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El Cordero Al Matadero
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El Cordero Al Matadero

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El cordero al matadero

Situada contra el teln de fondo del vvidamente descrito boxeo profesional, esta novela de Pete Delohery, curtida aunque magnficamente llena de garra, se centra en tres hombres cuyas vidas se encuentran en una encrucijada.

Mike McGann tiene 32 aos, ya est viejo para ser boxeador y le ha prometido demasiadas veces a su esposa, Madge, que, definitivamente, este es su ltimo combate. Por eso, cuando ella se entera de que planea pelear contra Rufus Hilliard, apodado Huracn por la fuerza de sus puetazos, Madge se marcha.

El boxeo fue para Rufus el modo de huir de los barrios bajos de Brooklyn; aunque su corrupto representante lo hace actuar como un matn amenazador frente a los medios, l es mucho ms inteligente; sospecha que le han tendido una trampa para que pierda la pelea contra McGann. Est en lo cierto: un repugnante mafioso conocido como El Gordo est presionando al ayudante del preparador, Charlie OConell, un apostador y alcohlico empedernido, para que adultere el agua de Rufus y este quede incapacitado.

Lo har Charlie? Qu ganar en el cuadriltero: la experiencia de Mike o la fuerza bruta de Rufus?

Las respuestas no son tan importantes como los retratos conmovedores que crea Delohery de tres hombres, todos lastimados por un mundo cruel, quienes huyen de sus demonios personales hacia la nica redencin imperfecta que tienen a su alcance: la victoria en una pelea. El autor hace un trabajo excelente al describir los pros y los contras del boxeo, al confrontar la estremecedora declaracin de un mdico acerca del porcentaje de luchadores que sufren de dao cerebral mensurable (muy elevado) con la elocuencia simple de un luchador joven que dice: El buen doctor nunca conoci la pesadilla de la pobreza y ruego que nunca tenga que conocer lo que significa no tener un lugar donde estar parado, ser menos que un hombre. (Algunos de los puntos suspensivos del autor se han eliminado en la oracin anterior; a los comentarios los pronuncia un intrprete que titubea mientras traduce la declaracin del luchador).

El final es tremendamente repentino y la venganza de Charlie al Gordo es tan desagradable como inverosmil, pero esta historia sincera provoca un fuerte impacto emocional.

Tambin disponible en edicin de tapa dura y libro electrnico.
LanguageEnglish
PublisherXlibris US
Release dateSep 30, 2013
ISBN9781493101139
El Cordero Al Matadero

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    El Cordero Al Matadero - Pete Delohery

    El cordero al matadero

    Pete Delohery

    Copyright © 2013 de Pete Delohery.

    Número de control de la Biblioteca del Congreso:   2013916813

    ISBN:   Tapa dura:   978-1-4931-0112-2

       Tapa blanda:   978-1-4931-0111-5

       Ebook:   978-1-4931-0113-9

    Traducido por Rancho Park Publishing, USA.

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida en ninguna forma ni por ningún medio, electrónico o mecánico, incluidos fotocopiado, grabación, ni por ningún sistema de almacenamiento o recuperación de la información, sin el consentimiento por escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes, son producto de la imaginación del autor o se utilizan de manera ficticia y cualquier semejanza con cualquier persona real, viva o muerta, eventos o lugares

    es totalmente accidental.

    Fecha de revisión: 09/26/2013

    Para solicitar copias adicionales de este libro, contáctese con:

    Xlibris LLC

    1-888-795-4274

    www.Xlibris.com

    Orders@Xlibris.com

    139166

    Contenido

    PRIMERA PARTE: PRELIMINARES

    Primer round: El horizonte azul

    Segundo round: Un mago y su muchacho

    Tercer round: Más allá del horizonte azul

    SEGUNDA PARTE: LA PELEA ESTELAR

    Primer round: Entra el buen doctor

    Segundo round: Una tarde salubre

    Tercer round: McGann vs. McGann

    Cuarto round: Un joven leopardo

    Quinto round: Calambre se encuentra con el Gordo

    Sexto round: Un joven leopardo en el limbo

    Séptimo round: ¡Un aplauso para el cumpleañero!

    Octavo round: Un camino largo y zigzagueante

    Noveno round: Una mañana sublime

    Décimo round: El Duque de Earl

    Décimo primer round: Un león que está envejeciendo

    Décimo segundo round: Una advertencia seria

    Décimo tercer round: Una canción de amor anticuada

    Décimo cuarto round: Un partido de bola 8

    Décimo quinto round: Una carta abierta al Dr. Klein

    Décimo sexto round: La libertad amarga del desposeído

    Décimo séptimo round: Sombras y formas grises

    Décimo octavo round: Lluvia de verano

    Décimo noveno round: Una pequeña traición

    Vigésimo round: El gran casino

    Vigésimo primer round: Cuando la bandera baja . . .

    Vigésimo segundo round: Diamantes y lágrimas

    Vigésimo tercer round: El parador

    Vigésimo cuarto round: Revelación

    Vigésimo quinto round: La pelea

    Vigésimo sexto round: Los resultados

    Vigésimo séptimo round: El cuadrilátero desierto

    Vigésimo octavo y último round: El cordero al matadero

    Primera parte:

    Preliminares

    Primer round:

    El horizonte azul

    En una habitación de hotel ubicado en un suburbio de Londres, tres hombres negros se ocupaban de la más difícil y agonizante de todas las tareas: matar el tiempo. Todos estaban perdidos en ese limbo que siempre precede a los acontecimientos que se planean con mucho tiempo de anticipación. Bo, gordo, canoso y de mediana edad, jugaba al solitario sentado frente a un escritorio. Luke, un hombre desgarbado de unos treinta y tantos, golpeteaba nerviosamente el piso con el pie mientras intentaba leer una revista. El tercer hombre, de unos veintitantos años, estaba sentado con las piernas cruzadas en una de las camas gemelas, con la mirada perdida en el cuadro colgado en la pared opuesta, que mostraba una escena de caza. Su mirada iba más allá de los caballos y perros de caza, se enfocaba en el cielo azul profundo de la imagen. Murmuraba algo incomprensible. Vestía jeans azules y tenía el torso desnudo. Parecía uno de esos gráficos de anatomía de la raza negra; en el que se percibía con suma claridad cada uno de sus músculos, cada arteria.

    Luke tiró la revista al piso, se levantó y entró sigilosamente a una habitación contigua, más pequeña. Bo observó cómo se alejó Luke y luego se acercó al hombre que estaba sobre la cama.

    —¿Johnny? —murmuró en un tono bajo. Lo hizo varias veces más, como una madre que despierta tiernamente al niño que duerme. Finalmente, el joven musculoso volteó el rostro y se quedó mirándolo distraídamente.

    —Me voy por un rato, ¿me escuchas? —canturreó el gordo. El hombre más joven asintió con la cabeza—. Te quedas aquí hasta que vuelva, ¿está bien? —el joven asintió nuevamente y luego volvió su mirada hacia la pintura, hacia el cielo más allá de los caballos y los perros. Retomó sus murmullos.

    Bo entró a la habitación contigua y encontró a Luke caminando de un lado a otro; cada dos o tres pasos, golpeaba el puño contra la palma de la otra mano. Luke le echó un vistazo a Bo y le habló con una voz llena de frustración:

    —La mayoría de los boxeadores tienen que adelgazar para lograr el peso necesario —gruñó—. ¡Nuestro hombre tiene que engordar!

    Bo se volteó y cerró la puerta rápida, pero sigilosamente.

    —Pensé que iba a tener que meterle una piedra en el culo antes del pesaje —se quejó Luke.

    —¡Vamos, hombre! —le ordenó Bo con voz baja y firme—. Y habla bajo. No queremos que Johnny escuche ese tipo de cosas, no ahora.

    Luke dejó de caminar y se enfrentó a Bo. La mano le temblaba mientras señalaba la otra habitación.

    —¡Eso de ahí no es Johnny!—insistió— ¡Johnny está muerto, hombre! ¡Murió cuando lo hizo Angel Lopez!

    Bo se acercó a Luke, lo tomó por los hombros y lo sacudió.

    —¡Ese hombre que está allí es Johnny Knight! —gruñó— ¡Johnny Knight, el campeón mundial de peso liviano! ¡Y depende de nosotros ayudarlo para que lo siga siendo!

    —¿Ayudarlo? ¿Cómo? ¡No podemos pelear por él ni él puede pelear por sí mismo! No como está.

    —Lo has visto entrenar…

    —¡Entrenar no es boxear! ¡Hace semanas te dije que te olvidaras de esto!

    —Yo estaba dispuesto a olvidarlo, pero la gente no, Luke.

    —¡La gente! ¿Y quién diablos es esta gente, después de todo? —preguntó Luke.

    La expresión de Bo se ensombreció.

    —Como decían en Washington, D.C. —murmuró—: no lo sabes y tampoco quieres saberlo.

    Luke se volteó y se alejó un poco de Bo.

    —Ha actuado extraño desde que dejaste de darle las píldoras —dijo.

    —No puede entrenar con esa basura adentro.

    —¡El doctor dijo que tendría que tomarlas durante mucho tiempo! —insistió Luke, testarudo.

    Bo hizo una mueca desdeñosa.

    —¿Si? Bueno, el doctor no va a boxear contra Kenny Douglas. Johnny es quien lo hará.

    De pronto, pareció que Luke se estaba cansando. Dejó de pasear por la habitación y se sentó en su cama. Apoyó los codos en los muslos y dejó la cabeza gacha sobre las palmas de las manos, que formaban una copa. Bo se le acercó.

    —Luke —le dijo amablemente—, los doctores no lo saben todo. Ahora, Johnny se perdió en el cuadrilátero y es allí donde se reencontrará consigo mismo. Lo único que necesita es una pelea, una victoria, y después estará bien.

    Luke levantó la mirada hacia Bo. Su rostro reflejaba la lucha interna de la duda contra la esperanza.

    —Bo… dicen que este Kenny Douglas es peligroso.

    —Bueno, seguro que es peligroso —canturreó Bo—. Cualquier tipo que esté loco como para subirse al cuadrilátero es peligroso, aunque sólo lo sea para sí mismo.

    Luke miró a Bo como un hombre que se está muriendo de sed y finalmente ve un oasis y ruega desesperadamente que sea real y no un espejismo.

    —¿De verdad lo crees? —susurró. Bo asintió en forma decisiva:

    —En el cuadrilátero es donde se perdió y allí es donde se encontrará —afirmó.

    En la habitación contigua, Johnny Knight estaba sentado, observando el horizonte azul. Ahora en silencio y con la expresión serena. Ángel López lo visitaba. Nunca estaba ocupado para él, porque a Angel Lopez le caía bien Johnny Knight. Incluso, lo quería.

    Lo perdonó.

    Segundo round:

    Un mago y su muchacho

    En una habitación de hotel venida a menos, cerca del distrito Soho de Londres, un joven yacía recostado en una cama y observaba un pequeño punto de luz en el techo. Las manos descansaban sobre el pecho, una sobre la otra, como si se las hubiese acomodado de ese modo el encargado de una funeraria. Los párpados se le caían producto del sueño; la expresión vacía y la actitud de su cuerpo sugerían que se encontraba completamente relajado. Pero incluso en reposo, tenía un aura de amenaza; lucía como una serpiente que toma sol sobre una roca.

    Tenía los brazos y el torso inusualmente largos; piernas cortas y muy musculosas. Había crecido con el apodo de Simio. Su nombre era Kenny Douglas y había nacido y se había criado en la cuenca carbonífera Lanarkshire, en las tierras bajas centrales de Escocia. Al igual que otros en su misma situación, el desempleo y la desesperación lo habían empujado hacia el cuadrilátero. Esta noche boxearía contra Johnny Knight; el título de campeón mundial de peso liviano estaba en juego.

    Sentado de espaldas en una silla de respaldo firme, cerca de la cabecera de la cama, estaba un hombre con un bigote retorcido. Su cabello rojizo y pecas hacían que aparentara menos edad que los cincuenta y dos años que tenía. Abrazaba el respaldo mientras observaba a Kenny con afecto y orgullo. Le hablaba a su boxeador con voz resonante y cadenciosa, describiéndole ola oceánica tras ola oceánica que golpeaba, golpeaba, golpeaba la costa rocosa de Escocia. Al hombre lo apodaban Jocko y era el representante y entrenador de Kenny Douglas.

    El récord en el cuadrilátero de Kenny Douglas, uno modesto de veinte victorias frente a seis derrotas, escondía su legítima habilidad. Siempre se lo conoció como un golpeador, un fajador cuyos puñetazos eran directos y agresivos. Se decía que si Kenny Douglas fuese a boxear contra un tanque Sherman en un túnel, el tanque perdería 8 a 5. Pero en el ring la historia había sido otra. Por alguna misteriosa razón, el movimiento lateral de su oponente había sido la fuente de la irritación eterna de Kenny. Cuando los oponentes lo rodeaban y luego cambiaban de dirección, Kenny se confundía, se le enredaban los pies y su postura se desvanecía. Frustrado, arremetía contra su oponente sin control y, como resultado, perdía la determinación o lo detenían los golpes de oponentes mediocres. Pero también había ganado peleas y siempre de la misma manera: por nocaut.

    Luego, un invierno terrible, Kenny perdió tres peleas sucesivas y sufrió una pérdida de confianza muy grave. Su récord en el cuadrilátero era un mediocre trece a seis cuando su representante se dio por vencido con él y se marchó en busca de otro boxeador.

    En este momento crucial en la vida temprana de Kenny, apareció Jocko MacPherson.

    Jocko había estado observando desde la multitud cada una de las derrotas recientes de Kenny y algo que vio hizo que se le encendieran los ojos. Para Jocko, era obvio que el desempeño de Kenny se veía afectado simplemente porque era un boxeador poco ortodoxo al que forzaban a boxear con un estilo ortodoxo. Las piernas y la espalda fuertes de Kenny eran la fuente de una fuerza de golpe inusual y, por lo visto, poco explotada; sin embargo, como cualquier tonto se daría cuenta, nunca dominaría los movimientos laterales de un boxeador habilidoso. Pero lo que más le interesaba a Jocko era la manera en que la postura de Kenny lo seguía abandonando, la confusión predecible entre su mano derecha e izquierda en los momentos clave de una pelea. Jocko creía saber por qué pasaba esto y, cuando probó a Kenny en el gimnasio, para su gran satisfacción, descubrió que había resuelto el enigma.

    La confusión de Kenny partía del hecho de que era ambidiestro: tenía la misma coordinación en ambos brazos. Ni una posición de diestro ni una de zurdo le resultaba intrínsecamente natural, entonces, se confundía por el estrés.

    Lo que había sido una desventaja ahora se convertiría en un beneficio.

    Ese día en el gimnasio, Jocko abrazó paternalmente al desconcertado Kenny Douglas.

    —Muchachito —le dijo—, tú y yo vamos a lograr cosas extraordinarias.

    Jocko hizo que Kenny adoptara la posición peek-a-boo, la predilecta de Floyd Patterson y José Torres; los guantes le cubrían casi todo el rostro y los antebrazos protegían su alargado y vulnerable torso. Le enseñó a Kenny a cortar el cuadrilátero, a forzar implacablemente a sus oponentes hacia las esquinas y a obligarse a acercarse a estos, a dar puñetazos con las manos bajas, a diestra y siniestra, en las costillas del oponente, luego, de repente, dar un paso hacia atrás y lanzar un aluvión de ganchos y cruzados a la cabeza.

    El éxito de estas tácticas estaba asegurado por lo que Jocko llamaba el Desplazamiento Douglas. Cuando Kenny atrapaba a su oponente en la esquina, el Desplazamiento Douglas le permitía cambiar al instante de una posición diestra a una siniestra, de atrás hacia adelante, de modo que cada puñetazo se lanzaba con la máxima potencia. No había jabs ni respiros para su asediado oponente, cada puñetazo era letal. Desde que Jocko se convirtió en el representante y entrenador de Kenny, este ganó siete combates sucesivos, todos por nocaut. El Desplazamiento Douglas era simplemente mortal.

    Pero el Desplazamiento Douglas no era el único as que Jocko tenía bajo la manga. Jocko era un hombre que no descuidaba ningún detalle, no dejaba nada al azar. Durante su juventud, Jocko había sido un artista y director social en un centro turístico de Brighton, donde hacía trucos de magia y demostraciones de hipnotismo. Había empleado el hipnotismo con Kenny desde el principio. Ahora estaba sentado y observaba a Kenny detenidamente; ya no le hablaba de las olas del océano que rompían contra la costa rocosa de Escocia.

    —Ahora el mundo entero está en tus manos, muchachito —murmuró—. Y este es el momento de que lo tomes. Y eso es lo que harás. Estás en tu mejor momento. Como dijo el gran Joe Louis: puede correr, pero no esconderse.

    Kenny Douglas: veinte victorias, seis derrotas. Las veinte victorias por nocaut y todas frente a boxeadores jóvenes y fuertes. Pero había un hecho sobre la carrera de Kenny en el cuadrilátero que nunca se haría público, ni siquiera lo conocería el concienzudo y meticuloso Jocko. Y tal hecho era que luego de que Kenny les hubo dado una buena paliza, al menos cinco de sus oponentes se habían retirado del cuadrilátero para siempre.

    Tercer round:

    Más allá del horizonte azul

    Una multitud de veinte mil personas abarrotaban el estadio Wembley una calurosa noche de verano de mayo. Las Islas Británicas estaban inundadas por una ola de calor que batía récord. A las 10:45 p.m., la temperatura era de ochenta y dos grados Fahrenheit. Gran parte de la multitud consistía de hinchas de fútbol escoceses descontentos. Escocia había entrado en la competencia de la Copa del Mundo ese año con muchas esperanzas de ganar; habían jurado hacer llorar a Argentina, el defensor del título, pero lo único que lograron fue hacer lloriquear a Paraguay. Los eliminaron pronto, una vergüenza que muchos de la multitud todavía intentaban digerir con la ayuda de su propio whisky de malta fino. Ahora estaban reunidos para ver la confrontación entre Johnny Knight, el Campeón Mundial de Peso Liviano y su propio Kenny Douglas; habían viajado un largo trecho para ver a su compatriota vengar el honor de Escocia.

    Mientras esperaban la llegada del muchacho, canturreaban promesas siniestramente poéticas, de una matanza que tenían reservada para el campeón actual. No habían ensayado, pero hablaban con una voz que se podía escuchar desde varias cuadras.

    Las gaitas chillaban y la multitud respondía con un rugido. Los reflectores recorrieron el estadio y luego iluminaron a una docena de gaiteros que iban marchando, vestidos con faldas escocesas. Tras ellos, se acercaban Jocko MacPherson y Kenny Douglas.

    El clamor de la multitud aumentó cuando Jocko separó las cuerdas y Kenny se subió al cuadrilátero. Jocko lo ayudó a quitarse la bata y mientras Kenny trotaba alrededor del cuadrilátero lanzando puñetazos a un adversario invisible, el estadio se estremeció con gritos primitivos.

    Los pantalones de Kenny eran a cuadros escoceses rojos, amarillos y negros; la piel le brillaba de manera fosforescente bajo la cegadora luz halógena. Para la animadora multitud, era un espectro vengador de las tierras altas.

    El bramido primitivo se fue apagando hasta convertirse en un murmullo expectante mientras la multitud esperaba la entrada del Campeón Mundial. Detrás de una puerta de acero, cuatro hombres esperaban: Johnny Knight, Bo, Luke y un muchachito llamado Alf. Como siempre, Luke se ocuparía del cuerpo de Johnny, mientras Bo atendería el combate. Alf era un muchacho oriundo del lugar contratado para hacer el trabajo aburrido, transportar los baldes, botellas y el resto del equipo hasta el cuadrilátero y desde él. Era un muchacho con la cara llena de granos, de diecinueve años, un trabajador a tiempo parcial y un joven gamberro irritable a tiempo completo, de los barrios bajos de Soho. Pero para él era un honor ser el asistente de un Campeón Mundial verdadero, sin importar cuál fuera el color de su piel. A pesar de sus diferencias raciales, culturales y de edad, Bo tenía un sentimiento de afinidad inesperado con Alf; luego de contratarlo, Bo sintió que se sacaba un oscuro peso de encima.

    La puerta de acero se abrió completamente. Un brillo cegador y surrealista iluminó un camino estrecho a través de la numerosa multitud; un camino bordeado por guardias de seguridad armados con porras. El murmullo de la multitud se convirtió nuevamente en un bramido.

    Bo y Luke intercambiaron miradas inseguras y luego miraron a Johnny. Para el alivio de Bo, parecía que el entorno no afectaba a Johnny. Se veía aburrido. A Bo esto lo alentó, esperanzado de que la actitud peculiar de Johnny fuera malinterpretada por los oponentes y los pusiera nerviosos. Pero cuando se acercaban al cuadrilátero, vio algo que nunca antes había visto en todos sus años de boxeo.

    En el centro del ring, sin bata y solo, estaba parado Kenny Douglas, con los pies firmes sobre la lona y los brazos cruzados delante del pecho.

    Miró directo a Johnny y su actitud afirmaba que el cuadrilátero era su territorio, que Johnny pronto recibiría una paliza bien merecida por tener la insolencia de entrometerse.

    ¡Qué buen trabajo psicológico!, admitió Bo para sí mismo con arrepentimiento y pesar, mientras ayudaba a Johnny a entrar al cuadrilátero, ¡Qué buen trabajo psicológico, demonios! Pero cuando se volteó y miró a Kenny Douglas de nuevo, Bo se sintió mareado y frío de repente. El boxeador aún mantenía su postura amenazante, pero lo que Bo vio en los ojos de Kenny Douglas era incluso más inquietante: en lugar de miedo controlado y fanfarronería, Bo vio la mirada fría, implacable de una serpiente. Esto no es trabajo psicológico, se dio cuenta Bo, este desgraciado está loco. En ese momento, Kenny ubicó un pie detrás del otro y, con los brazos cruzados delante del pecho, hizo un giro en seco de ciento ochenta grados. Dejó caer los brazos y se alejó lentamente hacia su esquina.

    La multitud se estaba poniendo cada vez más inquieta mientras sonaban himnos y presentaban a los campeones mundiales anteriores. Finalmente, cinco hombres se amontonaron en el centro del cuadrilátero: los boxeadores, sus representantes y el árbitro, un hombrecito de Panamá que daba instrucciones en un tono afectadamente preciso y con acento. Kenny Douglas observaba a Johnny con la amenaza tranquila e implacable que Bo había percibido hacía un momento. Johnny atravesaba a Kenny con la mirada en blanco como si no estuviese allí, pero la aparente ausencia de temor en Johnny parecía no significar nada para su contrincante. A pesar del calor, Bo se estremeció.

    Los dos boxeadores se ubicaron en sus respectivas esquinas. Desde el centro del cuadrilátero, el pequeño panameño echó un vistazo a cada boxeador. Fuera de este, Bo apoyaba los brazos en el borde de la lona. Entrelazó sus dedos como si estuviera por rezar. Mientras se le hacía un nudo en la garganta, se le heló el estómago. Sonó la campana. Cuando el árbitro se apartó rápidamente gateando del camino, los boxeadores se acercaron.

    Johnny se balanceaba en una posición ortodoxa; Kenny Douglas caminaba con paso lento hacia él. La cara de Douglas se escondía tras los guantes, los brazos le protegían el cuerpo; encorvado y al asecho, parecía una máquina preparada para destruir. Johnny lanzó un par de jabs rápidos con la izquierda hacia la cabeza y giró en torno a su izquierda. Los jabs rebotaron sin causar daño en los guantes de Douglas. Johnny se desplazó en círculos por el cuadrilátero meciéndose, seguido por el asechador Kenny Douglas. De repente, Johnny avanzó en sentido contrario, se acercó a Douglas y le lanzó un jab con la izquierda hacia la cabeza, seguido de un gancho por la izquierda hacia el cuerpo, luego un derechazo para cubrir su retirada. Los tres puñetazos fueron bloqueados por los guantes y los brazos de Douglas. Al costado del cuadrilátero, una concentración solemne se apoderó del rostro de Bo. Kenny Douglas era lento con los pies, tal como le habían advertido, pero no se asemejaba en nada al gran fajador salvaje que se suponía que era. Su defensa era condenadamente disciplinada y parecía casi impenetrable.

    Durante el siguiente minuto del round, Johnny lanzó diez jabs de izquierda. Solo dos penetraron la defensa de Douglas y aterrizaron directamente en la parte superior de su cráneo, lo que hizo que la mano de Johnny sufriera el riesgo de quebrarse. Hasta ese momento del combate, Kenny Douglas aún no había lanzado un solo puñetazo. El rugido de la multitud aumentó hasta producir un alarido doloroso de frustración.

    Luego sucedió. Douglas embistió hacia adelante, por lo que Johnny tuvo que cambiar de dirección, pero Douglas se movió hacia la derecha con él. Douglas lanzó un directo con la izquierda, que pasó a toda velocidad entre los guantes de Johnny, aterrizó de lleno sobre su rostro y lo hizo dar marcha atrás hasta una esquina. Douglas lo empujó contra las cuerdas y le propinó un gancho de izquierda brutal en las costillas. El siguiente derechazo de Douglas solo rozó el costado de la cabeza de Johnny, pero cuando Johnny

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