
APRIMERA HORA DE LA TARDE DEL 10 DE NOVIEMBRE DE 1871, A ORILLAS DEL LAGO TANGA-NIKA, HENRY MORTON SANLEY, DESPOJÁNDOSE DE SU SALACOT Y TENDIENDO LA MANO, SALU-DÓ A UN MISIONERO CON UNAS PALABRAS QUE SE HARÍAN LEGENDARIAS: “EL DOCTOR LIVINGSTONE, SUPONGO”. La comicidad de aquel flemático saludo proviene de que Livingstone era probablemente el único hombre blanco en mil kilómetros a la redonda.
UNA VIDA TOTALMENTE ÚNICA
David Livingstone (1813-1873) bien pudo ser un personaje sacado de alguna de las novelas del escritor Charles Dickens. Nació en una residencia donde se alojaban los empleados de una fábrica textil; fue el segundo de siete hermanos y a los diez años ya trabajaba en aquella fábrica doce horas al día.
Gracias al tesón de su padre, un lector compulsivo, pudo ingresar en la Escuela de Medicina, de la Universidad de Glasgow; labor que compaginó durante algún tiempo con su trabajo en la Sociedad Misionera en entrenamiento.
Una vez convertido en médico y teólogo solicitó ser enviado a China; sin embargo, la Guerra del Opio que se desató en aquel país asiático truncó sus planes, y no tuvo más remedio que aceptar una. Allí debía ayudar en la labor de evangelización.