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Volver a la TIERRA: Descubrimiento del Origen
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Volver a la TIERRA: Descubrimiento del Origen
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Volver a la TIERRA: Descubrimiento del Origen

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?Te has preguntado alguna vez como fue que no termino el mundo el 21 de diciembre del 2012?

El calendario maya dio por terminar en esa fecha, pero los mayas aseguraron que ellos no predicaron tal acontecimiento, sino que seria el principio de una nueva era. Las especulaciones a traves del mundo al igual que cientificos reconocidos coincidieron que si existia la posibilidad de que terminaria el mundo para esa fecha.

El protagonista de Volver a la Tierra al sufrir una gran tragedia se ve obligado a regresar a su tierra natal en el maravilloso estado de Yucatan y en si descubre su origen y su proposito que es salvar al mundo de tal catastrofe.

LanguageEnglish
Release dateApr 26, 2022
ISBN9781639858118
Volver a la TIERRA: Descubrimiento del Origen

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    Volver a la TIERRA - Ofelia A. Villanueva

    cover.jpg

    Volver a la TIERRA

    Descubrimiento del Origen

    Ofelia A. Villanueva

    Copyright © 2022 Ofelia A. Villanueva

    All rights reserved

    First Edition

    Fulton Books

    Meadville, PA

    Published by Fulton Books 2022

    Based on the script written by Carlos Bruno Villanueva

    ISBN 978-1-63985-810-1 (paperback)

    ISBN 979-8-88505-780-6 (hardcover)

    ISBN 978-1-63985-811-8 (digital)

    Printed in the United States of America

    Table of Contents

    Capítulo Uno

    La sepultura

    Capítulo Dos

    La despedida

    Capítulo Tres

    El despertar

    Capítulo Cuatro

    La salida del sepulcro

    Capítulo Cinco

    El regreso

    Capítulo Seis

    Mi tierra

    Capítulo Siete

    Mi primera familia

    Capítulo Ocho

    ¿Dónde está Diego?

    Capítulo Nueve

    Un nuevo amanecer

    Capítulo Diez

    Renacimiento

    Capítulo Once

    Hacia la nueva luz

    Capítulo Doce

    2012 año de la mujer

    Capítulo Trece

    La fiesta de la cosecha

    Capítulo Catorce

    La fiesta de la Virgen

    Capítulo Quince

    La consumación

    Capítulo Dieciséis

    Un mundo nuevo

    Sobre el Autor

    Para mi querido esposo y compañero en esta hermosa jornada.

    Fue Carlos B. Villanueva quien confió en mí determinadamente al poner en mis manos su guion para en sí darle vida y finalmente realizar su sueño.

    Capítulo Uno

    La sepultura

    De ceniza somos, a cenizas nos convertiremos, dijo un sacerdote en los servicios fúnebres de la familia de Diego DeLorean. Lamentablemente, las solemnes palabras no le brindaban ni consuelo ni resignación. Realmente tenían un significado mucho más profundo.

    —¿Por qué ha sucedido esta tragedia por segunda vez en mi vida?

    Se preguntaba Diego con desconsuelo.

    La inesperada lluvia caía libremente por su cara mezclándose con sus dolorosas lágrimas. Había un semblante de terrible padecimiento sobre su rostro que era de comprenderse. Se mostraba totalmente desconcertado, ya que no era la primera vez que pasaba por tan inmensa pena. No lograba comprender por qué en su niñez había perdido a sus padres y a su hermanito y ahora se enfrentaba a la horrible realidad una vez más. Su esposa y sus hijos junto con sus respectivas parejas al igual que sus nietos, habían sido víctimas de un trágico accidente aéreo. Viajaban hacia Disneyland para pasar unas deleitables vacaciones. Diego no los acompañaba debido a que su empresa por primera vez se uniría con la reconocida bolsa de valores, New York Stock Exchange. Indudablemente, era un paso fundamental en el mundo de negocios para la corporativa Jaguar Global Corporation.

    —¿Será esto un castigo?, ¿por qué debo pagar con semejante dolor? —lamentaba Diego.

    Se encontraba en el cementerio rodeado de más de tres mil personas, algo que simulaba un concierto y no un solemne acontecimiento. Se incluían entre ellos familiares y amigos y los demás eran desconocidos que solo pretendían ser contados en el sensacionalismo que tomaba primer lugar en las noticias. Ningunos de los acompañantes en la dolorosa despedida lograban consolar su alma. Nadie podía imaginar el amargo dolor que sentía, ya que la mayoría de la gente jamás había presenciado un servicio fúnebre donde había ocho ataúdes.

    Era una tarde anublada y tempestuosa, motivo por el cual la gente se protegía con sus paraguas negros que formaban una capa brillosa sobre el cementerio de la ciudad de El Paso, Texas. Un gran número de acompañantes del señor Diego DeLorean eran dignatarios políticos estatales al igual que líderes mundiales que se unían en su inmenso dolor en la trágica pérdida de sus seres queridos.

    Para lograr acomodar la inesperada cantidad de acompañantes, la funeraria tuvo la tarea de armar casetas provisionales para proteger a la gente contra la espontánea lluvia. Los ocho ataúdes pertenecían a los cinco adultos fallecidos y entre ellos se incluían tres que eran para los niños. Los familiares de los difuntos se encontraban sentados detrás de Diego y su lado estaba Héctor Zubia y su distinguida esposa, Anna. Héctor era un ejecutivo indispensable en la enorme empresa, Jaguar Global Corporation. A pesar de ser algunos años menor que Diego, su comportamiento y su manera de vestir eran muy igual a él. Lo respetaba y lo admiraba plenamente y en este día de gran tristeza, su rostro demostraba su completa solidaridad.

    Los empleados de la empresa cumplieron en acompañar a Diego en la solemne ceremonia en señal de respeto y compasión en la pérdida de su apreciable familia. La mayoría de ellos le habían dedicado más de veinte años de servicio. Lamentablemente, Diego no cultivaba ninguna relación profesional con ellos. Los demás acompañantes probablemente asistían nada más por cumplimiento, ya que realmente no conocían a los difuntos. Sin embargo, Diego era reconocido por ser un afamado empresario que diariamente se presentaban reportajes noticieros sobre su impresionante empresa, Jaguar Global Corporation. Diego DeLorean era una figura renombrada por todo el país como también a nivel mundial. Al igual, en la ciudad de El Paso, Texas que contaba con más de 700,000 habitantes, se dignaba en contarse entre los importantes líderes por lo cual, recibía admiración y respeto. Recientemente, se había honrado en ser el primer multimillonario en la crecida ciudad.

    Dos helicópteros de los noticieros nacionales pretendían capturar con sus llamativas cámaras, reportajes conmovedores para el beneficio de sus respectivas audiencias. Competían insaciablemente el derecho a dicho reportaje, ya que el trágico accidente de su familia en sí, era materia de sensacionalismo internacional. Los camarógrafos astutos se esmeraban en grabar la escena mientras luchaban contra la tremenda lluvia que pronto inundaría la sedienta ciudad.

    Diego se encontraba en justo desamparo al ver la multitud de rostros desconocidos que se unían en oración compartiendo en su dolor. La lluvia era bien recibida en esta ciudad que carecía de humedad, ya que por su ubicación en el suroeste de los Estados Unidos formaba parte del sediento desierto. El clima en esta región no era constante, sino que al contrario, podía caer un aguacero y al momento salir el radiante sol de nuevo. Motivo por el cual, era prudente protegerse con sus paraguas de ambos climas radicales.

    La fragancia de los hermosos arreglos florales ubicados sobre los ataúdes sobresalía cuando la lluvia se calmaba. Realzaba con intensidad como vapor aromático que levantaba el ánimo, aunque fuera solo momentáneo. La lluvia perduraba transmitiendo toque de luto a través del lastimoso cementerio. El sol lograba escaparse entre las nubes y al iluminar los adornos metálicos de los ataúdes estallaba rayos que encandilaban intensamente. Tal como se encandila un venado cuando el cazador ilumina con su linterna directamente a los ojos y fácilmente puede ser dominado, así mismo se encontraba Diego.

    Dirigía la mirada hacia los ataúdes y agonizaba al pensar que se encontraban vacíos. Debido a la explosión en el accidente aéreo, nada había quedado de su adorada familia. Esta horrible realidad se manifestaba en su decaído rostro.

    —¿Cómo se sentirían mis hijos, mis nietos, mi esposa, en esos agonizantes minutos cuando acertaron que no había esperanzas de sobrevivir? Quizás se encomendaron a Dios pidiendo que hiciera su voluntad. O quizás fue tan rápido que no hubo tiempo de pensar en nada —lamentaba Diego.

    Desafortunadamente, al encontrarse frente a los ocho ataúdes la cruel realidad lo martirizaba sin piedad.

    —¿Será esto real?, ¿o quizás es una horrible pesadilla de la cual no puedo escapar?

    Cerró los ojos para borrar su dolor implorando a Dios que al abrirlos regresara a una etapa más feliz en su vida. Lamentablemente, su vida se había transformado drásticamente y esa fase jamás regresaría.

    El servicio fúnebre continuó y el sacerdote con infinita devoción empleó frases misericordiosas para consolar a los dolientes. Les brindó una explicación a la tragedia implorando que Dios les esclareciera sus mentes y enterneciera sus almas. En todos sus años de experiencia, jamás había oficiado en una ceremonia donde hubiera múltiples difuntos de una sola familia. Aun así, Dios le otorgó la gracia en poder explicar que, a pesar de la inmensa y dolorosa pérdida, Dios bendecía con la resignación y la esperanza de que ellos traspasarían a la gloria celestial. Sus bondadosas palabras se extraviaron en el aire reprimidas por el ruido de los helicópteros que volaban a lo alto del cementerio intentando capturar escenas para las noticias de la tarde.

    La inesperada tormenta había causado algunos accidentes automovilísticos urgiendo que las ambulancias y los bomberos salieran de sus respectivas estaciones. Los escandalosos chillidos de sus sirenas ensordecían aumentando al inmenso ruido que ya consistía. El excesivo tráfico provocado por el sensacionalismo había estancado el avance normal de la carretera, ya que todos pretendían avistar al afamado mogol en su vulnerable momento. Debido a que el cementerio estaba ubicado debajo de la carretera interestatal 10 que se enlazaba con algunas otras carreteras, enaltecía el zumbido. En este preciso lugar, las carreteras transitaban a diferentes rumbos de la grande ciudad contando entre ellas, entrada principal hacia México.

    De nuevo se calmó la tormenta y esto dio lugar a que un pajarito descendiera sobre la carpa que protegía los ataúdes. De allí, con gracia sin igual, voló hasta llegar al ataúd de uno de los niños. Dio unos cuantos brinquitos y finalmente aterrizó encima del arreglo floral de exquisitas rosas rojas y claveles blancos que adornaba el pequeño ataúd. Con su piquito recogió ramitas que necesitaba para formar su nido. De pronto se detuvo y dirigió su mirada hacia Diego que se encontraba frente a él. Parecía percibir su tremendo dolor y de repente soltó las ramitas. Brincó dócilmente acercándose a la orilla del ataúd con sus alas extendidas exageradamente y dio principio a un lindo homenaje con sus cantos. Sentía pena de haber robado lo que necesitaba y pedía perdón con su bonita melodía. Diego le agradeció más a este pajarito su humilde homenaje que a la multitud de gente desconocida que lo acompañaba simplemente por formar parte del espectáculo. De pronto voló reuniéndose con los demás pájaros y juntos desaparecieron en la infinidad del cielo. Diego los siguió hasta perderlos de vista. Suspiró y en su rostro se dibujó una breve sonrisa que pronto se borró al enfrentarse a la cruel realidad de nuevo.

    —Anna, ¿por qué sucedió esto?, ¿qué hice para merecer este castigo? —protestó Diego.

    —No es un castigo Diego. Fue un trágico accidente —afirmó Anna intentando consolarlo.

    —No entiendo por qué le pasó esto a mi familia —insistió Diego.

    —Solo Dios sabe, pero lo que sí le puedo asegurar es que su familia está en la gloria celestial.

    «¿En la gloria celestial? Nadie sabe exactamente para dónde nos vamos al morir. Son palabras que todos afirmamos con el fin de consolar», pensaba Diego.

    Recordó que un sacerdote le había explicado la existencia de la gloria cuando era niño, ya que ese tema siempre lo había desconcertado. Con tristeza hizo reminiscencia de cuando vivía en Yucatán donde había perdido su familia por primera vez. Su papá, su mamá y su hermanito habían muerto a consecuencia de la peste que había caído en su pueblo natal en los años sesenta. Diego de milagro había logrado escapar de allí y a su tierna edad había vagado hasta llegar a Ciudad Juárez donde afortunadamente fue adoptado por una familia americana.

    —Todos mis esfuerzos fueron para proveer un buen futuro para mi familia. Pero ahora comprendo que, en mi afán, los traté mal y al final los abandoné. No fui un buen padre ni buen esposo y ahora me he quedado solo —lamentó Diego— ¿Cómo pude ser tan egoísta? —murmuró al dirigir su mirada a los ataúdes.

    —¿A qué te refieres, Diego? —preguntó Héctor.

    —Me refiero a que por mi egoísmo me ha castigado Dios.

    —No, Diego, no piense en eso. Dios no castiga, al contrario, ellos están en el cielo al lado de Él —sostuvo Anna con su suave voz.

    Sus palabras eran comunes, las cuales todos expresan en momentos difíciles al no encontrar respuesta al dolor ni explicación a la muerte. Pero por lo visto, no lograban consolarlo en estos difíciles momentos. Su rostro manifestaba el inmenso dolor que había terminado en destrozarlo por completo.

    El sacerdote se acercó frente a Diego y brevemente interrumpió su incesante trastorno. Por su rostro se dibujó un gesto de desilusión al escuchar parte de la conversación entre Diego, Héctor y Anna. Percibió que quizás sus conmovedoras palabras habían sido en vano. Sin darle más importancia a lo que había escuchado, se acercó a Diego y le brindó un abrazo.

    —Señor DeLorean, le doy mis más sinceras condolencias en estos momentos tan dolorosos. Quisiera también expresarle que sus seres queridos están en la gloria con nuestro Padre Celestial. No se sienta solo. Dios está con usted y con todos nosotros.

    Al escuchar las solemnes palabras del sacerdote, la terca perturbación lo perseguía como una pesadilla de la cual no se logra despertar.

    —Todos dicen que mis seres queridos se han ido al cielo, pero eso a mí no me sirve de nada. Esas palabras salen sobrando y no tienen sentido. La realidad es que ya no están aquí, me he quedado solo en el mundo una vez más y nunca los volveré a ver. Fue tan de repente que ni pude despedirme, ni un abrazo, ni un beso, nada. Esto no puede ser de Dios. Si Dios es tan bueno y nos ama tanto, ¿por qué nos manda tanto dolor?, ¿por qué me castiga una vez más? No soporto esta pena —sollozó Diego.

    De nuevo el remordimiento logró apoderarse de su derrotada alma estrujándolo sin piedad. Las lágrimas rodaron libremente por su triste rostro y cayeron en la tierra donde se perdieron entre el agua del cielo. En ese momento el sacerdote le entregó seis crucifijos que Diego instintivamente abrió sus manos para recibirlos. Quedó paralizado con el peso, ya que era todo lo que había quedado de su familia. Representaban sus seres queridos que jamás volvería ver. El sacerdote lo vio a los ojos y percibió el martirio y la incertidumbre en la cual se encontraba. Se retiró con la esperanza de que Dios le concediera la fuerza y la resistencia para sobrellevar la inmensa pena. Se despidió llevándose dos crucifijos que entregaría a los demás familiares.

    En ese momento se escuchó un espantoso ruido que zumbaba por el cielo aterrorizando a todos en el cementerio. Era un sonido fenomenal que aumentaba con cada instante. Todos volteaban al cielo conmocionados al verlo cubierto con una capa negra que descendía hacia ellos. Corrían desesperadamente en búsqueda de protección, ya que era algo que nunca habían visto. Al momento descubrieron que la espesa nube era miles de pájaros negros que caían muertos encima de todos como una tenebrosa tempestad. Al impactar en las tumbas salpicaban con sangre y plumas y se estrellaban con tremenda fuerza sobre las cabezas de la gente causando profundas heridas. Las personas que traían paraguas las empleaban como escudos para protegerse contra el inesperado ataque celestial. Se escuchaban gritos espantosos por la confusión del acontecimiento sobrenatural.

    Todos corrían con urgencia rumbo a la carpa que de pronto se convirtió en refugio para el exceso de personas que huían y a consecuencia terminó por caerse encima de ellos y de los ataúdes. Al no haber protección la ninguna, los pájaros libremente picoteaban a todos en la cara y en la cabeza creando aún más terror. Al igual, Diego también fue víctima de un pájaro que le picó en la cara causándole que perdiera el equilibro y cayera de rodillas. Fue en eso que notó que sangraba de la cara y de las manos. En ese momento los que estaban bajo la protectora carpa salieron de allí mientras los demás intentaban entrar en busca de refugio.

    Con gran esfuerzo, Diego logró ponerse de pie para evitar que lo pisotearan, pero terminó por caer una vez más. En ese momento descubrió que había perdido los crucifijos que tanto había cuidado. Se fue gateando entre los pies de la gente y finalmente logró recuperar dos de ellos. Lamentablemente, no le fue posible encontrar los demás, ya que los pájaros caían sobre su rostro hiriéndolo sin piedad. Su elegante traje ahora se encontraba sucio y roto en varios lugares. Los huesos de los pájaros tronaban al caer al suelo y la sangre rociaba todo alrededor del panteón. Las plumas volaban por donde quiera dando toque final a la asombrosa escena. El fuerte impacto de los pájaros rompía los paraguas de la gente que huían en búsqueda de protección bajo los árboles cercanos.

    La catástrofe no se contuvo nada más al suelo, sino que también emprendió su brusca mano sobre los helicópteros que navegaban alrededor del panteón. Los pájaros se lanzaron contra los propulsores de uno de los helicópteros que descendía directamente bajo la negra nube. Rompieron el vidrio al impactar llenándolo de sangre y plumas que obstruyeron la visibilidad del piloto causándole que perdiera el control y de inmediato se estrelló a un lado del cementerio. Debido a que volaba muy bajo, el impacto no tuvo consecuencias trágicas. El otro helicóptero también tuvo un desagradable encuentro con los pájaros, pero logró ascender rápidamente evitando lo previsto. El camarógrafo quería seguir filmando y no comprendía por qué el piloto había decidido ascender y retirarse rápidamente.

    —¿Qué haces?, ¿por qué nos vamos de la locación? —gritó en desagrado.

    —¡Podemos estrellarnos! ¡No vale la pena! —respondió el piloto.

    El helicóptero dio vuelta y se perdió de vista dejando atrás el caos que aumentaba cada instante. Se escuchaban gritos pavorosos por todo el cementerio que se encontraba repleto de miles de pájaros muertos.

    Mientras tanto, en la estación directiva de la cadena noticiera un supervisor exigía que el piloto se regresara al cementerio.

    —Regrésense de inmediato. ¡Necesitamos más rodaje para las noticias de la tarde!

    El piloto obedeció y de pronto regresó al oscuro ambiente mientras el camarógrafo enfocó la cámara directamente al cementerio. Logró capturar la tempestad de pájaros que disfrazaban el suelo convirtiéndolo en un espeso mar.

    Los técnicos responsables de los monitores quedaron impactados al ver el pavoroso caos que se transmitió al aire en vivo interrumpiendo la programación diaria. Era imponente verlo a través de los medios de comunicación, pero presenciarlo era inconcebible.

    En los Estados Unidos, las cadenas noticieras habían reportado casos parecidos en los estados de Arkansas, Luisiana, Tennessee, y Oklahoma donde también habían caído grandes cantidades de pájaros muertos. Los científicos explicaban que había sido por motivo a que los pájaros se habían espantado con los fuegos artificiales del festejo de fin de año. Otras explicaciones habían sido que los pájaros se habían desorientado por un desequilibrio ambiental o también pudiera haber sido a consecuencia de envenenamiento no intencional.

    En la China, Italia, Brasil y en Inglaterra encontraron toneladas de pescado y marisco muertos en el mar. También fue explicado por ciertos científicos que había sido por consecuencia ambiental. En otros casos se concluyó que pudieran haber sido profecías bíblicas en referencia al fin del mundo. Por cualquier motivo que hubiera sido, era muy distinto ver algo semejante por televisión a presenciarlo como fue en el cementerio.

    Al terminar la lluvia de pájaros, dio principio otra etapa en el horroroso desbarajuste. Había víctimas con heridas severas que obviamente requerían atención médica mientras otros eran de menos gravedad. Las personas que fueron más afortunadas prestaban su ayuda dando tiempo a que llegaran las ambulancias. Un gran número de personas habían llamado de sus teléfonos celulares implorando auxilio inmediato.

    Al momento, llegaron las primeras ambulancias conduciendo cuidadosamente entre la multitud de lesionados. Con eficiencia y rapidez se bajaron de las camionetas dirigiéndose a la parte trasera para disponer de su equipo de emergencia. Los quejidos de la gente eran espantosos y sus súplicas difíciles de negar.

    Cuando llegó el segundo grupo de ambulancias se dedicaron en categorizar los heridos por orden de urgencia. De esa manera los más necesitados se atendían primero. Técnicos y auxiliares de pronto se encargaron de recoger los pájaros muertos para poder acercarse a los lesionados. Los guantes que empleaban para proteger sus manos ahora estaban rotos, ya que los huesos y los picos de los pájaros habían penetrado el delicado hule. Sus uniformes quedaron completamente salpicados de sangre y al momento no se distinguían entre los heridos en el cementerio.

    Héctor y Anna desesperadamente buscaban a Diego y al final lo vieron en el suelo gateando entre la gente que huía sin rumbo. En ese momento su mente se enfocaba en los crucifijos que se habían caído y luchaba por encontrarlos. Héctor intentó levantarlo del suelo, pero Diego insistía en seguir buscando.

    —¡Ayúdame, tengo que encontrar los crucifijos! —le imploró.

    Héctor sabía lo importante que era encontrarlos y de inmediato pasó a prestar su ayuda. Fue inútil, pero Diego seguía su búsqueda. Empleaba sus manos como palas para escarbar entre los montones de pájaros muertos. Desgraciadamente, no encontró lo que buscaba. Lo que si descubrió fue cuerpos ya sin vida y quedó asombrado y sin aliento. Tomó un momento para recuperarse y al momento procedió más adelante.

    —¡Héctor, vamos a buscar en otro sitio! —le gritó de lejos.

    Anna lloraba desconsoladamente, ya que ella también se encontraba herida y sangraba de la cara. Su elegante vestido se había roto y por ser negro escondía las manchas de sangre. Héctor sacó un paño para limpiarle la frente y pasó a tomarla del brazo. Juntos siguieron caminando para alcanzar a Diego que seguía gateando entre los pies de la gente. En la distancia, logró ver los crucifijos y con gusto avanzó hacia ellos. A pesar de que la gente lo pisoteaba despiadadamente, aun así los tomó en sus manos y logró rescatar dos de ellos. Finalmente, se puso de pie y fue cuando Héctor logró verlo de nuevo. Pronto se acercaron a él.

    —¡Diego vámonos ya! —gritó Héctor.

    —No, tengo que encontrar los demás crucifijos. Ayúdame, Héctor —insistió Diego.

    —No Diego, tenemos que irnos ya. ¡Estamos en peligro!

    Se resignó a la idea de que había perdido los demás crucifijos y procedió a limpiar los que cargaba en la mano. Con delicadez empleaba los dedos para quitar la sangre que había manchado el símbolo de su familia.

    A pesar de los tantos heridos a su alrededor, Diego permanecía despegado de la realidad. Seguía en rumbo pisoteando los pájaros y los horribles tronidos de los huesos por fin lo estremecieron. Se escuchaban los pavorosos quejidos y los llantos de la gente al pasar y de pronto se encontró con una anciana que estaba herida del brazo. Sangraba profusamente y al momento Diego bondadosamente le ofreció su pañuelo. Ella lo tomó al mirarlo a los ojos y le sonrió en señal de agradecimiento. Se alejó de allí y procedió en búsqueda de Héctor y Anna, pero no logró verlos entre la confusión que parecía no tener fin. Siguió caminando hacia el estacionamiento y en ese momento se encontró con ellos y juntos caminaron hasta llegar a donde se encontraba la limusina.

    Cuando llegaron se asombraron al ver que la mayoría de los carros habían recibido daño extensivo. Unos tenían los vidrios quebrados y otros tenían daño en los cofres. La limusina de Diego estaba completamente salpicada de sangre y también estaba repleta de pájaros muertos. El chofer intentaba quitar los pájaros con sus propias manos y limpiaba los vidrios de la limusina con periódicos en fin de lograr salir de allí. Anna rápidamente subió a su propio coche que estaba estacionado a un lado de la limusina. Héctor de inmediato se quitó el saco para emplearlo en remover los pájaros y para limpiar el vidrio. Todos luchaban desesperadamente por escapar del oscuro terror.

    Diego rápidamente subió a la limusina pretendiendo escapar de la turbulencia. Se acomodó en el asiento de atrás y respiró con alivio. Se asomó por el vidrio oscuro de la puerta y logró ver que la gente seguía corriendo sin rumbo luchando por escapar del caos. En la distancia se veían multitudes de heridos en el suelo implorando auxilio. Algunos se acercaban a la limusina y se asomaban rogando encontrar protección contra el horrible ataque. Desafortunadamente, las puertas se encontraban atrancadas. Sin embargo, los desesperantes gritos se penetraron y quedaron atrapados junto con Diego dentro de la lujosa limusina.

    Con profundo dolor recordó momentos que había pasado con su familia. Esas memorias permanecerían grabadas en su mente por el resto de su vida. Se consumió de remordimiento por no haber acompañado a su familia en el viaje. No le fue posible debido a que su empresa por primera vez formaría, parte del New York Stock Exchange. Era de suma importancia el estar presente cuando se anunciara este importante paso en el mundo de negocios. Jaguar Global Corporation, al convertirse en empresa de ofrecimiento inicial público, (IPO) estaba por ganar más de 50 billones de dólares. En ese momento cerró los ojos para despejar su mente. Con los crucifijos en mano cruzó los brazos y se recargó en el cómodo asiento. Con arrepentimiento recordó el día que despidió a su familia en el aeropuerto. El adiós no había sido con sonrisas ni con abrazos. Solo les había brindado desprecios mostrándose indiferente y soberbio que era común en su mundo de negocios. Pero su familia merecía todo su amor y aunque ya era demasiado tarde, finalmente había llegado a comprender el gran error que había cometido.

    Permaneció en silencio dentro de la glacial limusina lamentando su soledad. Lo más importante en su vida había dejado de existir. Su mundo se había derrotado y no lograba imaginar un futuro sin ellos. El fino aroma de carro nuevo se remplazó con el repugnante olor a plumas mojadas. Las manchas en los asientos de piel fina al igual que la sucia alfombra quedaron desapercibidas, ya que no importaban. Lo rodeaba la fuerte pestilencia de muerte. Respiró profundo y se recargó en el asiento lujoso fijando la vista hacia arriba del techo afelpado que parecía oprimirlo. Volteaba de lado a lado espantado al ver que su espacio se reducía sujetándolo sin piedad. Se llenó de temor y dio por temblar de cuerpo entero. Cerró los ojos implorando borrar lo sucedido por completo. Era irónico que habiendo escapado del caos al sepultar a su familia ahora se encontrara enterrado a solas en su propio ataúd.

    Capítulo Dos

    La despedida

    Una limusina color gris oscuro, se encontraba estacionada frente a la impresionante mansión de Diego. Tenía la cajuela y las puertas abiertas con el fin de que el chofer acomodara el lujoso equipaje de marca. Sacudía su uniforme en afán de lucir impecable mientras esperaba a la familia DeLorean. El chofer era de alta estatura y de buen cuerpo insinuando que quizás también desempeñaba posición de guarda espalda. Su nombre era Julián.

    Diego se encontraba sentado dentro de la limusina en compañía de su distinguida esposa, Sabina. Se mostraba impaciente y nervioso, ya que continuamente revisaba su impresionante reloj Omega. Sabina, que siempre se esmeraba en ser apacible y simpática, también se notaba alterada. Diego sirvió licor en una copa de cristal fino y se lo tomó de un solo trago para calmarse, pero en esta ocasión se vio obligado en aumentar la dosis de su jugo milagroso. Diego le había puesto ese apodo al licor sin importarle que a Sabina le desagradara.

    —Sabina, ve a decirles a todos que se apuren. No quiero llegar tarde.

    Exigió Diego con voz de sargento y no de un esposo. Revisó su reloj de nuevo demostrando su impaciencia con exageración.

    —Ya son las siete y media de la tarde. De seguro llegaré tarde a la junta.

    Era una tarde cálida y bonita en la ciudad de El Paso, Texas. Daba principio el verano que en esta región de los Estados Unidos siempre era sumamente largo acortando la temporada del otoño. El atardecer exhibía hermosos colores de morado y anaranjado dando contraste dinámico al azul del cielo, pero al parecer, para Diego, la perfecta escena recorría desapercibida. Se encontraba molesto, ya que el aplazamiento de su familia le causaba aún más angustia.

    —¡Te repito que vayas! —exclamó Diego.

    —¿Por qué será Diego tan desesperado y brusco? La vida y sus negocios finalmente lograron transformarlo. Cuando estábamos recién casados era tierno y me trataba con dulzura, pero ahora creo que ya ni lo conozco —lamentaba Sabina.

    Volteó hacia atrás para revisar si aparecían sus hijos y sus nietos, ya que quería evitarle disgusto a Diego. Sabina se esforzaba en justificar su mal humor, pero lo que no toleraba era el desprecio y el maltrato de sus hijos.

    —Diego, ¿por qué estás tan apresurado? Tenemos más de una hora y media para llegar al aeropuerto —le advirtió Sabina con su suave voz.

    Sabina era atractiva y mantenía su cuerpo juvenil a pesar de sus más de cincuenta años. Vivía su vida sin complejos y sin preocupaciones. No participaba a ningún nivel en la empresa de Diego para dedicar todo su tiempo a la familia.

    —Me refiero a que yo voy a llegar tarde, no ustedes. Tengo una importante junta en la empresa. Además, no tengo por qué darte ninguna explicación, ya que no creo que te importe en lo absoluto. ¡Ve a decirles que se apuren! —repitió Diego agresivamente.

    Las despreciativas palabras de Diego lograron lastimarla profundamente. Sabina se sintió sumamente humillada y su rostro lo demostraba. Al abrir la puerta de la limusina, Diego la detuvo con su brusca mano.

    —Sé que no te importa que llegue tarde a la junta. A ti lo único que te importa es mi dinero y como gastarlo. Mientras ustedes estén gozando allá en Disneyland yo me quedaré ganando más dinero para mantenerlos contentos.

    Diego le soltó la mano y ella salió de la limusina luchando por detener sus lágrimas, pero le fue inútil. Permaneció hacia el lado por un momento en espera a que le ofreciera disculpas, pero eso también fue en vano. Diego no se dio cuenta de que estaba allí y, además, no le hubiera importado.

    —No es justo que me trate de esa manera. Yo que le he dado todo me respeto y mi amor. ¿Será posible que ya ni me conozca? —sollozó Sabina desconsoladamente.

    Limpió sus lágrimas para ocultar su dolor y evitar que sus hijos se dieran cuenta. Superó su sentimiento y procedió rumbo a la casa en búsqueda de su familia.

    Diego se sirvió otra copa de licor. Encontró refugio en su jugo milagroso y gozó de su ardiente sabor. Cerró los ojos por un momento gozando del alivio que solo el licor le brindaba al resbalar suavemente por su reseca garganta. Presumió internamente sobre sus grandes logros. Tenía un imperio internacional de negocios relacionados con el internet, su propia limusina, un avión privado, diez lujosos automóviles de colección y sobre todo su elegante mansión a lo alto de la majestuosa montaña Franklin. En la ciudad de El Paso, se consideraba un sueño realizado vivir en este privado de Sierra Crest. Lo había logrado a través de su esfuerzo y a gran sacrificio.

    Dentro de la mansión se escuchaban los bonitos bullicios de alegría familiar. Los niños reían felices anticipando el viaje a Disneyland. Nora, la hija mayor de Diego y su esposo Carlos junto con sus tres niños acompañaban a Sabina en este viaje al igual que Diego Jr. y su esposa, Elena.

    —¡Aidán, Estevan, Sofía! ¡Ya vámonos! Nos espera su abuelito. ¡Vengan rápido! ¡No hagan enojar a su abuelo por favor! —gritaba Nora por toda la casa.

    Los niños no respondían y ella continuaba buscándolos. Pasó por el pasillo que estaba adornado con impresionantes pilares romanos. De allí entró al elegante comedor que lucía con lujosos muebles italianos y enormes plantas naturales. Al final se encontró con su esposo.

    —Carlos, ayúdame con las maletas, por favor —le pidió Nora falta de aliento.

    Ella levantó la maleta

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