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Dina
Dina
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Ebook187 pages2 hours

Dina

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About this ebook

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LanguageEnglish
PublisherXlibris US
Release dateNov 23, 2005
ISBN9781462840687
Dina
Author

Victor Enriquez

Biografía del Autor Victor Enriquéz, nació en la ciudad de Coronel Bogado, Paraguay y a la edad de 8 años empezó a escribir su primera poesía a la maestro, mas luego siguió escribiendo en pedazos de papel, guardándolos para mas tarde completarlos. A su temprana edad vino a vivir a Asunción donde dio por cumplido su obligación cívica, pero sin dejar de escribir. Luego viajó a Buenos Aires, Argentina, donde cursó la especialidad de Construcción de Edificios, que le sirvió para mantenerse económicamente y siempre sin dejar de escribir, hasta que completó el libro: “La Isla de Togo-Togo,” “Dina,” y “El Huerfanito.” Más tarde viajó para radicarse en New York, donde adquirió la Licencia de Construcción de Edificios, para luego formar su propia empresa de construcciones, también siguió escribiendo sus novellas hasta completer los libros: “Vigilante de Cuadra,” “El Hermosos Rey de Gualantu,” “Déjame Vivir Mi Vida,” y “Avelín de Coronel.” Mas tarde se fue a vivir en Miami, donde está radicado hasta el día de hoy, también escribió: “La Cantuta de Trifona” y “El Castillo de Pelagio y Catrina.” Luego escribió para ayudas profesionales, Ensayo y Crítica Literaria, que pasó a consideración del Ministerio de Educación y Cultura en Asunción (Paraguay), el año 2004 para su possible implementación en los estudios de los alumnados de la escuela pública.

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    Dina - Victor Enriquez

    Capítulo 1

    Un día de verano, al volver del Campamento, Dina dice a su madre de nombre Ester:

    Cuando le conocí en Loma Clavel, todo estaba bien, pero él quiso portarse mal conmigo muy pronto.

    —Yo sé, mi hija, que esto es así con los hombres ¡Y vaya qué tropiezos hay en esta vida, mi hija mía!

    ¡Pero Madre! ¿Tan grande es el defecto de los hombres?.

    ¡Está bien muchacha! Ya me presentaste tus quejas… ¿Ahora dime el nombre del varón que conociste?.

    —Bien, ¿Y para qué decirte su nombre, si creo que empecé mal con ese sinvergüenza? ¡Quizás más tarde! . . .

    —Siempre agresiva eres tú, hija mía. Mírame bien, yo soy tu madre y no por curiosa me tomarás.

    —Dime, ¿Por qué tienes tanto interés en saber mis secretos?.

    —Está bien mi hija, si quieres puedes contarme. Pero ahora dime, ¿Cómo fue la reacción de las demás mujeres?.

    —¡Dios mío! No sé hasta dónde quiere llegar, ¡Qué curiosa se ha puesto!.

    —Pero al menos, no me dejarás así, sin saber nada y con las preguntas en la boca. ¿Verdad hija mía?.

    —Está bien; le diré por ahora solamente el nombre del varón, él se llama Rafael.

    —¡Cielo, Dina! Ese joven es de una familia muy importante de la Sociedad Encarnacena.

    —Aunque fuera San Judas Tadeo. ¡Es un pesado! . . .

    —¡Dina! Cómo hablas así de un joven tan culto…

    —Madre, se ve que está bien enterada de todo.

    —Bien sabes hija mía, además ¿para qué sirve el chisme y la habladuría?.

    —¡Qué bien informada está Ud! . . .

    —¡Dina! No digas tantas cosas imprudentes, porque hasta las paredes tienen oídos.

    —Ud. si que es temerosa de la gente, y adulona…

    —Calla, por favor, hija. ¿No ves que se está acercando a nuestra casa doña Claudia, tu maestra de idioma portugués?.

    —¡Justo! Porque ella siempre menospreció a la familia de Rafael.

    —¡Dios mío muchacha! Por qué estas moviendo escombros del pasado.

    —Ya verá Madre, en cuanto llegue la maestra narizona lo que opina de esto.

    —¡En qué infierno me has metido! Calla hija mía, esto puede extenderse por toda Encarnación, el chisme.

    —Mamá, venga y mire a la señora Claudia como viene con la narigona en popa y el paso tranco que la trae.

    —Silencio Dina, porque golpea la puerta, ¿Esa no debe ser la maestra Claudia?.

    —¡Claro que no! Porque la narigona palmotea las manos cuando llega a la casa.

    —Mientras tú entretienes al visitante yo le arreglaré las butacas, para que puedan sentarse entonces.

    —¿Sabe quién es, el que golpea la puerta, Mamá?

    —¡No te burle de la gente! Sé más respetuosa muchacha, o nos meteremos en un lío un buen día de esto.

    —En serio, sí no es ninguna persona quien golpea la puerta ¿Entiende?

    —¿Entonces, quién es?

    —Mamá, Ud. es muy miedosa, ¡karai también!.

    —Dime de una buena vez, ¿Quién golpeó la puerta?.

    —Sólo fue el perro, si, es el perro que se está rascando la pulga—luego se rió a carcajada de la situación.

    —Buena, termina hija mía con eso y ven a contarme de una buena vez todo lo que pasó en el campamento.

    —¡Increíble! ¿Qué sucede en tú cabeza?.

    —No me conteste más así, al final soy tu madre. No sea hija mía que sepas lo que tiene a tu lado, después que yo me vaya.

    —¡Que! ¿Qué está diciendo, por favor?—luego Dina corre muy asustada junta a su madre y la abraza, porque ella es un torrente de lágrimas, como resentida.

    En esos instantes se escucha el palmoteo de manos de la maestra del idioma portugués en la puerta.

    Secándose las lágrimas dice a su hija:

    —¡Bien! Es verdad que tú nunca has olvidado la costumbre de doña Claudia, porque Ella sigue con eso de golpear las manos:

    —¡Buen día doña Ester! ¿Y cómo está tu Dina? La razón de venir, es que el otro día encontré en un estante viejo, este jarrón antiguo de los antepasados que es muy especial, porque tiene poderes mágicos.

    —¡Anda para allá doña Claudia! Usted si tiene cosas imaginativas en la cabeza, para decir…—exclamó Dina.

    —¡No… no es así Dina! Es como lo estás escuchando, un jarrón mágico…

    —Doña Claudia, no nos meta miedo a mi hija y a mí, porque estamos con los problemas hasta la coronilla.

    —¡No, no se asusten! No hay motivo para asustarse. Esto es un objeto simplemente mágico. Además, como les contaré…

    —¡Espera!—dijo Ester alzando la mano—porque yo me retiro para que pueda hablar a solas con mi hija; también así podré preparar los alimentos para mi marido.

    —Ya que lo menciona, ¿Dónde trabaja su marido, y qué sabe hacer en su labor el pobre hombre?.

    —¡Oiga! Deje tranquila a mi madre que ella tiene algo que hacer para mi papá. Explíqueme más sobre ese jarrón que tiene envuelto en esos trapos viejos, porque me tiene intrigada y ya quiero escuchar algo al respecto.

    —Se ve mi hija que tienes poca paciencia, como entenderás, no debes ser así, porque el jarrón tiene una tapa sellada también.

    —¡Pero al fin! ¿Qué tiene el jarrón en su interior? Nada se mueve, o está manipulado por usted.

    —Como verás, niña, esto pesa como el Kilo y algo… Al parecer tenemos que romperlo para saber qué hay dentro, y lo haremos ahora.

    —¡Nooooo, espera! ¿Oigo que alguien se acerca?

    —Entonce esconde el jarrón en tu dormitorio, luego descubriremos el milenario secreto de los Alquimias Europeos, de los tiempos pasados…

    En eso se escuchó un palmoteo en el portón, salió doña Claudia para ver al visitante, cuando vio a su muy conocido vecino le saluda:

    —¿Qué le trae por estos lares, es decir por la casa de Dina?—sé inoportuna la visita y la conversación con Dina ese día.

    Pero al retirarse doña Claudia con su vecino, Dina quedó sola con el jarrón en su dormitorio y para no dar motivo de nada, lo escondió en el ropero donde sólo ella podía saber y sin dar explicaciones alguna a nadie.

    Capítulo 2

    Después de varios meses, entrada ya la primavera, Dina y su madre se aprestaban a salir a caminar por las veredas de Encarnación, por los pulgueros que abundan por las orillas del río Paraná.

    Hicieron un largo recorrido por todo lo instalado. Al regreso, cuando se aprestaban a entrar en la casa la madre sufrió un desmayo. Tomándola del brazo Dina logró sentarla en el sofá, luego le dio a oler algo.

    Al recobrar el conocimiento, con una sonrisa trató de explicar a su asustada hija el motivo de su descompostura.

    Dina se echó al lado de su madre diciéndole:

    —¡Madre! ¿Estás embarazada? Dime, porque ayer te vi cuando estabas vomitando en la cocina y hoy este desmayo… ¡No puede ser ninguna casualidad!

    Avergonzada, Ella mira a su hija y le dice, con lágrimas en sus ojos, porque ya no puede ocultar:

    —Hija mía, yo sé que esto es muy pesado para ti, sabiendo la edad de tu padre y la mía…

    —Sí, aunque me estoy olvidando de eso… ¿Qué será del pobre hermano cuando nazca, porque Ud. ya tiene edad para ser abuela no para amamantar?.

    —Así es, hija mía. Mañana estaré cumpliendo 54 años, como verás. Pero dime que me perdonas, no hagas más difícil mi vida porque estoy muy afligida por mí vejez y el niño que llevo en mi vientre.

    —¡Venga a mis brazos, estoy con Ud!—con un fuerte abrazo y varios besos Dina demostró a su madre su apoyo y consentimiento, aunque en su interior se estaba demoliendo poco a poco.

    Esa noche, cuando volvió de su trabajo el padre de familia, se sentaron a la mesa, mientras Dina servía la cena y esto nunca había sucedido en la casa.

    Entonces ella dirigiéndose a su padre le pregunta:

    —Padre, ¿Acaso se ha olvidado del cumpleaños número 54 de la patrona?. Además tiene algo guardado para contarte hoy… ¡Creo yo!.

    —¡Calla! Qué imprudente era. ¿Qué tiene que decir de mi secreto que tengo para con tu padre?.

    —¡Oh, sí! Mucho tengo que ver en esto, pero mejor me callo entonces.

    —Haces bien en callarte, porque a su tiempo tú tendrás también uno idéntico, para contar a tus amistades. Esa noche en calma pasaron en la casa, hasta que el mes de dar a luz llegó a la puerta.

    Cuando fue internada doña Ester, los galenos entendieron que la hora del alumbramiento había llegado, pero el gran misterio fue que con las contracciones ella no sentía dolor.

    Al cabo de dos horas nació un varón, en un parto normal pero sin dolor, y la criatura lucía estar gozando de muy buena salud.

    Aquel día el facultativo se preguntó qué misterio encerraba todo aquello, porque no recordaban ninguno de ellos, haber tenido ninguna paciente en iguales condiciones, y callaron manteniendo en secreto.

    Pero Dina estaba sentada en un banco de los pasillos de la Sanidad, ella recordó el jarrón de Claudia. Al poco rato le fue permitido entrar en la habitación de su madre y lo primero que le preguntó fue si recordaba el jarrón:

    —¡Calla! Tú no sabes, mi hija, que desde aquel día nunca pude olvidar ese objeto; lo tengo aquí, en mi mente, conozco sus colores tanto de adentro como de por afuera y no se como sucedió eso ademas.

    —¡Madre! Creo que estás exagerando las cosas, ¿Cómo podría pasar eso?.

    —Allí esta el descuido, no quise escuchar, pero lo vi con mis propios ojos cuando dejaste en la cama. Luego recuerdo que lo toqué también y al parecer le hablé de algo que no recuerdo ahora.

    —¿Qué tonterías estás diciendo? Quiero saber si te sientes bien.

    —Claro, nunca me había sentido tan bien como en este momento, y creo que mi felicidad en este instante es completa, porque tengo a tu hermano y a ti.

    —¿Y cómo me explica, o se puede explicar, el advenimiento del niño en su vida… madre?

    —¿Por qué hablas así niña? ¿Acaso no sabes que tu padre es mi marido y duerme conmigo en mi cama?

    —¡Pero, hace como cinco años! Que Ud. me venía diciendo de la menopausia que le vino a los cuarenta y cinco años. Además, me aseguró que la costumbre de mujer fértil la abandonó desde entonce hasta la fecha. No me explico, según la Ciencia una mujer en ese estado no puede tener hijos ya.

    —¡Bien! Muchas veces la Ciencia falla, y la voluntad Divina es la que prevalece entre los hombres.

    —Quizás madre sea cierto lo que dice, puede ser obra de algún poder que está fuera del control humano, que actúa con tal potencia como una enseñanza, por la incredulidad de la persona.

    —¡Eso creo! Porque desde el día que llegó el famoso jarrón, están sucediendo cosas raras en mi vida.

    —¿Cómo es lo que está notando extraño en su ser? Además, Ud. recuerda en el invierno pasado me contó que papá, después de tener aquella gripe fuerte, al recobrarse con gran dificultad, quedó sufriendo de impotencia sexual permanente.

    —¡Sí, recuerdo todo eso! Hija mía; es por eso que mi temor es tan grande, tengo miedo de ese jarrón, porque a partir de esa fecha en que llegó a nuestra casa, tu padre se puso como si tuviera veinte años de edad y lo mismo sucedió conmigo, entonces te puedes imaginar.

    Sin decir ni una palabra más, Dina se despidió de su madre, pensando en qué habría de terminar todo esto.

    Pero al llegar a su casa, lo primero que hizo fue a buscar lo guardado. Al entrar en su dormitorio donde lo tenía, grande fue su sorpresa porque lo halló sobre el aparador, donde tiene sus perfumes y cosméticos.

    Entonces ella dijo:

    —¡Con que así es tu hábito, señor mágico! ¿Te gustan los gratos olores de mi perfumería?.—al rato notó que el jarrón tenía un destello, como una luz fosforescente. Luego escuchó un silbido que salía, mientras el dormitorio se llenaba con el perfume.

    Entonces no pudo Dina estar más en pie, porque sentía un profundo sueño, por temor a caer se fue al lecho y se tendió en él, eran las diez de la mañana cuando esto sucedía.

    Luego soñó que se encontraba en un país, donde la gente y su Rey estaban en guerra. Miles de jinetes de ambos bandos se tiraban flechas y lanzas de fuego. Al ver eso, a Dina la sobrecogió un gran temor, porque nunca por su mente había pasado tal tragedia y en ese sopor, le vinieron a su mente los días de su juventud junto a su padre en la ciudad de Encarnación.

    —Nunca pensé estar en un país extraño, viendo esta barbaridad de la guerra y su horrible espectáculo—luego sintió que alguien la tomaba de los hombros, Ella se espantó, pero era un oficial del Rey que le dijo:

    —Dinar, no temas, solamente el Rey quiere verte, allá, donde él tiene su tienda de campaña—ella, sumergida en un profundo éxtasis, se sintió más temerosa y sin explicarse, si cómo era que estaba en persona viendo y

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