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Kitty Tastes a Powder
Kitty Tastes a Powder
Kitty Tastes a Powder
Ebook532 pages8 hours

Kitty Tastes a Powder

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About this ebook

Tuxedo, a black-and-white kitten, stays overnight in her new adopted mom's office located at the Genomic Institute in Woodhaven, Connecticut. Through circumstance and error, the kitten meandered into a restricted area of the lab and ingested a Crispr formulation meant for destruction, but whose identity was erased prior to disposal.

Professor Markus Rogers, a highly respected geneticist, must enlist the aid of his assistant Vanessa Vela and surveillance monitor Jexton to track and catch her. Risk as to what changes will occur in Tuxedo and legal issues confront him as he weighs his options under the constraints of the No Live Animals for Research (NLAR) law.

Risking legal prosecution and professional disgrace, Nessa convinces him she will be loyal. The opportunity to keep Tuxedo under the radar as a rogue study is very tempting. Sworn to secrecy, Nessa proves her loyalty to Professor Rogers by staying silent even after his messy breakup with his live-in girlfriend Janet and his trust issues because of her.

Janet uses Tuxedo as a pawn in her game of retribution with Markus, resulting in unknown consequences. Taking advantage of her temporary freedom, Tuxedo falls in love with Ivan but was then brutally assaulted by the feral Whitey Pink Eyes.

Nessa's little sister Graciela visits while on summer break from high school in Phoenix, Arizona, and after arrival finds a close friend in Agnes with whom she does some experimenting, which influences Graciela profoundly.

Alicia makes Nessa a confusing offer she must consider. Markus, ever the ambitious scientist, accuses Nessa of deception when he finds a dummy log of Tuxedo's test results. Markus and Nessa finally settle their divisive disagreement concerning Tuxedo. Nessa remains faithful, finally getting what she wants.

When working with the correct mind a seeker obtaining knowledge makes a momentous discovery, and so will you after you read "Kitty Tastes a Powder."

LanguageEnglish
Release dateMay 2, 2022
ISBN9781636921594
Kitty Tastes a Powder

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    Kitty Tastes a Powder - Francis Imago

    Derechos de autor © 2022 Carlos Leyva

    Todos los derechos reservados

    Primera Edición

    PAGE PUBLISHING, INC.

    Conneaut Lake, PA

    Primera publicación original de Page Publishing 2022

    ISBN 978-1-66249-098-9 (Versión Impresa)

    ISBN 978-1-66249-101-6 (Versión electrónica)

    Libro impreso en Los Estados Unidos de América

    Carlos

    Estamos en un hospital donde se tratan severas enfermedades mentales, explicaba el doctor psiquiatra a los estudiantes de medicina. El doctor profesor, lideraba la caminata por los pasillos del hospital, deteniéndose momentáneamente frente a diferentes puertas, explicando por qué algunas de las entradas tenían la mitad de vidrio, otras, eran completamente de metal y aun otras tenían rejas como las celdas de una cárcel.

    —En realidad este hospital es un lugar muy deprimente —comentó uno de los estudiantes.

    —Y esos gritos que se oyen a través de las puertas, da la impresión que tienen fieras enjauladas —secundó otro de los aspirantes.

    Interrumpiendo los comentarios de sus alumnos interceptó el profesor:

    —Como se habrán dado cuenta, la reacción de los enfermos difiere mucho uno del otro, ustedes aprenderán que, de acuerdo a la reacción del individuo, así será el tratamiento que se le será aplicado. Los enfermos tranquilos o pasivos, pueden ser observados a través de la puerta y hasta puedes tener algún tipo de conversación con ellos, pero otros francamente son muy impredecibles y también peligrosos, es por eso la diferencia de puertas en las habitaciones.

    »Muchos de los pacientes son muy inteligentes, algunos de ellos son muy atractivos, mujeres y hombres, a veces este atributo aumenta el peligro para el personal médico y todos los trabajadores del hospital, en conclusión, tengan siempre presente que estas gentes no se encuentran aquí porque son bellos. Asegúrense que siempre estén acompañados de una o más personas cada vez que tengan contacto con cualquiera de los pacientes. Queda claro, que a muchos de ellos ustedes no querrán ni acercarse dada su apariencia física, pronto se darán cuenta de que algunos no son muy atractivos que digamos, otros, son francamente desagradables y feos, digamos de apariencia bestial, pero estos últimos a veces son los que representan menos peligro. Más también hay los que tienen una historia fascinante —continuó el doctor—, si gustan les contaré la historia de este paciente, su nombre es Carlos:

    »Resulta que él, está convencido que él es hijo o uno de los hijos del Diablo y su destino es ser el rey del mundo. No se sorprendan, aquí entre nuestros pacientes tenemos a Napoleón, a Hitler, está Alejandro Magno, Nerón, varios Jesuses y también muchos doctores.

    »Más consideremos el caso de Carlos, un varón que aparentemente está en perfecta condición física, su cerebro no acusa ninguna enfermedad o trauma, ni por golpes o por accidentes ni por herencia, sin embargo, su reacción hacia la vida y su percepción de la realidad, es muy diferente de lo que cualquiera de nosotros entiende, en su mente, de alguna forma piensa que él es su propio padre, y al mismo tiempo es hijo y esposo de su propia madre.

    Este comentario tuvo un efecto con diferentes reacciones en las mentes de los pasantes de medicina, los varones incrédulos y asombrados, las mujeres sorprendidas y sintiéndose enfermas y a punto de vomitar.

    Ninguno pudo contenerse de pronunciar improperios y hasta desagradables sonidos guturales, desaprobando con las muecas de sus rostros el comentario del profesor.

    Ignorando la reacción de sus estudiantes el galeno prosiguió:

    —De tiempo en tiempo cuando Carlos está más o menos coherente platica partes de su existencia. En el tiempo que lleva aquí platica mucho de su madre, por cierto que él está obsesionado con ella, la señora se llama Esmeralda, muy bonita mujer, ni se puede creer que sea madre de nuestro paciente —dijo el Doctor y en sus palabras podías escuchar la admiración que el doctor Profesor sentía por aquella hembra.

    Esmeralda

    Esmeralda, caminaba rumbo a la casa de sus abuelos donde ella vivía, en el crepúsculo de la tarde apuraba el paso para llegar al hogar, ya imaginando el regaño que le darían sus abuelos en cuanto llegara. No le importaba mucho, valía la pena se decía ella, llevaba en uno de sus libros el retrato que su amiga Irene había dibujado de ella y Estrella.

    Lo sacaba del libro y lo miraba y lo miraba y no lo podía creer, se sonreía para sí sola y agradecía a su amiga por aquel dibujo tan bien hecho. A sus casi dieciséis años la vida era todo sol y flores, y por estar en cosas de jóvenes, se entretuvo con sus amigos socializando en el plantel escolar, y también echando novio con aquel chaval que le aceleraba el ritmo del corazón cada que lo miraba.

    El novio, era un muchacho como todos, un tanto irresponsable y bromista y poco loco, pero bien parecido, quien recién había llegado al pueblo. Se decía que era pariente de Uñero, el borrachito del pueblo, quien no tenía más oficio que beber alcohol cuando había oportunidad.

    En realidad, se sabía poco de este chamaco, no sabían de dónde había venido o por qué tenía parentesco con Fabián al que apodaban el Uñero, pero de cualquier forma, Estrella llenaba todos los requisitos para ser el hombre ideal, el príncipe azul con el cual Esmeralda soñaba, y que estaba esperando toda su vida y con el cual se casaría de ser posible. De pronto, recordó que ya estaba anocheciendo y si quería llegar pronto a casa, tendría que caminar más rápido o atravesar por el callejón. Aquel camino tan solitario y lleno de sombras.

    La mente de la jovencita se llenó de preocupación, se decían tantas cosas de aquella macabra calleja, con árboles tan bonitos de día, pero que de noche las sombras lo cambiaban todo. Armándose de valor siguió caminando y se adentró en el callejón, sin embargo, a pesar de todas sus convicciones mentales y de decirse y repetirse a sí misma que todo eran leyendas absurdas y que nada le pasaría, porque nada me ha pasado, se volvió a repetir, no es la primera vez que camino por aquí. Pero esta noche algo la molestaba, algo la asustaba profundamente.

    Cada vez que pasaba por este callejón, algo en la penumbra la sobrecogía y le congelaba la sangre, pero esta noche que por cierto ni la luna alumbraba, y solamente las estrellas comenzaban a brillar muy pálidas, precisamente hoy esta noche sentía la presencia de alguien, o de algo que se deslizaba por entre las sombras.

    Ella pensaba: «Debe de ser un perro, no, más bien un gato», pero el ruidito aquel a ella le parecía como cuando las víboras se desplazan entre las ramas y hojas y el pasto seco, el silencio de la noche aumentaba más ese tétrico sonido. Esmeralda juraría que se trataba de una serpiente venenosa, como aquellas que se deslizan sigilosamente y en el mayor silencio posible para inyectar su veneno en algún inocente animal, o peor aún, en alguna persona como ella.

    Esmeralda trataba de no voltear ni a su derecha o a su izquierda, mucho menos hacia atrás, aunque a veces sentía que alguien caminaba detrás de ella, cercas muy cerca, hasta el punto de que a veces sentía un pequeño roce en su pelo, pero ella se decía: Es solo el viento. Ya falta poco para salir de este maldito callejón, y ya cuando le faltaba poco para alcanzar la salida, ahí, frente a ella como por arte de magia, apareció la persona que menos esperaba ver en ese lugar, aquel jovencito que recién llegara a su vida. Aquel chaval que cada vez que la miraba, a ella le temblaban las piernas y el corazón se le aceleraba, casi como queriendo brincar de su virginal pecho para posarse en los labios de Estrella, como le decían al muchacho.

    De cualquier modo, la inesperada aparición de su novio la sobresaltó, y no pudo reprimir un grito de miedo, más enseguida comenzó a reír nerviosamente. Sin embargo, ahí estaba frente a ella el hombre de sus sueños en aquel horrible lugar.

    —¡Me asustaste! —casi le gritó ella visiblemente nerviosa y agitada por la impresión de aquel inesperado encuentro.

    Él solamente la miró y le regaló la mejor de sus sonrisas, con la que Esmeralda se tranquilizó inmediatamente y como un susurro él le dijo:

    —Lo siento mucho mi amor, mi intención no era asustarte, más bien te quería dar una buena sorpresa, únicamente te busqué para mirarte una vez más porque tengo que marcharme, tengo que regresar con la familia.

    Del sobresalto, Esmeralda pasó a la ansiedad:

    —¿De qué me hablas? No entiendo, ¿por qué me dices eso?, si hace unos minutos mientras estábamos en la escuela no me dijiste nada, pero si me decías que estabas loco de amor por mí, y ahora súbitamente decides marcharte así nada más, ¿sin que yo te importe nada?

    —Esmeralda, me importas más de lo que tú puedas pensar, pero me acabo de enterar de algo que yo mismo no puedo creer, por eso decidí no llevar a cabo mi proyecto y me regresaré con las manos vacías al lugar de donde me mandaron —contesto él.

    —No sé de qué hablas, pero lo que sí está muy claro es que solo fui un juguete para ti, pero está bien, ni se te ocurra volver por aquí —dijo ella irritada.

    —Esmeralda, tengo que irme lejos, yo no sé si lo que me dijeron es cierto, tú sabes que no se puede creer cosas de borrachos, ¿verdad? De cualquier forma —siguió él—, tú no sabes cómo me gustas, yo me quisiera llevar un bonito recuerdo de este pueblucho, especialmente de ti mi vida.

    Esas palabras y la forma de cómo las pronunciaba, la manera que la miraba y los movimientos físicos de él, hicieron que la muchachita retrocediera algunos pasos, más al mismo tiempo la sangre subió de temperatura en sus jóvenes venas, no lo podía evitar, tenía ganas de salir corriendo, alejarse a toda prisa de Estrella, de aquel lugar.

    Tomando la mano de Esmeralda entre las suyas, Estrella dijo suavemente:

    —Tantos siglos te he estado esperando, finalmente estás aquí tan hermosísimamente bella y tan joven, siento que en medio de mi cruel existir, esta es la parte que recompensa mi pesadilla y lo horripilante de mí vivir.

    Esmeralda trató de sonreír, estaba nerviosa, incrédula, no comprendía qué es lo que aquel muchacho hablaba, «¿Siglos esperando? Pero si hace apenas unos minutos que nos despedimos allá en el plantel escolar», pensó ella.

    Claramente que Esmeralda no sabía quién era él, porque de haberlo sabido y de las intenciones que el chaval tenía en la mente, ella hubiera salido corriendo de aquel lugar.

    Estrella miró a Esmeralda muy fijamente, tratando de que sus ojos y su mirada reflejaran amor o algo muy tierno, pero cuando descubrió en los bellos ojos de Esmeralda el terrible miedo que en esos momentos ella sentía por él, desvió su mirada, y levantando su cara al cielo y con profundo rencor, dejó escapar de su boca un sonido gutural que a ella le pareció como el rugido de una fiera herida.

    Asustada y angustiada por lo que ella miraba en los ojos de su adorado, y por el rugido infrahumano que se escapó de aquel pecho que a ella tanto le gustaba, pero que en estos momentos la llenaba de terror, volvió a dar marcha atrás, retrocediendo sin apenas darse cuenta de que se adentraba más en la obscuridad de aquel callejón, que ahora parecía un tramo de alguna caverna obscura y espantosa. Jaló su mano tratando de zafarse de las de Estrella, pero era en vano su esfuerzo, porque aquellas manos la sujetaban ahora como las garras de un felino cuando retienen a sus víctimas, antes de que ella pudiera reaccionar a todo esto que la envolvía como un siniestro remolino, sintió aquella caricia, sintió en sus tiernos labios aquel beso que ella tanto deseaba, que a su mente y su cuerpo lleno de todas esas sensaciones y emociones desconocidas hasta entonces para ella, que no tenía en el amor ninguna experiencia.

    De la suavidad con que comenzó aquella sublime caricia, paso a ser un beso posesivo y a una pasión que parecía no tener límites. Lo que pasó enseguida fue una entrega total. Estrella parecía tener conocimiento de todo lo que a Esmeralda le gustaba y enardecía, y con menos respeto del que ella se merecía y sin ningún recelo la poseyó. Sin embargo, esto no era lo que parecía ser, esto no era una entrega al amor y a la pasión entre dos jóvenes enamorados que se amaban con la locura de la juventud, no, esto en realidad era una infiltración de un ente diabólico buscando un portal hacia este mundo.

    Esmeralda, se entregaba a esta pasión con toda la inocencia de su corta vida, obedeciendo instintivamente al llamado que por primera vez sentía en su interior. Ella, creía erróneamente que se encontraban a solas en medio de su entrega, ella quería gritarle cuánto lo amaba, decirle que tan solo a él le pertenecía por el resto de su vida.

    Esmeralda miró hacia arriba, hacia el cielo, creyó mirar las estrellas, más el color de estas no era aquel mágico azul-verde y rojo y plateado que se observa en la obscuridad del firmamento cuando brillan con todo su esplendor, no, estas luces rojizas de color sangre que ella miraba, eran en realidad los ojos de los espíritus malignos, que con toda la perversidad del averno, observaban con sádico júbilo la desfloración de Esmeralda, la desgraciada víctima que inocentemente se entregaba al malo.

    Esmeralda sin defensas y sin experiencia, se dejaba llevar por las sensaciones de la entrega, no había dolor o no lo sentía, en cambio el placer que jamás había experimentado, era increíble, sentía que él se la llevaba y la elevaba hasta sentirse flotando en medio de una nube en el viento, muy cerca del cielo. Más había instantes, que de alguna forma sentía algo parecido a picaduras o pequeños mordiscos y rasguños en todo su cuerpo, que le producían una sensación de quemaduras. Esmeralda, no podía darse cuenta de que en esos momentos ella se encontraba bajo un trance maléfico, satánico, que la mantenía en un estado mental y emocional que le impedía comprender plenamente lo que le estaba sucediendo a ella en ese sórdido lugar. Estrella por su parte, saciaba sus bestiales instintos en el virginal cuerpo de Esmeralda, que dada su extraordinaria belleza física, enloquecía a Estrella a tal grado que no le importaba la vida de ella.

    En medio de aquella tétrica posesión, se podía ver el verdadero rostro de aquella siniestra bestia, que, en sus muecas de satisfacción, enseñaba unos dientes torcidos y puntiagudos como los de las serpientes venenosas, y que mordían el cuello y los hombros de la jovencita que parecía no sentir nada, y en el terrible y babeante hocico de la bestia, se dibujaba la torcida sonrisa de un triunfo que solamente él entendía.

    Mientras la violentaba, de los hombros de Estrella se desprendieron unas enormes y horripilantes alas que elevaron a la pareja por los aires, y de todo el cuerpo del infernal ente, salían diminutas calaveras que mordisqueaban la piel de Esmeralda y se tomaban la sangre que manaba de las pequeñas heridas, causándole una pérdida considerable del vital líquido y que a ella la hacía sentir muy débil.

    Lo que para Esmeralda parecieron solo algunos minutos, en realidad había transcurrido toda la noche y parte de la mañana siguiente.

    Abuelos de Esmeralda

    Don Chano y doña Margarita, abuelos de Esmeralda, se encontraban muy preocupados y un tanto enojados con la nieta, porque ya era tarde y ella no había llegado a la hora acostumbrada de la escuela, ya se había hecho de noche y decidieron ir a buscarla.

    —Tremendo castigo le espera a esta muchachita, esta vez sí le va a ir muy mal —decían don Ponciano y doña Margarita que caminaban tan rápido como se los permitían sus cansadas y viejas piernas.

    Y así, rumiando su enojo llegaron a la escuela, pero ahí no encontraron a nadie, ya todos los estudiantes y los maestros se habían retirado a sus hogares, únicamente el velador andaba dando sus últimas rondas antes de también marcharse.

    Llegando con el hombre preguntaron por su nieta Esmeralda.

    —Lo que les puedo decir —contestó él—, es que ya lleva rato que se fueron todos a sus casas, ya ven que los maestros no les permiten quedarse muy tarde en el plantel, porque luego los padres de familia se comienzan a quejar de que los niños llegan tarde y culpan a los maestros. Pero yo me acuerdo que parece que miré a su nieta y a la otra niña con la que siempre anda junta, Irene parece que se llama la muchacha y las acompañaba un chamaco, ese que es nuevo en el poblado que ni sé cómo se llama, el chiste es que anda muy pegado con su nieta, hay pa’ que le eche un ojo.

    —Bueno, pos’ de seguro que debe de estar con Irene —dijo don Chano—. Muchas gracias señor, vámonos Margarita, de seguro que allá la encontramos.

    —Ojalá —contestó la abuela apurando el paso—. Ahora sí que se merece un buen castigo y no quiero que la vayas a defender como siempre lo haces.

    —Está bien mujer, te entiendo que ahora sí se le pasó la mano y pues va a recibir un escarmiento, porque se lo tiene merecido, pero en este momento lo importante es encontrarla, ya después decidimos cómo la vamos a matar —comentó don Chano riéndose.

    Los dos ancianos adoraban a Esmeralda y realmente estaban preocupados.

    —Ya te conozco, de seguro le vas a decir que se va a ir a la cama sin cenar, y al rato que tú piensas que ya estoy dormida ahí vas de alcahuete a llevarle el mejor pan y su lechita, ¿verdad? —también se rio ella misma.

    Caminando y discutiendo el regaño que le impondrían a su preciosa Esmeralda llegaron a la casa de Irene, donde ya para entonces toda la familia se preparaba para dormir.

    Tuvieron que tocar la puerta varias veces y finalmente un adulto les abrió:

    —Don Chano, doña Margarita, buenas noches pasen, ¿qué se les ofrece?

    Los abuelos explicaron que Esmeralda no había llegado a casa después de clases:

    —Ya la buscamos allá en la escuela y nos dijeron que andaba con su hija, y pues queríamos preguntar a ver qué sabe su niña porque ya estamos muy apurados.

    Mientras don Ponciano explicaba la situación, la mamá fue a despertar a Irene que un poco asustada no sabía qué pensar o decir, ya que había escuchado que no encontraban a su amiga.

    —Miren —dijo Irene—, Esmeralda y yo salimos de clases desde hace ya algunas horas, pero allí mismo nos despedimos como siempre y me perdonan que no tenga más información.

    En eso la mamá de Irene se entrometió para decir:

    —¿Y qué hay de ese joven que llegó hace poco al pueblo, a ver Irene, tú sabes quién es, ¿cómo me dijiste que se llama?

    —Yo no sé cómo se llama, Esmeralda le dice Estrella, pero yo no estoy segura del nombre —contestó ella bajando el rostro porque se sintió apenada.

    —Pero dimos por favor quién es ese tal Estrella —preguntaron los abuelos.

    —Mire doña Margarita, pues él es un chavo que llego de... —meneando la cabeza negativamente—, no estoy segura de dónde diablos nos dijo que se llamaba el lugar de donde él vino —más enseguida abrió los ojos enormemente y balbuceó—: No, no, yo creo que no.

    —¿Qué es lo que no crees? ¿Qué es lo que estás pensando? —preguntó la madre de Irene.

    —Mamá, lo que pasa es que yo no quería decir nada por qué Esmeralda no quería que nadie se enterara de... —pausando como no queriendo hablar—, que pues andaban de novios Esmeralda y el tal Estrella, casi desde que él llegara al pueblo y pues se miraban muy acaramelados.

    Doña Margarita protestó:

    —Eso no puede ser, mi niña me tiene mucha confianza y me platica todo, yo creo que si haya andado de novia con ese muchacho ella me lo hubiera contado, ¿estás segura niña?

    —Yo nada más les estoy diciendo lo que yo sé, ellos pues andaban muy entrados el uno con el otro, además ahora que me estoy acordando, Estrella nos había mencionado que a lo mejor pronto se marcharía de aquí, porque dizque no se llevaban muy bien con la gente donde él vivía, pero yo no sé, que tal si anda con él.

    —Irene, mi Esmeralda no es de esa clase —comentó don Chano—, ella nunca cometería un error de ese tamaño.

    —Perdone don Chano, esta muchacha a veces no se fija en lo que habla. Es mejor que cierres la boca —dijo la mamá de Irene.

    Pero la chamaca siguió:

    —Perdone, yo no quise decir que se fugó con él para otro pueblo, pero que tal si nada más anda por ahí echando novio.

    —No, no creo —dijo don Chano un poco más calmado—, pero es posible —pensó en voz alta—, vámonos Margarita, dispensen la molestia y por favor si se presenta por aquí, díganle que vaya a casa inmediatamente porque la estamos buscando, buenas noches.

    —Esperen —dijo Irene—, Esmeralda me pidió que si los dibujaba a ella y a él, que les hiciera un retrato de ellos dos, por la razón que ya nos había dicho que se marcharía, pero no sabía cuándo, total no era seguro. Entonces Esmeralda quería conservar un recuerdo, y por ahí lo tengo si quieren lo traigo para que lo miren, me salió muy bien de veras y así conocerán al muchacho.

    —Está bien niña —accedió doña Margarita—, vamos a mirar qué tal dibujas.

    —Irene dibuja muy bien —dijo el papá con cierto orgullo—, esas pinturas que están es la pared las hizo ella.

    En realidad, las fotos estaban bien acabadas.

    Irene en seguida abrió su cuaderno y se los mostró a los abuelos, que inmediatamente reconocieron a su querida nieta, pero al muchacho aunque no lo conocían, de alguna extraña manera a ellos les parecía que ya lo habían mirado antes, pero los viejos mirándose entre sí negaron conocerlo.

    —Pues te salió muy bien la foto —dijeron los abuelos.

    —El joven se mira guapo —asegundó la madre de Irene—, pero y ese bebé que dibujaste, ¿de quién es?

    —Oooh —contestó Irene recuperando su cuaderno rápidamente—, no, ese niño no es de nadie, quiero decir que ese bebé nada más lo dibuje como una broma. Lo que pasa es que ellos dijeron que se querían mirar como una familia —y mirando el rostro endurecido de los ancianos se apresuró a decir—: Ahorita mismo lo voy a borrar, y si quieren la próxima vez que se los enseñe, ya verán que no habrá niño en la foto.

    —¡Lárgate a dormir! —gritó la mamá—, y no te quiero ver sino hasta mañana. Dirigiéndose a los abuelos sonrió apenada diciendo—: Ya ve cómo está la juventud en esta época, y sin más se despidió.

    Cerrando la puerta la madre se encaminó a platicar con su hija:

    —Dime Irene, ¿qué está pasando con tu amiga?

    —Pues nada madre, lo que les dije a los señores es todo lo que yo sé, lo único que no mencioné es que ya le había hecho otro dibujo a Esmeralda de ellos dos, ella lo traía en uno de sus libros, pero me pidió que hiciera este otro, pero con un bebé como si fuera de ellos.

    —Que locura, pero bueno, sería mejor que te deshagas de ese retrato, porque a los señores no les hizo mucha gracia, ¿está bien?

    —Está bien mamá, buenas noches.

    Los abuelos llevaban la esperanza que para cuando llegaran a su casa Esmeralda ya estuviera ahí, pero no, la casa estaba a obscuras como ellos la dejaron.

    Muy apesadumbrados, se abrazaron pensando en lo que ellos consideraban ya era un hecho, de que Esmeralda su muchachita que tanto querían, se había fugado con el novio. Muy tristes, entraron en su hogar con la esperanza que en cualquier momento regresaría su niña, así se retiraron a tratar de dormir y a esperar noticias de su Esmeralda.

    Lentamente transcurrió la noche, y cuando pensaron que la joven tocaba la puerta a la mañana siguiente, se alegraron un poco pensando que los jóvenes enamorados habían regresado para conciliar las cosas.

    Pero los fuertes toquidos no eran de su niña, aquellos toquidos a media mañana no les presagiaban nada bueno, pensaron los viejos.

    Chano y Margarita que no habían podido pegar los ojos en toda la noche, se apuraron para abrir la puerta de la humilde vivienda, todavía esperando mirar a su muchachita, pero no.

    El que llamaba tan fuertemente a la puerta de entrada, era nada más y nada menos que el jefe de la policía del pueblo, que con mucha pena y con la voz alterada les comunicó, que por medio de Uñero se enteraron de que Esmeralda estaba muy grave. Que según Uñero, él se encontró a la muchacha casi agonizando por allá cerca del viejo pirul, ahí donde se aparecían los hombres que los invasores extranjeros habían asesinado colgándolos de los árboles.

    Corría la leyenda que en otros tiempos, algunas personas habían descubierto oro y plata en los cerros de los alrededores, y que para robarles el precioso metal los europeos los mataron ahorcándolos.

    —Ustedes conocen el lugar, está justo en la salida del callejón de los colgados.

    —Pues vámonos por ella —dijo Ponciano.

    Más el viejo policía los detuvo y les dijo que Esmeralda ya se encontraba en el hospital. Les informó que en cuanto el Uñero les avisó que la niña había sido atacada por un demonio y aunque no le creyeron al principio, porque Uñero como de costumbre andaba poco borracho.

    —Esta vez Fabián gritaba y lloraba que fuéramos a ayudar a la pobre niña, porque él solito tenía mucho miedo. Nos imploraba que fuéramos con él por lo que él había atestiguado, y pues nos convenció y así fue como encontramos a su nieta, que de verdad se miraba en malas condiciones.

    En el camino al hospital, don Ambrosio les platicó el testimonio que Fabián todo asustado y tembloroso le contó, sobre lo que el presenció aquella noche:

    Uñero, casi cayéndose y trastabillando llegó a la casa del policía para denunciar según él una visión sobrenatural.

    Don Ambrosio con muy poca paciencia le preguntó:

    —¿Qué es lo que quieres Uñero?

    Él me contestó con una voz que apenas le salía de la garganta y comenzó a decirme tartamudeando:

    —El, el, el, d, di, diablo, el diablo se, se, se, le, le, a, a, apareció a Esme, Esmeraldita.

    —Mira Uñero, no estoy de humor para aguantar tus pendejadas, que diablo ni que la chingada, vete a tu casa a dormir, porque si no te voy a encerrar unas horas hasta que se te pase la borrachera y luego platicamos.

    No era la primera vez que Uñero llegaba con cuentos para que le dieran dinero para curarse la cruda. Ambrosio se llevó la mano a la bolsa y sacó unas monedas para dárselas a Fabián, pero este las rechazó.

    —Jefe, jefe, le estoy hablando en serio, Esmeraldita se está muriendo, hágame caso, y pos’ si necesito un trago, pero primero sígame pa’ enseñarle dónde está la niña, y comenzó a caminar.

    Yo no muy convencido lo seguí. Uñero muy pálido y ojeroso insistía:

    —Le estoy contando la pura verdad jefe, si bien es cierto que ayer me eché unas copitas.

    —Que nuevas —dijo Ambrosio.

    Y deteniéndose un poquito para que yo le prestara atención el Uñero me dijo:

    —Don Ambrosio, lo que yo mire anoche, no es cosa buena.

    —¿Y qué chingaos fue lo que viste pues? —le pregunté armándome de paciencia.

    —Pos’ yo ya estaba dormido —contestó Uñero—, allí juntito de la zarzamora, usted sabe cerca del pirul, pero de repente me despertaron unos gruñidos, pero mucho más feos, yo pensé que serían unos perros queriéndose pelear, pero no, yo ahora ya más despierto, aquellos gruñidos más bien parecían rugidos de leones, así como los que traen los circos cuando vienen al pueblo, pero los oía bien cerquita y pos’ me levanté en chinga bien asustado con los rugidos. Fue entonces que divisé a ese muchacho que nos llegó al pueblo, uste’ sabe, ese que le decimos Estrella y que se quedaba en mi casa, porque me llegó con el cuanto que era hijo mío y pos’ me dio rete harta lástima y le di permiso de quedarse en mi casita.

    —Bueno, bueno, apuro Ambrosio, pero que, ¿qué pasó cuando miraste a tu hijo según tú?, ¿qué pasó entonces?

    —Pos’ tenía bien abrazada a Esmeralda y se besaban, él la acariciaba, pero yo podía mirar que la niña no quería muy bien, uste’ sabe, ella se resistía, pero de repente ya aquel muchacho no se miraba igual, y como ya estaba entrada la noche, pos’ ya no se podía ver bien. Sabe una cosa jefe, aquí es donde las cosas se pusieron feas, él comenzó a meter mano por donde él quería, pero como le dije, yo miraba como que ella no quería muy bien, él comenzó a violentarse y no la dejaba caminar, y pegao a beso y beso con ella que dejó de resistirse. De pronto miré cómo a Estrella le salían unas enormes alas negras con las que envolvió a Esmeralda. Yo ya no pude ver lo que este canalla estaba haciendo. Yo le juro que quería ayudarla, pero un miedo siniestro no me dejaba mover, no podía abrir la boca siquiera para gritarle al cabrón que la dejara en paz. De pronto, comenzó a elevarse por los aires con todo y muchacha, y el aleteo produjo una polvareda que casi me segaba, y mientras flotaba en el viento, fue entonces que volvió su desfigurado rostro para mirarme, por unos instantes me miró fijamente a los ojos, con una mueca de burla y satisfacción, como que él sabía que yo ahí estaba presenciando y que yo no podía moverme por el terror.

    »Yo allí seguía sin poder mover ni un solo dedo, no podía cerrar tampoco mis ojos, y los ojos de Estrella eran como los ojos de las serpientes venenosas, así sin parpados ni pestañas, en eso fue que se elevó aún más alto todavía, y se comenzaron a mirar toda clase de colores, como que salían en una explosión. Pude ver cómo la noche se teñía toda de rojo, luego verde, azul y morado, violeta y rosa y obscuro, casi como los colores del arcoíris, más de pronto la soltó y la dejó caer, yo pensé que ya la había matado, y fue cuando miré cómo el sol ya se levantaba.

    »Al fin pude moverme, y corriendo fui a ver a la pobre niña que se miraba, pálida, pálida, como que le hubieran chupado la sangre. No quise acercarme mucho a ella, porque yo tenía miedo que el maldito aquel todavía anduviera cercas, pero alcancé a oír que la niña se quejaba y fue cuando corrí derechito a su casa jefe. No quise ir a la casa de los abuelos porque ellos no me quieren.

    —Y pues eso es lo que me platicó Fabián.

    Llegando al hospital preguntaron por la joven y una de las enfermeras llamó al doctor que atendía a Esmeralda.

    El doctor los invitó a pasar a una oficina, pero los abuelos muy angustiados insistían los dejaran ver a su nieta, más el doctor los hizo sentarse primero para explicarles que la joven se encontraba en estado crítico.

    —La verdad, es que la vida de la paciente está pendiendo de un hilo, deben de tener paciencia, yo les diré cuando puedan pasar a verla, ustedes mientras aquí pueden esperar, o pueden si quieren regresar a sus casas, que yo los llamaré en cuanto sea posible verla, lo siento mucho, pero por ahora estamos peleando por salvarle la vida, esperen por favor.

    —Aquí vamos a estar doctor, aquí esperaremos —asintieron los viejos y el policía que dijo que los acompañaría.

    Cuando Esmeralda llegó al hospital, todos pensaron que ya estaba muerta o a punto de morir. La belleza de aquella jovencita estaba completamente descompuesta.

    Los doctores procedieron a curarle las heridas y a limpiar los arañazos que todavía seguían sangrando en su espalda y sus glúteos. Los horribles mordiscos que tenía en los hombros y en el cuello, en los brazos y manos, semejaban mucho a las mordidas de un perro, pero además tenía mordeduras más pequeñas en el pecho el estómago y las piernas. Cabe decir, que todos estos mordiscos, tanto las grandes que semejaban mucho a las mordidas de un perro como las pequeñas mordeduras, que no sabían qué clase de animal las había causado, porque parecían mordidas propinadas por un humano nada más que demasiado diminutas, estaban en el frente del cuerpo de la chica, únicamente los arañazos estaban en la parte posterior, en la espalda, los glúteos y la parte trasera de las piernas. Además, los doctores estaban de acuerdo que la joven había sido brutalmente violada incontables veces.

    Esmeralda sin embargo, no se quejaba ni lloraba, parecía que estaba bajo los efectos de alguna anestesia o una droga. Uno de los doctores, opinó que era como si la paciente estuviera hundida en un trance, que la mantenía en un profundo sopor del que parecía que ella no quería despertar.

    Los abuelos impacientes fueron a encarar al doctor demandando que querían saber qué es lo que le pasó a su nieta. Doña Margarita, lloraba inconsolable pensando que tal vez ya no vería más a su hija con vida, y el pobre viejo con el rostro muy pálido y demacrado que lo hacía parecer aún más anciano, temblaba de ansiedad. Cuando llegaron con el doctor preguntaban angustiados:

    —Ya nos dijo usted que deberíamos de tener paciencia, pero ya pasaron muchas horas y nadie nos da una explicación sobre lo que le pasó a nuestra nieta. ¿Qué es lo que le hicieron a mi niña? Al menos díganos si todavía sigue con vida. Por favor díganos qué está pasando —exigieron los abuelos.

    El doctor tratando de sobreponerse a los sentimientos que él mismo estaba experimentando por la imagen que tenía de aquel joven cuerpo tan lastimado contestó:

    —La joven Esmeralda se aliviará de sus heridas físicas, tomará algún tiempo, algunas semanas para restablecerse, pero tengan por seguro que se aliviará completamente —afirmó el galeno—, pero... —el doctor quedó un momento pensativo.

    —¿Qué pasa doctor platíquenos?

    —No, lo que pensaba es que, iba a decir algo... —pero guardó silencio.

    —Doctor díganos por lo que más quiera, qué pasa, qué es lo que no nos quiere decir, no nos oculte nada.

    Doctor, Esmeralda ha sido su paciente casi toda su vida, lo que sea no importa, tenemos que saber.

    —Tranquilícense, ya les dije que Esmeralda se pondrá bien, siéntense por favor, hay algunas cosas que tengo que preguntarles, tal vez sus respuestas me ayudarán a entender.

    Doña Margarita lloraba y preguntó:

    —¿Qué pasa doctor nos puede decir?

    —Siento decirles que, bueno, ustedes saben cuánto quiero a Esmeralda y también a ustedes, pero hay algo que no puedo comprender completamente, ya que la última vez que ella estuvo en mi consultorio, mirándolos les dijo, que será, hace cinco o seis semanas, que tenía una leve infección en la garganta, recuerdo que le hicimos unos análisis de la sangre —esto lo decía el galeno como platicando consigo mismo—, y todo estaba perfecto, claro, todo bien excepto lo de su pequeña infección, que era algo relacionado con la gripe, solo un resfrío, estoy seguro de que nos hubiéramos enterado. No es posible que algo así se nos haya escapado a la atención, además la violaron hace apenas unas horas —sin darse cuenta al doctor se le salió una información que debería haberse dado con más tacto.

    —¡Violaron! —grito don Chano—, ¿de qué demonios habla doctor? ¿Acaso eso es lo que le sucedió a nuestra hija?

    —Ponciano, doña Margarita —dijo el doctor Palacios con voz pausada—, hoy en la mañana cuando trajeron a Esmeralda, ella llegó por cierto muy grave casi a punto de morir, el pulso extremadamente débil por la gran cantidad de sangre que perdió, y además parecía que había tomado alguna droga. Cuando yo la miré, ella estaba completamente inerte, por momentos tuve miedo de que Esmeralda muriera en mis manos, más milagrosamente y poco a poco comenzó a responder a los tratamientos que le estábamos aplicando. En cuanto recuperó poquito la conciencia le pregunté qué le había pasado, pero me aseguro que no recordaba nada ni sabía por qué se encontraba en el hospital, a mí me reconoció de inmediato —dijo el doctor—. También la cuestioné si recordaba qué animal o animales la atacaron, pero solo se limitó a abrir los ojos. Yo, quería saber quién fue el desalmado que la violentó, más ella solo negó con la cabeza y se puso a llorar y a llamar a sus abuelos.

    —Pues permítanos pasar a mirarla, ya ve usted que ella nos quiere ver.

    —Sí, ahorita los llevaré yo mismo para que la visiten por unos minutos, pero antes, me temo que tengo algo más que decirles —dijo el doctor—. Como ustedes ya saben, por la manera tan poco profesional que se enteraron de mi parte de que ella sufrió una violación terrible, y esto pasó hace apenas unas horas, pero pienso que Esmeralda está embarazada.

    —No, no, eso no puede ser, usted mismo nos dice que esto sucedió hace un rato, por así decirlo, eso no es posible, ¿o sí doctor?

    —Desgraciadamente, es común que la víctima tras un ataque como este quede en estado, pero hay una cosa que no encaja bien aquí, y eso es precisamente lo que yo quiero que me aclaren, ¿sabían ustedes si su nieta ya estaba teniendo relaciones con el novio?

    —Doctor —dijo don Chano muy serio—, usted está insultando a mi muchacha, usted la conoce casi igual que nosotros, usted sabe que Esmeralda no sería capaz de meter la pata de esa forma —y mirando a su señora esta asintió con la cabeza.

    Doña Margarita le dijo al doctor:

    —No sé por qué nos pregunta usted eso, mi nieta es una buena muchachita, ella no sería capaz de eso —dijo la abuela rompiendo a llorar nuevamente.

    —Lo siento, lo siento de veras, tenía que preguntarles por qué el embarazo ya parece de varias semanas, de cuatro a seis en mi opinión, y pues no sé si sea el momento para felicitarles, pero les puedo decir que la niña o niño, es un bebé muy fuerte y sano.

    —¡Mi nieta no está embarazada! Usted está loco doctor —gritó don Chano—. Fíjese bien en lo que está diciendo, mi Esmeralda es muy decente y con muy buenos principios morales, además de muy devota de la Virgen y jamás, escúcheme bien jamás, ella haría una cosa como la que usted está insinuando.

    —No se altere don Chano —replicó el doctor Palacios—, estas cosas suceden, si fuera la primera niña que comete un error de estos, pues yo me sorprendería, y si fuera la última pues le daría gracias a Dios, pero ni es la primera ni será la última. Ya sé —dijo el doctor Palacios—, por tratarse de ustedes, voy a analizar nuevamente las pruebas para asegurarme que los resultados no estén equivocados, o que se hayan mezclado con otra paciente y yo mismo les traeré los resultados. Ahora por favor a tranquilizarse, porque se llegó el momento de llevarlos a que miren a su nieta y se cercioren de que ella está viva y se está recuperando. Procuren calmarse, ¿está bien?

    Al salir de la oficina y ya rumbo al cuarto de la paciente, don Ambrosio se les agregó con el pretexto de mirar el progreso de la joven. El doctor se adelantó unos pasos y abrió la puerta muy despacito y les dijo:

    —Parece que aún está dormida, deben ser los efectos de los sedantes que le administramos, pero pasen, pasen a mirarla.

    Esmeralda estaba toda cubierta de vendajes debido a las heridas que tenía por todo su cuerpo.

    El doctor les explico en voz baja:

    —Ahora se mira muy mal, pero de que va a sanar va a sanar, de eso estén bien seguros.

    Cuando los viejos miraron a su querida nieta no pudieron evitar que las lágrimas resbalaran por sus rostros, y hasta al jefe de policía se le salieron las de San Pedro.

    —Bueno, ya la vieron, ahora la mejor medicina es dejarla dormir y descansar.

    Esmeralda parecía un angelito, tan frágil y tan pálida, sin pedir permiso del Doctor los abuelos se aproximaron al lecho de la paciente para acariciar aquel rostro tan amado por ellos. Ella seguía en un profundo sueño, al parecer tranquilamente. Pero si los abuelos hubieran tenido el poder de presenciar lo que Esmeralda soñaba, se habrían enterado de la espantosa pesadilla que en esos momentos aprisionaba la mente de su nieta. En aquella pesadilla, Esmeralda flotaba en una canoa que se deslizaba sobre un lago negro como el aceite, y de entre las fétidas aguas salían horripilantes manos huesudas y peludas, con garras afiladas y sucias que amenazaban con herirla, y que al mismo tiempo jalaban el borde de la embarcación queriendo hundirla para llevársela hasta aquel fondo tan negro y siniestro. Esmeralda, podía oír las garras de aquellas horribles manos rasgando la frágil madera del fondo de la canoa, y podía ver que aquellos maderos no resistirían mucho tiempo. Al fondo de la frágil embarcación, se le empezó a filtrar aquel líquido en el que se miraban toda clase de bichos, que querían trepar por sus descalzos pies.

    En medio de esta obscuridad y desaliento, escuchó la dulce voz de su abuelita que tiernamente la llamaba por su nombre. Primero la voz se escuchaba tan lejanamente, apenas perceptible, pero cada vez se oía más fuerte, más cercana y por fin la luz penetró sus ojos:

    —Abuela, abuelita —débilmente dijo Esmeralda.

    —Sí hija mía, aquí estoy mi bien, no llores, ya verás que pronto te sentirás bien —dijo doña Margarita tiernamente.

    —No sé lo que me pasó abuelita, no sé.

    —No te apures mi niña, tú tienes algunas heridas, más el doctor dice que se miran más peor de lo que realmente son, pero nada es de gravedad y muy pronto estarás sanita.

    —Esmeralda —preguntó don Ambrosio—, ¿te acuerdas

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