
Nuestra espiritualidad, personal y comunitaria a la vez, nos lleva a extender nuestro amor verticalmente –como se dice hoy– hacia Dios, y horizontalmente hacia el prójimo; y la santidad que se deriva de ello, es consecuencia de la presencia equilibrada de estos dos amores.
A algunos les resulta fácil –y lo está demostrando la tendencia al