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Rebelde Con Causa
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Rebelde Con Causa

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Take a trip to Argentina in the 1970s to learn about the journey of this amazing man whose political leanings & beliefs led him to uproot his family and move across the world, leaving behind the tumult of Argentina, and making a new home in Australia. 

LanguageEnglish
Release dateOct 3, 2022
ISBN9798215755501
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    Rebelde Con Causa - Manuel Rodriguez

    Rebelde con causa

    Por Manuel Rodriguez 

    En memoria de las personas asesinadas por regímenes dictatoriales y de las víctimas de hambrunas y guerras fratricidas, instigadas a menudo por las naciones más industrializas por motivos geopolíticos, y en otras circunstancias llevadas a cabo por gobiernos que responden a los intereses de vastos conglomerados económicos y financieros.
    En reconocimiento a todos los hombres y mujeres que no claudican en su lucha por impedir las injusticias y los atropellos a los derechos básicos de los seres humanos y continúan abrogando por un mundo en el que sus habitantes tengan un acceso igualitario a la educación, la vivienda, los servicios de salud y el empleo sin distinción de razas, ideologías políticas o creencias religiosas.  

    Dedicado a Leonor, mi difunta esposa e inolvidable compañera de mi vida, y a todas aquellas personas que se han visto obligadas a abandonar su terruño natal por factores económicos o debido a persecuciones políticas, religiosas o raciales.

    1. 

    La noche del 1 de junio de 1977 fue una de las más crudas del invierno australiano de ese año.

    Cuando Manuel llegó al Aeropuerto de Sídney, el brusco cambio de clima experimentado en pocos días, unido al cansancio que experimentaba luego del largo viaje y un problema surgido con su alojamiento, no parecían conformar un inicio auspicioso en su nuevo país de adopción. Había dejado Buenos Aires hacia casi una semana y luego de escalas en Santiago de Chile y la Isla de Pascua, Manuel esperó en Papeete el vuelo de conexión hacia Australia.

    Durante esos días en la posesión francesa de Tahití no solo pudo apreciar la belleza de la isla sino también las disparidades existentes entre una selectiva minoría compuesta por los administradores franceses que hacia fines del siglo veinte aun controlaban las actividades económicas y políticas en la posesión gala, los proveedores de servicios destinados a los turistas extranjeros y la mayoría de los nativos polinesios que trabajan por una magra recompensa económica. Con el correr de los años Manuel comprobaría que algo parecido ocurre en otros países del Pacífico y en aquellos ubicados en el sudeste asiático los cuales, aunque son teóricamente independientes, están controlados por poderosos intereses foráneos acompañados por corruptas minorías vernáculas.  

    Compartió el agotador itinerario con un grupo de familias argentinas que venían a radicarse como inmigrantes en las Antípodas.

    Osvaldo, uno de los inmigrantes argentinos que llegaron a Australia en esa oportunidad, recuerda los detalles de ese viaje. Luego de abordar en el aeropuerto de Papeete una nave de la compañía francesa UTA, rememora Osvaldo, nos dimos cuenta de que el servicio que esta aerolínea ofrecía a sus pasajeros era muy superior a aquellos de LAN Chile y Aerolíneas Argentinas.

    Porque, continua Osvaldo, mientras que en LAN Chile te ofrecían un jugo que se suponía era de manzana en forma única y exclusiva y en Aerolíneas Argentinas el personal de a bordo actuaba como si te estuviesen haciendo un favor cuando te atendían, en UTA había una variada selección de jugos y bebidas y los miembros de la tripulación hacían su trabajo en forma eficiente y cordial.

    Tambien este viaje a Australia me sirvió para darme cuenta, sostiene Osvaldo, de lo equivocado que estaba sobre la verdadera posición de Argentina en este mundo y la ignorancia en la que viven aquellos compatriotas que no habían tenido nunca la oportunidad de viajar al extranjero.

    Como toda mi vida anterior había transcurrido en Rosario y a pesar de que en las películas yanquis los aeropuertos del país del norte parecían imponentes, yo creía que el aeropuerto de Ezeiza estaba entre las mejores terminales aéreas del mundo. Sin embargo, esta errónea percepción se vio imprevistamente sacudida cuando llegamos al Aeropuerto Internacional de Sídney donde por primera vez pude comprobar las enormes diferencias tecnológicas entre Latinoamérica y los países económicamente más desarrollados. Porque, mientras que, en la mayoría de las terminales aéreas del Cono Sur, el viajero debía caminar o era transportado hasta la aeronave en un colectivo, en los países más adelantados el pasajero ingresaba y descendida del avión a través de una manga que conectaba a la aeronave con el edificio del aeropuerto. La enorme disparidad de recursos entre los países que cuentan con una tecnología de avanzada y aquellos que tienen una infraestructura obsoleta, se ve reflejada en la diferente calidad de servicios que son prestados. Además, continuaba Osvaldo, es también un problema de mentalidad y una prueba de ello es que mientras en países como Australia el cliente es valorado y respetado en Argentina es el objeto de la especulación y la mentira. La picardía criolla es una marca registrada en nuestros distorsionados cerebros, sostiene Osvaldo, cagar al prójimo se ha convertido en un pasatiempo nacional y muchos argentinos nos creemos los tipos más piolas del mundo. Lo que no nos queremos dar cuenta es que estamos meando fuera de la escupidera y que esta es una de las tantas razones por las que el país se ha ido a la mierda.

    En 1973 Manuel había sido aceptado para emigrar a Australia, pero la familia de Leonor la convenció para que se quedaran en el país porque aducían que los niños sufrirían la separación de la familia y extrañarían a sus amigos del barrio, a lo que se sumaban las barreras idiomáticas y culturales. En retrospectiva Manuel piensa que quizás en aquel momento le faltó decisión para romper el cordón umbilical con un país donde reinaba la violencia política y que continuaba deteriorándose económica y socialmente. En aquellos años Manuel había sido detenido intermitentemente por la policía bonaerense debido a su militancia política mientras los grupos armados radicalizados cometían secuestros y asesinatos y la tristemente famosa Alianza Anticomunista Argentina (Triple A) ultimaba a dirigentes y activistas políticos, sindicalistas de base, intelectuales y a cualquiera que quería un país diferente. A veces piensa que fue afortunado que las fuerzas de represión estatal no le hubieran dado un boleto para el lugar de donde no se vuelve. Vaya uno a saber, pero probablemente no estaba escrito que me desvinculara de este mundo de esa manera, piensa Manuel en voz alta.

    Sin embargo, Leonor era optimista y decía que con la vuelta de Perón las cosas cambiarían, pero Manuel presentía que el país se precipitaba inexorablemente al abismo. Leonor era peronista y había que entender sus motivos; su padre había trabajado toda su vida, pero fue el gobierno de Perón el primero en garantizarle sus derechos laborales. Estos derechos negados por gobiernos de antes y pisoteados por los de ahora es una de las principales razones por las cuales las masas populares aún continúan siendo mayoritariamente peronistas, aunque desde entonces han sido frecuentemente engañadas por sus cuadros dirigentes y cada vez estén más pobres.

    En 1977 la dictadura cívica militar estaba en pleno apogeo en la Argentina y muchos de los habitantes del otrora granero del mundo iniciaban el éxodo hacia otras latitudes. Curiosamente, dentro del heterogéneo grupo de cuerpos cansados que llegó al Aeropuerto Kingsford Smith esa noche de invierno de junio de 1977 se encontraban algunos ítalos argentinos que habían emigrado a la Argentina en la década de los años cincuenta, escapando de la miseria en la que se debatía el continente europeo luego de uno de los conflictos bélicos más feroces de su historia. 

    En su primer contacto con una sociedad diferente a la que habían dejado atrás, las caras de los recién llegados reflejaban su curiosidad e incertidumbre ante lo desconocido. Los fatigados viajeros formaban parte de esa enorme legión de seres humanos que, como resultado de las privaciones económicas que enfrentan en sus países de origen, deciden probar fortuna en otros lados.

    De alguna manera los rostros cansados de aquellos inmigrantes eran el reflejo de un fenómeno contemporáneo: los refugiados económicos. Personas de diferentes culturas, religiones y razas quienes, cansadas de una existencia paupérrima en su terruño natal, buscan en los países industrializados un mejor futuro para sus familias.

    Aunque, el eventual logro de una relativa tranquilidad económica no alcance a compensar las angustias emocionales que sufre todo individuo separado de su entorno habitual, este es el precio que pagan la mayoría de los inmigrantes en harás de lograr un mejor nivel de vida en tierras foráneas. Pese a que en distintas épocas de la civilización millones de personas se vieron forzadas a abandonar sus tierras por diversos motivos, en el caso de la Argentina esta situación tenía ribetes incongruentes.

    Porque Argentina es un país que posee cuantiosos recursos naturales y a principios del siglo veinte estaba considerada como un país con el potencial de convertirse líder en el concierto internacional. Desde las últimas décadas del siglo diecinueve la Argentina había acogido a millones de inmigrantes españoles, especialmente gallegos, vascos y asturianos.  En cuanto a los italianos, la ley de fomento de la inmigración dictada por el presidente Nicolás Avellaneda, el salario superior y las nuevas oportunidades que ofrecía la Argentina fueron algunos de los factores que impulsaron a los oriundos de la Península Itálica a embarcarse para llegar a la ciudad en una de las márgenes del Rio de la Plata.

    Pero también la política y las guerras aparecen como otros de los motivos que impulsaron a estos seres perseguidos y hambrientos a embarcarse hacia las costas del rio más ancho del mundo. Los oriundos del norte de Italia, piamonteses y lombardos, fueron los primeros inmigrantes italianos en venir a la Argentina, pero en los albores del siglo veinte se suman en cantidades importantes los inmigrantes de Calabria, Sicilia, Basilicata y Campania.

    El viaje en barco era largo e insalubre. Los pasajeros, en su mayoría labradores de la tierra, viajaban en tercera clase en condiciones de hacinamiento y en esas circunstancias era fácil que se propagaran las enfermedades como el tracoma o la fiebre amarilla. La intolerancia de los pobladores de Buenos Aires hacia los recién llegados se manifestó en una circunstancia desgraciada como fue la gran epidemia de fiebre amarilla en 1870 cuando los inmigrantes italianos fueron culpados por el flagelo que azotó a la ciudad en ese año. Se los expulsó de sus empleos y se los podía ver recorriendo las calles de la ciudad sin trabajo ni hogar y, según algunas anécdotas, algunos de ellos fueron encontrados muertos en la vía pública.

    Luego de desembarcar los inmigrantes concurrían al Registro Civil ubicado en la zona portuaria para obtener la documentación argentina y, como los funcionarios no entendían las distintas lenguas, los apellidos de los recién llegados sufrían alteraciones de distinto grado.

    Estanislao Zeballos imagina el estado de ánimo del inmigrante al tocar tierra Mirad al colono en el muelle, pobre desvalido, conducido allí después de haber sido desembarcado a expensas del gobierno, sin relaciones, sin capital, sin rumbos ciertos, ignorante de la geografía argentina y de la lengua castellana, lleno de zozobras y de las palpitaciones que agitan el corazón en el momento supremo en que el hombre se para frente a frente de su destino para abordar las soluciones del porvenir, con una energía amortiguada por la perplejidad que produce la falta de conocimiento del teatro que se pisa , y las rancias preocupaciones sobre nuestro carácter, el más hospitalario del mundo y el más vejado en Europa por necias o pérfidas publicaciones. Solamente lo alientan, en tan extraña situación de espíritu, las aptitudes que lo adornan y la voluntad de hacerlas valer.

    Los manuales preparados por el gobierno argentino ofrecían información sobre el viaje en barco desde Europa, la llegada, como seria la vida del inmigrante en el país, como sacar boleto, como conseguir trabajo y como cuidarse de los estafadores. Estos folletos aconsejaban al recién llegado a establecerse en el interior del país donde tendrían más posibilidades de labrarse un porvenir.

    No obstante, muchos de estos pobres infelices fueron engañados por empresas contratistas como en el caso de los inmigrantes italianos que fundaron la ciudad de Resistencia. Estas personas que remontaron en chalupas más de mil kilómetros por el Rio Paraná fueron traídos al Chaco con el señuelo de poblar tierras fértiles y en cambio se encontraron con terrenos cubiertos por bosques salvajes plagados por mosquitos. En el libro de Martina Gusberti El laúd y la Guerra la autora relata cómo, bajo un calor abrasador, los nuevos colonizadores estuvieron varios días en el barco negándose a aposentarse en esa tierra inhóspita. Sin embargo, vencidos por las circunstancias, no tuvieron otra opción que desembarcar con sus familias. Como se puede apreciar joder al prójimo no es algo nuevo en Argentina, la diferencia radica en que ahora sucede con mucha más frecuencia.

    La voz del pueblo llamaría gallegos a todos los inmigrantes españoles, tanos a los que venían de las distintas partes de la península itálica, gringos a aquellos que habían nacido en otros países de Europa y turcos a todos aquellos que provenían del mundo árabe.

    A aquellos inmigrantes que no tenían familiares en el Nuevo Mundo les esperaba el Hotel de Inmigrantes situado en la zona de Retiro. En esta morada temporaria los recién llegados debían observar el reglamento del lugar que determinaba, entre otras cosas, lavar los utensilios después de cada comida, limpiar las instalaciones y ocuparse del traslado de víveres.

    En el Hotel de Inmigrantes los hombres, mujeres y niños que venían a poblar el suelo argentino se agrupaban en cofradías, iban juntos al comedor, compartían el mismo dormitorio y salían en conjunto a la calle. Una vez que sonaba el timbre del silencio nocturno no estaba permitido hacer ningún tipo de ruido o alboroto y quien se sintiera indispuesto debía avisar a los encargados del establecimiento. Estaba permitido salir a determinadas horas, pero quien no regresara en el tiempo estipulado no podía pernoctar en el Hotel.

    La aglomeración de gente de distinta lengua, credo y costumbres presentaba un cuadro poco edificante y hubo denuncias acerca del mal estado del hospedaje a los extranjeros. Después de un tiempo algunos de estos inmigrantes se trasladarían a viviendas más dignas, otros alquilarían una pieza en los conventillos de Buenos Aires y los demás probarían su suerte en las provincias.

    Estos millones de almas dejaban atrás historia, familia, amigos y afectos y se aferraban a la esperanza de encontrar un lugar que los amparaba y les proporcionara lo que su propia tierra les negaba.

    En el caso de los inmigrantes españoles de principios del siglo veinte, muchos de ellos analfabetos, se veían obligados a abandonar su país porque este no les ofrecía un futuro y no los podía mantener ni educar. Sin embargo, luego de la derrota de las fuerzas republicanas en la Guerra Civil Española en la década de los años treinta, la Argentina les abrió sus puertas a poetas, artistas, sindicalistas, catedráticos y periodistas catalanes, vascos, o de cualquier otra región de la península donde sus oriundos hubieran ofrecido resistencia a la dictadura franquista. Estos exiliados muy pronto convirtieron a Buenos Aires en la capital de la diáspora española y el centro de la cultura ibérica, parcialmente enmudecida en su terruño natal por el régimen del Generalísimo.

    Don Felipe, un periodista catalán quien tuvo que exiliarse luego de la derrota de la República Española, dice que después de pasar por el riesgo del fusilamiento y la cárcel cedió los derechos que le correspondían sobre las fincas familiares a su hermano, se despidió de los árboles centenarios y los caminos de piedra de su pueblo natal y cruzó el Atlántico sin más equipaje que unas pocas pertenencias. En la cruenta Guerra Civil murieron casi dos millones de españoles, pero, mientras que unos hombres mataban a otros hombres, las grandes potencias occidentales permanecían indiferentes. Porque, continúa Don Felipe, el Reino Unido, Francia y los Estados Unidos de Norteamérica miraron para otro lado cuando los nazis alemanes como así también los fascistas italianos bombardeaban las ciudades y los pueblos españoles. En cuanto a los camaradas rusos decía Don Felipe, todavía me pregunto dónde está el oro español que se llevaron a su país en los días de la Guerra Civil. La traición estalinista a la clase trabajadora española y su reticencia inicial de luchar en contra de regímenes nazis fascistas alcanzó su punto culminante cuando Stalin y sus cómplices firmaron un pacto de no agresión con los asesinos que comandaba el psicópata austriaco. Pero muy pronto, continuaba Don Felipe, Hitler se pasó el acuerdo por el culo, invadió la Unión Soviética y a Stalin no le quedó otro remedio que defender a su país.  Don Felipe sostenía que el inmigrante toma una decisión y asume los riesgos cuando decide viajar a otras tierras, pero el refugiado no tiene la opción de decidir. Además, está el trauma del desarraigo, la pérdida del punto de referencia, la separación de sus seres queridos, un cuadro que afecta la salud de la persona para el resto de su vida. El desarraigo es particularmente doloroso en la ancianidad cuando la falta de la esperanza muchas veces sirve para adelantar la muerte. En este contexto, el poeta argentino Juan Gelman escribió: todos los exiliados conocen lo doloroso del exilio. A nadie le gusta que lo echen de su tierra, mucho menos cuando los que lo echan son militares. Pero también hay otra forma de exilio: el interior. La cantidad creciente de analfabetos que hay en Argentina muestra a los exiliados de la educación. Los que no tienen para comprar un remedio, para ir al médico, son exiliados de la sanidad. Los que cobran una miseria son exiliados de un supuesto desarrollo.

    En definitiva, millones de personas dejaron Europa porque el Viejo continente estaba desgarrado por guerras y hambrunas, porque fueron las víctimas de persecuciones políticas y religiosas o simplemente porque buscaban la tranquilidad y la prosperidad que les ofrecía un país joven y en vías de desarrollo. Venían a sobrevivir, traían sus pocas pertenencias acompañadas por sus grandes anhelos, dejaban atrás sus querencias, pero algunos no olvidarían sus historias políticas y tendrían una activa participación en organizaciones que luchaban por los derechos de los obreros.

    ¿Pero cuál fue la actitud de los argentinos hacia los inmigrantes?  ¿Y que pensaban los nuevos llegados de los criollos?  ¿Cuál fue la respuesta de las clases dirigentes?

    Bueno, en este aspecto hay de todo como en almacén de campo, explicaba Leonor la esposa de Manuel. Mi abuelo materno de origen francés siempre decía que me casara con un gringo batatero antes que con un Negro . "Estos Cabecitas Negras son todos unos vagos y yo no quiero ninguno en mi familia. Por su parte Dona Tomasa, una vecina de Villaguay, no se cansaba de repetir que los gringos habían venido al país a matarse el hambre y a quitarles las tierras ancestrales que les pertenecían. Hasta nuestra cultura autóctona han corrompido estos gringos, exclamaba la septuagenaria descendiente de  los primeros pobladores de la ciudad.

    De alguna manera estas reacciones tan opuestas reflejan las profundas divisiones que se observan en las posturas adoptadas por influyentes miembros de las elites políticas e intelectuales.

    Antonio Argerich en su novela Inocentes o culpables sostiene que para mejorar los ganados los hacendados se gastan sumas fabulosas trayendo tipos escogidos y para aumentar la población argentina atraemos una inmigración inferior. Como, pues, ¿de padres mal conformados y de frente deprimida puede surgir una generación inteligente y apta para la libertad? Creo que tenemos demasiada ignorancia adentro para traer todavía más de afuera y es deber de los Gobiernos estimular la selección del hombre argentino impidiendo que surjan poblaciones formadas con los regazos fisiológicos de la vieja Europa. Por su parte Eugenio Cambaceres repudiaba a los extranjeros y en su novela En la sangre, el autor consideraba a los inmigrantes una fuerza poderosa y nociva para los intereses de la Nación. Como se puede apreciar el perfil más intolerante de los argentinos se plasma en estos escritos y hasta el propio presidente Domingo Faustino Sarmiento alguna vez expresó su desazón por el tipo de inmigración que había recibido el país. Porque, en lugar del flujo de inmigrantes anglosajones de clase media educada con el que soñaban las elites políticas, económicas e intelectuales argentinas de entonces, desde finales del siglo diecinueve la inmensa mayoría de los extranjeros que vinieron a la Argentina fueron gente pobre, sin demasiada educación que provenían de las zonas más atrasadas de Europa.

    A través de la historia argentina, las actitudes xenofóbicas han tenido distintos destinatarios, primero fueron los indios, los gauchos y los mestizos, luego los inmigrantes españoles, italianos y los judíos y en épocas más recientes los llamados bolitas, es decir todos aquellos que vienen del Altiplano, los perucas nombre peyorativo para referirse a los peruanos, los paraguas que describe a los paraguayos y los cabecitas negras, es decir los argentinos que no tienen ojos claros y cabellos rubios.

    Otros pensadores como el médico y catedrático José Ingenieros se mostraban satisfechos con la adaptación de los inmigrantes al medio geográfico Las variedades de la raza europea aquí trasplantadas sienten ya, en sus hijos argentinos los efectos de la adaptación a otro medio físico, que engendra otras costumbres sociales. Los Andes, la Pampa, el Litoral, el Atlántico, la Selva, el Iguazú son cosas nuestras, y solamente nuestras. Viviendo junto a ellas las razas blancas emigradas adquieren hábitos y costumbres nuevas, hasta engendrar una variedad, distinta de las originales, escribía el autor del Hombre Mediocre.

    Para Estanislao Zeballos tanto los nativos como los recién llegados se benefician con la apertura a la inmigración, pero estaba en desacuerdo con el sistema de reclutar oficialmente la inmigración y en cambio se mostraba partidario de estimular la inmigración espontanea, que se mueve por sí misma que paga su pasaje y es atraída por las noticias sobre las ventajas y las oportunidades que ofrece el país.

    En cuanto a la retórica que la Argentina era un crisol de razas, la misma fue simplemente una creencia que sirvió para que los inmigrantes se sintieran argentinos; algo similar al ambivalente concepto del multiculturalismo en países como Australia.

    Al margen de estas opiniones encontradas sobre los efectos de la inmigración, entre 1850 y 1950 millones de europeos emigraron a la Argentina y no caben dudas de que su contribución al desarrollo económico y cultural del país ha sido significativa.

    Sin embargo, la endémica corrupción en las esferas públicas y privadas, la demagogia de los políticos y las brutales represiones llevadas a cabo por gobiernos de facto, habían sumido a la Argentina en un estado de postración económica y violencia política en los años setenta.

    Manuel pertenecía a una generación argentina que se veía forzada a buscar su bienestar en otras latitudes y debía pagar el duro precio del exilio voluntario como consecuencia de las políticas entreguistas de sus gobernantes. Estos argentinos habían sido abandonados y, en algunos casos expulsados, por su propio país el cual no había hecho nada para protegerlos y retenerlos.

    Nieto de inmigrantes españoles e italianos, el viaje a la tierra del canguro era su segunda experiencia fuera de las fronteras de su país natal. 

    Porque en 1975 Manuel había emprendido un viaje a Canadá donde trabajó para un italiano que realizaba reparaciones en las viviendas públicas administradas por el gobierno de ese país. Lina, hermana de Gino su hermano del corazón, le había dado una carta que estaba dirigida a Doménico como así también su número de teléfono. Manuel nunca supo el contenido de la misiva, pero apenas arribó a Toronto se puso en contacto con Doménico y este lo invito a almorzar en su espaciosa casa el domingo siguiente. Esa fecha ha permanecido grabada para siempre en su memoria. Alrededor del mediodía de ese frio y grisáceo domingo, Manuel tocó el timbre de la casa de Doménico. La recepción que le brindó esta familia fue extremadamente acogedora y el almuerzo estuvo exquisito. Sin embargo, a Manuel se le formó un nudo en la garganta al ver corretear por la casa a los hijos de su anfitrión. En ese momento pensó en la Negra y Marcelo, sus hijos que estaban tan lejos, y en los fines de semana que siempre compartía con ellos y su mujer. Luego de leer la carta de Lina, Doménico le explicó que lo llamaría apenas se presentara la primera oportunidad de trabajo y se ofreció para llevarlo al departamento donde Manuel se alojaba transitoriamente, pero este declinó amablemente el ofrecimiento.  Caminando solo por la Dufferin Street en ese desolado y frio atardecer en Toronto, Manuel se sintió angustiado y no pudo evitar que las lágrimas rodaran por sus mejillas al pensar en sus hijos, su mujer y todo aquello que constituía su entorno y sus querencias. Para su enorme sorpresa, en la mañana del lunes Doménico lo llamó por teléfono y comenzó a trabajar inmediatamente. Sus compañeros de labores eran italianos y portugueses de caras curtidas por el duro trabajo que realizaban y acostumbrados a las tareas donde la fuerza física era un requisito esencial. En esa fría mañana los obreros de Doménico trabajaban para levantar un muro en el lugar destinado para guardar los tachos de basura y los ladrillos refractarios que se utilizaban tenían un peso que era definitivamente superior a las reservas físicas del recién llegado. Inicialmente, Manuel trató de mantener el ritmo de trabajo de esos hombres fornidos quienes llevaban los pesados ladrillos refractarios de a dos. Sin embargo, a las pocas horas comenzó a anotar que sus manos estaban empolladas. Al mediodía hicieron un paréntesis y estaba tomando una taza de café que le había ofrecido un compañero cuando Don Rocco, el padre de su patrón, quien estaba supervisando la obra, se acercó y le dijo: Manuel si quieres volver a la Argentina empieza a llevar de a uno los ladrillos ya que de lo contrario te quedas para siempre en Canadá. El viejo italiano se daba cuenta que pese a su buena voluntad Manuel no estaba acostumbrado a esos menesteres y con una dosis de humor se lo hacía saber.

    Paradójicamente, sus empleadores en Canadá habían vivido en la Argentina desde fines de la década del cuarenta hasta los años sesenta cuando partieron hacia Toronto. Don Rocco, su esposa Angelina, su hijo Doménico, su hija Roseta y su yerno Nicolino estaban profundamente agradecidos por la forma en que habían sido tratados en la Argentina a la que llegaron luego de los horrores de la guerra europea. Para ellos resultaba difícil aceptar la alarmante espiral descendiente por el que atravesaba una nación que poseía recursos naturales como pocos otros países en este planeta. Don Rocco, Doménico y Nicolino recordaban con cierta nostalgia los años de bonanza en la Argentina de otrora y la abundancia que reinaba en el país en momentos en que gran parte de la humanidad sufría las consecuencias de casi una década de descarnados conflictos bélicos.

    Sin embargo, Manuel sostenía que la actual decadencia argentina era el producto del servilismo de sus dirigentes políticos, militares y empresariales a las distintas formas del capitalismo internacional. Nicolino por su parte decía que la crisis económica que sufría Argentina se agravaría debido a los cambios producidos en la economía de mercado desde el término de la segunda guerra mundial. En efecto, decía el afable italiano, las profundas transformaciones logradas en la producción y comercialización de los productos primarios en los países tecnológicamente más avanzados, sumados a los subsidios que esos gobiernos otorgaban a sus productores en sus cuotas de exportación, significaban que la Argentina se encontraba imposibilitada de competir en los mercados más redituables y por ende se veía privada de su principal fuente de ingresos. Además, las divisas obtenidas por la exportación de sus productos agrícola-ganaderos a precios fijados por aquellos países que controlaban el mercado global, no alcanzaba a cubrir el servicio de su escandalosa deuda externa, agregaba Nicolino con cierta dosis de amargura reflejada en su rostro. Pese a algunas divergencias políticas las anécdotas, que incluían una buena dosis de humor criollo e itálico, se sucedían a menudo durante las charlas que Manuel mantenía con esta bondadosa familia italiana. Luego de vivir durante nueve meses como un inmigrante ilegal, desafiando las inclemencias del duro invierno canadiense, Manuel logró hacerse de algunos miles de dólares.

    Durante su estadía en Toronto pudo comprobar por primera vez en su vida las vicisitudes emocionales que enfrenta un individuo fuera del entorno familiar y muchas veces en la soledad de su departamento, pensando en su mujer y en sus dos hijos, maldecía su suerte.

    Tenía entonces treinta y dos años y hacia doce que se había casado con Leonor, una entrerriana descendiente de belgas y franceses y con quien tenía dos hermosos vástagos.

    Nunca habían tenido un nivel de vida muy bueno, aunque a los niños no les hacían faltar nada dentro de sus posibilidades.

    Recientemente habían comprado un terreno y con los dólares que Manuel pudiera ganar en Canadá esperaban construir su propia vivienda.

    La enorme disparidad existente entre las monedas estables de los países del llamado primer mundo y el vapuleado peso argentino de esa época, les permitía alentar ese sueño.

    Previo a su partida hacia Canadá, Manuel trabajaba en el negocio de tapicería de su padre y ella vendía ropa a crédito en los barrios humildes del Gran Buenos Aires durante las horas en que los niños concurrían a la escuela.

    Hago cinco lucas verdes, vuelvo y nos hacemos la casa, proclamaba Manuel ante las dudas que experimentaba su esposa en los meses previos a su viaje al país del norte.

    Antes de llegar a Canadá estuvo viviendo en México por algunas semanas con el único propósito de hacerle creer a las autoridades de inmigración canadienses de que era un comerciante argentino realizando un viaje de placer por diferentes países. La mayor preocupación de aquellos argentinos que en esa época viajaban a Toronto carentes de la necesaria documentación era el de ser directamente enviados de vuelta a Ezeiza sin tener la oportunidad de tan siquiera desquitarse el costo del pasaje trabajando en lo que pudieren. Solo aquellos que han vivido y trabajado ilegalmente en un país, pueden comprender las angustias que experimentan las personas que se encuentran en esa situación y las enormes implicaciones económicas que puede acarrear un viaje frustrado, particularmente cuando se tiene en cuenta que el común denominador entre estos seres humanos es que pertenecen a los estrados sociales menos afortunados.

    En el mundo actual la situación de los inmigrantes ilegales que viajan a otros países, muchas veces escapando de horrorosas hambrunas y guerras, continúa siendo por demás precaria. Porque en nuestros días personas provenientes del llamado Tercer Mundo, aunque como apunta la escritora chilena Isabel Allende nunca nos dijeron dónde está el Segundo Mundo, desesperadamente tratan de ingresar en los países más desarrollados y son explotadas por elementos criminales que se aprovechan de sus circunstancias. Estos individuos han establecido una corrupta cadena de operadores locales e internacionales quienes se ocupan, desde conseguir documentos falsos para los viajeros, hasta contratar medios de transporte que en la mayoría de los casos ponen en serio peligro la vida de los pasajeros. En los casos en los que logran eludir las barreras aduaneras, estos inmigrantes ilegales viven una existencia marcada por el temor a ser detectados y son sometidos a las arbitrariedades de aquellos que les proporcionan trabajos por los que reciben salarios muy por debajo de lo que establecen las leyes laborales. Muchos de estos inmigrantes ilegales viven en condiciones de hacinamiento y existe evidencia que confirma que existen sindicatos criminales que se dedican a la trata de blancas, explotando sexualmente a mujeres jóvenes provenientes de países pobres. Estas mujeres, incluyendo menores de edad, son frecuentemente engañadas con falsas promesas y mantenidas virtualmente prisioneras en prostíbulos ubicados en el seno de las sociedades de consumo.

    En 1999, luego de una minuciosa investigación periodística, un matutino australiano reveló que existía un intrincado operativo criminal a través del cual mujeres asiáticas eran ilegalmente traídas al país para trabajar en prostíbulos de Sídney. En estos lugares las mujeres son frecuentemente obligadas a tener hasta medio millar de relaciones sexuales con clientes sin recibir ningún dinero y mantenidas en una virtual captividad si se resisten a cumplir con lo demandado por estos delincuentes. De acuerdo con el Sydney Morning Herald, era solo después de cumplir con esta denigrante parte del contrato que las mujeres reciben un cincuenta por ciento del ‘arancel’ que pagan los clientes. A pesar de la limitada remuneración que estas mujeres obtienen trabajando en la ocupación que ha sobrevivido todos los cambios sociales, económicos y políticos en la historia de la humanidad, este dinero les permite enviar la tan necesitada ayuda económica a los familiares que permanecen en sus países de origen. Una situación similar ocurre en la actualidad con mujeres provenientes de países que conformaban la antigua Unión Soviética que son engañadas por bandas criminales con la promesa de lucrativos trabajos y terminan ofreciendo sus cuerpos por dinero en los prostíbulos de las principales capitales del continente.  

    El negociado que representaba para algunos oportunistas alquilarle a los bolivianos que querían ingresar a la Argentina como turistas una bolsa de viaje por unas horas a cambio del diez por ciento, las penurias que sufren los inmigrantes ilegales mexicanos y centroamericanos que intentan ingresar a los Estados Unidos en busca de dólares para alimentar a sus familias y los abusos que tienen que soportar los obreros que trabajan ilegalmente en los países industrializados, son solo algunos ejemplos. Esta realidad demuestra la falta de sensibilidad que algunos seres humanos tienen para con sus semejantes en aprietos económicos y la complicidad de funcionarios oficiales al permitir hechos bochornosos que afectan la dignidad, la seguridad y los derechos elementales de algunos de los inquilinos más vulnerables de este planeta.

    Algo que a Manuel le llamó la atención en la tierra de los aztecas fueron las diferencias sociales, más marcadas que las existentes en su propio país. Durante su estadía en la capital mexicana vivió en la casa de Rosa una actriz amiga de la infancia quien en ese entonces se encontraba románticamente envuelta con un poderoso magnate mexicano. El lujoso piso en el cual habitaba Rosa estaba situado en el exclusivo barrio de Polanco y la opulencia que exhibían sus dueños contrastaba con la miserable vida que llevaban aquellos que cumplían distintas tareas en el vecindario, incluyendo niños que por unas pocas monedas realizaban trabajos que en otros países serian considerados inapropiados para su edad.

    Manuel había emprendido el viaje a Canadá en compañía del Petiso Sánchez, un vecino del barrio que había sido vendedor ambulante, asiduo amante del buen vino y quien enfáticamente afirmaba tener poderes que le permitían predecir el futuro de los demás.

    El Petiso era un verdadero personaje y tenía la intención de trabajar en lo que pudiera en Canadá para poder mejorar la situación económica familiar. Por distintas razones el Petiso no pudo concretar sus planes originales pese a que, luego de estar un tiempo en Toronto, trabajó duramente en un restaurant en la British Columbia donde la temperatura ambiental estaba frecuentemente por debajo del punto de congelación. En Alberta se me congelaban hasta los huevos, decía el Petiso, pero no me quedaba otra alternativa. Sin embargo, las anécdotas de Jorge Sánchez podrían ciertamente servir de tema para una novela en las que se conjugarían la aventura, el humor y también elementos dramáticos. Luego de que fracasara su poco atinado intento de hacer ingresar ilegalmente a su esposa e hijo a Canadá se reencontró con ellos en México, donde con los dólares que tan esforzadamente ganara en Alberta trató de hacer todo lo posible para que fueran felices. Sin embargo, sus esfuerzos aparentemente no encontraron una respuesta positiva por parte de su mujer y, luego de un tiempo de inestabilidad matrimonial, su esposa e hijo emprendieron el regreso a la Argentina. El Petiso quedó emocionalmente desbastado y poco después de la partida de su familia comenzó a viajar por distintos países de la zona centroamericana. En la convulsionada Centroamérica hizo de todo para poder sobrevivir y se vio envuelto en las aventuras más inverosímiles, incluyendo la nada agradable experiencia de ser erróneamente acusado de traficante de drogas, ser arrestado por las fuerzas gubernamentales de un país envuelto en un conflicto fratricida por supuestas conexiones con elementos terroristas y ser atacado por animales salvajes en las junglas de la región. Después de varios años de deambular por varios años en distintos países centroamericanos, un buen día el Petiso se puso en contacto con una mujer canadiense con la que había mantenido una relación amorosa durante su estadía en ese país. Durante la conversación telefónica la mujer le ofreció una carta de llamada que le permitiría regresar a Canadá en forma legal. Luego de pasar por tantas vicisitudes el Petiso no se hizo rogar demasiado y tomó el primer vuelo con destino a Toronto. En la actualidad ambos viven junto a sus dos hijos en una vivienda administrada por el Departamento de la Vivienda de Ontario y, mientras la mujer se encarga de las tareas hogareñas, el Petiso se dedica a leerle la suerte a cuanto incauto pueda atrapar como así también aconsejar a parejas que intentan cualquier método para tratar de salvar una relación que en la mayoría de los casos esta irremediablemente terminada.

    Trabajar, afirma el Petiso quien es conocido en los círculos de las ciencias ocultas como el Profesor Tacurablancamara , es la ocupación de los giles y yo durante un largo tiempo engrosé la fila de los boludos que laburan como burros solamente para sobrevivir. Porque de una cosa estoy seguro, continua el Petiso, y es que la guita grande no se hace laburando en relación de dependencia o teniendo un pequeño boliche donde te pasas la mayoría del tiempo volviéndote loco para poder hacer un puto mango; ¿así que me puedes decir para que me voy a romper el culo o hacerme mala sangre?

    Por lo menos en mi ocupación actual no me esfuerzo físicamente, los ingresos son equiparables al de cualquier trabajador que tiene que laburar ocho horas al día y las personas que me vienen a consultar me tratan con cierta reverencia. Además, ¿me van a decir que los políticos que se llevan un dineral, se rascan las bolas la mayor parte del tiempo y se pasan hablando boludeces son más honestos que yo? ¿O que los curas que trabajan solo los domingos engrupen a las masas desde hace dos mil años son menos parásitos sociales que yo? No me jodan, concluye el Petiso en un tono sarcástico.

    Cuando Manuel y el Petiso arribaron al aeropuerto de Toronto en una noche del mes de septiembre de 1975 ambos trataron de disimular su enorme preocupación interior, mientras rogaban que la suerte los acompañara ya que de lo contrario estarían de regreso en casa antes de lo anticipado.

    Good evening Sir and welcome to Canadá, dijo la fable funcionaria de aduanas, mientras requería la presentación del pasaporte correspondiente.

    Manuel trato de recordar rápidamente el inglés aprendido en la escuela secundaria y respondió con un tímido: Thank you Madam.

    May I ask you what is the purpose of your visit? Pregunto la funcionaria.

    Vacations, respondió Manuel no del todo convencido que había entendido la pregunta. 

    And can you tell me where do you intend to reside in Canada and how long you are planning to stay in the country? La pregunta resulto demasiada complicada para el limitado conocimiento que Manuel tenia de la lengua de Shakespeare y solo atino a balbucear: I am sorry Madam, me no understand.

    La respuesta de la funcionaria canadiense no se hizo esperar y lo tomó completamente por sorpresa.

    Señor Rodriguez, mi pregunta está relacionada con el lugar donde usted piensa alojarse y cuánto tiempo piensa quedarse en el país dijo en un perfecto castellano la joven oficial de aduanas, quien resultó ser hija de exiliados chilenos que se habían visto obligados a abandonar Chile luego del sangriento derrocamiento del gobierno de Salvador Allende.

    Bueno señorita, respondió Manuel, como Ud. puede ver tengo hospedaje en el hotel Sheraton, mientras producía una documentación fraguada que señalaba que tenía reservaciones en el lujoso hotel por el termino de dos semanas.

    No te preocupes, le había dicho Pascual un dilecto amigo de la infancia que tenía una agencia de viajes en México. Si tienes problemas en el aeropuerto de Toronto reconfirmamos las reservaciones y pagamos por las dos semanas desde aquí, vos te quedas una noche, luego pedís que te reintegren el resto del dinero, me lo mandas de vuelta y no pasa absolutamente nada.

    Además, señorita, continúo diciéndole Manuel a la empleada canadiense en un tono que trataba de sonar convincente, pienso visitar Montreal así que podría estimar mi estadía en alrededor de tres semanas ya que es todo el tiempo que tengo disponible antes de reanudar mis actividades comerciales.

    A propósito, esta es mi tarjeta por si alguna vez se le ocurre viajar a la Argentina, agrego Manuel quien parecía haberse ganado la confianza de la joven funcionaria aduanera.

    Muy bien señor Rodriguez, dijo la afable chilena tenga Ud. unas felices vacaciones en Canadá al tiempo que estampaba el pasaporte del recién llegado, quien tuvo que hacer esfuerzos para ocultar su enorme alivio al pasar el primer obstáculo en su riesgoso periplo.

    En un principio Manuel y el Petiso se ubicaron en el departamento de Cesar y Rosita, un matrimonio amigo del Barrio San José quienes desde hacía un par de años también estaban trabajando en forma ilegal en Toronto.

    El cariñosamente llamado Rengo Cesar y su esposa le proporcionaron a Manuel una enorme ayuda emocional, particularmente en los momentos en los que este último se sentía desolado, adorando a su mujer y sus pequeños hijos y preocupado por su familia que vivía en un país en el que la violencia del estado en contra de sus ciudadanos se había convertido en un hecho cotidiano.

    Manuel comenzó a trabajar para Doménico a los pocos días de haber llegado a Toronto. Aunque la primera semana de trabajo fue extremadamente difícil para Manuel con sus manos llenas de ampollas y su cuerpo todo dolorido, esos lejanos días también demostraron su espíritu de lucha en circunstancias adversas.

    Manuel siempre recuerda esas noches en los que, luego de terminar de trabajar, regresaba extenuado al departamento de Cesar y Rosita y frecuentemente se quedaba dormido en el sofá que estos tenían en el cuarto de estar en el medio de una conversación con sus anfitriones.

    Doménico le pagó su primera semana un sábado y cuando esa noche volvió extenuado al departamento de Cesar, algunos de los argentinos que frecuentaban el lugar estaban tomando mate y jugando a las cartas con el dueño de casa.

    ¿Como te fue hoy? pregunto Cesar.

    Bien, respondió Manuel, Doménico me pago esta semana así que el lunes voy a abrir una cuenta bancaria en el Royal Bank of Canadá que tiene sucursal en Buenos Aires, pero no hay problema porque él me va a ayudar.

    ¿Cuánto te pagaron? pregunto el Tano Santella, un jugador empedernido que en la Argentina se la desquitaba con su pobre mujer cada vez que perdía una partida de póker y que sufría de un complejo de inferioridad debido a su corta estatura.

    Incluyendo el día de hoy me dieron ciento cincuenta dólares, pero creo que nunca en mi vida trabaje tan duramente, respondió Manuel.

    ¿Ciento cincuenta dólares? exclamó el indio Mangares, otro vecino del barrio al tiempo que agregaba: a mí me parece que aquí hay algo raro porque los peones de la construcción no ganan esa plata en este país.

    Ten cuidado con esos tanos dijo el polaco Grabosky, quien tenía la costumbre de lanzarse bruscamente en frente de los autos que se aproximaban a los cruces peatonales esperando que alguno de estos vehículos lo embistiera para poder cobrar una compensación, anda a saber en qué fatos raros andan y en una de esas vos pagas los platos rotos.

    Cesar los interrumpió: ¿pero ustedes se piensan que una familia que tiene una empresa de construcción establecida va a aprovecharse de un hombre que solo desea trabajar, hacerse de unos dólares y regresar a su país?  Déjense de ser tan mala leche por favor dijo el Rengo bonachón, mientras suspiraba mostrando su desagrado ante las manifestaciones de sus invitados de turno.

    En ese momento Manuel pensó que a veces hay cosas que es mejor guardárselas para uno mismo, pero no alcanzo a medir en su total dimensión el resentimiento enfermizo que albergan ciertos individuos cuando sus semejantes logran algo que despierta su envidia.

    Poco tiempo después de aquella conversación en el departamento de Cesar, Doménico recibió la visita de un funcionario del departamento de Trabajo quien le pregunto si conocía a una persona llamada Manuel Rodriguez. Afortunadamente, Manuel se encontraba trabajando en otro sitio y Dominico negó conocer a esta persona. Sin embargo, el 13 de junio de 1975 dos oficiales de inmigraciones lo detendrían en su departamento en el momento en que regresaba de su trabajo. Manuel nunca tuvo dudas que el delator pertenecía a ese grupo de mediocres ya que solo ellos sabían dónde trabajaba, a qué hora terminaba sus labores y donde vivía.

    Pasó la noche en la que fue detenido por oficiales de inmigración en una celda de la seccional de policía cercana a su domicilio y al día siguiente un camión celular lo llevó a la Cárcel Central de Toronto. Durante el trayecto hasta el establecimiento penitenciario los detenidos que viajaban en el coche celular no cesaron de insultar a los guardiacárceles que conducían el vehículo.

    Fucking dog!, ¡Cock sucker! Mothers fucker! fueron algunas de las expresiones vertidas por sus ocasionales compañeros de viaje.

    Manuel, pensando en las consecuencias que similares acciones podrían tener en su país de origen, estaba realmente preocupado y les pidió a los otros detenidos que dejaran de utilizar ese lenguaje vulgar.

    Please stop! No fucking! No dog! Police terribly angry if we say vulgar words about them and they will kick us when we get to jail! ¡No more please, please!

    I do not care, these sons of a bitch can go and get fucked, replicó uno de los presos ante la desazón de Manuel quien, pese a no haber participado en el concierto de malas palabras, se imaginaba recibiendo una paliza cuando llegara a la prisión como resultado del vocabulario soez empleado por los otros presos. Y ya tenía bastante con su situación; había ido a Canadá a trabajar y terminaba en un celular policial.

    Sus temores parecieron tomar fuerza cuando los oficiales del penal le pidieron que se sacara la ropa y se duchara en la sala de recepción de la prisión.

    Please take your clothes off, have a shower and put on your Gaol uniform, le pidió el fornido official del servicio correccional de Toronto.

    Manuel pensó que esa era la oportunidad que estaban esperando para infringirle un castigo corporal así que no dejo de observar a los oficiales mientras se bañaba. Sin embargo, los uniformados continuaron hablando entre ellos y solo se dirigieron a Manuel una vez que este terminara de ducharse.

    You cannot have your cigarettes in jail, so we are going to issue your reception tobacco. Also, you can have a comb, a tooth brash and toothpaste before you go to the wing where you will be held until immigration decides about your residential status, le dijo uno de los guardacarceles .

    Se quedo sorprendido y solo atinó a decir gracias a esos hombres de los que tenía ideas preconcebidas y a los que erróneamente se los imaginaba cometiendo acciones violentas en contra de prisioneros. Tambien en ese momento comprendió la gran diferencia que existe entre un sistema político que respetaba los derechos básicos de los ciudadanos y otro que permanentemente violaba la dignidad de su propios habitantes.

    En la cárcel de Toronto estuvo detenido una semana mientras las autoridades trataban de averiguar sus movimientos desde que ingresara al país y para quien había trabajado.

    Desde que llegue a Toronto he vivido en el mismo lugar y he trabajado en distintas obras de construcción en la ciudad y en algunos restaurants como lavacopas les dijo Manuel a los funcionarios de inmigración que vinieron a entrevistarlo en la prisión.

    Fiel al viejo refrán de que donde se come no se caga Manuel no estaba dispuesto a comprometer a Doménico pese a las sutiles presiones a que lo sometieron durante varios días los oficiales del servicio de inmigración para que delatara a quien realmente le había proporcionado trabajo.

    Sin embargo, lo que más les sorprendió a las autoridades canadienses fue el hecho de que Manuel no hubiera solicitado ninguna tarjeta de crédito durante su estadía en la ciudad construida a orillas del Toronto Lake. Manuel era consciente de que había violado las reglas de inmigración de Canadá en su intento por hacerse de unos dólares para mejorar su situación económica, pero esto no lo convertía en un delincuente que se aprovechaba de la buena fe de los canadienses. Porque en esos días, algunos argentinos que vivían y trabajaban ilegalmente en Canadá habían comenzado a estafar a las compañías que otorgaban préstamos a sola firma, eventualmente quebrando la confianza que los canadienses le adjudicaban a la palabra empeñada como absoluta garantía de honestidad.

    El modus operandi de estos individuos consistía en abrir una cuenta bancaria y luego solicitar una tarjeta de crédito por una suma similar al balance que mostraban sus libretas de ahorro. Después de recibir el préstamo estos desfachatados realizaban varias compras con sus tarjetas de crédito y pagaban sus cuotas regularmente para no despertar sospechas. Sin embargo, el mismo día que regresaban a la Argentina, en un vuelo del sábado cuando los bancos estaban abiertos, estos individuos retiraban todo el dinero que tenían en sus cuentas bancarias y utilizaban sus tarjetas de crédito para comprar lo que se les antojaba sabiendo que no iban a pagar un centavo por la mercadería adquirida en forma deshonesta.

    El indio Mangares se jactaba de haberse comprado una raqueta de tenis similar a la que usaban los profesionales de ese deporte, unos anteojos para el sol de una afamada marca y ropa exclusiva fabricada en Europa gracias a la tarjeta de crédito que había conseguido cuando estuvo en Canadá.

    Lamentablemente este individuo, como otros de su misma calaña, le ha hecho mucho daño a la reputación de los demás argentinos que trabajan honestamente en Canadá.

    En Canadá Manuel estuvo en contacto con una sociedad diferente a la de su país y por primera vez en su vida tuvo la oportunidad de comprobar que la percepción general que existía en Argentina respecto a otros países estaba en muchos casos muy alejada de la realidad. 

    La mayoría de sus compatriotas se había pasado muchos años autoconvencidos de que, por ejemplo, Ezeiza era un aeropuerto que estaba a la altura de los mejores del mundo, que solo ellos comían bien y que sus leyes sociales estaban entre las más progresistas del planeta.

    Pero en la realidad el principal aeropuerto argentino distaba mucho de ser una terminal aérea que tuviera la capacidad operacional y la eficiencia que tienen sus similares en otras regiones del mundo. Don Domingo un vecino del barrio estaba convencido que en ninguna parte del mundo se comía tan bien como en la Argentina. Pero, si bien es cierto que algunos argentinos tienen una dieta más o menos adecuada no es menos cierto que en los últimos años hay muchos hombres, mujeres y niños en el país de la abundancia que comen salteado.

    En cuanto a los aspectos que tienen que ver con la igualdad social los argentinos tienen que aprender mucho respecto a otros países, como por ejemplo que en las naciones desarrolladas a los jubilados se les paga un beneficio que les permite llevar una vida digna. Algo que no ocurre en la Argentina donde los pensionados reciben un pago que no les alcanza para llegar a fin de mes porque el sistema socioeconómico y político no está interesado en el bienestar de aquellos que trabajaron la mayor parte de sus vidas. Excepto, claro está, que el beneficiario de la pensión sea un político, un uniformado o un miembro del poder judicial. Porque estos mal llamados servidores públicos, muchos de ellos envueltos en casos de corrupción, han logrado instrumentar un régimen jubilatorio que les asegura una vejez tranquila, por lo menos en el aspecto económico. En la actualidad el injusto sistema jubilatorio les permite a los miembros de esas elites, cuyos estudios y suculentos salarios han sido siempre pagados por el contribuyente argentino, recibir pensiones privilegiadas y retirarse hasta con el 85% de sus haberes actualizados del personal en actividad.

    Tambien es preciso apuntar que en países como Canadá y Australia los enfermos son atendidos en hospitales públicos que cuentan con el material médico necesario y cuyas instalaciones son mantenidas limpias; en una directa contraposición a la situación que se observa en los nosocomios estatales argentinos donde los médicos no cuentan con los elementos más elementales para poder atender a los pacientes y la mugre se puede ver por todos lados.

    En Canadá y Australia los fondos que el estado recauda en conceptos de impuestos son utilizados para mejorar las condiciones de vida de la población a través de obras viales, servicios de transporte públicos, centros de asistencia médica a los que tiene acceso cualquier residente del país, servicios de seguridad social que cubren temporariamente las necesidades mínimas de aquellos que están desempleados y escuelas que cuentan con el material didáctico necesario.

    Mientras tanto, cualquiera que haga un estudio sobre cómo se utilizan los dineros que pagan los contribuyentes del estado en la Argentina llegará a la conclusión que los fondos públicos son frecuentemente destinados a infraestructuras que favorecen directa o indirectamente a aliados políticos o socios económicos de los gobiernos de turno, que la construcción de centros asistenciales públicos no es la prioridad de los gobernantes criollos y que el creciente número de desocupados en el país está condenado a vivir en condiciones de extrema pobreza . 

    Manuel quedó sorprendido con el orden, la tranquilidad que se observaba en las calles de Toronto, el respeto que los canadienses tenían por las normas legales, la sobriedad con que se comportaban los lideres políticos y las enormes posibilidades que ofrecía Canadá para todo aquel que quisiera trabajar.

    La vida que llevaban los habitantes de la capital del estado de Ontario era muy diferente a la que experimentaban aquellos que vivían en Buenos Aires, donde el ritmo febril que se observaba en las

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