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Prohibido fumar
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Prohibido fumar

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About this ebook

Fumar ha sido siempre un gusto que se comparte con otros y condimenta la plática, la confidencia y la declaración de amor. Los cuentos reunidos en este libro hablan de la experiencia de personajes que tienen la costumbre, buena o mala, de fumar.

LanguageEnglish
Release dateJan 17, 2014
ISBN9781939048370
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    Prohibido fumar - Eusebio Ruvalcaba

    Antología

    Prohibido Fumar

    Eusebio Ruvalcaba

    Lectorum

    Colección Marea Alta

    Edición Smashwords

    Prohibido fumar. D. R. Lectorum, 2008

    D.R. Eusebio Ruvalcaba

    Características tipográficas aseguradas conforme a la ley Prohibida la reproducción parcial o total sin autorización escrita del editor.

    En esta vaga vainilla de tabaco que hoy me mancha los dedos

    se despierta la noche...

    Julio Cortázar

    Índice

    Prólogo, Eusebio Ruvalcaba

    Respecto del daño que hace el tabaco, Marcial Fernández

    Elegía de humo, Claudia Guillén

    Saldos, Carlos Martín Briceño

    Caperucita feroz, Rogelio Flores

    El jarabe del Dr. Lecter, Adrián Román

    Es por tu bien, Fedro Carlos Guillén

    Olivia sin filtro, Jorge Borja

    Cenizas, Carlos Bortoni E

    Tabaco liado, René Roquet

    Las siete plagas de Egipto, María Esther Núñez

    La prohibición, Leo Mendoza

    El cigarrín, Gabriel Rodríguez Liceaga

    Genio y figura, Amélie Olaiz

    Humo contenido, Víctor Pavón

    Sin humo que las transporte, Ernesto Guzmán Lechuga

    Detrás de la nube de humo, Diana Violeta Solares Pineda

    Mañana será otro día, Humberto Ramón Levet

    Laberinto, Mariví Cerisola

    Cigarro, Ester Ortega

    Había un viejo estanque, Eugenio Partida

    Prólogo

    Eusebio Ruvalcaba

    I

    Sobre la intolerancia

    Quizás para un escritor es más importante la (in)tolerancia que la salud. Porque cuando propuse que participaran en esta antología —aun sin que yo tirara línea, advirtiera hacia dónde tenía que ir el derrotero del texto, o impusiera criterios (lo cual, sobra decirlo, me habría cerrado las puertas)— de inmediato los escritores convocados respondieron que sí, que le entraban. Aún más inflamados que si se hubiese tratado de escribir en contra de la Ley Seca (me pregunto: ¿y se habrá llevado a cabo una antología como la presente cuando se estableció aquel colmo de la intolerancia en Estados Unidos, o ni eso habrán tolerado?), los señores polígrafos se pusieron manos a la obra. Actitud que respondió a un acto de nobleza: por encima de la ñoña salud —que en última instancia no está en manos de nadie— descuella la libertad de expresión, que fumar es un modo de expresarse no importa el costo que haya que pagar.

    Cuánta polémica ha desatado la ley sobre la prohibición de fumar. Hay quien la aprueba, hay quien se opone. Hay quien se siente protegido por su aplicación, hay quien se siente desde luego agraviado.

    Pero, ¿qué tienen que decir los escritores a este respecto? ¿qué significa el tabaco en su vida? Algún ingenuo —como en buena medida lo somos todos, cuando menos en algún tramo de nuestra vida—se podría preguntar: ¿Les importa tanto como para escribir un cuento, un texto introspectivo, una evocación? Pues que les afecta, es un hecho.

    Hombre antes que escritor, escritor antes que artista, el individuo dedicado a rascar la corteza del árbol de la condición humana con el rastrillo de la palabra escrita no puede permanecer imperturbable cuando se le impide hacer algo que ha venido haciendo desde adolescente, por no decir niño. Porque es casi regla que los escritores se inclinan por el lado trágico de la vida a la primera oportunidad: fumar a escondidas, beber a escondidas, enamorarse a escondidas. Hacer todas aquellas cosas que normalmente papi y mami —o sus equivalentes señor director y señorita directora— sólo aprueban cuando el tiempo da muestras de haber avanzado a grandes pasos.

    II

    Sobre las antologías

    Naturalmente que emprender una antología, no importa sobre lo que verse, no es asunto sencillo. Borges las defendía. Aunque él mismo acuñó la frase de que precisamente los mejores eran quienes se quedaban fuera. Porque, quién no lo sabe, hay antologías para todos los gustos. De cuentos de terror, de cuentos policiacos, de poesía erótica, de poemas de amor. A veces se les pide permiso a los autores, a veces se toman los textos de autores ya muertos. A veces —como en el presente caso— los propios autores proporcionan los textos. Ojalá todas las antologías de escritores vivos cumplieran este cometido. Habría varias ventajas: que los autores estarían siempre de acuerdo con su inclusión; que los encargados de hacer la selección —yo, en este caso— no se guiarían por su propio gusto —cosa tan delicada, o vulgar, depende del punto de vista que se vea—, y que la antología conclusa tendría un sentido verdaderamente conciliatorio.

    Las antologías no representan nada nuevo en el mundo, en ningún ámbito. Las antologías no son otra cosa que aquellas paredes de un palacio colmadas de Tizianos, de Dureros, de Corregios. Aunque las antologías convencionales tienen algo que no tiene dicho muro: introducción e índice. Porque no se comprende una antología sin la presentación del seleccionador (perdón, iba a escribir director técnico). ¿Por qué ese señor realizó dicha antología? ¿Por qué incluyó a quienes incluyó? Generalmente éstas son las preguntas que se formula cualquier lector de antologías y que el presentador está obligado a responder.

    Toda antología lleva en sí misma su impronta de injusta. No hay antología capaz de incluir ni todos los textos deseados ni a todos los autores merecidos. Siempre hay quien se queda fuera. Para bien o para mal, cada antología representa un acto de injusticia. Sería muy entretenido realizar una antología de los desplazados de las antologías. Naturalmente, quien a su vez fuera desplazado de esta antología podría pensar en la alternativa del suicidio. Para lo cual, cabría consultar una antología sobre modos, usos y costumbres del suicidio.

    Apostilla 1: Tip. Los realizadores de antologías (¿antologadores, antologistas, antólogos?) habrían de hablar con los coleccionistas de besos acerca del criterio para incluir o excluir.

    Apostilla 2: Ni hablar de que nadie sabe dónde van a parar las prohibiciones.

    III

    Sobre los autores

    Es harto probable que los lectores acostumbrados a leer antologías se pregunten por qué la presente no incluye los típicos datos que delimitan la vida de todo escritor (año y lugar de nacimiento, obra publicada, premios obtenidos, becas, residencias en el extranjero, maestrías, doctorados, antologías donde ha aparecido, etc.). En realidad, creo que cada texto debe defenderse por sí mismo más allá del currículum del autor —cuyo abultamiento, incontables e infortunadas veces, es lo que cuenta a la hora de leerlo—. Lo que sí me corresponde puntualizar es la razón por la que invité a cada quien.

    MARCIAL FERNÁNDEZ: Por su enorme capacidad de síntesis. Porque es dueño de una gracia envidiable.

    CLAUDIA GUILLÉN: Porque al mismo tiempo es lúdica y trágica, porque sus cuentos describen un periplo por el mundo de la imaginación y de la introspección.

    CARLOS MARTÍN BRICEÑO: Porque sus cuentos son redondos, resueltos con gran soltura, e inequívocamente tocan fondo.

    ROGELIO FLORES: Porque en sus textos —siempre bien armados— hay un desgarramiento atroz.

    ADRIÁN ROMÁN: Poeta de arraigo domiciliario, sus cuentos reflejan una suerte de agria decepción.

    FEDRO CARLOS GUILLÉN: Por su espléndido sentido del humor. Porque es tan corrosivo como el mejor de los solventes.

    JORGE BORJA: Porque sabe contar, y sus cuentos resultan un deleite. Aun bajo la óptica más exigente.

    CARLOS BORTONI E.: Porque tiene especial facilidad para hacer de sus cuentos piezas redondas, de pulso narrativo a toda prueba.

    RENÉ ROQUET: Porque sus cuentos están poblados de personajes trágicos, entrañables. Que se incrustan en nuestra memoria emocional. Como quistes.

    MARÍA ESTHER NÚÑEZ: Por su prosa, que parece que canta.

    LEO MENDOZA: Por ser dueño de una imaginación portentosa, que vuelca en textos deliciosos.

    GABRIEL RODRÍGUEZ LICEAGA: Porque sus personajes son so-carrones, desparpajados y tiernos como un bendito.

    AMÉLIE OLAIZ: Porque urde el tramado de sus historias como si en ello se le fuera la vida. Y porque rasca la condición humana de sus personajes.

    VÍCTOR PAVÓN: Porque sus historias poseen una tensión narrativa que las torna ligeras aunque el fondo sea denso y estrujante.

    ERNESTO GUZMÁN LECHUGA: Porque su historia avanza con mesura y encanto, tal como quería Stevenson.

    DIANA VIOLETA SOLARES PINEDA: Porque hace de cada cuento un hábitat sujeto a sus propias leyes de sobrevivencia.

    HUMBERTO RAMÓN LEVET: Porque sus personajes son devastadores. Quien lo lea quedará tan exhausto como agradecido.

    MARIVÍ CERISOLA: Porque sus personajes están construidos con paciencia de autora exigente.

    ESTER ORTEGA: Porque dota de vida a sus personajes, y al enriquecerlos los transforma.

    EUGENIO PARTIDA: Porque en sus líneas sabiduría e intensidad van de la mano.

    IV

    Sobre un poeta invitado

    Para reflexionar y cerrar boca, va este poema de José María Álvarez extraído de su libro Museo de Cera (edit. Visor). Se intitula Elogio del tabaco y dice:

    Pocos placeres bajo los cielos misteriosos

    más elevados y serenos

    que tú, tabaco. Siempre

    aumentando la dicha, en la fortuna,

    o consolando el infortunio

    con la misma elegancia

    con que silenciosamente envuelves

    el sueño de la lectura o de la música,

    los secretos ritmos de la meditación

    o el agradable conversar.

    Tantos momentos perdurables van unidos

    a ti, tantas horas

    que tú acompañas y mejoras.

    Enigma portentoso

    del humo, al que nos entregamos

    como a la sabiduría o a la suerte

    que tampoco nunca entendemos.

    Noble compañero de la inteligencia,

    de la alegría de vivir, del

    amor, y de ese otro

    favor, el vino

    que alegra el corazón y la mirada.

    Nunca nos faltes.

    Cuentos contra la represión

    Respecto del daño que hace el tabaco

    Marcial Fernández

    Yo soy fumador y Mónica, mi mujer, fumadora pasiva, por lo que todos los días amanece con tos. Sin embargo, parece que encontró el remedio a su mal: colocarse un parche de nicotina en la piel para curar su adicción.

    Elegía de humo

    Claudia Guillén

    La luz de neón que se desprendía del aparato, colgado del techo de manera casi amenazante, traspasaba la parte oscura de sus párpados. Una bata blanca, amarrada por la espalda en delgados lazos que mostraban su desnudez absoluta, lo llenaba de sentimientos duros que danzaban entre la conciencia de ser patético y la vulnerabilidad. Apretó los párpados varias veces; en sus ojos se acentuaron las arrugas que ya cargaba por los años. El frío de la plancha metálica se manifestaba de forma contundente: lo sentía dentro de sí, en sus huesos, en sus pensamientos. Ya son muchas chingaderas para tan poco cuerpo, se dijo. Una voz que fingía una ternura innecesaria repetía, como si se tratara de una grabación: Tranquilo, señor Pérez.

    Rafael no contestó; trataba de evadir las molestias de los líquidos que entraban por su vena con el ánimo de sanarlo de esa dolencia que venía cargando desde un año atrás, llevándola a cuestas con la resignación de quien merece un castigo por sus propios excesos. Decidió alejarse un momento de ese lugar para meterse de lleno en sus recuerdos de infancia y adolescencia; ahí donde habitaban Boby, Luis Miguel, Memo, Delia, sus cuates de la cuadra. Su banda. Con la que había compartido todo o casi todo a esa edad en que se descubren las primeras tragedias de la vida, pero también sus placeres.

    Su mente se concentró en aquella imagen de cuando, en la secundaria, su amigo Boby le dijo: Mira, para ser grandes hay que jalársela todos los días, y si se puede dos veces seguidas, mejor. Mientras más lo hagamos la voz se nos irá volviendo de hombre. Y si a eso le agregas un cigarrito, en lugar de doce años vamos a parecer de quince, o chance de dieciséis. El chiste, mi Rafa, decía el muchacho mientras se frotaba las manos, es que el humo te entre en la garganta y luego luego a los pulmones. Primero te mareas, como con las puñetas, pero ya cuando le agarras el gusto no hay quién te pare, cabrón. Ya ves, el Rodrigo hablaba como una escuincla y ahora hasta engaña a los prefectos cuando no quiere venir a la escuela: llama como si fuera su padre y todos se la creen. ¡Imagínate lo que no haríamos nosotros!

    Una sonrisa se le dibujó en los labios y la enfermera de la voz incómoda preguntó:

    —¿Todo está bien?

    —Sí, señorita, no pasa nada —Rafael imitó un poco esa cortesía que le

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