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Patria Grande
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Patria Grande

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Emilio, Natalia y Martín son tres periodistas contratados por la Embajada de Estados Unidos en Guatemala para realizar una serie de entrevistas a personajes notables de la vida nacional. Lo que al principio parece ser un sondeo de opinión política normal es, en realidad, una operación regional en los países del Triángulo Norte para identificar y callar voces disidentes a los intereses extractivistas. Cuando los periodistas descubren que han sido utilizados, se enfrentan al dilema más importante de sus vidas: ¿Alinearse al sistema y seguir el juego para impulsar sus carreras profesionales, o revelar la verdad a la población y asumir las graves consecuencias?

Una novela basada en entrevistas reales a personajes relevantes del pensamiento político nacional, que nos sumerge en uno de los mayores dilemas de nuestro tiempo: ¿Trabajar y vivir para el bien común o solo para el bienestar individual?

«Patria Grande» de Christian Echeverría pertenece a la colección Voluta, la cual consiste en libros de escritores latinoamericanos nóveles cuya calidad literaria respalda esta editorial; incluye poesía, prosa y teatro.

LanguageEnglish
Release dateNov 22, 2021
ISBN9780463341186
Patria Grande
Author

Christian Echeverría

Christian Echeverría, una rara mezcla entre psicólogo (USAC, 2008), poeta, activista, filósofo de acera, bloguero, escritor y periodista digital, que solo es posible en el siglo XXI. Creador y editor del blog «Asuntos inconclusos».Ha sido consultor para USAID en prevención de violencia y reinserción social de expandilleros, columnista de Plaza Pública y el-Quetzalteco, así como reportero de la revista «Temática» de Quetzaltenango.Christian Echeverría tiene estudios finalizados de maestría en gestión y desarrollo de la niñez y adolescencia (URL).

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    Patria Grande - Christian Echeverría

    El 7 de octubre de 2011, la Embajada de los Estados Unidos en Guatemala publicó un boletín de prensa:

    El Departamento de Estado, a través del cuerpo diplomático y la Agencia de Ayuda Internacional, convoca a periodistas y facultades de Periodismo y Comunicación para realizar el reportaje Patria Grande. Este será una serie de entrevistas con cinco personajes destacados de la vida política y cultural de Guatemala que, con su obra y pensamiento, contribuyen a la pluralidad del país. Su objetivo será mostrar la evolución y los retos pendientes de la democracia guatemalteca desde sus miradas y voces. De esta manera, el presidente Barack Obama pretende comunicarle al mundo el compromiso de Guatemala y Centroamérica con la democracia, los derechos humanos y el imperio de la Ley, así como nuestra cooperación mutua para consolidar estos procesos. Esta iniciativa forma parte de la política del Gobierno de los Estados Unidos de América en favor de la integración del istmo y, por eso, privilegia la perspectiva de la región.

    Se contratará a un periodista experimentado en asuntos políticos para desarrollar las entrevistas y a un reportero gráfico junior para el relato visual, ambos guatemaltecos. Cada consultor devengará $3 mil dólares estadounidenses más los derechos que le otorgue la ley guatemalteca. Se abre concurso en todo el país.

    Por su tradición de profesionalismo, independencia y objetividad, la convocatoria, selección y contratación del personal requerido se confían al diario ElPatriota, por lo que las bases específicas de los perfiles y las postulaciones se pueden consultar y presentar en su sitio web hasta el 10 de diciembre del presente año.

    Edward Potter

    Embajador de los Estados Unidos de América en Guatemala

    Cazam Ah • Patria Grande • Christian Echeverría

    Martín, el exitoso

    Aquella mañana de diciembre, clara y con viento, Martín Jurado llegó retrasado más de una hora a la redacción de ElPatriota, que estaba en el campus de la Universidad Católica de la capital. Le dolían las piernas y le estallaba la cabeza. Estaba de goma. La noche anterior, al salir del convivio de columnistas, terminó fornicado por una de las activistas del globalismo progre más celebradas, difundidas y menos talentosas de toda la opinión pública nacional, según se decía en el gremio periodístico. Martín era un mestizo con un ojo haragán que se le torcía con el calor. Moreno claro, como el cobre, de pelo seco, oscuro y desaliñado; buen conversador que sabía bailar. Ya en su oficina, se sentó en su enorme escritorio poniendo los codos encima y tomándose la frente con las manos; cerró los ojos. A esa hora solo quería largarse a su apartamento de la zona 14, dormir por horas, darse un buen baño con agua caliente e invitar a cenar a su amante furtiva. Pero aún tenía trabajo pendiente: el boletín de prensa de la Embajada de los Estados Unidos estaba sobre su escritorio y en la computadora tenía dos correos del embajador Potter con carácter de urgencia. «Seguro ya quieren saber algo» pensó. Era un tipo con responsabilidades: a sus treinta y nueve años ya era el director del diario más importante de Guatemala. Y, aunque en su mente ya había elegido a los dos periodistas del reportaje, no había contactado a ninguno todavía y tampoco informado a Potter de nada. Tenía presión para definir los mejores perfiles antes de que empezaran las vacaciones de fin de año.

    Entonces, se levantó con desidia y tiró a la basura la pila de veintiséis expedientes que había recibido desde octubre pasado, entre lo que se podía contar lo más selecto del periodismo guatemalteco. Algunos, incluso, habían sido enviados desde Europa, Sudamérica y los Estados Unidos. Solo conservó el de una joven fotógrafa quetzalteca, desconocida y sin mucha experiencia. ¿Por qué? El entrevistador que escogió era como su hermano y ni siquiera estaba en el papeleo. No hacía falta: todo el gremio periodístico decía que era el mejor. Desde que negoció con Potter, Martín se había propuesto reclutar al mejor entrevistador de Guatemala y estaba dispuesto a cumplirlo. Eso sí: a sus nuevos fichajes había decidido llamarlos hasta enero. Sentía que antes debía procurarse evitar otra Navidad solo. ¡Sentía que tenía que contactar a esa columnista otra vez!

    Se sentó de nuevo. Manos en la frente y desesperación. Leves temblores. Llamó enojado a su asistente y le pidió un café bien cargado y caliente. Apeló a su voluntad y respondió los correos a Potter con algún anticipo de sus decisiones para evitar más asedio. No tuvo más remedio que revisar, como todos los días, los sitios web de los principales medios escritos. Las portadas de la competencia presentaban el discurso de Potter en la inauguración del destacamento militar auspiciado por su país en San Juan Sacatepéquez, donde el embajador aprovechó para referirse a Patria Grande y hablar de «pluralidad» en un pueblo de indígenas a los que no se les permitió el acceso al acto oficial. «Este reportaje será un impulso potente y sincero del Gobierno y del pueblo de mi país a la democracia de los guatemaltecos" leía Martín. La nota también decía que Potter estaba rodeado de altos oficiales kaibiles. Martín leyó de mal humor la noticia y, aunque también había sido invitado al evento, prefirió la perspectiva de hacer el amor. Esa mañana, a esa hora, aún olía a los fluidos vaginales de quien dejaría de publicar una opinión mensual en ElPatriota para empezar a hacerlo semanalmente, a partir de enero, con pago de por medio, por supuesto. Así lo había decidido Martín esa misma mañana camino a la redacción. Aquel viernes, el personal de ElPatriota tenía su último día laboral antes de las vacaciones y, cuando terminó de responderle a Potter y de leer la prensa, le dio instrucciones al departamento de comunicación para dejar publicado un post en el Facebook del diario donde se informara sobre la colaboración con Estados Unidos. Se hizo y fue tendencia en las redes. Martín se fue y dejó todo como estaba, pensando que las cosas estaban bajo su control, como le gustaba, sin tener la menor idea de que a todos los acechaba el silencio…

    ElPatriota (Página oficial)

    Guatemala, Guatemala. News/Media Website

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    Isa Castillo: qué mal que tenga que venir alguien de afuera a decirnos cómo hacer bien las cosas porque aquí no sabemos cómo. Bien por Obama! Un presidente así necesitamos en Guate!!!!

    El Poeta Infiel: Ya había tardado en salir el peine. Qué vergüenza estos periodistas que se venden por dinero a los gringos!!! Vendepatrias!!!

    Rodrigo de León Vásquez: Vos, Poeta Infiel, ¿cuántos puestos de trabajo has generado en tu vida?? La mara sólo negativismo es… seguro has de ser exguerrillero, de esos que todo lo quieren gratis. Andá a trabajar, resentido!!!!

    Gabo Cisneros: Yeah! Dios bendiga mi Guate!

    BeBA LInDiTHa Cifuentes: Aza! Puta vos, Gabo Cisneros… ahora los indios también hablamos inglés… Ve, pues…

    José Miguel López Bustamante: Say what? Y esa noticia qué???

    Cazam Ah • Patria Grande • Christian Echeverría

    La llamada

    Emilio Navarro recibió una llamada a su celular. El vibrador golpeteó de repente el escritorio de su estudio e interrumpió el sexo salvaje que sucedía en el pequeño apartamento de la 14 avenida del centro de Xela, muy cerca del Teatro Municipal. Era editor en El Sol de Occidente y catedrático de Géneros Periodísticos en la Universidad Católica de la ciudad. En aquel instante estaba por eyacularle sobre el vientre a Graciela, una de sus estudiantes. La joven becada tica gemía y gritaba implorando por más sobre un sofá negro de cuerina junto al escritorio. Emilio le tenía las piernas subidas sobre los hombros, le metía los dedos en la boca y ella los atrapaba con la lengua. Sudaban. El calor de los cuerpos anegaba el estudio y lo ensuciaba con el olor de fluidos vaginales, lubricante de condón y semen. Era un día caluroso. Emilio intuyó que debía contestar la llamada, pero el celular se calló. Entonces, Graciela se le encaramó. Se agarró del pecho y de las piernas. Lo arañaba, le hundía los muslos, la lujuria imperaba y los gritos de la trigueña rugían. Él seguía pensando en la llamada que no contestó y ella se vino sin que él lo notara. La estudiante de tercer semestre le quitó el condón al profesor y lo masturbó con fuerza. Este eyaculó moderadamente con un leve gemido. Emilio era muy silencioso para el amor. Súbitamente, a los pocos segundos, sonó otra vez el celular. Emilio se incorporó con premura, lo alcanzó y se acostó de nuevo. Corría enero. ¡Era Martín!

    ―¿Qué putas? ―contestó Emilio, suspirando relajado―. ¿Cómo estás?

    ―Bien, bien. Tranquilo ―dijo Martín, con picardía, intuyendo el momento, conociendo a su amigo―. ¿Interrumpo?

    ―Nel, nel. ¿Qué putas?

    ―Si querés, te llamo después.

    ―No, hombre. ¿Qué onda?

    ―¿Leíste el boletín de prensa de la embajada gringa?

    ―¿Cuál de todos? Esos pisados dicen tanta mierda. ¿El del reportaje?

    ―Simón, ese.

    ―Simón, lo vi. ¿Qué hay con él?

    ―Si no tenés nada mejor qué hacer, la plaza de entrevistador es tuya. Solo no me quedés mal ―dijo Martín, transitando de la picardía a la solemnidad en fracciones de segundo.

    ―Va. Me parece. Pero dame tiempo ―respondió Emilio, con calma, buscando su cajetilla de cigarros―. Unas semanas. Es que tengo que renunciar primero aquí.

    ―Simón. Dale tranquilo. ¿Tenés todavía contratos con El Sol de Occidente y en la U?

    ―Simón, pero pela la verga.

    ―Ja, ja. ¿Cómo que pela la verga?

    ―Los contratos se pueden rescindir, ¿o no? Pela la verga. Solo dame tiempo ―insistió Emilio, mientras Graciela le acariciaba el pene con su mano izquierda, lentamente―. ¿Y a quién hay que entrevistar, pues? Te juro que no dejé de pensar en eso desde que leí esa mierda. ¿Y qué putas es todo esto para empezar? ¿Nos quieren de orejas o qué? Me llamó la atención…

    ―Pues algo así, cerote… Ja, ja ―afirmó Martín, encendiendo la sorna―, algo así. Estos gringos pendejos creen que Guatemala es España, Grecia o Egipto y que saldremos a las calles a hacer una «primavera maya" impulsados por hipsters agitadores en redes sociales y en las columnas de opinión contra la minería y su nuevo Gobierno títere.

    ―Puta, pues entonces me alegra ser parte de la historia.

    ―Lo sé. Por eso te busqué. Pero ya, poniéndonos serios, te llamé para saber si estabas disponible…

    ―Simón, ya te dije que sí. Vos sabés que sí. Sabés que odio estar encerrado en oficinas o en clases. Si me ofrecés reportear, le entro siempre. Vos sabés que reportar es mi vida. Por cierto, ¿quién va a tomar las fotos? ¿Ya lo elegiste?

    ―Ya. Y es fotógrafa. Es de Xela y trabaja en El Altense, en la sección de arte y cultura. Se llama Natalia Soler y estudia periodismo en la Católica. Seguro la conocés.

    ―Natalia Soler… Natalia Soler… Soler, Soler… Me suena. Nunca le he dado clases, de eso seguro, y talvez la he visto en algún evento o leído por ahí. Me suena.

    ―Sí, no tiene mucha experiencia, pero mandó unas fotos con su CV… unos retratos psicológicos chileros. Es pilas. De todas maneras, la contraté por una larga historia, no por otra cosa.

    ―¡A huevos, no tenés que decírmelo, cerote! ¡Ni que no te conociera! ¿Te pagó en especie?

    ―Ja, ja. Bueno fuera, es chula la pisada. Pero nel, cerote. De verdad, es una larga historia. Y no te preocupés. Es pilas y saca el chance. Compartirán apartamento, eso sí. La Embajada dará hospedaje y trabajarán algunos meses aquí en la capital. Te lo digo de una vez. Portate bien y a lo mejor te enseña algo más que las fotos.

    ―Yo confío en tu sabiduría.

    ―Pues no te queda de otra. Soy uno de tus pocos amigos. Hablamos en unos días, cuando vengan aquí. Ya ultimaremos detalles y te diré a quién hay que entrevistar y qué hay detrás de esta onda exactamente para que no publiqués conspiraciones en tu blog. La chava no tiene que saberlo todo, no hace falta. Ahorita te dejo… solo quería saber eso. Ya podés seguir recabando tus «testimonios de primera mano».

    ―Ja, ja. No cabe duda de que sos el mejor creando intrigas, por eso has llegado tan lejos. Te mando un abrazo.

    ―Y yo, otro de vuelta a vos.

    Graciela, ya con el pantalón puesto, pero aún en topless, se metió a la pequeña cocina a preparar algo de comer para los dos, pero Emilio reaccionó con la argucia de siempre, la misma que le decía a todas sus amantes y que Graciela sabía de memoria: debía cubrir de emergencia a algún compañero en el periódico a cambio de horas extras, sin que su nombre apareciera en la crónica del día siguiente, claro. Siempre decía lo mismo cuando era necesario y aquel mediodía no fue la excepción. A la linda trigueña que se había enamorado de Emilio desde el semestre anterior, cuando fue su alumna, le cambió el semblante. Se puso su brasier rosado potente de encaje, que le resplandecía la piel avellana, y su blusa. Tomó las llaves de su carro, su bolsa grande de piel y su laptop, y, acercándose a la puerta, se despidió con voz entrecortada, silenciada por la rabia, sin verse siquiera al espejo. Emilio acostumbraba a despedir a sus mujeres con un beso en la frente.

    Cazam Ah • Patria Grande • Christian Echeverría

    El destino de los Soler

    No había ninguna nube en el cielo esa mañana. Una de las monjas llegó al aula de Natalia e interrumpió la clase de Idioma Español. Le susurró algo a su maestra, otra monja, y esta le pidió a Natalia que acompañara a la madre Beatriz a la dirección. Cuando ella, con diez años, preguntó qué ocurría, las monjas le devolvieron miradas de compasión y ninguna palabra. No tuvo más remedio que guardar sus cosas en su mochila frente a la expresión angustiada de sus compañeras. La madre Beatriz la condujo a la oficina del padre Granados y, al llegar a la entrada, le pidió que esperara sentada sobre la banca de madera asignada a las visitas en el corredor de aquella casona colonial quetzalteca. La puerta entreabierta se abrió más con el aire. Ya sentada, dobló la cabeza hacia atrás para ver mejor hacia adentro y vio a su mamá, estoica y desgarrada, sentada al filo de una silla, apretándose las manos sobre el regazo, rodeada por el padre Granados y otra religiosa. El cura estaba inclinado frente a ella, benévolo, tratando de darle contención, mientras la monja le acariciaba el antebrazo izquierdo. Entonces, Natalia vio entrar a la madre Beatriz a la dirección y la oyó avisar suavemente que ella ya estaba esperando afuera. En ese instante presintió lo que ocurría. Intentó perderse en el agua de la fuente del patio, pero no pudo. Cerró sus ojos verdes, tono de musgo, pero los abrió porque le dio miedo la oscuridad. Se inclinó de nuevo y vio que su mamá asentía con dolor a las palabras del cura, tratando de no claudicar. ¡Ya no escuchaba bien lo que se decía, ya no entendía nada! Se levantó de la banca. Quiso salir corriendo, pero no podía. Se sentó otra vez. Trató de perderse de nuevo en el agua de la fuente y no pudo. El padre Granados le lanzó una mirada certera a la madre Beatriz y esta salió al corredor por ella. Entraron juntas. La religiosa la envolvió fuerte con sus brazos, sosteniéndola en medio de la nada. Natalia no hizo más que empezar a llorar. El cura iba a decir algo, pero su mamá se puso de pie primero, se acercó a ella, separándolas a las dos de todos, y le dijo, tomándole las manos con fuerza: «Natalia, m’ija, mire y escuche: Su papá murió hoy temprano. Tuvo un accidente en la carretera». Así conoció el silencio.

    ֍֍֍

    Calaba la noche en Xela. Natalia salía de la tina de agua caliente del enorme baño de la casa de su mamá. Se miró en el espejo empañado, desnuda. Lo limpió con su mano. Iluminaba solo una pequeña lámpara que ella encendía siempre al bañarse, en lugar de la luz alta del techo. Así le gustaba. Con sus manos abiertas se lanzó todo su pelo denso, ondulado y oscuro hacia atrás. Se puso una bata para darse calor en la piel blanca y perfecta. Sus ojos agudos de gata estaban contentos. De pronto oyó a su mamá pasar por el corredor.

    ―¿Mama? ¿Es usted?―preguntó Natalia.

    ―Sí, m’ija ―respondió doña Carmen Serena, deteniendo su camino hacia su cuarto―. Aquí estoy.

    ―Entre. Le tengo noticias.

    Su mamá entró.

    ―¿Se lo dieron? ―preguntó doña Carmen.

    ―Solo digamos que, de ahora en adelante, iré más seguido a la capital…

    ―¡Ay, yo sabía! ¡La felicito, m’ija! ¡Ese reportaje le va a abrir puertas!

    ―¡Ay, sí! ¡Gracias, mamá! Pero me preocupa Renato. ¿Usted cree que estará bien sin mí todos los días acá?

    ―Pero, ¿por cuánto tiempo se va, pues?

    ―Unos tres meses, más o menos. No se sabe. Dependerá de cómo logremos contactar a la gente que tenemos que entrevistar y de cómo vaya la investigación. Hoy en la tarde me llamó Martín, el director de ElPatriota. Él será mi jefe. No me dijo a quién entrevistaremos aún, seguro lo dirá después, cuando llegue allá. Pero debe de ser gente que vive en la capital, por eso la Embajada preparó un apartamento para mi compañero y para mí.

    ―¿Compañero? ¿Va a tener un compañero?

    ―Sí, mama. Ya se lo había dicho, ¿se recuerda? Tendré un compañero, ya fue seleccionado. Yo tomaré las fotos y él hará las entrevistas…

    ―¿Y quién es? ¿Es buena persona?

    ―No sé. No lo conozco personalmente. Es alguien bastante conocido en el periodismo. Se llama Emilio Navarro.

    ―¿Aquél que entrevistó al general Albino Ríos en la tele?

    ―¡Sí, ese mero!

    ―Se ve un tipo bien preparado.

    ―Sí, es bien preparado, pues. Dicen mis amigos en la universidad y en el periódico que es el mejor entrevistador de Guatemala. El mejor. Eso me tiene emocionada. Puedo aprender mucho. ¿Se imagina que en mi currículo diga que trabajé con él?

    ―Sí, pero que sea buen periodista no lo hace buena persona. Tenga cuidado, m’ija. Ya no se sabe. Tenga mucho cuidado…

    ―Sí, yo sé. Lo haré. Ya me sé cuidar sola. Tengo veintiocho años. No se preocupe. Además, la hijita hermosa que usted tiene y que ve ahorita sonriente es una excelente fotógrafa. Lo dijo el director de ElPatriota. Me dijo que le gustaron mucho las fotos que les tomé al alcalde de acá y a la reina de los Juegos Florales el año pasado. Las que le mandé con mi papelería. Dice que reflejaban muy bien las emociones, que tengo mucho potencial…

    ―Eso no se discute ―respondió doña Carmen, sonriendo―. Usted sacó la gran inteligencia de su papá.

    ―La inteligencia, el corazón, las nalgas planas… Ja, ja. Pero me preocupa Renato. ¿Usted cree que estará bien sin mí todos los días acá?

    Doña Carmen tomó otra toalla y empezó a sacarle el pelo a Natalia, poniéndose detrás de ella y viéndose las dos al espejo. La gente en Xela decía que se parecían mucho, en todo sentido.

    ―Bueno m’ija, yo estoy aquí. Yo soy su abuela. Renato es un niño inteligente. Igual que usted y que su abuelo. Ya es casi un adolescente. Estoy segura de que estará bien. Además, esta oportunidad es lo que usted estaba buscando, ¿verdad? Yo creo que si usted está bien, él estará bien. Sus hermanos y yo estaremos pendientes, como hasta ahora. No se preocupe. Además, supongo que vendrá los fines de semana sin falta, ¿verdad? Vaya que no está lejos…

    ―Sí, pero Renato nunca ha estado lejos de mí tanto tiempo. Usted sabe que es muy sensible. Además, ya no quiero abusar de mis hermanos. La Montse se va a casar y Juan y Pancho tienen sus problemas. Esta vez es distinto. Ya no quiero sentir que me aprovecho de ellos. Ya no, de verdad. Renato es mi hijo, es mi responsabilidad y usted sabe muy bien que con el pendejo del papá no se cuenta para nada…

    ―A ese ni lo mencione, por favor, se lo he dicho muchas veces. Y sobre sus hermanos y yo, usted sabe que a Renato lo queremos como si fuera hijo nuestro. Somos familia, entiéndalo. Usted concéntrese en hacer un buen papel en este trabajo. Él estará bien. Usted se lo merece. ¡Ay, m’ija, su papá estaría feliz!

    ―Y hablando de mi papá, ¿usted conoce al padre Santiago Aramburu?

    Silencios.

    ―¿Santiago Aramburu? ¿Un cura español? ¿No es ese el decano de su facultad?

    ―Sí, es él. ¿Lo conoce? Trabajó con mi papá en el Ministerio de Fomento. Yo no sabía…

    Doña Carmen guardó silencio por unos segundos que se hicieron largos.

    ―Sí. Lo conozco. ¿Por qué la pregunta?

    ―Ay, tranquila. No quise molestar. Se puso tan seria de repente…

    ―No, estoy bien. No pasa nada. Pero, ¿por qué la pregunta, m’ija?

    ―Por nada importante. Es que el director de ElPatriota lo conoce muy bien, son amigos y también sabe quién fue mi papá. Sabe que el padre y él trabajaron juntos para el Gobierno, por él me enteré. Como usted nunca nos dice nada… Martín dijo que le llamó la atención ver en la papelería que le mandé que estudio periodismo en la Católica de aquí, por eso me asoció con el padre Aramburu, y por mi apellido, que no es nada común y que mucha gente asocia todavía con mi papá. Solo eso. Ese cura es un genio y es muy carismático. Cuando lo vea, se lo diré.

    ―M’ija, trate de ser más discreta ―dijo doña Carmen, seria, alejándose de Natalia y dejando la toalla sobre una silla―. Usted sabe que no me gusta que se ventilen cosas familiares fuera de la casa. Mejor no comente nada.

    ―Pero no creo que haya nada de malo, ¿o sí?

    ―Es que ese cura Aramburu es un sinvergüenza. A su papá no le caía bien. Lo trataba porque era parte de su trabajo, pero nada más.

    ―¿En serio? ―dijo Natalia, sinceramente sorprendida―. Pero, ¿por qué un sinvergüenza? ¿Qué pasó?

    ―Nada, m’ija, cosas de la política. Solo le digo que ese padre Aramburu es un político y los políticos no son gente honesta. Creo que no le estoy diciendo nada que no sepa o que no le dijera su papá. Como usted misma dice: ya tiene veintiocho años, ¿verdad? Solo le pido que no comente nada con él ni con nadie sobre su papá o sobre cosas de la familia, ¿oyó? Por favor, tenga cuidado, m’ija. Ya empezamos mal…

    ―Va. Está bueno ―dijo Natalia, molesta y un poco desconcertada, pero decidida a no dejarse robar la ilusión de su nuevo trabajo―. No voy a decir nada.

    ―¿Y va a renunciar en El Altense? Esta semana empieza también su nuevo semestre en la universidad, ¿va a seguir?

    ―Sí, renunciaré pronto. Y tomará unas semanas aún empezar con el reportaje. Voy a empezar el semestre. Ah, por cierto, ¿sabe quién será mi catedrático en el nuevo curso? ―preguntó Natalia, lúdica.

    ―¿Quién?

    ―Mi nuevo y flamante compañero de trabajo: Emilio Navarro.

    ―¡Ay, m’ija, que Dios y su papá la guíen! ―dijo doña Carmen, ya un poco preocupada de verdad.

    Cazam Ah • Patria Grande • Christian Echeverría

    Periodistas… simples periodistas

    Jueves. Los estudiantes llegaron cansados de trabajar. Había en el ambiente una necesidad de urgencia. Todo era práctico, intrascendente y no había magia. La gente iba a sacar un título y punto. Las aulas de la Universidad Católica de Xela estaban atiborradas de estudiantes de todo el país y hasta del sur de México. Se encerraba el calor, había hostilidad,

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