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Sofia Maestra Madre Mujer
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Sofia Maestra Madre Mujer

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About this ebook

Resumen:
La vida de Sofa del Carmen representa la problemtica y desarrollo de la mujer y los pases del tercer mundo donde las grandes potencias los dejaron para lograr su egoistica superacin y a la vez sacaron fruto de todos ellos. Sofa del Carmen es un ser especialmente humano, simple, que ama profundamente, sufre profundamente pero posee la gracia ms preciosa que cualquier Ser puede poseer: Fe en Dios y a travs de Dios en ella misma, ella cae, se levanta y sigue hacia delante con la esperanza puesta en El que todo lo puede pero colaborando da a da en la forma ms sencilla con la obra ms maravillosa del Creador: El Ser humano. Educando el ser humano, siendo una humilde maestra de educacin elemental y por su espritu de generosidad, Sofa fue cause de transformacin no solo de todos los que pasaron por sus aulas, sino tambin de todos los que los rodeaban, sus padres, sus familias, sus pueblos. Desde su niez enfrentando y viviendo en sociedades machistas, restringidas, conservativas, fue capaz de avanzar y aunque con dificultad algunas veces, -debido a las presiones de las instituciones que guan nuestras sociedades-, logra abrir su mente y aceptar los cambios que por su intrnseca naturaleza se abren al paso del desarrollo humano. Sin embargo, Sofa experimenta la frustracin de todos nuestros pueblos cuando despus de haber logrado realizar un arduo trabajo, en minutos todo puede ser destruido por la violencia que muchas veces crece con nuestra misma naturaleza humana, como crecen la cizaa y la buena yerba.
A la misma vez Sofa, como nuestros pueblos es una persona alegre, llena de vida que nos describe las caractersticas y los costumbrismos de estas vastas regiones en las montaas de los Andes ricas en belleza natural y calor humano, sus historias de la vida cotidiana nos muestra la idiosincrasia de sus gentes casi nos deja saborear sus alimentos y sus bebidas as como de la msica, las pasiones y los amores que la envolvieron.
LanguageEnglish
Release dateJun 30, 2011
ISBN9781426974137
Sofia Maestra Madre Mujer
Author

Ana Valentina

Biografía del autor: Ana Valentina, nacida en Bogotá Colombia 1954. Ingresó a la Universidad Nacional de Colombia a estudiar Ingeniaría de Sistemas, en su primer año, la universidad fue cerrada varias veces debido a las huelgas estudiantiles. Emigró a los Estados Unidos en la década de los setenta de donde se hizo ciudadana. Vivió en New York diecisiete años donde estudió en el “International Banking Institute” en Manhathan, New York, también estudió Inglés en “La Guardia Community College”, en Queens, New York. Allí también trabajó en entidades bancarias y financieras, luego trabajó en el “The Plaza Hotel” como Auditor Nocturno con el propósito de permanecer durante el día con sus cuatro hijos, cuidándolos y educándolos como madre divorciada. Sus hijos son su más importante Obra de Arte y su pilar de superación. En la década de los noventa se movió a Florida donde sus hijos terminaron sus estudios universitarios con sus maestrías y otros aún continúan su educación universitaria. Con el propósito de poder ayudarlos, decidió seguir la carrera de “Real Estate” (Finca Raíz) en la que fue exitosa por más de diez años. Sobrevivió Cáncer y la caída del mercado mundial, no sin dejar sus huellas y sus lecciones. A sus años decidió regresar a la universidad donde persigue su título universitario en ciencias de la salud y en escritura creativa. “Educación es el único medio para transformar nuestra ignorancia en sabiduría, el hambre en abundancia y la enfermedad en sanación. La Fe es el poder Divino que nos interconecta y nos une a toda la humanidad y su idioma es El Amor. La Paz es el producto del Amor y el más innato objetivo de los Seres Vivientes, solo se puede encontrar cuando paremos todas nuestras guerras, las armas sean obsoletas y nuestras manos regresen a tocar, amar y respetar la tierra. Cuando nuestras manos guiadas por la “Inteligencia Suprema”, sirvan para construir, sanar y aliviar a la humanidad no para destruirnos unos a otros, entonces viviremos en perfecta armonía. Hoy podemos empezar.”

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    Sofia Maestra Madre Mujer - Ana Valentina

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    © Copyright 2011 Ana Valentina.

    All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted, in any form or by any means, electronic, mechanical, photocopying, recording, or otherwise, without the written prior permission of the author.

    Printed in the United States of America.

    ISBN: 978-1-4269-7411-3 (sc)

    ISBN:

    978-1-4269-7412-0 (hc)

    isbn:

    978-1-4269-7413-7 (e)

    Library of Congress Control Number: 2011910777

    Trafford rev. 07/26/2011

    7-Copyright-Trafford_Logo.ai www.trafford.com

    North America & International

    toll-free: 1 888 232 4444 (USA & Canada)

    phone: 250 383 6864 21095.png fax: 812 355 4082

    DEDICATORIA:

    Novela dedicada a mi madre, a la gran Maestra, Madre y Mujer que ha sido y sigue siendo. El roble en el que me apoyo y la luz que aún me guía. Te Amo.

    Basada en las historias de mi madre y mi imaginación. Cualquier parecido con la realidad es solo coincidencia.

    CONTENTS

    CAPITULO 1

    CAPITULO 2

    CAPITULO 3

    CAPITULO 4

    CAPITULO 5

    CAPITULO 6

    CAPITULO 7

    CAPITULO 8

    CAPITULO 9

    LOS OJOS Y SANTA LUCÍA

    LA MUERTE DE GAITÁN

    LA MUERTE ME PERSIGUE

    MI NUEVA VIDA DE DOLOR SOLEDAD |AMOR Y SACRIFICIO

    RIO GRANDE

    UN NUEVO CHANCE A LA VIDA

    SAN JUAN DE RIO BRAVO

    AGUAS SECAS

    ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

    SOFÍA VE SUS HIJOS CRECER

    LOS ENREDOS DE DOÑA IRENE Y LA GRAN DECISIÓN

    CONCLUSIÓN

    TRABAJOS CONSULTADOS

    INDICE

    Hoy considero que es importante escribir para dejar testimonio de nuestras vivencias, tal vez sirvan a la humanidad, tal vez no. Tal vez alguien las lea y aprenda algo de ellas, o tal vez solo queden impresas y vivan para aquel que las escribió…En las montañas de los Andes; Colombia, uno de los bellísimos países que hacen parte de nuestra no menos hermosa América Latina y que contrasta en armoniosa perfección con el resto de nuestro maravilloso planeta Tierra, de mediados del siglo veinte regresamos a principios de siglo terminando en la primera década del siglo veintiuno.

    CAPITULO 1

    Aguas Secas

    Era ya de noche, las ocho y media más o menos; el cielo oscuro, la luna grande, resplandeciente fue la única luz que nos alumbró el camino que cruzamos desde el borde de la carretera, donde nos hubiéramos bajado de la carrosa halada por dos caballos, la que nos transportó desde el pueblo hasta la vereda. La madre cargaba la maleta de cuero en la mano derecha y el bebé, Lorenzo, de cerca de dos meses de nacido, en la izquierda. Daniel tenía poco más de dos años, caminaba sosteniéndose de la larga y hondeada falda de su madre, debajo del brazo donde ella cargaba el bebé Lorenzo. Valentina, la niña de cinco años de edad, caminaba junto a la maleta llevando la cartera de cuero negro de su madre, la bolsa con pañales y teteros de los niños y una manta del bebé en su hombro derecho. Mi madre –me contaba Valentina- levantó la cabeza con entereza, mirada fija y paso firme avanzaba hacia la puerta de la casona que quedaba en medio de una pradera, los ruidos de los cocuyos, el zumbido de las corrientes de las quebradas y el río, uno que otro gemido de los búhos, la acompañaban a su paso y nosotros junto a ella. Colocó la pesada maleta de cuero sobre el piso, frente al portón grande que era el del salón principal de la escuela, a la que habría sido asignada como maestra. Enderezó su cuerpo, sostuvo el niño con ambas manos y sin quitar los ojos de la puerta, dio un profundo suspiro.

    En ese preciso momento, por debajo de la puerta, empieza a asomarse la cabeza de una culebra verde y amarilla con escamas gruesas alrededor de la boca; mis ojos grabados sobre el extraño animal y ni una sola palabra sale de mi garganta... Mi madre, dice: No se muevan,- yo ya estoy totalmente inmóvil-. Ella observa al rededor y ahí mismo, a un lado del portón, una tranca de madera inmensa que parece que fuese usada para trancar esa misma puerta. Ya la culebra tiene la cabeza y una parte del cuerpo afuera, viene hondeándose hacia nosotros. Mi madre da un paso a la izquierda y con la mano derecha, levanta la tranca y al mismo tiempo, escucho un grito terrible, de angustia: ¡Virgen Santísima ayúdame! y suelta la tranca sobre la cabeza de la culebra; veo sangre del reptil salpicando mis zapatos mientras su largo cuerpo continúa moviéndose. Mi madre, coloca al bebé sobre una banca de madera que hay allí, junto a la puerta y con las dos manos, vuelve a levantar la tranca dejándola caer sobre la cabeza de la culebra hasta que la culebra para de moverse. Cuando ya se asegura de que estaba bien muerta, corta una rama de un arbusto que hay frente al balcón de la entrada donde estamos y empieza a remover el cuerpo del reptil que parece no tener fin. Lo enrolla en la rama y lo tira sobre el mismo arbusto. Luego, toma al bebé que empieza a dar gemidos y con el pié y la mano empujó las puertas del salón, las que se abren de par en par, dejando salir una nube de polvo. Daniel continúa aferrado a la falda de mi madre, tambaleando en cada movimiento que ella hace, se asoma por delante y por detrás del cuerpo de mi madre con sus ojitos de espanto, queriendo llorar pero sin atreverse a hacerlo.

    Yo estaba paralizada como pegada al piso desde el momento en que vi asomar la cabeza de la culebra y luego, cuando explotó su cabeza con la tranca, la sangre que me alcanzó a salpicar los zapatos de charol negros, los ojos de profundo dolor y desesperación de mi madre; todas estas imágenes continuaban dando vueltas en mi cabeza. Escucho que me llama y sacude mi cuerpo diciendo: Muévase mija, ayúdeme a traer las cosas para adentro; ya pasó todo ya no hay más culebras, no tenga miedo ayúdeme a encender una vela, saque el paquete de las velas que traemos en el bolsillo de afuera de la maleta.

    Saqué el paquete de velas y los fósforos que mi madre había aprontado para el viaje. Ella prendió una vela, la dejó derretir un poco, dejando caer la cera líquida sobre un pupitre y colocando la cola de la vela sobre la cera para que después de unos minutos quedara pegada a la madera. Repitiendo el proceso, coloca velas por todo el salón, recuesta el bebé sobre un pupitre, saca una toalla y empieza a limpiar la mesa de la maestra. Acomoda unas cobijas y allí recuesta más cómodamente al bebé. Así mismo une varios pupitres colocándoles encima sábanas y cobijas y acuesta a Daniel sobre ellas, le pasa su tetero que estaba en la bolsa que yo traía. Era leche con agua de panela y estaba sellado con un pedazo de plástico para que no se regara. Luego hicimos otra cama para mí y las pegamos. Rezamos las oraciones de la noche. Mi madre se sentó en la banca de la maestra y vigiló toda la noche que las velas no se cayeran y por si venía otra culebra, siempre manteniendo lista la tranca junto a ella. Algunas veces la vi recostar su cabeza sobre la mesa y cerrar los ojos por algunos segundos, pero luego los abría exaltada mirando para todas partes. De repente el bebé lloraba y ella lo alimentaba dándole leche de su seno hasta que volvía a quedarse dormido.

    No hablamos mucho, sus ojos lo decían todo, otras veces ella cantaba para arrullarnos o para entristecerse más pues siempre sus canciones eran tristes historias de amor que terminaban en despedidas, en muerte o traiciones. Otras veces canciones de monjas que morían en la santidad y la soledad de un convento de clausura, pero esta noche no. Estaba muy cansada, abatida, el dolor era intenso y el cansancio aún mayor. No tenía aliento de abrir la boca para cantar y quitarse el miedo que reprimía. Para mí era muy fácil saber cómo ella se sentía,-continuaba contándome Valentina- aun cuando yo solo tenía cinco años, yo también compartía una gran parte de ese gran dolor que no sabía explicar, aunque nadie pidiera explicaciones, excepto yo, y a mí misma. Era un dolor sin respuesta ni consuelo por eso no se hablaba pero yo entendía, su mirada era lo mismo que la mía, sin destino, tan lejana que desea traspasar la razón para entender lo inentendible, lo que no tiene respuesta por más que se pregunte, lo que duele sin alivio, sin fin y sin remedio.

    Hacía pocas semanas mi padre había muerto, una muerte sin sentido, sin razón totalmente inesperada, bueno eso decían todos por esos días. Más tarde aprendí, que a la muerte muy pocos la esperan y muchos menos la desean pero es algo inevitable, solo Dios es la respuesta de lo inexplicable. Pensando en todas estas cosas y observando a mi madre, me quedé dormida sabiendo que junto a ella me sentía segura aunque con muchos interrogantes acerca de cómo ella podría sentirse, viéndose sola con nosotros tres y con el susto que acabábamos de pasar. Pensaría que si se dormía algo nos podría suceder y a quién podría pedir ayuda, no se veía otra casa cerca, solo se escuchaban los ruidos del campo y el silencio de la noche, la que también traíamos dentro.

    De pronto abro los ojos que chocan con la luz fuerte y brillante que entra por la puerta abierta de par en par. Mi madre está barriendo el salón y al verme despierta, me dice: Buenos días señorita, vamos! estaba esperando que se despertara. Haga sus oraciones y vamos a ver si hay agua en ésta casa!. Sí mamita ya voy, estirando mis brazos y dando un bostezo. Casi no puedo creer que ya pasó la noche y que me dormí finalmente.-pensaba yo-.

    -Apúrese mija -llamó mi madre-

    -Si señora ya voy! y de inmediato, pongo mis manos en acción de oración y me arrodillo para rezar, diciendo:

    Gracias Diosito por éste nuevo día y por favor cuida de mi papito que ya debe haber llegado a tu casa o si no, ya debe de estar muy cerca. Por favor no lo mandes al purgatorio y si por alguna razón le tocó pasar por ahí Virgencita María, madre mía y de todos nosotros, colócalo en un ladito donde no se queme y sácalo de allí rapidito. Tú puedes interceder por él y por nosotros porque eres la Madre de Dios y nuestra. Niño Jesús, tú que fuiste niño y Dios, sabes cómo me siento ayúdame, ayuda a mi papito y cuida de mi mamita que está muy triste y yo también.

    Papito si me estás escuchando, quiero que vuelvas y quiero que sepas que me haces mucha falta y a mi mamita también. Por favor cuídanos de las culebras, que no nos hagan daño.

    Si quieres, te me puedes aparecer pero no me dejes dar miedo o mejor regresa como antes y haz que esto solo sea un sueño.

    -Qué pasó hijita! Vamos, apúrese!

    -Ya voy mamita - contesté-

    -Volviendo a mi conversación con Dios dije:

    -Amen y me eché la bendición.

    Colocamos mis cobijas alrededor de los niños para acuñarlos más, para que no se fueran a caer. Salgo tras ella y quedamos perplejas con la belleza del paisaje... Los colores son preciosos, pareciese como un sueño hermoso del que no se quiere despertar, una pradera verde y hermosa, que nos rodea. Enmarcando la vereda, hay una quebrada que en la parte de atrás desemboca al rio.

    La casa o escuela está totalmente rodeada por agua. La parte de atrás tiene una vereda igual de grande a la del frente cuyo límite es el rio. Un río ni tan grande ni tan pequeño (al menos en ésta parte) Pero mucho más grande que la quebrada, eso sí - continuaba explicándome Valentina-. Por el frente, la vereda termina a la orilla de la quebrada, la cual bordea la carretera. Una malla de alambre enmarca toda la propiedad y enredada con la malla, un muro formado de matas de mora que va por todo el orillo de la carretera. Este muro de matas, se parte en la mitad donde se encuentra una pequeña puerta de alambre y troncos de madera que da paso a un camino con un pequeño puente, hecho también de madera, barro y piedras; por debajo del cual corre el agua cristalina de la quebrada.- Por allí habríamos entrado la noche anterior pero con los ruidos nocturnos del campo como de los cocuyos, las ranas, el agua y entre tanta oscuridad, no la notamos-.El camino formado por una alfombra de pequeñas piedras, blancas, negras, cafés, grises y algunas rojas con visos de otros colores, tenían superficies muy pulidas y suaves como si alguien se hubiera tomado el trabajo de limar sus asperezas. Dicho camino, partía la vereda del frente en dos hasta llegar a los dos escalones que daban al balcón primero, y luego a la puerta principal del salón por donde habría salido la culebra a darnos el recibimiento.

    Frente a la casa y hacia el lado derecho hay un jardín de rosas, blancas, rojas, rosadas grandes y pequeñas que rodean la gruta de la Virgen María con el Niño Jesús en sus brazos. La gruta es más o menos de unos cuatro metros de alto y unos dos o tres de ancho, construida con las mismas piedras del camino y en el frente tenía un vidrio que protegía la Sagrada Imagen. Estaba embebida en el paisaje y de repente escucho a mi madre decir: No hay agua! Vamos hija! traigamos agua en éste balde que acabo de conseguir en la cocina. Corra! traiga su cepillo de dientes y de una vez, por lo menos nos bañamos la boca y la cara en la quebrada. Yo corrí y traje mi cepillo de dientes y sentí por un momento un poco de alegría de esa que da la niñez. Hacía varios días no sentía así, deseos de correr y explorar... Pero los colores, el esplendor del paisaje y tal vez el sentir que amanecimos vivos después de tanto susto, le daban un poco de alivio al dolor o por lo menos lo distraía por momentos. Cuando llegamos a la quebrada, mi madre se quitó los zapatos y metió los pies en el agua, yo me alegré y también hice lo mismo. Era algo inevitable, el agua era cristalina. Un manantial! Dijo mi madre emocionada. Nos lavamos los dientes, la cara los brazos, nos mojamos el pelo y mi madre con una pequeña toalla me limpió casi todo el cuerpo, lo mismo hizo ella, luego nos secamos, llenó el balde de agua y dijo, vamos porque los niños se pueden caer. Yo hubiera deseado quedarme otro rato jugando allí y ella al verme contenta quiso dejarme, pero luego lo pensó mejor y dijo: No, vámonos, mejor más tarde regresamos con los niños. Entonces corrí tras ella, al cruzar frente a la gruta de la Virgen y el Niño, nos detuvimos a hacer una pequeña oración pero al empezar, escuchamos el llanto de un niño, mi madre corrió con el balde en una mano y levantando su falda con la otra para avanzar más rápido. Yo detrás de ella.

    Cuando llegamos a la puerta grande, Daniel estaba sentado, se acababa de despertar, el tetero se le calló y tal vez eso lo asustó o tal vez al no ver a mi madre a su alrededor sintió temor y soltó el llanto. De inmediato, mi madre colocó el balde en el piso, soltó su falda y tomó a Daniel en sus brazos arrullándolo. Yo levanté el tetero y lo puse sobre la mesa. Enseguida, comenzó a desvestir a Danielito, me pasó la ropa para que la pusiera en una bolsa con toda la ropa sucia. Colocó una toalla sobre el pupitre, lo sentó sobre ella y con la toallita pequeña que me habría limpiado a mí unos minutos antes, la sumergía dentro del balde de agua y luego la calentaba un poco con su aliento para limpiar al niño. Lo limpió todo hasta sus partes más íntimas, Daniel trataba de llorar pero ella le jugaba, le hacía mimos y él se calmaba. Lo vistió, lo peinó y le entregó el carro de palo y lo puso en el suelo para que jugara. Así mismo tomó al bebé Lorenzo, que estaba ya comenzando a quejarse y repitió el ritual. Mientras ella vestía al bebé, me mandó cambiarme de ropa detrás de las mesas donde nadie me viera y así lo hice. Luego ella misma me abotonaría mi vestido, me haría un moño con el cinturón y me peinaría mis tres pelos como siempre me lo dijo: Venga le peino esos tres pelos. Estaba ella diciendo: vamos a tener que ir al pueblo a buscar leche y comida porque aquí no hay nada..... Pero tengo que mirar primero en la cocina a ver que más necesitamos. Traiga el niño de la mano - me dijo- y salió con el bebé en sus brazos hacia el balcón del corredor y luego hacia la izquierda donde estaba la vivienda de los maestros. La puerta ya estaba abierta, y se veía la cocina con un espacio pequeño como para un comedor, una ventana en la mitad de la pared del fondo, inmediatamente después de pasar el dintel de la puerta, había un corredor pequeño a la izquierda y dos puertas que separaban la cocina del cuarto de dormir... La cocina era angosta pero un poco larga; sobre el lado izquierdo había una estufa de carbón de piedra y sobre la pared colgaban pailas y ollas sostenidas por garfios de hierro. Donde terminaba la estufa había un montón de troncos de madera de árbol cortados y arrumados contra la pared de la misma. Detrás de esta pared de troncos se formaba un pequeño patio con un lavadero de ropas hacia la derecha y de la pared de la izquierda - la misma de detrás de los troncos- salía un pequeño tubo que no podíamos entender su oficio, un tubo salido en la mitad de una pared?...También notamos que al tanque de agua del lavadero, que se notaba sucio y vacío, le llegaba un tubo, seguramente para el agua de llenar el tanque, pero no tenía cabeza, o sea la llave de abrir el paso del agua. Entre el lavadero y la pared del fondo había un pequeño espacio y en la mitad un pequeño sifón por donde seguramente salía el agua de lavar la ropa.

    A mano derecha frente a la estufa había varias repisas de madera sobre la pared y más garfios para colgar más ollas,- pensé yo-...Al fondo de la pared opuesta a la puerta estaba la ventana por donde entraba la luz del sol, pero era muy alta para mí, no alcanzaría a mirar por ella ni encaramada en una butaca....Debajo de la ventana, había dos sillas de madera y una butaca, Todo estaba cubierto de telarañas, parecía como si hiciera mucho tiempo nadie viviera en esta casa. Mi madre observaba todo en silencio; solo cuando notó el tubo del agua, sin cabeza pegado al lavadero, dijo: Tal vez por esto quitaron el agua. Luego salimos de la cocina y continuamos por el pequeño corredor hacia el dormitorio, un cuarto más o menos grande cuadrado con una ventana en la pared del fondo opuesta a la puerta, igual de alta a la de la cocina. También había allí, una cama sencilla o catre y una cuna de hierro un poco grande con ruedas en las patas. Mi madre empujó la cuna y esta se movió, entonces continuó empujando y la sacó por el pequeño corredor pasando por frente a la cocina y el comedor, luego por la puerta grande que daba al balcón y allí la dejó y se sentó en la banca de madera a darle pecho a Lorenzo. A Daniel y a mí nos dio galletas mientras íbamos al pueblo a conseguir que comer pues la leche que traía para Daniel se había dañado. Cuando terminó de amamantar al bebé lo recostó en la cama de la noche anterior, me dejó vigilando los niños mientras trajo un balde lleno de agua, toalla de limpiar, jabón de lavar ropa y empezó de inmediato a lavar la cuna quitándole primero el pequeño colchón, al que observaba con desconfianza y luego lo lavó también. Cuando terminó con el último resorte, comenzó con la otra cama hasta que todo quedó como nuevo.

    El bebé quedó dormido en la cuna, Daniel se entretenía, jugando con su carro de palo, unas piedras y comiendo galletas. De repente mi madre viene corriendo con el colchón grande y yo tras ella. Cuando dimos a la puerta grande de la vivienda, las dos gritamos despavoridas al escuchar voces de hombres que en realidad no entendíamos lo que decían. Uno de los hombres tomó la palabra y quitándose el sombrero de su cabeza se disculpó por habernos asustado y procedió a presentarse y a sus compañeros. Yo soy Francisco Miranda el comandante de la policía del pueblo, el señor alcalde, los había enviado a darnos la bienvenida y a ofrecernos su ayuda en lo que se necesitara. Somos padres de familia de algunos de sus futuros alumnos y le estamos todos muy agradecidos por haber aceptado este trabajo que por mucho tiempo ha estado vacante y sin esperanza para nuestra región –dijo el hombre-. También le informó que el padre de la Iglesia, la mandaba saludar y que anunciaría gustoso en las misas del domingo la apertura de la escuela para el lunes de la próxima semana. Esto le daría a mi madre una semana para organizarse. De pronto nos dimos cuenta que no era solo él, sino que detrás de los arbustos salían otras personas que también venían a darle la bienvenida a la nueva maestra y cada uno traía algo en sus manos para agasajar a mi madre. Uno traía un bulto de naranjas, otro, un racimo de plátanos, otro una cantina de leche recién ordeñada. Otro traía una canasta llena de carnes frescas envueltas en hojas de plátanos. También le explicaron a mi madre que cuando ella fuera al pueblo a la Misa del Domingo, solo tenía que decirles lo qué necesitaba y a la escuela le llegaría.

    De la cooperativa -que era donde vendían los granos y utensilios -, los señores traían sus respectivas esposas, cada una cargada: Una traía una canasta de huevos frescos, otra traía su canasto lleno de quesos y mantequilla frescos, también envueltos en hojas de plátano, como la carne; luego otra con un costal de frutas y junto con esto traía diferentes clases y tamaños de coladores de tela y de metal para hacer los jugos. Dos de las mujeres ofrecieron quedarse ese día para ayudarnos a limpiar la parte de la vivienda y el comandante Miranda le dijo que no se preocupara de la parte de la escuela – que en realidad era un salón bastante grande- que él enviaría el Lunes siguiente a varios de los futuros alumnos, los cuales estarían felices de colaborar.

    Vi resplandecer por momentos de nuevo, el rostro de mi madre. Que gente tan buena, tan amables, me hacen dar vergüenza pero también es un alivio, tener un poco de ayuda! –exclamó-.

    Agradeció a todos su generosidad y procedió a contarles como había sido nuestro recibimiento la noche anterior, mostrándoles la culebra que aún reposaba sobre los arbustos. El comandante no respondió mucho a cerca del incidente de la culebra y el hombre que cargaba el racimo de plátanos, interrumpió pidiendo permiso para colgar los plátanos en la pared de la cocina. Mi madre de inmediato procedió a guiarlo y no se dijo más a cerca de la culebra. Otro de los hombres revisó la tubería y dijo que regresaría más tarde a arreglarla, de manera que ese mismo día tuvimos agua corriente. El baño era de letrina y quedaba en la parte de atrás de la casa, camuflado entre unos arbustos. El comandante, explicó a mi madre que el mismo hombre que arregló la tubería vendría a arreglar la puerta del baño, la cual estaba descolgada. También le pidió tener cuidado con los niños. Cuando fui con mi madre me di cuenta por qué lo decía. Era un hoyo profundo en la tierra con una especie de tasa al rededor.

    Cuando regresamos de la letrina, las señoras con sus delantales ya se habrían apoderado de la cocina. Una de ellas le pidió al comandante que no se fuera hasta que ella prendiera la estufa en caso de que hubiera alguna explosión. Mientras tanto la otra limpiaba telarañas y llevaba los trastos a la quebrada donde lavaba las ollas, y cacerolas. Yo la seguía hasta la quebrada, estaba encantada de ver tanta actividad. Parecía que fuéramos a tener una fiesta.

    Ya sabiendo que la prendida de la estufa fue un éxito, el comandante, se quitó el sombrero y le dijo a mi madre que se retiraba a trabajar pero que cualquier cosa que necesitara le mandara decir con alguno de los niños de la escuela o con los padres… Ella observó un poco insegura, alrededor de la escuela no se veían casas, a quién ella llamaría en caso de emergencia o para mandar a alguien a llamarlo?. El comandante que la observaba, adivinó sus pensamientos y le dijo: Solo espere y verá que nunca está sola por aquí, siempre habrá alguien pasando por la carretera o alguien que vendrá a preguntarle cómo está o si algo se le ofrece. Gracias comandante, eso me da más tranquilidad. Vaya usted con Dios muchas gracias por todo!.

    -Es un placer y mi obligación colaborarle en todo lo que pueda. Con su permiso me retiro maestra -agregó el comandante haciendo una pequeña venia-.

    -Siga usted, comandante.

    El comandante se volteó y comenzó a colocarse el gorro de nuevo, pero de repente interrumpió su paso y con el sombrero aún en la mano se volteó hacia mi madre con rostro interrogante, le dijo: Perdone maestra, me dijo usted su nombre?

    -Oh no, - mi madre perturbada contestó- por favor perdóneme con tantas sorpresas ni siquiera me presenté, comandante: Yo soy Sofía del Carmen Cáceres viuda de Villarreal Conde. Ofreciéndole su mano.

    -El comandante también le extendió su mano sosteniendo en la otra su gorro y le dijo: Es un placer conocerla, maestra y espero que se quede con nosotros por mucho tiempo.

    Mi madre sonrió y le agradeció todo lo que había hecho por nosotros, también le envió sus respetos al señor alcalde y al señor cura.

    -Con mucho gusto y con su permiso me retiro agregó.

    -Vaya usted con Dios comandante.

    Mi madre fue al dormitorio que ya estaba barrido, limpio, sin telarañas y con los pisos como nuevos, lavados con agua, jabón y restregados con escobas hechas de ramas de árboles como eucalipto. Esto dejaba un aroma de limpieza y frescura. También colocaron ramas de eucalipto debajo de los colchones, lo que previene la infestación de insectos y también sirve como descongestionante nasal. Es bueno para los niños, las mujeres afirmaban, haciéndole recomendaciones a mi madre.

    -Claro que sí, ella les contestó agregando: Eso mismo decía mi mamita María.

    Mi madre me había hecho parar encima de una de las butacas de la cocina para cuidar la leche que habían puesto a cocinar. Yo debería avisarles cuando la leche empezara a hervir. Mientras tanto las mujeres continuaban refregando los pisos de la cocina y el otro cuarto de dormir que encontramos en la parte de atrás de una cómoda que cubría la puerta de entrada al mismo. En realidad éstas señoras no me necesitaban a mí encima de la butaca para que les informara de la leche, eran tan expertas que antes que yo me diera cuenta ellas con el solo olor, ya sabían que pronto comenzaría a subir y así fue. Ellas fueron las que me informaron a mí. Lo único que querían era entretenerme para que no les dañara el piso mientras ellas limpiaban.

    Lorenzo lloraba y mi madre se encerraba en el salón grande a alimentarlo. Igualmente con la primera leche hervida, le había dado tetero a Daniel y a mí me dio una taza grande para mientras se empezaba a cocinar el delicioso sancocho que las mujeres ofrecieron preparar para el almuerzo. Mi madre se sentía muy avergonzada, pero la señora insistió, diciéndole que para ella era una alegría poder colaborarle en alguna forma ya que por mi madre, sus hijos podrían volver a la escuela a aprender a leer y a escribir, eso para nosotros es una gran dicha pues queremos lo mejor para nuestros hijos pero aquí ningún maestro se queda por mucho tiempo y luego pasan hasta años para que vuelvan a enviar otro, dijo la mujer y continuó: El gobierno no se preocupa de los campesinos.

    Mi madre le agradeció y aceptó su ofrecimiento. Mientras alimentaba al bebé continuó la conversación con la señora, aunque para ella no era noticia saber que el gobierno no se preocupaba de los campesinos, -ella explicaba a la mujer- los campesinos tienen su campo al que deben aferrarse; porque cuando lo abandonan y se van a la ciudad, entonces saben lo que es pobreza y desamparo. Sí, al gobierno efectivamente no le interesan los pobres de ninguna clase. Suspiró profundo y le preguntó a la mujer: Por qué usted cree que los maestros no se quedan aquí, si la escuela es bonita, el paisaje es hermoso, la gente es tan amable y los niños quieren aprender?

    La mujer se perturbó un poco y le dijo: pues, pues, su merced no sé qué decirle pero bueno pienso yo, que porque todos los maestros jóvenes quieren irse para las ciudades grandes y especialmente para la capital, pues porque allá hay universidades y pueden seguir estudiando, los que estudian no quieren quedarse en el campo...

    Sí, yo lo sé, contestó mi madre, sintiéndose un poco apesadumbrada, soltó el bebé de su seno, lo cambió de pañal y lo recostó en la cuna... La señora que la observaba le dijo: Pues le pido un permisito maestra para ir a poner las ollas para el sancocho o si no, no vamos a tener almuerzo sino cena... Está bien... y cómo es que se llama usted? -preguntó mi madre- la mujer contestó: Maruja su merced, está bien Maruja siga adelante; yo, ya voy para allá.

    Ya se habían ido todos los demás y el hombre que prometió arreglar las tuberías ya estaba de regreso con la cabeza del tubo del lavadero y con otro hombre para ayudar a arreglar la puerta de la letrina; los dos se quitaron el sombrero y le dijeron a mi madre: con su permiso maestra vamos a limpiar los tubos aquí de la cocina primero...Las dos mujeres voltearon a mirarlos como si los fueran a atacar, abriendo tremendos ojos y clavando sus miradas en las sucias botas... - ellas acababan de terminar de lavar los pisos-. Mi madre no se percató de ésta escena y solo contestó cordialmente a los hombres: Bien puedan, mientras terminaba de acostar el bebé en la cuna cubriéndolo con el toldillo. Los hombres vieron la reacción de las mujeres pero no tuvieron el menor susto de colocar sus sucias botas en el piso, por el contrario, de inmediato lo hicieron como para no esperar ninguna otra reacción, avanzaron frente a ellas arreglaron la llave del lavadero luego salieron dejando sus marcas de barro sobre el piso y las mujeres miraban indignadas pero sin decir ni una sola palabra; solo movían la cabeza y se mordían los labios.

    Luego fueron a arreglar la puerta de la letrina y una de ellas se asomó por el corredor y les preguntó: van a volver a entrar a la cocina? y uno de ellos le contestó: si nos invitan a almorzar! jajaja!- se reían los hombres... Mi madre escuchó y dijo: Sí, está bien, si les alcanza les pueden ofrecer un platico a los señores... entonces los hombres ya no se carcajearon más, solo contestaron quitándose el sombrero: Gracias maestra no tiene que hacer eso, ella les dijo que estaba bien, que cuando terminaran vinieran... Ya para entonces debería estar el sancocho.... Ellos seguían repitiendo: Gracias maestra!

    Una de las mujeres volvió a asomarse por el balcón y les dijo: si de verdad van a venir a comer vengan háganme un favor primero: Ellos se reían pero regresaron, le preguntaron qué quería, ella los hizo sacar una mesa que había en el último rincón del salón de clase... La mesa era hecha de dos listones de madera gruesa, rústica montadas sobre dos burros de madera (armazón de madera en forma de X) y agarradas con cuatro tornillos muy grandes, era muy pesada y una de ellas les pidió que esperaran antes de entrarla a la cocina; las mujeres la barrieron y la lavaron primero, luego si la dejaron entrar y la colocaron contra la pared de la derecha frente a la estufa, luego trajeron la banca larga que estaba junto a la puerta grande del salón, -donde mi madre había colocado el niño para contramatar la culebra- y la colocaron frente a la mesa.

    Yo traté más tarde de mover esa banca y parecía clavada en el piso al igual que la mesa, si no hubiera visto moverlas, pensaría que eran parte de la estructura de la casa. Cuando terminaron los hombres, uno de ellos les preguntó: Algo más se les ofrece? las dos pararon sus quehaceres y se carcajearon como ellos lo habían hecho antes... Cuando terminen vengan,-les dijo doña Maruja- y ellos le contestaron: Está bien doñita!. El aroma al sancocho comenzaba a esparcirse por los corredores y el hambre empezaba a despertarse.

    Mi madre estaba muy animada de ver el progreso y volvió a entrar la cuna al dormitorio. En el rincón junto al catre había a un viejo pupitre de maestra, lo lavó, lo secó y lo puso de mesa de noche. Adentro colocó las velas, su cartera, las peinillas y aderezos de su pelo al igual que sus pulseras y el manto de ir a la misa. Había una mesa rústica en ese cuarto que no era pequeña como el pupitre ni tan grande tampoco, mi madre colocó la maleta sobre esa mesa y ahí permanecería por el tiempo que allí estuviéramos. Luego, organizó el cuarto, colocando la cuna contra la pared, debajo de la ventana enseguida colocó la cama casi junto a la cuna solo con el espacio para pararse entre las dos; luego el pupitre o mesa de noche y luego la mesa con la maleta y una de las sillas que estaban en la cocina, la colocó junto a la mesa de la maleta.

    Aunque la casa debía ser muy vieja, se veía recién pintada por dentro y por fuera de color blanco, las paredes eran de barro pisado y muy gruesas. Estaba yo recostada sobre la cama observando todo esto, cuando doña Maruja llamó: Ya está, servido!, mi madre que estaba organizando todavía la ropa y todo lo de la maleta, corrió a mirar y exclamó: !servido?, de donde sacaron estos platos?! y ellas le dijeron que encontraron una caja llena de platos, pocillos y cubiertos detrás del lavadero... Y no se preocupe maestra que todo lo lavamos muy bien, también los pusimos en agua a hervir en el fogón -dijo doña Maruja-.

    Doña Maruja salió al balcón y dio un grito a los trabajadores quienes en pocos minutos estuvieron allí frente a la puerta de la cocina. Siéntense, los invitó mi madre y ellos se quitaron los sombreros y se sentaron en el lado opuesto a mi madre. Daniel y yo nos sentamos en la banca larga en el lado junto a ella y las mujeres se sentaron junto a mí. Todos comimos muy bien alabando el guiso de doña Maruja y su compañera que finalmente mi madre también le preguntó su nombre para darle las gracias y ella le contestó: Jimena, su merced. Cuando terminamos, mi madre empezó a recoger los platos y los colocó en un balde que iba a llevar a la quebrada pero doña Maruja y doña Jimena le dijeron: no se preocupe maestra que eso nosotras lo hacemos rapidito y nos vamos, mientras usted termina de organizar sus cosas y sus niños... Gracias! otra vez!, les respondió mi madre.

    Ya salían hacia la quebrada con el balde cuando uno de los hombres dijo: No!, para qué se van a ir hasta la quebrada! ya el agua está corriendo por la cañería y abrió la llave del lavadero, salió agua y todos estaban muy alegres, como cuando Moisés le pegó a la roca... ahí mismo las mujeres lavaron los platos, las ollas y luego el tanque del agua y lo pusieron a llenar para que mi madre tuviera agua limpia para lavar nuestra ropa y sobretodo los pañales de Lorenzo que ya estaban en remojo en un platón de aluminio junto al lavadero.

    También supimos para qué era el tubo en la pared opuesta al lavadero, que salía de la pared, y en la parte de abajo, casi junto al piso, había una llave que se abría y salía agua de ese tubo que al caer iría hacia el mismo sifón por donde caía el agua del lavadero a la cañería. Ese sería nuestro baño o ducha. Quedaba detrás de donde estaban los troncos de madera para la estufa, en el pequeño patio. El hombre encargado de arreglar la puerta de la letrina le pidió a mi madre que fuera con él para mostrarle lo que había hecho, él le explicó como trancarlo para cuando los niños vinieran a la escuela y le recomendó que no fueran solos. Había una tranca con candado muy alta para mí, pero muy normal para mi madre.

    Cuando regresamos las señoras ya tenían la cocina limpia de nuevo y olía a café, así que todos tomamos y después de eso si se fueron. Al despedirse, mi madre les preguntó el nombre a los señores; el uno se llamaba Leonardo, el otro Antonio. Ellos le dijeron que si llegaba a ver alguna otra culebra mandara llamar al tabaquero; mi madre se inquietó y dijo: quién es el tabaquero? doña Maruja le contestó: el hombre que se llevó la culebra en la bolsa esta mañana... Y cómo? yo no sé dónde llamarlo? no se preocupe maestra contestó doña Maruja, al primero que pase le dice que lo llame y ellos vuelan. Mi madre quedaba con incertidumbre, de cómo encontraría la gente si nadie se veía tan cerca... Bueno que Dios la bendiga Maestra por venir a enseñar a nuestros hijos dijo una de ellas y la otra le completó diciendo: Y la Virgencita también, que ambos la protejan. Mi madre les agradeció su amabilidad y doña Maruja le ofreció venir a ayudarle a cocinar y a limpiar cuando la escuela ya se abriera, mi madre le agradeció y le dijo que ella le avisaría. En su mente ella pensaba, cómo puedo yo pagarle por su trabajo si mi sueldo apenas me alcanza para cubrir las necesidades de mi familia.

    Como si la señora le leyera el pensamiento, le dijo: Usted no se tiene que preocupar de pagarme nada pues ya con lo que usted hará por nuestros hijos es suficiente; solo queremos ayudarla porque sabemos que está sola con los niños y tal vez así le facilitaremos las cosas... ¡Cómo quisiera yo poder ver a mi Silvita convertirse en una mujer como usted y salir de aquí, de las garras del fogón y de esta vida que no es vida!...La mujer y de pronto se dio cuenta que estaba diciendo lo que estaba en su mente y agregó: ¡Hay perdóneme maestra por todas las tonterías que digo!... ¿Cuántos años tiene su niña? trece añitos maestra. ¿Ya sabe leer y escribir la niña? - preguntó mi madre- No maestra el Eustaquio no me la deja salir de la casa y se me está convirtiendo casi en muda, yo le juro que ella aprendió a hablar pero poco a poco pierde el habla y es como si viviera en otro mundo –contestó la mujer- La ha llevado al médico? -Preguntó Sofía nuevamente- No maestra si ni se enferma, yo creo que tiene mucha tristeza porque nunca pudo salir ni a jugar como los otros niños. Por eso quisiera que ahora que usted va a abrir la escuela de nuevo, pudiera convencer al Eustaquio, que me la dejara venir a aprender al menos a leer y a escribir, tal vez aunque sea así ella misma pueda un día irse lejos de aquí. ¿Si usted quiere yo le puedo ayudar a hablar con él? -Dijo Sofía- No sé maestra, ese hombre es como un burro no se escucha sino a él mismo y yo me muero de la vergüenza de que de pronto vaya a tratarla mal, pues él se cree el dueño de nuestras vidas.

    -La trata mal? -Preguntó Sofía-

    -Mal? Qué es mal maestra?...Yo no he visto ningún hombre por aquí que no trate a sus mujeres en la misma forma como el Eustaquio me trata a mí y a mi niña. Las mujeres somos como un poco menos que un perro para ellos. Muy pocos son los hombres como el comandante Francisco Miranda…-Maruja se quedó pensando con nostalgia y continuó- Un hombre educado, respetuoso, humano. Algo así quisiera yo para mi niña cuando sea la hora. Pero aquí encerrada en este rastrojo no sé qué irá a ser de ella el día que yo muera.

    -Usted está muy joven aún maruja, tenga fuerza, su niña, como usted dice, la necesita. Ahí está su fuerza y razón para no darse por vencida. Si le sirve de algún consuelo, míreme a mí…No sé cómo, -si no fuera por mi fe en Dios- me mantengo viva y trato de mantener mi sanidad. Usted también puede, solo trate, ponga su corazón en lo que desea y tenga fe, todo se le dará.

    -Dios la oiga maestra, Dios la oiga!...Perdóneme, yo venirla a molestar con mis problemas cuando usted misma debe tener bastante con lo suyo…Por ahora ya me voy yendo, mi compañera ya se me adelantó bastante.

    -Hay sí! -Dijo Sofía sorprendida- que no se le haga de noche sola por el camino.

    -Mi oferta está en pié y por aquí vendré a colaborarle como se lo ofrecí…Como vengo con mi comadre a él no le importa…Pero si me ve llegar sola…No sería lo mismo… Buenas noches maestra.

    -Muchas gracias por su oferta - dijo mi madre- y continuó; son ustedes muy amables y muy buenos no se ni que decirles... Gracias!....

    -Tenga usted buena tarde maestra…Gracias por escucharme.

    -No faltaba más doña Maruja vaya usted con Dios.

    Aunque nos habíamos alegrado con los acontecimientos del día, vi volver la pesadumbre y la tristeza al ostro de mi madre...Como todavía quedaba mucha parte de la tarde, mi madre dijo: Vamos a chequear los niños y si no se han despertado podemos empezar a limpiar el salón de clase... Bueno mamita- dije yo- y la seguí al dormitorio. Efectivamente estaban dormidos los niños y llevamos las escobas y las toallas que las señoras habrían puesto a descansar por un corto rato y las pusimos de nuevo en acción.

    CAPITULO 2

    Mamita María!, mamita María, qué es lo que está pasando por qué tanto ruido que nos despertó? shiii!, -poniendo su índice sobre los labios, pidió la madre a la niña-, cállese mija por favor no haga ruido!, pero....qué es ese escándalo y esos gritos? -en voz baja insistió la niña-.. shuuu!, respondió su madre, nuevamente colocándose el índice sobre sus labios: Quédese calladita mija que es su papá que llegó de mal genio tal vez ha tenido algún problema y se tomó sus tragos... Ay! no sé, pero quien más va a venir por aquí a esta hora?-dijo la mamá-

    -Mi papá? - preguntó la niña, aterrada- shiiito por favor dijo su madre. Colocando ésta vez su índice sobre la boca de la niña.

    -En voz muy baja replicó de nuevo la niña: Pero cómo sabes que es mi papá, si hace tanto no lo vemos que ya no recuerdo su voz ni su cara?

    -Pues afortunada de ti porque yo en cambio si no puedo olvidar ni su voz, ni su cara, ni sus pisadas de alma endemoniada... Dijo todo esto en una voz tan baja que la mitad se enredó entre sus dientes y la niña no alcanzó a comprender las palabras de su madre.

    De repente la voz se hizo más fuerte y demandante: María! María! donde está metida, párese a ver, a atender a su marido! la niña empezó a temblar y sus ojos se llenaron de lágrimas... Su madre le pidió de nuevo no hablar y le dijo: Aunque oigas lo que oigas no salgas del cuarto, más bien métase entre el armario o debajo de la cama, pero cuando yo salga por esa puerta, tápese los oídos, no salga y no haga ruido. Yo ya vuelvo. Pero aunque no vuelva no salga.

    María! -repetía la insistente voz de aquel hombre enfurecido-. María, se colocó el pañolón sobre sus hombros entre abrió la puerta, apenas para sacar su cuerpo y cerró rápidamente mirando a Sofía metiéndose debajo de la cama...

    -Aquí voy!, -escuchó Sofía la voz de su madre- ... Luego el hombre ordenó a María servirle algo de comer, María destapando la olla que había sobre la estufa, miró su contenido y le dijo: Solo hay agua panela con pan si quiere...

    -Eso es lo único que hay?- balbuceó el hombre enfurecido- y continuó: después de uno trabajar todo el día no tiene más nada que darme?

    -Pues no, contestó María, yo no sabía que usted iba a venir.

    -Ah! no me esperaba? entonces a quién esperaba?...

    -A quién iría a esperar? le respondió María, con un poco de desespero en su tono.

    Sofía no escuchaba nada y temía por su madre. Se fue arrimando lentamente hasta la puerta que había quedado entreabierta y puso su oreja en la abertura de la puerta para tratar de escuchar lo que estaba sucediendo.

    De repente, escuchó ruidos de cosas que caían como ollas y un taburete pero no voces, asomó lentamente su cabecita por la abertura de la puerta, miró hacia la cocina y vio regada en el suelo el agua panela que continuaba su curso por entre los tablones de madera por debajo de la mesa. Siguiendo las patas de la mesa con la mirada, de pronto, vio algo entre las patas de la mesa y las de los taburetes. Qué hay ahí?,- se preguntó- y agachando más su cabecita, miró por debajo de los taburetes y gritó: !mamita, mamita, salió corriendo hacia la cocina.-olvidando las advertencias de su madre-. Cuando llegó junto a su mamita levantó sus ojitos siguiendo una sombra que se reflejaba en la pared y en el suelo y lo vio.

    El hombre tenía levantado uno de

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