder. Emprender una búsqueda del sustrato energético para el dispositivo, iba a connotar un riesgo muy importante de muerte. Debido a ello decidió que pasaría por el portal sin importar qué. Se acercó lentamente hacia el vórtice y lo miró con acrimonia. Era el mismo artefacto que había determinado el paso de Daniel hacia la siguiente dimensión. Su brillo y su consistencia gelatinosa, desprendía menudas irregularidades como si hubiera una caldera rehirviéndola del otro lado.

    Hod extendió el brazo derecho, tratando de tantear el grado de atracción gravitacional. No contaría con que aquél atrapara la fluidez con la que la sangre, recorría sus venas. No había garantías, era ahora o nunca.

    ¡BAM!

    —¿Eh? —Varias siluetas enmascaradas entraron en el laboratorio. Uno de ellos le había disparado en la espalda. Hod apreció que el traje lo había protegido con éxito y que las partículas en el sitio del impacto, se habían orillado hacia el canto. Debía pasar antes de que lo ametrallaran y se incrementara el riesgo de perforación.

    —¡Deténgase o será eliminado! —emitió uno de ellos, pero Hod no lo hizo. Aceleró el desencuentro con su verdadera aversión, corriendo hacia la luz.

    Al ver aquello, los soldados arremetieron con

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