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Cuando cambian
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Ebook48 pages41 minutes

Cuando cambian

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About this ebook

Debbie nunca tuvo una vida por la que otras mujeres se murieran. Ahora, a lo mejor la mataba a ella.

Cuando un grupo de amas de casa se encuentra atrapado en un barrio residencial y rodeado de monstruos inhumanos, solo puede hacer una cosa: luchar para escapar.

Armadas con tan solo lo que pueden encontrar, las mujeres deben enfrentarse a amenazas por todas partes, incluyendo sus propios amigos y maridos. Su tranquilo y pintoresco vecindario nunca volverá a ser el mismo.

Ambientada en la época de la amenaza comunista y los atómicos años 50, Cuando cambian es una espeluznante historia de brutalidad, asesinato y supervivencia que te mantendrá en vilo.

LanguageEnglish
PublisherD.S. Ritter
Release dateJul 26, 2019
ISBN9781393777137
Cuando cambian
Author

D.S. Ritter

Writes fantasy novels

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    Cuando cambian - D.S. Ritter

    SpanishTitleEbook

    Cuando cambian. La masacre de Miller  Escrito por D.S. Ritter  

    Copyright © 2019 D.S. Ritter 

    Todos los derechos reservados  

    Traducido por Raquel Tejedor Alonso

    Dos hielos chocaron en un vaso de tubo. Todo lo demás era silencio gris en la casa vacía de Debbie. Las cortinas estaban cerradas, pero a veces se encontraba a sí misma espiando a través de ellas a los coches que había aparcados delante. Todos eran Buick, Oldsmobiles y Ford: brillantes, nuevos, con colores elegantes e interiores de piel de verdad. Una demostración de orgullo de los hombres que trabajaban en la planta química Miller.

    El vaso hacía que le transpirara la mano. Una gota de sudor le rodó por la muñeca al darle

    otro trago al gin-fizz. Minnie y Herb White estaban dando otra de sus pésimas fiestas. Una fachada de matrimonio feliz.

    Alguien había dejado caer la palabra divorcio durante la partida de cartas en casa de los Stevenson y el rumor había corrido como la pólvora. Debbie también había cubierto sus propias apariencias en alguna ocasión pero, por lo menos, había sido más sutil. La de esa noche era la segunda fiesta que los White daban en un mes y era de todo menos sutil. A ella no la habrían pillado ni muerta montando una exhibición tan evidente.

    Un descapotable azul cielo que le era familiar aparcó y Debbie se tragó una punzada de soledad con la ginebra. Barbara y Carl Stevenson bajaron del coche; Barb se colocó la falda mientras sostenía una botella de vino contra el pecho. Vio a Debbie y la saludó con la mano. Devolviéndole el saludo rápidamente, Debbie se aseguró de que el cóctel que se estaba bebiendo no estaba a la vista. Barb era su única amiga en esos momentos, y la única lo bastante valiente como para contarle lo de Rhonda.

    Rhonda no iba a ir a la fiesta ya que estaba fuera de la ciudad. Justo igual que el marido de Debbie, Robert, que estaba fuera de la ciudad. «En una reunión de negocios», había dicho. Los dos fuera de la ciudad. Compartiendo una habitación de hotel. Compartiendo una cama. Con sábanas limpias y frescas cubriendo sus desnudos y sudorosos cuerpos...

    El hielo resonó cuando dejó el vaso sobre la encimera.

    Encendió un cigarrillo con una cerilla y miró alrededor de la cocina de sus sueños: el horno de vanguardia, los electrodomésticos a juego en tono verde aguacate cremoso, el suelo pulido y las encimeras. ¿Merecían la pena? ¿Merecía la pena el bonito e impecable Buick Skylark que había aparcado en la entrada? ¿O las habitaciones de arriba, deseosas de niños?

    El recuerdo, el fantasma de su madre le vino a la mente. Ella sí que habría pensado que merecía la pena, pero Debbie ya no estaba tan segura.  Robert se había distanciado más y más a lo largo del último año, más o menos, hasta el punto en el que ella sentía que tan solo eran extraños que compartían un dormitorio, y eso si es que él estaba en casa. Su matrimonio había pasado el punto de cubrir las apariencias y el vecindario lo sabía. Estaba segura de que a sus ojos había fracasado como esposa.

    Se preparó otro gin-fizz y decidió terminarse el cigarrillo en el comedor, lejos del ruido de los invitados que iban llegando. Al sentarse en aquel sofá demasiado mullido

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