Autores: Jaime Andrade Heymann y Daniela Sofía Loaiza Jiménez Término: Lugar.
El Espíritu de la ciudad de Quito se está extinguiendo. Lo estamos disfrazando con capas, cada vez más espesas y densas, de mentiras edificada y de hipocresía materializada. Ese Espíritu, esa luz a la que hemos ido ocultando y arropando como a una lámpara, con una manta sobre otra y sobre otra más espesa, hasta que esa vigorosa energía luminosa, se ha convertido en un débil destello cada vez menos perceptible; puede que siga existiendo en esencia, pero cada vez es más difícil distinguir.
Es muy difícil poner en palabras lo que es el espíritu de un lugar, a pesar de que existe literatura de autores que llegan bastante cerca1 . Pero, si bien se puede hacer una descripción muy precisa y sensible de un lugar, el espíritu es algo que sólo se siente, si somos lo suficientemente sensibles, si tenemos la habilidad para detenernos en este mundo que se mueve ahora a toda velocidad, si escuchamos y miramos con cuidado lo que ese lugar quiere ser2 . No debemos imponernos, sólo tenemos que dejarle ser, sin exigirle, sin dominarle; el ego debe quedar a un lado. Ese espíritu que los lugares tienen impregnado naturalmente, es lo que nos conmueve, lo que los vuelve únicos y mágicos, es lo que nos quita el aliento y nos hace sentir esos lazos afectivos3 que nos atan a ellos más allá de la dimensión terrenal. Lo mismo pasa con la ciudad, con el espíritu de cada una, con el espíritu de Quito.
Quito, ciudad andina, enclavada entre volcanes recostados como si fueran dragones dormidos. Atravesada por cientos de cordones de agua que viene de esos páramos que nos contienen en un abrazo. Tierra donde, .