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Sueños de Eufronio: un proxeneta bajoimperial
Sueños de Eufronio: un proxeneta bajoimperial
Sueños de Eufronio: un proxeneta bajoimperial
Ebook185 pages2 hours

Sueños de Eufronio: un proxeneta bajoimperial

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About this ebook

En la decadente Roma bajoimperial, Eufronio, un tipejo desalmado, sueña. Pesadillas y recuerdos torturan su alma. Poderosos dioses rondan su lecho, susurran su nombre en la oscuridad. En sus delirios, nos cuenta todas las experiencias vividas desde que nació. Y eso sirve para que conozcamos a fondo cómo era esa sociedad y su cultura en el siglo III . Y también qué pasaba: con sus intrigas, conspiraciones, traiciones, corrupción y muerte. Un relato de esa Roma , un mundo que agoniza como nuestro protagonista. El fatum decidirá su destino...

LanguageEnglish
Release dateJan 18, 2021
ISBN9781005565305
Sueños de Eufronio: un proxeneta bajoimperial

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    Sueños de Eufronio - Ramon Montanya Maluquer

    Primera edición: diciembre de 2020

    Copyright © 2020 Ramon Montanyà i Maluquer

    Editado por Editorial Letra Minúscula

    www.letraminuscula.com

    contacto@letraminuscula.com

    Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático.

    Índice

    Capítulo I

    Cuentos, sueños y cosas que pasan

    Capítulo II

    Más sueños, pensamientos y siguen pasando cosas

    Capítulo III

    Delirios concatenados

    Capítulo IV

    Un asalto y algo más

    Capítulo V

    ¿Y ahora qué?

    Capítulo I

    Cuentos, sueños y cosas que pasan

    Empieza la historia con Eufronio que está contando cosas de su vida a un grupo de chicas jóvenes que lo miran con admiración; no se sabe si esta es real o forzada, pero quizá habría que inclinarse por lo segundo.

    Les estaba diciendo que una vez mató un león con sus manos desnudas, retorciéndole el pescuezo: «Sí, entonces, cuando se me abalanzó, le pegué un tajo con la espada que le seccionó de golpe la garganta; cayó sobre mí y tuvieron que quitármelo de encima porque como pesaba tanto, había quedado yo medio atrapado debajo de ese enorme montón de carne».

    Las chicas no paraban de lanzar grititos de emoción y de admiración. Si no se lo creían disimulaban muy bien.

    En ellas se hallaba representada una gran variedad de los diferentes pueblos del imperio, desde la rubia nórdica de ojos azules, hasta la negra abisinia, pasando por la de tez morena y ojos marrones; e incluso una de ojos rasgados y tez amarillenta, procedente del Lejano Oriente. Todas muy jóvenes y hermosísimas, desde luego.

    En eso llegó un esclavo acompañado de dos mujeres de mediana edad; esbeltas y hermosas, aunque el paso de los años y los sufrimientos habían dejado huella en ellas. Al instante se arrodillaron ante el amo suplicantes:

    —Amo, ten piedad de nosotras, no nos abandones —decían a coro.

    —Ya no servís ni para criadas. —Fue la respuesta de Eufronio. Y acto seguido ordenó—: Conducidlas fuera de mi casa y si insisten las matáis discretamente.

    Su amo las retiraba pronto porque quería tener la mejor mercancía para sus clientes. Cuando eso pasaba, las destinaba a otros servicios y cuando envejecían simplemente las hacía sacrificar.

    Todas se habían acostado con él al menos una vez, porque este proxeneta quería probar la mercancía antes de ponerla a la venta. «No puedo ofrecer algo mediocre, porque perdería clientela; en Roma hay mucha competencia», decía siempre y tenía razón. «Debo ser astuto, porque en la urbs hay distintos personajes que se dedican a los mismos negocios que yo, con mayor o menor suerte; y el que no espabila pierde la carrera del éxito, porque la buena fama ya se sabe que es muy difícil ganarla y muy fácil perderla, y quien cae en desgracia en este sentido ya se puede retirar de la compraventa de este material, porque no tiene futuro. Además, en este negocio un cliente satisfecho repite, vuelve; en cambio, si no queda contento del servicio recibido, ese no vuelve y además me dará mala fama; y mi clientela está escogida, solo admitimos a gente rica. De eso se encargan mis esclavos, bien aleccionados al respecto».

    Una táctica que utilizaba Eufronio era hacer favores a algún colega que estuviera un poco apurado y cuando este se confiaba le pasaba la factura, que aquel no podía pagar:

    —Tienes dos lunas, Mamercus, para pagarme lo que me debes, sino te denunciaré a los urbaniciani y ya sabes cómo actúan éstos, no se andan con chiquitas.

    —Concédeme unas semanas más, Eufronio, por favor.

    Y Eufronio contestaba siempre lo mismo:

    —Nada, nada, los negocios son los negocios, ya sabes, espabila.

    Entonces el de la bancarrota se veía obligado a cerrar el negocio y/o a traspasarlo; y rápidamente Eufronio se lo compraba y lo cerraba. Si algún material le podía servir, lo utilizaba y sino lo liquidaba todo; y liquidar significaba eliminar personas, matarlas, vaya; eso sí, él no se manchaba las manos nunca, para eso tenía secuaces incondicionales.

    «No me conviene dejar cabos sueltos con gente quejándose de mí y de mi gestión a mis espaldas. Además si vivieran habría que alimentarlas; un gasto superfluo».

    El narrador, nuestro protagonista, era un hombre de mediana edad, bastante ajado y con evidente obesidad. Meditaba un día, en un momento de pausa entre negocio y negocio, y se decía: «En mi vida ha habido de todo. Huérfano a muy tierna edad, de niño sobreviví difícilmente sin un domicilio fijo, hasta que un golpe de suerte hizo que fuera acogido por Gratidia, una meretriz entrada en años y en carnes, que me llevó a su casa y me procuró un mejor futuro. Una vez en la casa de Gratidia fui acondicionado, o sea, desnudado, lavado, despiojado, etc., por dos esclavas morenas muy guapas: La diosa fortuna te ha sonreído, chaval; nuestra ama es una de las personas más ricas de Roma —le dijo una de ellas—, tu futuro será benigno contigo».

    Y seguía pensando Eufronio: «Allí viví como criado ahijado en esa mansio durante unos diez años, el mejor período de mi vida —según pensaba él entonces— había pasado de la más absoluta y miserable indigencia a llevar una vida parecida a la de los ricos patricios.

    »Además en aquel tiempo aprendí el oficio que me interesó en seguida porque veía que se ganaba mucho dinero; pronto la señora me fue cogiendo confianza y no se ocultaba cuando contaba monedas o cuando guardaba joyas, porque una parte importante de la clientela pagaba en especies, sobre todo joyas.

    »Cómo son las cosas; recuerdo que una vez una señora de nombre desconocido para el vulgo pagó unos servicios con un mueble de caoba muy antiguo, una especie de cómoda con muchos cajones de diferente tamaño; este pago se le aceptó porque normalmente abonaba todo con áureos de curso legal.

    »Pero después de un tiempo, casualmente, se descubrió que existía una estafa que venía de lo más alto: de la ceca imperial.

    »Resultó que aquellos áureos con los que pagaba la tal señora, sin saberlo ni ella misma, eran monedas forradas, es decir, de bronce con un baño de oro para engañar al público; estas monedas, naturalmente, tenían un valor muy inferior al que parecía.

    »Realmente era una estafa de alto nivel, realizada por el propio gobierno; y esto fue una práctica de algunos emperadores durante bastante tiempo. La Arqueología ha corroborado esta maniobra auspiciada por los propios emperadores.

    Y seguía recordando Eufronio: «Desde entonces, Gratidia dio nuevas órdenes a sus esclavos: Cada moneda que os den la mordéis y veréis si son de oro macizo; y si no lo son, intentad que os firmen un pagaré; y si no lo conseguís, apuntad sus nombres en la lista negra. ¡Ajá!, pero más tarde, no obstante, esta medida se demostró insuficiente; por ello Gratidia dio nuevas órdenes a sus esclavos encargados: Cobrad siempre los servicios por adelantado y no os olvidéis de morder cada moneda; atención que esto es importante y os jugáis la permanencia en esta casa».

    «¡Menuda zorra era la tía esa!», pensó el proxeneta.

    La tal vivienda, la tienda, como la llamaba Gratidia, era una gran construcción con unas veinticinco habitaciones, un atrio y dos peristilos diferentes; había estancias totalmente abiertas al peristilo mayor, como un comedor de verano en el que se podía recibir a muchos comensales; otras dependencias situadas también en rededor de los peristilos, tenían puertas de madera que se podían cerrar incluso con cerrojo y llave.

    Eran las que utilizaban las discípulas de la señora para trabajar; en ellas las paredes estaban decoradas con unas pinturas al fresco con figuras de personas desnudas o semidesnudas practicando sexo en las más imaginativas posturas; todo ello sobre un fondo de color granate con marcos entre amarillo, azul y negro. Sí, realmente el gusto estético de los romanos no tenía gran cosa que ver con las actuales tendencias.

    La villa tenía tres entradas diferentes, dos para el servicio y las llegadas discretas de ciertos personajes y la principal, una entrada de carruajes, que a través del porche comunicaba directamente con las dependencias de los porteros de guardia y a continuación conectaba con el atrio que daba paso como siempre al primer peristilo.

    Siempre había un gran bullicio en esa residencia, excepto en la parte reservada a la domina y sus allegados más íntimos. Eufronio se sentía feliz en ella y llegó a querer a la señora como si hubiera sido la madre que jamás conoció.

    En plena juventud, cuando tenía unos quince años solamente, una vez liberto, se alistó en la legión gracias a las influencias de su generosa ama; por un afán de aventuras y ganas de ver mundo dejó el negocio y fue a jugarse la vida, demostrando su poco cerebro.

    Estuvo sirviendo en la legión más de veinte años. Primero formando parte de las tropas auxiliares, luchando en Britania; al cabo de un tiempo de servicio fue nombrado prefecto de la Cohors II Gallorum veterana equitata, destinada en el muro de Adriano, aquella formidable muralla que los romanos edificaron para separar la zona de Britania, que consiguieron dominar más o menos, de la de más al norte, la que con el tiempo sería Escocia, habitada por unas tribus belicosas, entre las que destacaban los llamados pictos, porque se tatuaban el cuerpo en color azul.

    Tiempo después fue destinado a Lugdunum (Lyon) donde conoció y se unió a su primer amor, Gala. Con ella pasó unos felices años de pareja.

    Al retirarse del ejército se hizo cargo de la fortuna que su bienhechora parece que le había dejado en herencia; aunque un escritor de cuarta fila, que había leído la obra de Marcial, (Epigramas) le dedicó un epigrama plagiado de este autor: «¿Por qué, Eufronio, ensucias el agua de los baños lavando tu culo? ¿Quieres ensuciarla más todavía? ¡Mete tu cabeza!». En realidad el original de Marcial estaba dedicado a un tal Zoilo. No parece que fueran muy amigos el plagiario y Eufronio.

    Se convirtió en un rico mercader de carne humana y su habilidad comercial y su gran falta de escrúpulos lo catapultaron a una fama entre los profesionales del medio. No solo mantuvo el negocio, sino que lo amplió regentando no uno, sino tres burdeles en Roma.

    «Tengo uno al lado de los foros y bastante cerca del gran anfiteatro Coliseo —se jactaba—, en la importante zona comercial, donde se halla un gran número de tabernae, las mejores tiendas; y que además es un centro de reunión y de paso de gente diversa; así, entre la multitud, es fácil hacer mutis por el foro y llegar a mi prostíbulo».

    «Este local es una mina de oro, más que las de oro de Hispania», decía un día. La minería de la Península era muy famosa en Roma.

    «Tengo otro establecimiento en el monte Aventino, no lejos del Circo Máximo, una importante zona recreativa de la urbs; ello permite a muchos y a muchas simular que van a las carreras y entrar en la casa de la domina para pasar un rato agradable sin que sus esposas o esposos lo sepan.

    »Y el tercero ocupa un amplio espacio en el Esquilino, al otro extremo de Roma, lejos de los anteriores y más a las afueras, también situado de manera estratégica junto a una zona de acuartelamientos militares, en el Celio, entre los que destaca el Castra Nova equitum singularium, el fortín de los caballeros singulares, sede de la guardia imperial a caballo desde los tiempos del divino Augusto. Tampoco falta en él una nutrida clientela».

    Los que le escuchaban eran clientes habituales suyos, viejos conocidos de negocios; unos asentían con la cabeza haciendo gestos de admiración; la adulación a duras penas se disimulaba.

    —Lo reconozco, Eufronio, eres un gran empresario; el más grande que conozco —decía uno de ellos—, de seguir así te nombrarán emperador.

    —¡No, eso jamás! No me gustaría —repuso él—. Además, ya sabéis que los asuntos de estado no me interesan.

    Nunca tuvo hijos, al menos conocidos. En una ocasión en que estaba charlando con un amigo de confianza salió la conversación:

    —Eufronio, ¿cómo es que no tienes hijos? —le preguntó el amigo y cliente.

    Y éste respondió:

    —¿Para qué? Nunca traen más que disgustos.

    Y dijo el cliente:

    —Pero esta casa tan grande, con tantas habitaciones, pasillos, etc., está pidiendo a gritos unos críos jugando en sus patios y corriendo por los pasillos.

    —Cayo, amigo mío, no me convencerás en absoluto, nunca jamás y si alguna vez los tengo, que no sean míos y que no los tenga que alimentar, educar, cuidar y subir yo. Estoy muy bien como estoy, gracias.

    Y Cayo dijo:

    —Mira que eres tozudo, ¿eh?

    —¡Hasta la muerte! —respondió Eufronio y con esto se despidieron.

    Roma era la gran capital de las oportunidades de todo tipo y también de la prostitución de toda clase. Ahí Eufronio, hombre listo y muy activo, decidió explotar los deseos de aventura de los patricios romanos, proporcionándoles unos placeres exquisitos y unas fantasías diversas, muy variadas; ello incluía festejos con participación de todo tipo de sexos, con gran promiscuidad y con la añadidura de animales a los que se hacía practicar en público.

    —Mirad —dijo—, todo el mundo político de este momento, a mediados del siglo III, corrupto en general y en particular, consiste básicamente en un emperador, máximo dirigente como dictador puro y duro; por debajo de él, en la cúspide de lo que había sido hace mucho tiempo el cursus honorum, es decir, de los altos cargos de la administración del estado, la carrera política, se halla el Senado.

    —Bueno, alguien tiene que

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