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El Potencial de Guerra de las Naciones
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El Potencial de Guerra de las Naciones

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El Potencial de Guerra, tal como se lo concibe en este volumen, es la materia de la cual puede movilizarse la potencialidad militar en tiempo de guerra o de tensión internacional.

Sus principales componentes son, no sólo la capacidad industrial, sino, también, la capacidad administrativa con que se maneja dicha capacidad industrial y la moral o “motivación” para la guerra, que es, en gran parte, lo que determina la porción de la economía nacional que ha de ponerse a disposición para producir el poder militar.

La rápida mecanización en la ejecución de la guerra, así como los crecientes costos de la preparación militar, hacen que el concepto de potencial de querrá haya adquirido importancia y utilidad considerablemente aumentadas.

Sin embargo, según nuestro conocimiento, este libro constituye el primer esfuerzo sistemático que se haya efectuado con el objetivo de reunir los diversos elementos que forman las bases del poder militar, y de analizar sus naturalezas y sus relaciones recíprocas.

El concepto de potencia de guerra, así tratado, proporciona al estudioso de la política internacional y de las orientaciones en el orden militar una valiosa herramienta para captar el papel que la potencia desempeña en la época actual. Podrá ser utilizado para efectuar predicciones, con lo cual habrá de reducirse la necesidad de recurrir a conclusiones intuitivas en cuestiones de capacidad potencial.

El profesor Knorr muestra con toda claridad que aun en el caso de que un país mantenga en buenas condiciones su fuerza militar, no surge de ello que resulte, menos necesario el desarrollo del potencial de guerra. Explica el profesor cómo esa potencial puede adaptarse a situaciones tales como la de la guerra nuclear, para la cual es tan importante tener la potencia ya lista.

Si bien la guerra nuclear total puede considerarse altamente impro-bable con las presentes circunstancias, no por ello pueden las grandes potencias descuidar su preparación para la misma, dado que lo que la hace parecer improbable es, precisamente, la concepción de que tal guerra ha de significar la mutua destrucción.

Tampoco pueden esas grandes potencias pasar por alto el hecho de que otras clases de hostilidades; incluso las guerras de desgaste, todavía se hallan en el campo de las posibilidades.

El estudio de que se trata forma parte de un programa permanente referente a problemas de la seguridad y defensa nacional emprendido por el Centro de Estudios Internacionales. Dicho centro se estableció en 1951 en la Universidad de Princeton con el propósito de promover la investigación y la capacitación en el campo de las relaciones internacionales.

LanguageEnglish
Release dateApr 12, 2018
ISBN9781370654925
El Potencial de Guerra de las Naciones
Author

Klauss Knorr

Klauss Knorr fue profesor de Asuntos Públicos e Internacionales en la Escuela Woodrow Wilson, de la Universidad de Princeton.Además de ejercer la enseñanza y de escribir sobre cuestiones económicas, prestó servicios como asesor del Colegio Nacional de Guerra, de la Comisión Asesora del Presidente sobre Política de Materiales, de la Administración de Operaciones en el Extranjero, de la Comisión Económica Europea y de las Naciones Unidas. Dictó conferencias en la Escuela de Guerra Aérea y en la Escuela de Guerra Naval y, el Centro para Estudios Superiores de las Ciencias sobre la Conducta en Stanford, California

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    El Potencial de Guerra de las Naciones - Klauss Knorr

    INDICE

    Palabras previas

    Prefacio

    Potencia de guerra en la era nuclear

    Poder militar y potencial de guerra

    Naturaleza del poder militar

    Significado e importancia del potencial de guerra

    Motivación para la guerra

    Gobierno y esfuerzo de guerra

    Administración en tiempo de guerra

    Asignación de recursos

    Instrumentos administrativos

    Capacidad económica para la guerra

    La estructura de la población e industrias

    Comercio exterior y potencial de guerra

    Producción nacional y potencial de guerra

    Cambios en el producto nacional en tiempo de guerra

    La flexibilidad de la economía

    Conclusión

    PALABRAS PREVIAS

    El Potencial de Guerra, tal como se lo concibe en este volumen, es la materia de la cual puede movilizarse la potencialidad militar en tiempo de guerra o de tensión internacional.

    Sus principales componentes son, no sólo la capacidad industrial, sino, también, la capacidad administrativa con que se maneja dicha capacidad industrial y la moral o motivación para la guerra, que es, en gran parte, lo que determina la porción de la economía nacional que ha de ponerse a disposición para producir el poder militar.

    La rápida mecanización en la ejecución de la guerra, así como los crecientes costos de la preparación militar, hacen que el concepto de potencial de guerra haya adquirido importancia y utilidad considerablemente aumentadas.

    Sin embargo, según nuestro conocimiento, este libro constituye el primer esfuerzo sistemático que se haya efectuado con el objetivo de reunir los diversos elementos que forman las bases del poder militar, y de analizar sus naturalezas y sus relaciones recíprocas.

    El concepto de potencia de guerra, así tratado, proporciona al estudioso de la política internacional y de las orientaciones en el orden militar una valiosa herramienta para captar el papel que la potencia desempeña en la época actual. Podrá ser utilizado para efectuar predicciones, con lo cual habrá de reducirse la necesidad de recurrir a conclusiones intuitivas, en cuestiones de capacidad potencial.

    El profesor Knorr muestra con toda claridad que aún en el caso de que un país mantenga en buenas condiciones su fuerza militar, no surge de ello que resulte, menos necesario el desarrollo del potencial de guerra. Explica el profesor cómo ese potencial puede adaptarse a situaciones tales como la de la guerra nuclear, para la cual es tan importante tener la potencia ya lista.

    Si bien la guerra nuclear total puede considerarse altamente improbable con las presentes circunstancias, no por ello pueden las grandes potencias descuidar su preparación para la misma, dado que lo que la hace parecer improbable es, precisamente, la concepción de que tal guerra ha de significar la mutua destrucción.

    Tampoco pueden esas grandes potencias pasar por alto el hecho de que otras clases de hostilidades; incluso las guerras de desgaste, todavía se hallan en el campo de las posibilidades.

    El estudio de que se trata forma parte de un programa permanente referente a problemas de la seguridad y defensa nacional emprendido por el Centro de Estudios Internacionales. Dicho centro se estableció en 1951 en la Universidad de Princeton con el propósito de promover la investigación y la capacitación en el campo de las relaciones internacionales.

    Sus estudios, aunque abarcan todos los aspectos de los asuntos en cuestión, se dedican principalmente el análisis de los problemas contemporáneos en la conducción de las relaciones exteriores de Estados Unidos. Los trabajos individuales de los miembros del centro son la resultante de sus propias, iniciativas.

    Centro de Estudios Internacionales Universidad de Princeton

    25 de enero de 1956.

    Frederick S. Dunn

    Director

    PREFACIO

    Este libro se propone contribuir a la teoría del potencial de guerra. En la literatura, en la prensa, en conferencias y aulas se emplea frecuentemente la expresión potencial de guerra, y sin embargo, su significado es normalmente nebuloso. Asimismo, lo escrito al respecto, fuente de consulta a la que acude el estudioso, es inadecuado. En lugar de limitarse al potencial de guerra económico o industrial, este estudio habrá de interesarse igualmente en los componentes, el gobierno y moral, del potencial de guerra, intentando arrojar alguna luz sobre sus relaciones recíprocas {1}.

    {1} En la semántica militar de casi todos los países, por lo menos los de origen latino o sajón, la palabra moral se refiere, al tratar de la aptitud guerrera, a la capacidad de las tropas o de las naciones para llevar a cabo una acción bélica, para continuarla, para aceptar los sacrificios y las penurias físicas, espirituales y morales que ello lleve aparejado. Así un batallón, una sección, o un país pueden estar con su moral levantada o caída, alta o baja. Es en tal sentido, y no en el más amplio que le asigna el diccionario, que el autor emplea la palabra referida y en tal sentido la ha de consignar esta traducción.

    Esta forma de encarar el tema ha obligado al autor a salir en busca de los conocimientos y de las especulaciones pertinentes muy lejos de la zona de su inmediata competencia profesional, utilizando como mejor le ha sido posible, los métodos y las investigaciones de científicos en política, sociólogos, psicólogos, historiadores y economistas.

    Que sea una persona sola, y no más bien un grupo de especialistas en colaboración, quien haya efectuado semejante intento de disciplinado análisis del asunto, tiene evidentes flaquezas, así como, también, sus ventajas.

    Del mismo modo, la forma de abordar el tema involucraba dificultades poco comunes en la manera de presentar el trabajo. Esta cuestión se ha visto influenciada permanentemente por la necesidad de tratar de llegar hasta el lector que no sea técnico ni especialista ─requerimiento éste que presenta sus propias ventajas y dificultades─

    Un lector en particular puede estar técnicamente preparado para una parte de este libro, pero no así para otras partes. Por ejemplo, la IV parte, sobre la capacidad económica, está escrita en un nivel y en forma tan completa que permiten esperar que su comprensión ha de verse facilitada para los que no sean economistas, aunque quizá, no siempre sin dificultad.

    Como resultante de lo expuesto, el economista habrá de encontrar en la porción referida muchas cosas que le son bien conocidas y que, para él, son innecesarias. Sin embargo, el economista podrá llegar a apreciar esta forma de desarrollo cuando llegue a la parte II, referente a La voluntad de lucha, parte ésta que, a su vez, tiene secciones que serán más bien familiares a los científicos en política o a los psicólogos sociales.

    He quedado endeudado con las siguientes personas, por sus críticas y sugestiones, las cuales, por supuesto, en ninguna forma tienen responsabilidad alguna en este libro: Charles E. Lindblom y Stephen B. Jones (ambos de Yale) y Bernard C. Cohén, Roger Hilsman y William W. Kaufmann (todos pertenecientes a Princeton en el momento en que se escribía el libro). Todos ellos han leído el manuscrito completo; Robert A. Dahl (Yale) y Harold Stein (Princeton), quienes leyeron las partes I-III; Gabriel A. Almond (Princeton), quien leyó la Parte II; y Ansley Coale (Princeton) y Alexander Eckstein (Harvard), quienes leyeron la Parte IV. Inapreciable ha sido el valor como editor de Jean Mac Lachlan.

    Princeton New Jersey. Diciembre de 1955.

    Klaus Knorr.

    INTRODUCCIÓN

    CAPITULO I

    POTENCIA DE GUERRA EN LA ERA NUCLEAR

    El conecto de potencial de guerra es una herramienta destinada a poner orden en nuestras penetraciones dentro de eso que hace a algunas naciones militarmente fuertes y a otras débiles. Como elemento significativo de ordenamiento tiene tan sólo una corta historia que no llega en el pasado al medio siglo.

    Y ahora, el surgimiento de las armas atómicas ha posado la cuestión sobre si en verdad o no esa corta historia ha llegado repentinamente a su fin.

    Este capítulo de introducción expone el objetivo de este libro, las razones por las cuales el autor cree que el concepto de potencial de guerra sigue siendo útil en el presente, y las razones que al autor tiene para explotar los archivos del pasado reciente como medio de conseguir el esclarecimiento de las fuentes de la fortaleza militar.

    Propósito y alcance de este estudio

    Tratándose de una contribución a la teoría del potencial de guerra, este libro se propone explorar y aclarar las bases subyacentes del poder militar, facilitar las apreciaciones del poder militar relativo de las naciones e identificar algunas de las condiciones que las naciones pueden manipular con el fin de levantar su potencial de guerra.

    Este estudio no se limita a considerar el potencial de guerra económico o el industrial. Los determinantes del poder militar en potencia se han dividido en tres categorías generales: La voluntad de lucha, llamada comúnmente moral; capacidad gubernativa; y capacidad económica. Dichos conceptos se definen, y sus significados quedan aclarados en el capítulo III. Las partes II, III y IV aplican en orden los tres conceptos. A lo largo de todo el estudio se ha intentado mostrar cómo esos determinantes actúan unos sobre otros. En verdad, esto representa el primer intento general para buscar la pista de tal interdependencia.

    A pesar de su gran amplitud, el propósito de este libro resulta limitado en ciertos aspectos. Dado su carácter teórico en él no hay preocupación alguna por apreciar o comparar el potencial de guerra de determinados países, ni en el pasado, ni en el presente ni en el futuro. Algunas naciones en particular y ciertas situaciones de guerra se mencionan con frecuencia, pero ello tan sólo con fines aclaratorios.

    No obstante ser éste un estudio teórico, en el mismo no se tratan todos los determinantes del poder militar, si bien casi todos ellos han sido contemplados en el capítulo II. El examen se limita a la consideración de la capacidad de las naciones para proporcionar cantidades de material humano y abastecimientos en la eventualidad de una guerra, o inmediatamente antes del estallido de un conflicto armado. En tal sentido, la expresión poder militar potencial tiene sólo ese significado restringido.

    De acuerdo con el análisis presentado en el capítulo II ello constituye, en la mayoría de los casos, el determinante principal de la fortaleza militar. Una teoría general del potencial de guerra tendría que dar cabida a diferentes clases de guerra: guerras largas y cortas, guerras que exijan sólo un pequeño esfuerzo y guerras que demanden un esfuerzo total en términos de recursos, guerras de coalición y aquellas en las que un país lucha sin aliados.

    Sin embargo, las guerras muy cortas y las que sólo exijan un esfuerzo menor, no son, normalmente, de una clase en la cual el potencial de guerra sea de importancia. En consecuencia, el foco se concentra especialmente sobre las guerras prolongadas que requieren un gran esfuerzo, es decir, guerras en las cuales las naciones tienen la oportunidad y el incentivo para movilizar su fuerza potencial.

    Las guerras de desgaste, como lo fueron las dos últimas, pertenecen a dicha clase. La preparación para la guerra en tiempo de paz, prolongada e intensiva, también se halla -sometida a las incursiones del deseaste. Por razones de espacio, el problema se ha enfocado, en general, desde el punto de vista del esfuerzo de guerra correspondiente a países aislados, pero no ha de ser difícil extender el análisis a las guerras de coalición.

    Aplicación en la era atómica {2}

    {2}Esta sección (subcapítulo) es una versión corregida de algunas partes del capítulo escrito por Klaus Knorr. Potencial Militar en la Época Nuclear, publicado en el trabajo de William W. Kaufmann (ed.), Política Militar y Seguridad Nacional, Princeton, N. J., Imprenta de la Universidad de Princeton, 1958.

    La Primera Guerra Mundial ─larga puja de desgaste en la cual se vieron envueltas las naciones industrialmente más adelantadas─ atrajo seriamente la atención por primera vez sobre el concepto de potencial de guerra. No obstante, fue la Segunda Guerra Mundial la que demostró la importancia del concepto en forma tan notable que el mismo entró a formar parte integrante del pensamiento oficial sobre la defensa {3}.

    {3}Cuando el autor habla de defensa se refiere a la defensa nacional o a la preparación para la guerra, la cual con el uso de la palabra defensa queda escudada de toda intención de agresión. (N. del T.)

    En Estados Unidos, por ejemplo, esta nueva concepción fue concretada con la creación de la Oficina de Movilización para la Defensa, así como también en las normas adoptadas, tales como la formación de reservas de materias primas en gran escala y la concesión de excepción de impuestos con el propósito de estimular la expansión de las industrias relacionadas con la defensa.

    Hasta los gráficos de los diarios llegaron a comparar la capacidad militar de los países de la OTAN{4} y del grupo soviético representando pequeñas barras de acero y vagones de carbón a la par de los símbolos representativos de divisiones, divisiones aéreas y unidades de la flota naval.

    {4} North Atlantic Treaty Organizaron, Organización del Tratado del Atlántico Norte

    Por otro lado, el advenimiento de las armas nucleares y el punto muerto a que se llegó entre Estados Unidos y la Unión Soviética han planteado la pregunta acerca de si el potencial de guerras, aparte de las fuerzas militares existentes al estallido de la guerra, será de alguna importancia, si en verdad no se estaría procediendo de acuerdo con un concepto anticuado al tomar cualquier medida tendiente a mantener o a acrecentar el potencial de guerra. Lo cual sería otro ejemplo de preparación para luchar de nuevo como se lo hizo en la última guerra.

    En éste y en el capítulo final se habrá de argüir en el sentido de que, concebido y empleado con propiedad, el concepto de potencial de guerra merece no sólo que se lo conserve, sino, también, que se lo desarrolle aún más. Los argumentos para descartarlo tienen por fundamento a dudosas presunciones sobre la futura configuración de la guerra.

    En forma muy importante, dichas presunciones se basan en una versión truncada del concepto y en una perspectiva demasiado estrecha de su aplicabilidad. En realidad, puede adaptarse el concepto a las condiciones de la época nuclear, especialmente si se le hace abarcar más que la capacidad industrial o económica; y, de ese modo, posee considerable utilidad como medio para predecir y manipular la capacidad nacional.

    En las dos guerras mundiales, como en la Guerra Civil, Norteamericana, pareció que el potencial de guerra desempeñó una parte decisiva, en razón de que dichos conflictos armados fueron, esencialmente, guerras de desgaste.

    En ninguna de esas luchas tuvo alguno de los bandos suficiente fuerza movilizada para imponer una rápida decisión en el principio, y en ninguna de ellas fueron los objetivos de guerra de los oponentes lo suficientemente moderados como para hacer que la guerra de desgaste pareciese innecesariamente pesada, permitiendo así un pronto arreglo del punto muerto en el orden militar. En las dos guerras mundiales, además, Gran Bretaña y Estados Unidos se hallaban protegidos por el mar y por sus poderes navales.

    Ambas se encontraban inmunizadas contra la derrota en las fases iniciales de la guerra y disponían de tiempo para movilizar su capacidad potencial. En este momento de la historia está muy extendida la creencia de que las guerras de desgaste son ya cuestión del ayer y que, por consiguiente, el potencial de guerra ha pasado a ser un factor sin importancia en la capacidad militar. Se considera que sólo habrán de tener valor las fuerzas ya existentes al estallar las hostilidades.

    Semejante reorientación se ha producido al concebirse con claridad todo lo que se halla involucrado en las armas nucleares desarrolladas por Estados Unidos y la Rusia Soviética. Los argumentos comunes se exponen del modo siguiente:

    1- Desde el momento en que ambos beligerantes dispongan de proyectiles nucleares y de la capacidad de colocarlos sobre blancos elegidos en cantidad suficiente para saturar las defensas, extinguir mutuamente sus poblaciones y sus centros de producción, la guerra ilimitada se transforma esencialmente en una guerra de inmediato aniquilamiento y no de desgaste.

    Los golpes militares fundamentales caerán durante las primeras horas, días, o a lo sumo en las primeras semanas de hostilidades. La devastación inicial será tan gigantesca que la voluntad de lucha se habrá evaporado

    y, aún en el caso de que así no sea, quedará poco con qué combatir, con la posible excepción de las fuerzas militares que estuviesen listas para empezar la guerra y que hubiesen escapado a la destrucción.

    Por grande que sea la capacidad de las naciones en tiempo de paz, quedará arruinada de un solo golpe. Lo que pudiera subsistir como medio de fabricación o de transporte, estará fragmentado más allá de toda esperanza y lo que haya quedado no podrá ser organizado, por lo menos por un largo período, a los fines de un esfuerzo coordinado.

    2 - El equilibrio nuclear, ó sea la aptitud de las naciones para producir una destrucción sin precedentes de modo instantáneo y mutuo, es probable que disuada a los contendientes, de un modo absoluto, de la ejecución de una guerra total.

    De acuerdo con la expresión de sir Winston Churchill, el nuevo equilibrio del terror puede hacer que la guerra en gran escala sea ya un acontecimiento anticuado. Quedan como posibles los pequeños encuentros locales en zonas periféricas de conflicto, en lo que el señor Finktter ha llamado las zonas grises en el Medio y Lejano Oriente {5} .

    {5}Thomas K. Fhiletter: Poder y Política, New York, Harcourt, 1954, pp. 84 y 85

    Como en la Guerra de Corea, las actividades militares habrán de limitarse, en lo referente al teatro de operaciones, a sus objetivos y probablemente, también en el empleo de armas. Evidentemente, esos pequeños conflictos no han de exigir una movilización en gran escala por parte de las grandes potencias.

    Serán luchas entabladas con las fuerzas militares y existencias ya a mano o en producción corriente. No habrán de poner a prueba el potencial de guerra de los grandes países industriales, o si tal ocurre, lo será en forma muy marginal.

    3 - Es poco probable que se produzca una guerra de desgaste, larga y de gran magnitud, en la cual se empleen solamente las armas no nucleares. El costo en vida y materiales de semejante guerra es tan elevado eme las naciones no estarán dispuestas a entrar en ella sino por objetivos de extraordinaria gravedad y, en razón de esos objetivos de tan alta importancia, sería muy difícil que la guerra se mantuviese limitada en la elección de las armas cuando llegase el momento en que uno de los bandos se halle en peligro de perder la lucha. Es improbable, asimismo, que se entable una guerra de desgaste sin recurrirse a las armas atómicas por lo menos contra objetivos militares.

    La predicción que antecede surge de la suposición de que mantener una adecuada preparación para todas las clases de guerra habría de poner una intolerable carga económica aun sobre las más ricas de las naciones.

    Ninguna potencia principal habrá de atreverse a descuidar su arma nuclear estratégica ─los explosivos y los sistemas para colocarlos sobre los blancos─ temiendo que un equilibrio nuclear pueda dejar de ser equilibrio.

    Esta es la primera responsabilidad que recae sobre cualquiera de los recursos para la defensa. Las defensas del propio país contra un ataque nuclear agregan nuevas cargas sobre los recursos existentes. En vista de que se están perfeccionando las armas nucleares tácticas, para su empleo por las fuerzas aéreas y de superficie, ninguna potencia de primer orden puede dejar de efectuar fuertes inversiones en armas de esa especie.

    Si, además de ello han de mantenerse grandes fuerzas convencionales {6} el esfuerzo llegará a ser insoportable. Por lo tanto, es casi seguro que ─con la posible excepción de encuentros altamente localizados en zonas grises─ aun la guerra que haya empezado sin intervención de las fuerzas aéreas estratégicas habrá de contemplar el uso de armas atómicas y, quizá, de bombas H {7}.

    {6} Fuerzas convencionales o armas convencionales son ya en el lenguaje militar occidental expresiones que indican a las fuerzas y armas propias de las fuerzas armadas tradicionales, es decir, no atómicas. (N. del T.)

    {7} Bomba de hidrógeno. (N. del T.).

    Y una vez que se haya empezado con el empleo de dichas armas, ha de ser extremadamente difícil trazar una línea caballeresca entre su aplicación táctica y estratégica, y el riesgo ha de ser muy grande de que la guerra limitada degenere en una guerra ilimitada.

    El riesgo será tanto más grande si cada beligerante teme que su oponente pueda aprovecharse de la ventaja de asestar el primer golpe nuclear. Vale decir que el agudo peligro de mutua destrucción en todo conflicto que no sea un encuentro localizado habrá de producir con toda probabilidad, el abandono de una guerra de desgaste convencional o casi convencional. Luego, según esos argumentos, las clases de guerra en las cuales el potencial de guerra habría de jugar un papel importante parecen ser extremadamente improbables. Se sostiene, por ejemplo, que la fuerza decisiva de Estados Unidos reside en el Comando Aéreo Estratégico y no en Pittsburgh y Detroit{8}.

    {8} Zonas altamente industrializadas de Estados Unidos de Norteamérica. (N.del T.)

    Admitiendo que ese razonamiento sea correcto, todo aferramiento a la teoría del potencial de guerra en la defensa militar, está preñado de serios peligros. Según lo expresa el señor Finletter:

    La idea nostálgica de que nuestro potencial industrial es nuestra carta de triunfo principal puede producir la ruina de nuestra planificación militar. Puede que no haya una larga guerra para dar tiempo a que nuestro potencial industrial haga sentir su peso... Debemos formar nuestra fuerza militar con la concepción exactamente opuesta a la del potencial industrial.

    La verdad es que poner mayor fe en el potencial, oponiéndolo a la idea de la potencia militar ya lista, es una práctica peligrosa, aun en el caso de que el concepto de potencial de guerra no merezca ser arrojado al canasto de las ideas anticuadas.

    Es evidente que el potencial de guerra de nada ha de servir en una guerra nuclear total y tampoco en las contiendas locales en las zonas grises, y es muy cierto que estas dos clases de guerra bien pueden presentarse. No obstante, esta acusación contra el potencial de guerra como elemento importante de la capacidad militar no tiene mayor fuerza que las premisas que la sustentan. Esas premisas son dos predicciones.

    Según la principal de ellas, el temor universal de mutua destrucción por obra de las bombas de hidrógeno, y el temor igualmente universal de que grandes y prolongadas hostilidades no han de poder mantenerse con alguna seguridad dentro de los límites de empleo de armas menos mortíferas, han de contribuir a que las guerras sean muy improbables, si se exceptúan los conflictos pequeños y localizados.

    Y de acuerdo con la predicción secundaria, la anterior concepción y la terrible carga de prepararse para luchas mayores que las resultantes de conflictos localizados y a la vez para una conflagración nuclear total, habrá de dejar a las naciones incapacitadas para combatir en grandes guerras de desgaste. Tal orientación tiende a reforzar la predicción principal.

    Como es natural, las predicciones no pueden reclamar para sí más que la plausibilidad; y en dichos pronósticos hay una buena medida de plausibilidad. ¿Pero alcanzan a ser tan plausibles como para hacer desaparecer la concepción de que la fortaleza militar es algo más que la fuerza movilizada y lista al iniciarse las hostilidades (si las hay), de que el poder potencial también forma parte del poder militar?

    No es necesaria mucha especulación para sustentar una respuesta negativa en cuanto se refiere a la predicción principal.

    Es dable concebir que una guerra nuclear sin restricciones pueda ser precipitada por una potencia que, debido a un notable adelanto científico, haya conseguido temporalmente una relativa invulnerabilidad.

    Pero mientras un conflicto nuclear total signifique la mutua destrucción de algo así como un tercio o más de la población de cada beligerante y de algo así como la mitad o más de los bienes capitales de cada uno de los beligerantes ─y tal es lo que se estima para el futuro previsible─ no es razonable suponer que semejante guerra vaya a ser precipitada por Estados Unidos o la Unión de los soviets, salvo como acto de completa desesperación.

    Si bien es ciertamente plausible que la referida inhibición hará que repugne a las dos potencias desencadenar cualquier guerra importante por temor de que tarde o temprano ella degenere en una de mutuo y seguro desastre, ¿no es plausible también que tan poderosa inhibición permita confiar en que ha de ser efectiva la limitación de la guerra casi convencional? {9}

    {9}La guerra casi convencional es aquella en la cual el combate entre las fuerzas terrestres y navales y entre las fuerzas aéreas de apoyo, desempeña una parte Importante. Debe diferenciársela del gran estallido, guerra ésta que se ejecuta enteramente, o principalmente, mediante el ilimitado ataque nuclear sobre los territorios de los beligerantes. Es natural que la guerra casi convencional ha de tener un aspecto tecnológico muy diferente al de la Segunda Guerra Mundial. El perfeccionamiento de antiguos armamentos militares y la adopción de otros nuevos están actualmente forzando una reorganización y una renovación de los materiales de las fuerzas de superficie y también de las fuerzas aéreas.

    Para ser eficaz, esa limitación tendrá que serlo en dos aspectos. Primero, los beligerantes tendrán que abstenerse del empleo de armas atómicas para todo otro propósito que no sea táctico y contra blancos militares.

    Segundo, tendrán que abstenerse de todo objetivo de guerra que requiera la invasión del territorio del otro. La segunda de estas ordenanzas que los contendientes deberán imponerse a sí mismos es la más importante y también es la más fácil de llevar a cabo.

    Por otra parte, es posible que una gran guerra entre grandes potencias se desarrolle principalmente en zonas pertenecientes a terceros.

    Puede concebirse, por ejemplo, que la URSS y Estados Unidos lleguen a luchar sin ataques directos contra los territorios propios del adversario. Si el temor de sufrir las consecuencias de un conflicto nuclear sin restricciones es lo suficientemente profundo para hacer que los beligerantes se sientan compelidos a respetar las restricciones señaladas aun cuando se encuentren ganando o perdiendo en la guerra casi convencional, sería, entonces, poco acertado presumir que tal tipo de guerra no es probable que se produzca en el Lejano Oriente, en el Medio Oriente o aun en Europa.

    En la actualidad, muchos peritos eludan de la factibilidad de la primera restricción, la de limitar el empleo de las armas nucleares a los blancos militares. La experiencia de recientes maniobras sugiere que aún la aplicación táctica de los mecanismos atómicos da como resultado una devastación en escala inmensa. Sin embargo, dicha experiencia no indica que el empleo de las nuevas armas no pueda limitarse y graduarse en líneas generales en cuanto a su capacidad destructiva y a la selección de los blancos, si bien queda completamente descartada la posibilidad de acercarse a una completa protección de la vida de las poblaciones civiles.

    Todavía queda una gran diferencia entre el bombardeo de una base aérea militar y el bombardeo del corazón de una zona metropolitana. Y una vez que se haya establecido la conveniencia de una aplicación limitada y graduada de las armas nucleares, la ingeniosidad humana en el diseño de las armas, en la instrucción y en la conducción de las1 tropas pueden hacer que la limitación sea mucho más factible de lo que ahora parece.

    La teoría que sólo prevé guerras pequeñas o el gran estallido y que descansa esencialmente en la presunción de que el gran estallido es extremadamente improbable que se produzca, elimina, desde todo punto de vista práctico, una guerra que enfrente las potencias de la OTAN contra la URSS en Europa. Semejante guerra difícilmente podría ser pequeña y altamente localizada. De ser así, la perspectiva es muy reconfortante. Pero, para expresarlo con toda claridad, ¿estamos preparados para aceptar las consecuencias y proceder a desmovilizar las fuerzas terrestres de la OTAN, excepto algunas pequeñas unidades complementarias?

    Supongamos que actuásemos de tal modo, y supongamos que el ejército soviético avanzase repentinamente a través de Alemania Occidental empleando solamente armas atómicas contra blancos tácticos únicamente, a medida que las potencias occidentales utilizasen dichas armas.

    ¿Cómo reaccionaría Estados Unidos? ¿Procedería esta nación a dejar en libertad al Comando Aéreo Estratégico, aun cuando tal acción significase la devastación de grandes zonas metropolitanas de Estados Unidos y, probablemente, la muerte de decenas de millones de norteamericanos?

    Si Estados Unidos no estuviese dispuesto a aceptar su propia destrucción como precio por la detención de una erupción hacia el oeste de las divisiones soviéticas, ¿no sería posible que el Kremlin procediera precisamente con el mismo concepto? ¿Si tales especulaciones no carecen totalmente de realidad, resulta entonces imposible que las fuerzas convencionales para la defensa sean mantenidas en la Europa Occidental, y que una guerra de desgaste en Europa no pueda ser descartada como contingencia de importancia?

    De otro lado, ¿es tan seguro que las hostilidades en otras partes serán breves y altamente localizadas?

    La Guerra de Corea fue una guerra limitada deliberadamente limitada en cuanto a su teatro de operaciones, empleo de armas y también en los objetivos de guerra de los oponentes. Asimismo, dicha guerra se transformó en guerra de desgaste, si bien en una escala que no puso a prueba el potencial de guerra industrial de Estados Unidos.

    Con todo, ¿puede aceptarse como improbable que las guerras locales en el Lejano Oriente o en el sur de Asia lleguen a involucrar teatros de operaciones de mayores magnitudes y fuerzas más grandes y que se transformen en guerras de desgaste, y que tales cosas ocurran, precisamente, en razón de la inhibición universal contra el empleo de armas de destrucción en masa?

    Con respecto a la predicción principal referente a la extremada improbabilidad de grandes guerras de desgaste, parece razonable concluir que la situación es mucho más opaca, mucho menos determinada que lo que la tesis quiere significar.

    La emergencia de las bombas nucleares y del equilibrio nuclear puede, en verdad, hacer que el recurrir a la guerra, cualquiera sea ella, resulte infinitamente más riesgosa que en el pasado, y por ello, en general menos probable.

    Como diría un economista, los costos de la oportunidad de llevar a cabo una guerra se han remontado a niveles desconocidos en la historia del pasado.

    Sin embargo, sería temerario abrigar la esperanza de que la guerra, en cualquiera de sus formas, se ha hecho totalmente anticuada. Y si no es anticuada, sus formas posibles no pueden predecirse y muy bien puede hallarse entre ellas la guerra de desgaste. No obstante, es la conducta implícita en la predicción secundaria la que, si la predicción es correcta, tiende a disminuir la probabilidad de grandes guerras de desgaste.

    ¿Cuáles serían las perspectivas si todas las grandes potencias desistieran de prepararse para tales guerras, si ellas se preparasen solamente para una guerra nuclear total y para pequeñas acciones localizadas, debido a su creencia en la predicción principal o debido a no querer soportar la carga económica de prepararse para otras formas de hostilidades?

    Las perspectivas más importantes son tres: a) erupciones de hostilidades pequeñas y limitadas que llegarán a rápidas terminaciones debido a que uno de los bandos acepta la derrota o ambos bandos aceptan una situación de equilibrio; b) la amenaza de represalias macizas en la forma de guerra nuclear por el bando derrotado; c) en el caso de una situación equilibrada, la transformación gradual del conflicto en uno de desgaste.

    Sin embargo, si una de las grandes potencias sigue preparada para llevar a cabo una gran guerra casi convencional y ataca a otra sólo preparada para un conflicto nuclear y para pequeños encuentros, las perspectivas principales son dos: a) aceptación de la derrota por la potencia atacada; b) la amenaza de represalias macizas por parte del bando derrotado.

    La predicción secundaria en el supuesto que inspirase la política militar de todas o de algunas de las Grandes Potencias, es; por consiguiente, una predicción que se refuerza a sí misma.

    Tiende a incrementar la probabilidad de que las guerras futuras serán tan sólo operaciones pequeñas y muy limitadas o, si no, golpes nucleares totales, y disminuye la probabilidad de grandes guerras de desgaste.

    Sin embargo, hasta ahora, la predicción secundaria es de dudosa validez. Ni los miembros de la OTAN ni la URSS y sus aliados proceden en el presente como si hubiesen ya pasado los días de las fuerzas convencionales de superficie. Tomadas en conjunto, ambas predicciones no tienen en su apoyo suficiente plausibilidad como para justificar el abandono del potencial de guerra, o del potencial industrial, en los cálculos sobre el poder militar. Es decir, de admitir que el potencial puede seguir siendo un importante factor en las relaciones de poder.

    Ni siquiera la Guerra de Corea fue llevada a cabo por Estados Unidos contando únicamente con las fuerzas y los abastecimientos disponibles en el momento de su iniciación. Y el futuro puede llevar a guerras mayores y más prolongadas que la de Corea, con o sin el empleo limitado de aparatos nucleares para propósitos tácticos.

    Además, una vez que una gran potencia se empeñe en hostilidades relativamente localizadas puede abrigar el temor de que esas hostilidades se extiendan a otros teatros de operaciones y degeneren en una lucha menos limitada en cuanto al empleo de armas.

    Como resultante de ello, un conflicto del tipo del de Corea puede exigir una movilización en gran escala de la fuerza potencial, incluyendo la movilización para la defensa contra ataques nucleares totales.

    Finalmente, no hay certeza alguna de que ni aún una guerra atómica absoluta pueda darse por terminada en una cuestión de horas o de días. Hasta el momento, este tópico debe ser considerado como no definido todavía.

    Y puede seguir indefinido, porque no es forzoso que los cambios tecnológicos continúen añadiéndose al poder de la ofensiva. Y si las naciones lograsen éxito en la reducción de su vulnerabilidad respectiva ante los ataques nucleares, mediante la defensa activa o pasiva, otro tanto habrá de acrecentarse el factor desgaste, aún en la realización de una guerra sin restricciones.

    La argumentación ha sido especulativa a través de todo este capítulo. Y no puede ser de otro modo. Es imposible llegar, con cierto grado de confianza, a la conclusión de que el potencial de guerra ha dejado o no de ser importante. Las inferencias más sólidas son dos:

    Primera, la existencia de armas nucleares ha hecho que la ocurrencia de guerras entre grandes potencias sea menos probable que en el pasado.

    Segunda, el simple hecho de que ninguna gran potencia puede dejar de mantener una fuerza aérea estratégica dotada de aparatos nucleares, así como defensas antiaéreas apropiadas, capaces de entrar inmediatamente en acción en todo momento, es decir, fuerzas plenamente movilizadas, ha trasladado el peso relativo del concepto de alistamiento permanente, opuesto al concepto de fuerza militar potencial, en favor del primero.

    Ninguna de esas dos inferencias significa que el poder militar ha dejado de ser importante o que el potencial de guerra ha dejado de ser una parte del poder militar.

    No obstante, con respecto a la naturaleza de la guerra futura, si ella llegara a ocurrir, podemos estar mucho menos seguros.

    La opinión sobre la importancia futura del potencial de guerra también ha de variar con la definición del concepto. La opinión tiende a ser más negativa si solamente se identifica el potencial de guerra con la capacidad industrial y con el acceso a las materias primas.

    Tenderá a ser más positiva si en el potencial de guerra se hace caber, como se lo hace en este libro, las agregadas dimensiones de la habilidad administrativa (o de gobierno) {10} y de la moral.

    {10} Lo escrito entre paréntesis es del traductor para aclarar el concepto en el sentido de que lo administrativo, según se entiende en Estados Unidos, no es únicamente el manejo de bienes capitales, sino que también incluye campos del gobierno, y así se dice, por ejemplo, la administración de Roosevelt como nosotros diríamos: el gobierno de Alvear.

    Del mismo modo, el parecer sobre la futura importancia del potencial de guerra varía con el período del tiempo al cual se refiere la movilización del potencial. Estas dos consideraciones requieren algunas explicaciones. Si la guerra casi convencional se produjese en dimensiones de cierta importancia y dicha contingencia no puede ser desechada ni estimada improbable, el potencial de guerra, incluso la capacidad económica, tendrá, evidente importancia.

    La utilización de armas nucleares contra objetivos militares, y el consiguiente riesgo de aniquilamiento en el campo de batalla, impedirá el gigantesco agrupamiento de tropas que se llevó a cabo durante las dos últimas guerras mundiales.

    Sin embargo, si tal perspectiva implica una menor movilización de hombres para su uso en el campo de batalla, en modo alguno implica una menor utilización del material humano y otros recursos; para fabricar, transportar y servir a los medios de lucha.

    Resulta claro que una guerra futura de esa especie será más intensiva que nunca sobre el capital de las naciones. El valor de las dotaciones por hombre combatiente será extraordinariamente elevado.

    De otro lado, el potencial de guerra no movilizado carecerá de importancia una vez que haya estallado la guerra nuclear sin restricciones y ella empiece y termine con un golpe mortal o en un rápido intercambio de golpes mortales.

    Con todo, si las hostilidades continúan después de mutuos ataques atómicos ─y esto debe ser considerado un interrogante abierto a la discusión─ el potencial de guerra, en su sentido más amplio, seguirá siendo un asunto de peso. En el capítulo final se dirá algo más sobre esta consecuencia. En este punto, debe bastar con hacer notar que, aun si las fábricas de una nación fuesen destruidas en gran parte, el potencial de guerra en la forma de materiales terminados, capacidad administrativa y voluntad de lucha ─su ausencia o presencia en varios grados─ podrían decidir el resultado de la guerra.

    Con respecto al período de tiempo durante el cual el potencial de guerra es parte vital de la fortaleza militar, puede decirse que se trata solamente de una concepción que considera la movilización de potencial exclusivamente como un acontecimiento a producirse después de haberse realizado hostilidades en gran escala.

    Naturalmente es posible, que un conflicto atómico total estalle sin advertencia, llegando como una sorpresa completa.

    También es posible, no obstante, que ese estallido se vea precedido por una crisis palpable. Es posible, en verdad, que esa crisis se desplace pasando por la fase de guerra limitada en una de las zonas grises.

    En tal eventualidad, habrá tiempo para movilizar, por lo menos, parte del potencial de guerra nacional, a un mismo para la guerra nuclear sin restricciones. En todas esas supuestas circunstancias debe concederse la factibilidad de discutir cualquiera de esas conclusiones opuestas.

    Pero los problemas inherentes son tan complejos y el futuro, en este aspecto, tan imposible de predecir, que ninguna línea de argumentación se impone lógicamente, distinguiéndose de lo que deseamos que sea, exceptuando la argumentación que señala nuestra ignorancia.

    Pertinencia de la perspectiva histórica

    Con el propósito de elucidar lo que se entiende por potencial de guerra, para identificar sus principales elementos constitutivos y para seguir su compleja interconexión, es indispensable estudiar el pasado. Los archivos del pasado nos ofrecen las ventajas de la prueba por medio de la retrospección. Para cierta combinación de factores, por lo menos, sabemos de un modo aproximado cuál fue el peso que ejercieron en la batalla una vez transformados en potencia de combate.

    El análisis siguiente, por lo tanto, utiliza extensivamente los datos disponibles sobre la Segunda Guerra Mundial y, en mucho menor grado, los disponibles de la Primera.

    La adopción de este procedimiento plantea el interrogante acerca de si no es dable esperar que los resultados sean, forzosamente, pasados de actualidad y en consecuencia de reducida pertinencia a los fines de la comprensión del potencial de guerra en el

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