Han transcurrido quince días desde que nuestros protagonistas partieron de Florencia. Apenados por la pérdida de sus familias, amigos, parientes y vecinos, por el decaimiento de la que fue una bella ciudad, por las costumbres mancilladas, por observar día tras días el desmoronamiento de una sociedad bajo el yugo de una enfermedad mortal, se refugiaron en las historias. Boccaccio, el autor, nos invita a que sigamos su ejemplo y busquemos el consuelo, cuando no el consejo, para nuestros pesares a través de los cuentos. Pero todo tiene un fin. Y tras diez jornadas y cien cuentos, esta aventura ha finalizado. El último relato corre a cargo de Dioneo, pero no sigue su costumbre y cuenta un relato de amores y pícaros, si no la historia de un hombre que tentó mucho a la suerte y de una mujer que soportó estoicamente. Quizá como recordatorio de que, aunque parezca que no hay esperanza, cosas buenas le llegan a aquel que sabe soportar los embates de la Fortuna. A fin de cuentas, el propio Boccaccio fue testigo de que hasta la terrible peste de Florencia finalmente acabó. 
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