EDITORIAL

scribo esta carta la misma noche en que se desata la crisis en Ucrania, con las tropas soviéticas entrando a la ciudad de Kiev y un mundo consternado por lo: “(…) la Historia de cualquier latitud nos pertenece y las lecciones inherentes son para todos y nunca caducan. No debemos cegarnos de lo que ha sucedido o pasa en otros lados o a otros pueblos, a pesar de la distancia en tiempo, geografía o idioma”. Las lecciones de éste y otros conflictos bélicos deben servirnos para reflexionar y mirar con ojos más críticos nuestro rol en la sociedad, en nuestra microcancha, y sacudirnos para comprender la enorme responsabilidad que tenemos como adultos para fomentar en las nuevas generaciones el diálogo y el entendimiento. En definitiva, el conflicto no sólo es inherente a la condición humana, sino también puede ser motor de cambio, pero se requiere tolerancia y mediación, y un deseo honesto de lograr una transformación positiva y que beneficie a sus partes. Enseñemos esto a nuestros hijos, hagámoslo por medio del ejemplo, actuando en consecuencia con nuestras creencias. Las conflagraciones únicamente dejan pérdidas y huecos irreparables, y cada quien, desde su trinchera, puede hacer una diferencia positiva, como afirma la teoría del efecto mariposa, la cual explica que cualquier acto –sea bondadoso o siniestro– tendrá siempre una repercusión en donde menos lo imaginamos.
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