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Al Margen del Destino
Al Margen del Destino
Al Margen del Destino
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Al Margen del Destino

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About this ebook

Santiago Kant se rehúsa a creer en el destino. Para él, los constantes fracasos en su búsqueda permanente por el éxito, el amor y el significado de su existencia, responden a una mera cuestión de mala suerte, de oportunidades fallidas. Todo cambia el día en que el matemático italiano Lazzaro Prati aparece en su vida, mostrándole no solo que esa fue
LanguageEnglish
Release dateJul 1, 2015
ISBN9781633930094
Al Margen del Destino
Author

Jorge Leiner

Jorge Leiner wrote his first story at the age of 17. At a young age he exhibited a strong affinity toward the sheer beauty of the written word and a special interest for the truth that exists in the scientific method. It was precisely this interest that propelled him to acquire an engineering degree years later, but without ever losing sight of his passion for books and the written word. This combination of unique and hidden traits is what planted the seed that would in time manifest itself into his first novel Al Margen del Destino/On the Edge of Destiny. His nearly chronic curiosity and pressing desire to want to visit faraway places and experience different cultures has driven him to travel constantly, but at the same time keeping his deep love for Mexico City, the place he calls home, deeply rooted in his heart.

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    Al Margen del Destino - Jorge Leiner

    PRÓLOGO

    DESPUÉS DE PASAR algunas horas en la autopista, el padre, la madre y el pequeño hijo hicieron un alto en el camino. El padre se detuvo frente a una vieja gasolinera, salió del auto, tomó la bomba y comenzó a llenar el tanque. La madre parecía inquieta. Las carreteras la impacientaban. No era una de esas personas que aprecian el recorrido tanto como el destino del viaje, así que el calor, la interferencia constante en la mayoría de las estaciones de la radio y la frustración de sentirse prisionera durante varias horas, la obligaban a salir a caminar el mayor número de veces posible. Aprovechaba cada estación de servicio, cada pequeña tienda, cada caseta interestatal para salir del auto.

    Volteó a ver al niño antes de bajar. Parecía estar sumamente concentrado observando algo en la ventana trasera, así que no se molestó en obligarlo a que saliera también a caminar un poco. Cerró la puerta tras de sí, estiró los brazos y trató de encontrar alguna referencia conocida en lo que parecía ser el lugar más apartado del mundo.

    —¿Cuánto falta para llegar? —le preguntó a su marido con frustración evidente.

    —Probablemente una hora. Puede ser un poco más. No depende realmente de mí. El tráfico para entrar a la ciudad puede hacer que nos demoremos mucho más, así que —añadió con impaciencia—, recomiendo que te tranquilices y disfrutes el resto del viaje. Juega con el niño. Encuentren forma a las nubes. Hagan algo.

    —¿Nubes dices? —preguntó la mujer. ¿Es una broma verdad? Una nube es lo último que quiero ver durante el resto de tu estúpido viaje. Apresúrate y haz lo necesario para que lleguemos pronto —el volumen de su voz aumentaba con cada palabra—. Necesito deshacerme de este maldito polvo. Quiero meterme a la tina, abrir una botella de vino y cerrar la puerta por una hora. ¡No quiero ver nubes!

    La discusión había empezado. Y como ocurría frecuentemente, continuaría durante un buen tiempo, probablemente más de la hora que faltaba para que llegaran a su destino. El niño estaba acostumbrado. Había aprendido a mantenerse al margen y a voltear hacia otro lado mientras sus padres peleaban.

    En esta ocasión, sin embargo, su atención se dirigió hacia otra parte. Mientras sus padres discutían, el niño observaba detenidamente lo que parecía ser otro enfrentamiento que ocurría del otro lado de la autopista. Dos hombres discutían acaloradamente. Ambos estaban furiosos y habían alcanzado el punto en el que sus rostros casi se tocaban. Parecía que entre los gritos, en cualquier momento uno de los dos podría lanzar una mordida. Súbitamente, uno de los hombres escupió en la cara del otro, al tiempo que lo pateaba violentamente en la rodilla derecha. El golpe provocó que el segundo hombre gritara por el dolor y cayera al suelo. Eso lo colocó inmediatamente en desventaja, lo que permitió que el primer sujeto lo pateara repetidamente en el estómago y en la cara.

    El niño entró en pánico. Desde el interior del auto trató de abrir la puerta, pero el seguro no lo permitió. Golpeó la ventana para llamar la atención de sus padres pero ninguno de los dos hizo caso; se encontraban demasiado ocupados con sus propios gritos y con sus amenazas particulares como para poder atenderlo.

    Las manos del pequeño sudaban. Comenzó a respirar con dificultad ante la escena que se presentaba, como si se tratara de un espectáculo de horror y él se tratara del único espectador. Cerró los ojos, respiró profundamente y agachó la cabeza, sujetando con fuerza la parte trasera de su asiento; unos segundos después los abrió y volteó de nuevo. El hombre en el suelo no se movía. El hombre de pie observaba hipnotizado el cuerpo inerte. Un auto pasó y el ruido pareció regresarlo a la realidad. Volteó entonces hacia todos lados para comprobar que nadie había presenciado lo ocurrido y se encontró con la mirada asustada del niño, provocando en ambos el sentimiento de vacío que acompaña al vértigo, ahí, justo en la boca del estómago. El hombre sonrió con dificultad y atravesó sus labios con el dedo índice. Silencio, dijo, sin necesidad de palabras.

    El hombre levantó entonces el cuerpo y se acercó aún más a la autopista. Esperó un par de segundos y ante la inminente aparición de varios autos, lo lanzó al camino.

    El niño gritó horrorizado y fue solo entonces cuando sus padres voltearon hacia él. Todo lo que ocurrió entonces fue irreal.

    El cuerpo aterrizó en el carril de alta velocidad. El conductor del auto que inmediatamente se encontraría con él, giró el volante hacia la derecha en un afán de esquivar a eso que había salido de la nada. El giro, combinado con su velocidad, provocó que el auto cambiara su trayectoria en una forma imposible. Dio una vuelta sobre su propio eje y quedó de frente a dos autos más que circulaban en los otros dos carriles. El choque provocó una gran carambola. Los tres perdieron totalmente el control y en la inevitabilidad de la situación uno de ellos aceleró en dirección a la familia que observaba todo lo que ocurría, con manifestaciones puras de horror y asombro en sus rostros.

    Los padres no pudieron hacer nada. La balanza se inclinó hacia un lado: en un extremo la responsabilidad que les implicaba su paternidad, en el otro, la increíble velocidad del auto. En esta ocasión, no hubo forma de que la primera ganara. Lograron correr hacia la pequeña tienda a unos metros de la gasolinera. Desde ese lugar observaron como el auto se estrelló con la parte frontal del suyo, y como continuó avanzando hasta detenerse un par de metros más adelante con una de las bombas de gasolina. Transcurrieron un par de segundos hasta que la bomba explotó. Una gran bola de fuego se elevó a una altura insospechada, logrando que pedazos de vidrio y metal volaran hacia todos lados, lastimándolos a ellos y a algunas otras personas.

    Después de esto, un instante de calma invadió el lugar. La explosión dejó una gran nube de humo negro a través de la cual los padres tuvieron que abrirse paso para dirigirse hacia su automóvil, con la inútil esperanza de encontrar a su hijo entre los pedazos retorcidos de metal.

    Lo último que esperaban era darse cuenta de que su esperanza no era inútil. Cuando al fin llegaron, una increíble imagen se presentó ante ellos. El vehículo estaba partido a la mitad. El auto que había salido del camino lo había golpeado con la fuerza y el ángulo necesarios para destrozar completamente la mitad frontal, dejando intacta la parte trasera donde el niño se encontraba. El destino final del conductor y su automóvil había sido servir como escudo, recibiendo todo el poder de la explosión.

    Las piernas del niño se atoraron con el cinturón de seguridad y sus manos se aferraron fuertemente a la puerta; el asiento del copiloto frente a él impidió que la inercia lo lanzara hacia delante. Tosía a causa del humo y el shock fue suficiente como para aturdirlo un poco, pero fuera de eso… no tenía un solo rasguño. No había un solo hueso fracturado, ninguna evidencia de contusiones y ninguno de los vidrios lo cortó; la explosión incendió el otro auto y parte del suyo, pero al parecer el fuego había pasado justo a su lado sin tocarlo.

    El niño no tenía un solo rasguño. Se trataba de un accidente horrible y el niño no tenía un solo rasguño. A la postre, los medios reportaron que una docena de personas resultaron heridas, mientras que cinco más perdieron la vida. De forma inexplicable, esos mismos medios nunca notaron que en el epicentro del evento, un niño sobrevivió el choque y la explosión. Los mismos testigos de todo lo ocurrido nunca notaron que algo asombroso había ocurrido justo frente a ellos. Los padres del niño nunca lograron entenderlo. Solo sabían que algo no estaba bien. Particularmente la madre. Ella sabía desde el primer día que algo no estaba bien y este fue el evento definitivo que la llevó a tomar las decisiones que afectarían significativamente la vida de su hijo en los años por venir. Esas decisiones, radicales desde su concepción, fueron determinantes para la forma en la que se moldeó su historia, y en parte, fueron las responsables de llevarlo al otro lado del mar, muchos años después, para encontrarse sentado en un local europeo, mal iluminado por un par de lámparas, hablando del destino con un matemático italiano.

    CAPÍTULO 1

    LOS DOS HOMBRES eligieron un pequeño café, alejado del resto de los negocios que inundaban las calles adyacentes a la Plaza Mayor en Madrid, España. El cielo de la tarde era claro y despejado, sin embargo, el ruido de las aves que comenzaban a buscar nido en los árboles cercanos anunciaba que la noche llegaría muy pronto. El lugar estaba prácticamente vacío, a excepción del dueño detrás del mostrador y un mesero que no podía ocultar el cansancio que le provocaba su trabajo.

    El tamaño del lugar contrastaba por mucho la naturaleza del tema que los había llevado hasta ahí en primer lugar y de las implicaciones que tendría a futuro en sus vidas y en las de muchas otras personas. Ocuparon una mesa en un extremo, al tiempo que el mesero se dirigía hacia ellos para tomar la orden. Lazzaro Prati—un hombre alto, mediterráneo, de cabello cano, de unos cuarenta y nueve años, vestido de impecable negro y con un par de arrugas alrededor de sus ojos, que servían solo al casual propósito de enmarcar la profundidad de su mirada—fue el primero en romper el silencio que parecía acumular niveles insostenibles de incomodidad a cada minuto.

    —Un café espresso para mí y un vaso de agua para el asustado caballero —dijo en perfecto español, pero con un tono que dejaba ver raíces italianas.

    Las palabras regresaron al segundo hombre, de nombre Santiago Kant, al presente. Su aspecto era, esencialmente, diferente. Era más joven, de unos treinta años, aunque lucía más joven con la ropa informal que llevaba puesta aquel día. Siempre había sido poseedor de un gran atractivo particular, acentuado en parte por las líneas angulosas de su rostro, su cabello castaño y una buena condición física.

    —No, no, olvide el vaso de agua. Prefiero un café. Americano. Sin azúcar —dijo con la mirada perdida, automáticamente, con una entonación que dejaba ver que a pesar de todo, su mente no estaba totalmente en el lugar. Su forma de hablar evidenciaba claramente su origen latinoamericano.

    El mesero apuntó la orden y caminó apesadumbrado hacia el mostrador, en tanto que el hombre más joven le dirigió la palabra al hombre mediterráneo por primera vez. —¿Cómo es que sabes tanto de mi vida? —fue la primera pregunta de Santiago.

    El italiano lo miró detenidamente y cambió su expresión por una más grave.

    —Realmente —respondió Lazzaro—, solo tengo algunas generalidades importantes a la mano, esas que te sorprendieron tanto y que te tienen, por lo que veo, en un estado de sorpresa e incredulidad. Obviamente, sería muy útil saber a quién tengo enfrente sin necesidad de pasar por todo el proceso de conocimiento que me espera, y que le toma a toda la gente que entra en la vida de alguien más. Hay cosas que serían muy convenientes, pero no puedo esperar que todo sea como yo lo quiero. Al menos aún no. La verdad sea dicha, sería tonto de mi parte si por un segundo cruzara por mi cabeza alguna queja al respecto de cómo se está construyendo este momento. La ventana de oportunidad para encontrarte era muy pequeña, así que creo que alimentaré gustoso mi hambre permanente de conocimiento con toda la información que logre obtener de tu vida —El italiano hizo una pausa, asegurándose de contar con la atención completa de Santiago antes de continuar—. Será algo muy interesante dado que no se absolutamente nada de ti. No sé si eres un hombre práctico, o si necesitas aproximarte a un asunto desde diez ángulos diferentes para encontrar una solución. No sé si tu desayuno sabe mejor con un periódico en la mano o si las noticias diarias son algo irrelevante para ti y con el jugo de naranja te basta. Tampoco sé si recibiste una educación que fomentó en ti el amor o el temor a Dios. No sé si tienes una visión amplia del mundo que te rodea y que eso haya determinado al final tu decisión de ser una persona amable, o si simplemente pensaste que es mejor ser un hijo de puta para poder enfrentarte a las vicisitudes que el mundo pone en tu camino todos los días. No tengo idea si eres independientemente acaudalado, o si necesitas, como la mayoría de los hombres y mujeres que deambulan por el mundo, de un trabajo para vivir. Y muy importante, no sé si eres lo suficientemente inteligente como para entender todas las cosas de las que te hablaré el día de hoy, aunque realmente eso es lo de menos. Haré que mis ideas se presenten ante ti de tal forma, que serán tan claras como el cristal en una copa y tan transparentes como el aire que nos separa en este preciso instante.

    El mesero regresó con el espresso y el café americano.

    —¿Desean algo más los señores? —preguntó.

    —No, muchas gracias mí querido amigo —respondió Lazzaro—. Ahora escúchame bien: este café es todo el servicio que nos proveerás hasta que decidamos salir de aquí, aunque, por razones que no pretendemos hacerles saber a ti o a tu patrón, necesitaremos toda la privacidad y la reserva posible.

    Lazzaro sacó del bolsillo de su pantalón un pequeño clip de plata y entregó una cantidad generosa de euros al mesero—. Considera esto como la mitad del pago total. Si sabes algo sobre el valor del dinero, podrás darte cuenta de que debe ser más que suficiente para rentar este encantador establecimiento por un par de horas. Apreciaremos mucho si pueden dejarnos solos. Pueden esperar en las mesas que están en la calle, aunque, repito, nuestra charla durará lo que tenga que durar. Necesitamos que las puertas permanezcan cerradas y que ustedes se aseguren de que nadie nos interrumpa. Adelante, habla con tu patrón y dale mi mensaje.

    Los ojos del mesero se abrieron de una forma evidente al comprobar la cantidad de dinero que ahora tenía en las manos. Tropezando, se apresuró a hablar con el dueño del lugar. La discusión del tema tomó tan solo un par de minutos. Acto seguido, el hombre tomó su sombrero, prendió un puro, hizo un gesto con la cabeza asintiendo desde el mostrador en dirección a los dos hombres y salió del lugar junto con el mesero, cerrando la puerta detrás de ellos.

    Automáticamente, el lugar cobró una dimensión diferente. Ahora que solo estaban ellos dos, parecía un poco más grande. Aún con las puertas cerradas, se escuchaba el rumor de la gente que disfrutaba de la tarde en las calles aledañas. Los últimos rayos de luz de día se filtraban por una pequeña ventana situada frente a ellos, dándole al momento un color un poco menos solemne. El dueño había olvidado apagar su radio y los acordes lejanos de lo que parecía ser una copla española complementaban de forma extrañamente perfecta el efecto.

    —¿Era necesario hacer eso? —preguntó Santiago, aunque en el fondo, sabía que sí.

    —Tenía que hacerlo. Necesitamos este espacio y tiempo para hablar sin ser interrumpidos —Lazzaro tomó la pequeña taza, le dio un sorbo a su café y se detuvo un momento para saborearlo—. Verás, de una u otra forma, y a pesar del hecho fabuloso de que no estás sujeto a las leyes que rigen la vida y el movimiento de una persona común, has tomado numerosas decisiones en el camino; como resultado de todas ellas, un día subiste a un avión, atravesaste la vastedad del océano y llegaste a esta amable ciudad. De esa forma, se ha abierto para mí la pequeña ventana de oportunidad de la que te he hablado. Esa oportunidad te ha traído conmigo, hasta aquí, a esta mesa, el día de hoy, y todo eso sin importar que tu… particularidad se interpusiera en el camino.

    —Supongo que con mi particularidad te refieres a esto —Santiago extendió sus manos con las palmas hacia arriba.

    —Exactamente —una emoción apenas contenida fue evidente en el italiano—. Aún con esa particularidad, como me he empeñado en llamarla, has llegado aquí. Me alegra mucho. Mis teorías eran correctas, no hay duda de ello. Te encontré al fin.

    —Me sorprende que alguien haya estado buscándome. Mi vida no es ningún misterio para nadie, aunque realmente no hay mucha gente interesada en ella. Soy una persona común y corriente, es todo. Esto —mostró sus manos de nuevo— no hace ninguna diferencia.

    —En eso te equivocas rotundamente. Y no, no te he buscado a ti. No al hombre que tengo frente a mí. He buscado al poseedor de esa cualidad que te hace único entre los millones de personas que viven en este planeta en este periodo concreto de tiempo. No eres una persona común. No hay nada más alejado de la realidad, aunque es una consecuencia inevitable que creas serlo. Han habido otros como tú, y habrán algunos más en el futuro, pero eso no es lo importante, lo importante es que para nosotros el momento es ahora y gracias a los avances asombrosos en todas las materias del saber humano, nuestro lugar es el mundo.

    Ahora bien, si me permites continuar, no sé mucho acerca de todos esos factores externos que te han llevado a convertirte en la persona que eres; sin embargo, conozco muchas otras cosas fundamentales en su naturaleza, y que tienen que ver directamente con aquellos mecanismos que te han llevado a cuestionar más de una vez esa aparente falta de control sobre tu propia vida.

    Sé que nunca has podido brillar en las actividades que desempeñas. Sé que, por más hambre de reconocimiento que pudieras haber tenido a lo largo de tu vida, el anonimato siempre ha tendido un velo alrededor tuyo; un velo tan efectivo, pero tan sutil, que podrías atribuirle el hecho a una mera cuestión de mala suerte. Sé que no tienes muchos amigos, si no es que ninguno. Sé que has enfermado muy pocas veces, ninguna de ellas de gravedad y que los accidentes son un fenómeno ajeno a tu persona. No conoces el dolor de una fractura, no tienes idea de lo que una migraña hace con una persona y con su voluntad; la mera insinuación de palabras como cáncer o diabetes son y serán siempre algo extraño para ti. Eres un ser afortunado. Probablemente no has reflexionado sobre todo esto que se presenta ante ti día a día, pero así es. Eres afortunado.

    El asombro de Santiago crecía con cada aseveración del italiano. Todo era verdad. Cada una de las palabras que cortaban la creciente oscuridad eran recordatorios de su propia existencia, en verdad anónima, solitaria, y ante sus propios ojos, de muy poca consideración.

    Particularmente, la palabra accidente trajo una poderosa imagen a su cabeza, arrastrada directamente desde el archivo muerto de su memoria y presentada ante él nuevamente, clara y a completo detalle, como si se tratara de la proyección de una película en la pared del lugar.

    Seguramente habían pasado más de veinte años, pero lo que ocurrió aún lograba despertarlo por las noches, cuando las extrañas mecánicas del sueño lo situaban en el momento justo en el que una reproducción infantil de sí mismo se encontraba con sus padres, recorriendo una carretera hacia ninguna parte. Recordaba el calor. Recordaba el humo. Recordaba el miedo.

    —No sé cómo este lugar no es más popular —dijo Lazzaro, cortando de tajo la línea de pensamiento del otro— el café es extremadamente bueno. Supongo que es una simple cuestión de comunicación poco efectiva. Si buscas la forma de hacerte notar y eres lo suficientemente inteligente, alguien volteará hacia donde te encuentras. Es un hecho.

    —No estoy tan convencido de ello —respondió Santiago.

    —¡Pero así es mi buen amigo! —aseguró Lazzaro con efusividad—. Aquel que hable, será escuchado. ¿No es esa la idea básica detrás de toda campaña publicitaria? ¿De cada revolución? ¿No es esa la idea que se esconde en la obra de un artista, con la ilusión de que su obra se presente en el Museo Metropolitano de Nueva York, o en el Tate Modern en Londres? ¿No es esa la idea entrelazada en las notas de la canción que escuchamos en este justo momento en la radio? Todos queremos que los demás noten nuestra presencia y que el mundo sepa que estamos aquí. Por eso, entiendo tu frustración constante. Nadie nota tu presencia. Nadie sabe que estás aquí y a nadie le importa lo que pase contigo. Pero haremos que eso cambie. Te lo aseguro de la misma forma como sé que el día sucede a la noche y con la misma certeza con la que sé que, sin excepción, todos tenemos un precio.

    CAPÍTULO 2

    NADIE PODRÍA DECIR que eran tan solo las nueve de la noche. El lugar casi a oscuras, iluminado tan solo por algunas velas, el silencio—Lazzaro había apagado el radio en el mostrador hacía ya un rato—y la puerta cerrada. Ante los ojos de cualquiera, el lugar parecía el retrato indeterminado de una madrugada. El italiano llevaba ya un rato haciendo anotaciones en una pequeña libreta negra, mientras que Santiago esperaba alguna indicación para poder continuar con la tanda imperativa de preguntas, al tiempo que observaba los residuos de café en su taza.

    Finalmente, al cabo de un rato, Lazzaro rompió el silencio. —¿Cómo podría alguien saber lo que le depara el futuro? —preguntó mientras extendía una de las servilletas sobre la mesa—. Sujetos a las reglas bajo las cuales creemos que funciona nuestra realidad, la mera cuestión parece fantástica, una quimera, una posibilidad que muchos considerarían solo un sueño, aunque un sueño que podría hacer la diferencia en cuestiones mundanas o en asuntos de vida o muerte. Imagina por favor esta situación: las probabilidades son muy altas de que en algún lugar del mundo, incluso en esta misma ciudad, el día de mañana un hombre salga de su casa, suba a su automóvil y unos kilómetros más adelante, sufra un terrible accidente del que seguramente no saldrá vivo. De saber el día de hoy lo que le espera en el futuro probablemente las cosas podrían ser diferentes.

    Lazzaro tomó la taza con residuos de café del hombre joven, la sujetó con ambas manos y la agitó con movimientos circulares. Al terminar de hacerlo, la volteó colocándola boca abajo sobre la servilleta. —Pero entonces se nos presentan un par de cuestiones. De saber lo que va a ocurrir, ¿el hombre decidirá cambiar las cosas? ¿No subirá a su auto y preferirá quedarse en casa? Probablemente el escenario sea diferente y el hombre acepte que su destino es inevitable y que todo ocurrirá porque Dios u otra de las innumerables fuentes generadoras de fe ha planeado el evento en su gran agenda cósmica, siendo así, el hombre seguramente se dirigirá a su cita a la hora planeada y con la mirada hacia el frente, a la espera inexorable de su muerte. Ahora bien, la cuestión que probablemente nos importa más en este momento es si el hombre decide cambiar las cosas y quedarse en casa. ¿Podrá librarse de su destino? A la hora precisa en la que debería estar a la mitad de la carretera de acuerdo a la línea preestablecida de eventos, estará en su casa dándole un buen uso al libre albedrío y al conocimiento previo de lo que ocurrirá. El futuro estará encontrándose con el presente gracias a la progresión natural del tiempo y la línea de posibilidades habrá sido alterada. ¿Qué pasará después? ¿Continuará con su vida apacible? De ser así, despertará al día siguiente para ir su trabajo; saldrá a tomar una cerveza el viernes por la noche; estará con su familia el fin de semana. Vivirá todo esto y los numerosos etcéteras implícitos de manera sucesiva en el loop común de la existencia, hasta que sus días terminen cómodamente años después. En otro escenario, ¿el destino encontrará la manera de corregir el curso que ha sido alterado?

    —En principio de cuentas, estás hablando de destino como si realmente existiera — interrumpió Santiago—. El destino no está escrito en ninguna parte. Uno construye su propio destino y tus decisiones son las que determinan tu historia. No es como si las cosas que te ocurren en la vida estuvieran planeadas con anticipación. De ser cierto lo que dices, el libre albedrío sería solo una ilusión.

    —Esa, mi buen amigo, es una muy buena respuesta —dijo Lazzaro—. En mi experiencia, puedo decirte que la gente, el grupo de individuos que se cruzan en tu camino o el mío todos los días, no es más que una colección compleja y contradictoria de deseos. Por una parte, todos quieren saber que tienen el control sobre aquello que ocurre en su vida, y algunos, en la vida de los demás. Todos quieren saber que las decisiones que toman producirán un resultado. Si ese resultado es el que ellos esperaban, inmediatamente pensarán que todo está bien, que el barco sigue su curso y que ellos están en el timón; se transforman inmediatamente en los capitanes que llevarán a la tripulación a la costa, sana y salva, y que en el futuro podrán planear un nuevo viaje, llevados por el viento de sus buenas decisiones. Cuando no ocurre esto y los resultados no son los esperados, a todos les gustaría que alguien más se hiciera cargo de la situación; que fuera otro el que tomara el riesgo y la responsabilidad por el error, y más aún, que alguien lograra corregir las cosas y llevar el bien a donde la decisión equivocada trajo el mal en principio de cuentas. Para muchos, ese alguien es, de nuevo…

    —Dios —complementó Santiago.

    —Exactamente. Para muchos, Dios es la fuerza que está más allá de la comprensión común, que tiene el poder de corregir las cosas, de arreglar lo que se rompió y de traer la luz de nuevo, una vez que los errores han costado tanto que solo quedan agujeros negros. De esta manera, el hombre es, tal y como te lo dije, un costal de contradicciones. Control total en una mano y esperanza en que un poder más allá del entendimiento común se haga cargo de las cosas en la otra. En ese segundo escenario, ¿Dónde queda el libre albedrío y el deseo por tenerlo? Ahora, tristemente debo decir que en mi búsqueda por respuestas nunca me he encontrado con Dios, pero si he encontrado a otra… entidad. Aunque no creo que sea correcto llamarla así. No. Se trata más bien de una fuerza que ha estado presente desde el inicio y que tiene como objetivo cumplir con un plan más grande que la suma de todos nosotros. Esa fuerza, mi querido amigo, es el destino. Ese destino es el que llevará al hombre del automóvil a encontrarse con su muerte. Es el mismo destino que provocará que alguien más conozca al amor de su vida. El mismo que tomará de la mano a un hombre desesperado y lo obligará a robar un banco. El mismo que eventualmente podría llevar a la humanidad a librarse de la destrucción total, o encontrarse con ella en un momento indeterminado.

    —Y ese mismo destino es el que te tiene hablando conmigo el día de hoy, ¿no es así? —pregunto Santiago con un tono que denotaba incredulidad.

    —No. No se trata del mismo destino. Ese es el punto de todo esto —Lazzaro sonrió de una manera extraña y observó fijamente las manos del joven. La luz de la vela en la mesa complementó el efecto y le dio una expresión casi demoníaca—. ¿Tienes alguna idea de cuáles son los principios de la lectura del café?

    —Realmente no —respondió Santiago.

    —Es muy interesante. Se trata de uno de los medios más antiguos a través de los cuales el hombre ha tratado de descubrir que es lo que le depara el futuro, de saber cuál será su destino. Se basa en el principio de que los asientos que deja el grano de café en la taza de una persona pueden interpretarse como claves y señales de lo que le ocurrirá en el futuro, para conocer más a detalle aquello por lo que está atravesando en el presente, y para saber qué es lo que aconteció en su vida en el pasado. Tomé tu taza sin pedirte permiso, lo lamento. En prácticas comunes, debe colocarse boca abajo, tal y como puedes ver la tuya en este momento sobre la servilleta. Al darle la vuelta y observar el contenido, podremos observar que los residuos de café han formado algunas figuras en las paredes y bordes internos de la taza. Cualquier cosa puede aparecer: la insinuación de una palabra, la referencia de un rostro familiar. El secreto está en la interpretación de esas imágenes. Lo cierto es que, cuando se trata de mensajes importantes, la claridad de algunas de ellas es mucho mayor.

    Lazzaro hizo una pausa antes de continuar, complacido por el interés que mostraba Santiago.

    —Pero ¿cómo es que simples granos de café u hojas de té pueden dar respuesta al respecto de lo que te ocurrirá en el futuro? O más simple aún, ¿cómo pueden mostrarte las cosas que te ocurren en este momento en los diferentes aspectos de tu vida? Algunos afirman que todo el método se basa en la traducción de los pensamientos, deseos y esperanzas de las personas, y que el café simplemente es una herramienta para presentarlos al lector. Piénsalo de esta manera: tú eres una computadora, con instrucciones precisas de lo que debes hacer y los granos de café son los caracteres que aparecen en la pantalla explicando el procedimiento que se utilizará para cumplirlas.

    Santiago sonrió. —Esa es una buena analogía.

    —Muchas gracias —respondió Lazzaro—. Veo que al menos mis explicaciones aún no te han hecho perder la paciencia.

    —No, al contrario, muy a mi pesar todo esto está resultando muy interesante. Aun así, creo que una computadora, y tratar de ver el futuro en una taza de café, son nociones contradictorias.

    —Entonces, basado en tu opinión, encontrarás una contradicción aún más fundamental en el hecho de tener a un matemático frente a ti hablando del destino. ¿No es así?

    La expresión de sorpresa en el rostro de Santiago fue respuesta suficiente.

    Lazzaro continuó hablando. —Tendremos tiempo suficiente para hablar sobre mis inclinaciones académicas. Ahora, en mi ejemplo una computadora sabe exactamente lo que debe hacer. Sigue las indicaciones al pie de la letra y no hay espacio para errores. Con las personas pasa algo similar, aunque, como podrás esperar, no con la misma precisión. Todos tenemos una programación básica con la que funcionamos durante nuestras vidas. Esta programación es la que determina que nos encontremos en un lugar determinado en el momento en el que esto debe ocurrir. Es la misma programación que establece nuestros triunfos, nuestras derrotas, a la gente con la que nos encontramos en el camino, o si nuestras vidas terminarán antes o después. Es el destino del que te he hablado mi joven amigo, y sin saberlo, todos tenemos forma de ver hacia adelante y enterarnos de lo que esta programación nos depara. Todos tenemos la llave para hacerlo, algunos encuentran la forma de utilizarla, otros no, pero el conocimiento de los acontecimientos futuros es una realidad, aunque los métodos para descubrir esa información son variados. En este momento te estoy presentando solo una de ellas, la lectura de café, aunque todos conocemos muchas otras, incluyendo la lectura de hojas de té, el tarot, o… la lectura de las líneas de la mano.

    Santiago extendió su mano derecha con la palma hacia arriba—. ¿Y qué pasa cuando tienes esto? —preguntó impaciente.

    —Pueden ocurrir cosas maravillosas —respondió Lazzaro—. Esa es la razón por la cual estamos aquí tu y yo esta noche frente a un par de tazas de café. Por cierto, ¿quieres ver finalmente el contenido de la tuya?

    —¿De la taza que supuestamente revelará mi futuro? —dijo Santiago con un tono de burla—. ¡Qué diablos! ¿Por qué no? Hemos llegado ya hasta este punto, aun sin habernos presentado debidamente.

    Lazzaro lo observó fijamente y lanzó una carcajada. —¡Amigo mío, estás en lo cierto! Las presentaciones apropiadas debieron llevarse a cabo hace varias horas. Mis más sinceras disculpas. La naturaleza del momento me ha llevado a la descortesía absoluta. Mi nombre es Lazzaro Prati.

    —Yo me llamo Santiago… Santiago Kant.

    —Santiago … ¿Sabías que dos de los apóstoles se llamaban Santiago?

    —La religión no es un tema del que pueda hablar mucho.

    —No estar interesado en un tema no implica que no puedas hablar sobre él. Recomiendo que siempre tengas una opinión a la mano. Cuando menos lo esperes, estarás participando en conversaciones que pueden resultar muy interesantes.

    Mientras decía esto, Lazzaro tomó la taza que había estado boca abajo, la levantó y le dio la vuelta para ver el contenido.

    —Pero, ¿qué pasó? —preguntó Santiago sorprendido.

    Los asientos del café estaban sobre la servilleta. Todos los granos y residuos se disponían sorprendentemente sobre la mesa. La taza que levantó Lazzaro estaba totalmente limpia, tal y como si la hubieran lavado. No había una sola mancha de café en el interior. Ni una sola.

    —Pensé que algo así podría ocurrir —dijo Lazzaro con una gran sonrisa dibujada en su rostro—. No podía ser de otra manera. Verás, no hay forma de que los residuos de café puedan decirnos que es lo que te depara el futuro porque, simplemente, tú no tienes uno escrito.

    —¿A qué te refieres con que no tengo un futuro?

    —No dije que no tuvieras un futuro, por supuesto que tienes uno, y uno grandioso, pero aún no se escribe. Hoy tienes la oportunidad maravillosa de elegirlo a tu antojo con un poco de ayuda de mi parte.

    ¿Y qué hay con ese largo discurso acerca de los pasos a seguir, de las programaciones, del destino? —la tranquila voz de Santiago se elevó con cada palabra. —¿Cómo esperas que esto tenga alguna clase de coherencia si vienes conmigo a darme explicaciones y después me muestras hechos que contradicen todas tus palabras? ¿Cuál es el punto de estar aquí entonces?

    Lazzaro se puso de pie, provocando que su silla cayera al suelo. Tomó la taza de Santiago y con fuerza la lanzó al otro extremo de la habitación. Al golpear contra la pared se rompió en innumerables pedazos, al tiempo que el sonido provocado por el impacto llenó por completo el espacio. El dueño del lugar abrió la puerta súbitamente.

    —¿Qué pasa? ¿Qué ha ocurrido? —preguntó mientras trataba de ajustar sus ojos a la oscuridad.

    —No ha pasado nada —respondió Lazzaro enérgicamente—. Le agradeceré que cumpla con su parte del trato. Acordamos que no seríamos interrumpidos hasta nueva instrucción.

    El hombre asintió con la cabeza y cerró de nuevo la puerta de su negocio. Lazzaro respiró profundamente, acomodó la solapa de su chaqueta y arregló las mancuernillas de su camisa. Levantó su silla y después de acomodarla de nuevo tomó asiento tranquilamente.

    —Lamento lo ocurrido mi buen amigo, pensé que era necesaria una pausa, además la taza dejó de servir a mis propósitos desde que te mostré su contenido, no la necesitábamos más. ¿Fumas?

    —No, no fumo —respondió Santiago receloso.

    —Yo sí, y muy a mi pesar a veces lo hago en demasía —Lazzaro sacó de uno de los bolsillos de su chaqueta una cigarrera con algunos símbolos grabados en la tapa. Tomó uno de los cigarros, lo puso en su boca y lo prendió con la vela que se encontraba en la mesa. El humo que salió de su nariz inundó el pequeño espacio entre los dos—. Se trata de un hábito elegantemente desagradable, y sin duda en desuso, tal y como muchas otras cosas en estos días —interrumpió un momento para observar al joven a través del humo—, algunas de ellas, tristemente se pueden contar con los dedos de la mano. Entre ellas, estás tú Santiago. Tú y tu cualidad. Tu particularidad. Es verdad, te hablé sobre como todos y cada uno de nosotros estamos sujetos a las leyes de inevitabilidad del destino, pero no fui claro al decirte que la única persona que escapa a esas leyes, eres tú. Verás, esa particularidad determina que en la gran ecuación de la vida, tú seas una variable extraña. Eres un agente libre que se mueve al margen de la historia, al margen del destino, al margen de los planes que nos controlan a todos los demás. No tienes una conexión con nadie más, no apareces entrelazado en la historia de ninguna otra persona, de ahí tu soledad y tu sentido de no-pertenencia. Nadie te puede reclamar como suyo y tú no puedes reclamar a nadie como parte de tu línea de destino, simplemente porque no tienes una. De esa misma manera, los aspectos fatales de la existencia no pueden afectarte: si te encuentras al margen del destino, ¿Cómo podría tocarte dándote una enfermedad terminal o poniéndote en el camino de un autobús a toda velocidad? Eres intocable, eres único, irremplazable, importante, y si me permites confesarlo, muy difícil de encontrar. A mí me tomó varios años y una parte considerable de mis recursos localizarte.

    —Esa descripción me convierte en poco menos que un hombre invisible. No entiendo cómo es que eso me hace alguien importante.

    —Créelo. Es un hecho. Una factibilidad matemática. Te lo explicaré a su debido tiempo.

    —Pero no entiendo… ¿de qué manera? …

    —¿De qué manera eres lo que eres? Es difícil explicarlo en este momento. Sabía de tu existencia basado en los resultados de investigaciones que me han tomado años perfeccionar. No se trata de una ciencia exacta. Los estudios que he llevado a cabo a veces tienen más la apariencia de arte, o incluso, a los ojos de los extraños, puede verse como magia; es esta magia aparente la que me llevó a concluir que en el gran plan del destino, todos estamos relacionados a través de nuestras acciones, y estas acciones están determinadas por el papel que cada uno de nosotros jugamos durante nuestra existencia. El libre albedrío, la suerte, las casualidades y las coincidencias, el aparente control de Dios, todo, son solo ilusiones. Interpretaciones equivocadas del hombre para pensar que puede encontrar una explicación. Realmente, todos esos factores son meros instrumentos del destino para cumplir con un plan general que involucra a la humanidad en su camino hacia algo mucho más grande. El plan está hecho, el camino está trazado y todos tienen un rol establecido… todos menos tú. Esto es porque los planes individuales, las instrucciones que cada uno de nosotros debemos seguir para cumplir con ese destino están indicadas a simple vista y se encuentran en…

    —En las líneas de la mano —concluyó Santiago.

    —En efecto. Las líneas de la mano es el mapa de tu destino. Se trata de la clave para descubrir que es lo que debes hacer y cuál es el rol que cumplirás en tu vida. Todo está determinado por la disposición de esas líneas, su profundidad, su tamaño, su interacción con otras líneas y muchos elementos más que conocerás gracias a mi instrucción. Estas líneas pueden cambiar un poco con el tiempo, dependiendo de los ajustes que el destino necesita hacer durante la vida de una persona. No hay manera de modificar su estructura original, aunque en esta ocasión, ocurren dos circunstancias extraordinarias: el hecho de que tú existes y el hecho de que mis estudios me han permitido encontrar la forma de alterar ese mapa. Solamente contigo puede funcionar. Todos los sistemas están sujetos a la posibilidad inherente de una anomalía, un factor extraño que afecte su resultado de una forma irremediable, o que simplemente exista sin comprometer su estructura. Tu particularidad te convierte en esa anomalía, y el sistema al que puedes o no afectar es el mundo. Ni más ni menos. Tú eres la anomalía en el gran sistema del destino, eres la variable extraña que no está considerada en la ecuación, pero yo puedo lograr que entres en ella. Fue muy difícil dar contigo, increíblemente difícil. Mis descubrimientos, que tiene que ver directamente con los temas de los que he hablado, me llevaron a ubicarte en esta latitud, en un periodo indefinido entre la semana pasada y hasta dentro de

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