CRÍTICAS
EL ESTADO ELÉCTRICO
SIMON STÅLENHAG
ROCA EDITORIAL, TRADUCCIÓN DE JULIA OSUNA AGUILAR, 144 PP.,
29,90 €

Para empezar, lo más fácil es directamente recomendar este estupendo y singular libro: es una gozada, para leer y contemplar con mimo y sin prisas. Algo más complicado es explicar el formato. No es un cómic, no es una novela, no es un libro de arte, y sin embargo tiene algo de las tres cosas. Si cayó en tus manos la anterior obra de Stålenhag, Historias del bucle, ya sabes de qué va la cosa. Como aquella, es un relato de ciencia ficción ilustrado, pero ¡de qué manera! El primer nombre que me viene a la cabeza ante las extraordinarias ilustraciones de Stålenhag es nada menos que el pintor norteamericano Edward Hopper. Especialmente porque en El estado eléctrico Stålenhag cambia los escenarios de su Suecia natal por unos Estados Unidos distópicos y fantasmales.
Como Hopper en sus cuadros, Stålenhag retrata paisajes naturales contaminados por una sociedad capitalista, individualista y solitaria (tal vez estos tres adjetivos sean sinónimos). En el. Pero más atmosférica y sutil que las de dicha serie. Enormes patos amarillos empleados como dianas de tiro, maquinaria destartalada desdibujando el horizonte, coches abandonados junto a carreteras desiertas, los esqueletos metálicos de robots gigantes desguazados, viejos anuncios de un pasado futuro, naves de guerra oxidándose sobre colinas salpicadas de cráteres de bombas, convertidas ahora en parques de recreo… Todo ello «suvenires de la humanidad», como bien define Michelle, la adolescente protagonista.
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